En la antigüedad, las ciudades
griegas se odiaban entre ellas con una pasión digna de elogio. Tenían una larga
tradición de guerras vecinales por cualquier tontería, porque el motivo era lo de menos; lo importante era el sentido de competición y lucha, el agon, que impregnaba toda la sociedad helena.
Es normal que ese espíritu competitivo entre las ciudades tuviera también una
variante religiosa, menos violenta y más deportiva. Así que en Grecia había una
buena cantidad de eventos religiosos con competiciones incorporadas, donde las
ciudades podían seguir celebrando sus rivalidades. Su mejor expresión eran los
juegos en honor a Zeus, el dios supremo, celebradas en su santuario de Olimpia.
Los atletas venidos de todo el mundo heleno podían alcanzar fama inmortal en su
estadio si lograban la victoria, su nombre nunca sería olvidado y su ciudad los
honraría durante toda su vida.
Y luego estaba Leónidas de Rodas, que los
eclipsó a todos.