viernes, 10 de julio de 2020

Licinio Segundo, el adulado




  El romano, sin cargos políticos, que más inscripciones nos ha dejado para la posteridad no es un influyente patricio de la capital, o un rico terrateniente de provincias, ni un pontífice de gran influencia, al contrario, es el simple liberto de un amigo de Trajano. Un liberto al que todo el mundo le hacía la pelota y  erigía estatuas en la Hispania Citerior de comienzos del siglo II.  

  Antes de nada, decir que en este artículo seguimos, como principal fuente, la estupenda investigación de Isabel Roldán sobre Licinio Segundo y el gran trabajo de Olesti Vila y Oller Guzmán sobre los restos epigráficos relacionados con Segundo. 

 Pero empecemos.

 L. Licinio Segundo, nuestro personaje, fue el liberto de L. Licinio Sura. Por eso llevaba su mismo praenomen y nomen (Lucio Licinio), mientras que el apellido (cognomen) Segundo nos indica su nombre de esclavo, que al ser latino nos señala que no era de origen griego, como lo eran muchos libertos, sino latino y seguramente hispano, como lo era su antiguo amo. Poco más sabemos de nuestro Segundo, pero podemos deducir que era muy apreciado por su patrón Licinio Sura, que lo liberó y nombró  “accensus”, que era como una especie de asistente o ayudante de confianza, a cargo de todas sus propiedades y negocios en Hispania… los cuales eran muchos a principios del siglo II.

 Licinio Sura necesitaba un representante en Hispania para llevar sus asuntos, pues como amigo cercano del emperador, lo acompañaba en Roma o en sus campañas y estaba siempre alejado de sus posesiones. Lo vemos representado probablemente en la columna de Trajano, en la escena CIV, junto al emperador, pero poco más sabemos de él, excepto que fue cónsul tres veces, algo inusual para una persona que no era miembro de la familia imperial. Su influencia y poder por la cercanía a Trajano debían ser notables.


Sura (a la derecha) y Trajano, charlando de sus movidas

 Si sabemos que en Hispania era dueño de amplios territorios en la actual Cataluña. Alrededor de la capital Tarraco, de la pujante ciudad de Barcino (Barcelona) y de Auso (Vic).  Uno de sus antepasados había construido el famoso Arco de Bará en tiempos de Augusto y sabemos que su familia Licinia era una gran exportadora de vino layetano desde, por lo menos, un siglo antes. Incluso los nombres de las actuales Lliçá D´Amunt y Lliçá del Vall, parece que derivan de propiedades de su rica familia Licinia. Así que Licinio Sura podía considerarse el típico aristócrata perteneciente al clan hispano que manejaba el poder provincial y, gracias a Trajano, el poder imperial a principios del siglo II.


Arco de Bará, el capricho de un Licinio

 Pero Sura estaba demasiado ocupado en gobernar el imperio con su amigo emperador para controlar de cerca sus posesiones familiares, por lo que un liberto de confianza era la mejor opción. Nuestro Segundo, por tanto, se convirtió en su delegado en la Hispania Citerior. Eso significaba, para cualquier ciudadano de la provincia, que llevarse bien con el liberto Segundo era hacerlo con el influyente Sura y acercarse, aunque fuese bajo una tenue sombra, a la púrpura imperial. Así que no solo nos podemos imaginar el peloteo dado a Segundo por parte de las administraciones y la aristocracia provincial, sino que tenemos pruebas claras de los honores ofrecidos a este ex esclavo. Fue un ejercicio de adulación digno de premio por su insistencia.

 En primer lugar, entre los honores dados a Segundo, está el cargo de sevir augustal en Tarraco y Barcino. El sevirato augustal era la magistratura municipal encargada del culto al emperador y única a la que podían acceder los libertos. Todas las estelas dedicadas a Segundo nombran este cargo, de gran prestigio para los de su condición. 

 Son, en total, 23 pedestales que rinden homenaje a nuestro Segundo. El mayor número de pedestales conservados de un ciudadano privado. Además, todas son estatuas levantadas en un espacio de tiempo de apenas… ¡un año!, el 107. El año triunfal del liberto Segundo en Barcino, donde seguramente residía y quizá fuera su lugar de origen. Allí se levantaron 22 de las 23 estatuas, que ocupaban toda un ala del foro municipal. 

 Se puede decir que los niños jugaban entre clones de Segundo, los tenderos pregonaban su mercancía a la sombra de sus estatuas y los talleres locales tuvieron que reutilizar pedestales para cumplir la demanda de “segundos”. La figura de Segundo fue una visión permanente para los barceloneses durante ese año. El rostro del momento, Segundo, Segundo… por todas partes.

Barcino, antes de ser Barcelona

 Curiosamente, no nos queda nada de esas estatuas, algunas de caro bronce. No sabemos cuál era el aspecto del ubicuo Segundo ni sus diferentes poses para la eternidad. Solo nos quedan las dedicatorias de los pedestales, que nos cuentan jugosos datos sobre la sociedad local y provincial. Son tantas que se pueden diferenciar en dos grupos: las dedicatorias de administraciones y las de personas privadas.

 Entre las primeras destacan las dedicatorias de la corporación municipal (decuriones) de Barcino, que le dedica 5 estatuas y la de los seviros de Tarraco, probablemente sus colegas en el cargo, que le dedican 4 adulantes dedicatorias. Son dos ciudades donde la influencia de su patrón Sura era considerable. Pero también tiene estatuas dedicadas por un municipio de Menorca y del actual Vic, que deben ser lugares relacionados con negocios o propiedades de su patrón Sura y puede que con él mismo, ya que Segundo debía tener una riqueza considerable y manejaba sus propios negocios con las administraciones locales de la provincia, aprovechando las relaciones de su patrón y haciendo publicidad de su cercanía a él.


Tarraco, en los tiempos del peloteo a Segundo 


 Pasando a las dedicatorias privadas, nos aparecen nombres relacionados con ricas familias de Barcino que vivían de la producción de vino y la alfarería, como los Paulinos o los Herenios Optatos. También una mujer, Quinta Severa, que parece ser una rica propietaria del actual Maresme. Todos se consideran “amigos” de Segundo. Incluso hay una dedicatoria de un liberto del propio Segundo, Licinio Montano, que nos demuestra que Segundo también tenía delegados y montaron sus propios negocios en la zona.

 Hay luego dedicatorias de libertos de familias de mayor linaje de la Hispania Citerior, como los Minicios o los Pedanios, que tenían miembros en el Senado de Roma. Esta gente, por muy importante que se considerase nuestro Segundo, no trataban con él, pues ya tenían trato directo con su patrón en Roma. Estaban a otro nivel social, que era inalcanzable para Segundo. Pero sus libertos delegados en Barcino y Tarraco tenían que llevarse bien con su colega para seguir con sus negocios… y de paso hacer negocios nuevos.

Una de las muchas dedicatorias de Barcino a Segundo

 Pero la vida de un liberto “accensus” no dejaba de ser incierta, porque dependía del favor de su antiguo señor o de que, simplemente, siguiera vivo. Cosa que, para su desgracia, no pasó, porque su patrón Sura debió de morir en el 107 o poco después, tras su tercer consulado y en pleno año de gloria para Segundo, que paseaba por una Barcino que se echaba a sus pies y le levantaba estatuas cada semana.

 Es probable que el buen emperador Trajano sufriera una gran pena por la muerte de su buen amigo, pero para Segundo, literalmente, fue un cataclismo. Desaparece de la historia de Barcino y Tarraco de un año para otro. Ni una dedicatoria más, ni una sola mención. De 23 estatuas a cero en el foro de Barcino de un año para otro. Silencio administrativo. Se acabaron los “amigos”, los homenajes de las corporaciones locales y las alabanzas públicas. Muerto su patrón, base de su influencia, es solo un liberto más con dinero y socialmente despreciable para las clases ricas. Ya no tiene contactos de valor en Roma.

 No sabemos qué fue de Segundo. Quizá siguió viviendo en Barcino, de una manera mucho más escondida para la historia, paseando entre sus estatuas, viendo como poco a poco eran retiradas en honor a nuevas adulaciones, y sumido en la melancolía de los buenos tiempos, mientras los petimetres de la ciudad, que antes se deshacían en halagos, ahora giraban la mirada al verlo. 

 Quién le diría que, dos mil años después,  sería la persona más citada en los monumentos de su ciudad y el personaje privado con más dedicatorias del imperio romano. 

 

 

 

 

 

 

 

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