Un gran número de mitos procede de los primeros intentos de los propios romanos por investigar su pasado. Tito Livio y los historiadores clásicos indagaron en el origen de su ciudad, que había pasado de unos míseros orígenes a ser la principal potencia del Mediterráneo. La endeble información de que disponían cristalizó en un discurso que se atrevía a poner incluso día y mes a la fundación de la Urbe. Los intentos por forjar un pasado a la altura de la Roma vencedora solían caer en contradicciones e incongruencias que no pasaban desapercibidas a sus creadores, pero Mary Beard rompe una lanza en favor de aquellos pioneros que muy seguramente disponían de menos datos (y de dudosa fiabilidad) de los que hoy tenemos gracias a disciplinas como la arqueología.
Con una base documental bastante exigua, los historiadores clásicos pretendían buscar en siglos pretéritos la raíz de los problemas que escindían la sociedad romana del cambio de era. Fue así como surgieron mitos como el de Virginia, que pretendía lanzar certidumbres sobre las tensiones sociales. También se forjaron entonces mitos para dar legitimidad a las instituciones políticas que ya por entonces regían el destino de millones de personas.
La muerte de Virginia, óleo de Guillaume Lethiere |
Los primeros historiadores romanos no fueron los únicos que proyectaron sobre el pasado desvelos contemporáneos. Hoy en día la Historia de Roma sigue generando interpretanciones encontradas e inquietantes ecos: ¿En qué consiste la libertad? ¿Hasta dónde es legítimo llegar para conservar la nuestra? ¿Qué hacemos con los que no comparten nuestro sistema de reglas (ya reciban el nombre de piratas o terroristas)?
Con un hábil manejo de las pocas fuentes disponibles y una labor de contextualización, Mary Beard se esfuerza por levantar el espeso telón mítico de los primeros siglos de Roma y deja entrever el trasfondo de la época monárquica: un periodo confuso de caudillos militares errantes y señores de la guerra que desemboca en una época de profundos cambios políticos, a lo largo del siglo IV a. C.
El edificio institucional republicano construido en ese momento permitió a la ciudad convertirse en un referente regional, pero en el siglo I a. C. el sistema estaba atrapado en un punto muerto que condenó a Roma a sucesivas guerras civiles. Desde el punto de vista historiográfico, la explosión documental que se vivió en este momento (sólo de Cicerón se conservan miles de cartas personales) requiere del historiador un esfuerzo por seleccionar las fuentes adecuadas para hacerse una idea cabal de los acontecimientos que llevaron al desplome de la República y el nacimiento de un orden autocrático: el Imperio.
Lejos de enzarzarse en un prolijo repaso de emperadores, Mary Beard analiza un sistema político de gran solidez. Afianzado sobre pilares como el imperialismo, el ejercicio de la benefacción popular y la construcción de obras públicas, este entramado resistió sin apenas cambios 200 años, si bien se vio sacudido permanentemente por problemas igualmente tenaces como la inestabilidad en la transmisión del poder, al no existir un criterio definido en cuanto a derecho de sucesión. El sistema imperial también fracasó repetidamente a la hora de afinar la ralación entre el ocupante de turno del trono y el Senado, así como en aclarar la naturaleza divina del emperador, situación que no dejó de crear tiranteces e incongruencias con la mentalidad romana.
En conclusión, Mary Beard compone en "SPQR, una historia de la Antigua Roma" un apasionado y sincero canto a la civilización romana, a cuyas luces y sombras ha dedicado más de 50 años de estudio. "Ya no creo, como antes ingenuamente sí lo creía, que tengamos mucho que aprender directamente de los romanos, ni siquiera de los antiguos griegos, ni de ninguna otra civilización antigua. Sin embargo, cada vez estoy más convencida de que tenemos muchísimo que aprender interactuando con la historia de los romanos, con su poesía y su prosa, con sus polémicas y controversias", admite la autora británica.
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