El romano, sin cargos políticos, que más inscripciones nos ha dejado para
la posteridad no es un influyente patricio de la capital, o un rico
terrateniente de provincias, ni un pontífice de gran influencia, al contrario,
es el simple liberto de un amigo de Trajano. Un liberto al que todo el mundo le
hacía la pelota y erigía estatuas en la
Hispania Citerior de comienzos del siglo II.