Hubo inventores a lo largo de la Historia que ofrecieron sus ideas para cambiar el mundo. Siempre los ha habido. El problema es que la mayoría de las veces no se hizo caso de sus obras más allá del ámbito local, o lo que inventaron no se interpretó bien por su contemporaneos... o ellos mismos no se dieron cuenta de toda la potencialidad de su invento.
A veces, las tres cosas a
la vez. Como ocurrió con Amiano.
Todo empezó en una
ciudad de Anatolia llamada Hierápolis (Ciudad Sagrada). Es un nombre
que puede parecer rimbombante para una ciudad de tamaño mediano en
el imperio de los romanos, pero tiene una tenebrosa explicación: Daba cobijo
a una de las puertas del infierno.
Situación de Hierápolis |
Suena terrorífico, pero
los lugareños y medio imperio romano pensaban que en un lugar
concreto de esa ciudad había una entrada al infierno. Como el dios
romano del inframundo se llama Plutón, a la entrada la llamaron
Plutonium, que suena muy radioactivo para nosotros, pero que en
realidad era una falla de roca de la que emanaba dióxido de carbono
en abundancia, el cual desmayaba a los animales y a los estúpidos que
se atrevían a asomar la cabeza.
El Plutonium en sus buenos tiempos |
Y lo que queda de él. |
El lugar se hizo todavía
más famoso cuando el rey de Pérgamo Eumenes II, por el 180 a.C.
mandó construir una ciudad de lujo a su alrededor, entusiasmado por
las aguas termales y el ambiente mítico del lugar. Pronto la ciudad
se llenó de turistas ricos en busca del descanso y el relax de sus
aguas. Se puede decir que Hierápolis nació con la misión de ser un
Spa helenístico.
En 133 a.C. El rey Atalo
II legó a Roma su reino y la ciudad de Hierápolis, con sus baños y
su tenebroso Plutonium. No pasó mucho antes de que empezara a ser
visitada por un creciente número de romanos millonarios.
En tiempos de Augusto,
Estrabón alabó la ciudad y describió el Plutonium con detalle,
aunque no lo situó bien. Menos mal que se pudo establecer el lugar
concreto de sus ruinas en el año 2013, gracias al hallazgo de
esqueletos de aves muertas y una estatua del perro Cerbero, guardián
de los infiernos.
En tiempos de Tiberio,
por el año 17 d.C., Hierápolis sufrió un terremoto que destruyó
la ciudad. Encima, en el 60 d.C. otro terremoto dejó en ruinas lo
reconstruido hasta la fecha. Cualquier otra ciudad no conseguiría
recuperarse de dos terremotos terribles en el espacio de cuarenta
años, pero Hierápolis era un lugar de lujo que los ricachones
romanos no querían perder.
Los emperadores la
levantarían de nuevo.
Hierápolis en todo su esplendor |
La reconstrucción de la
ciudad recibió una fuerte financiación imperial y fue llevada a lo
grande, en un estilo más romano que griego, que para algo pagaba
Roma. Fue una reconstrucción larga y continua en el tiempo, un no
parar de edificar durante los siglos II y III, en un proceso de
engrandecimiento que llevó a la ciudad a su época dorada.
Fueron proyectados y
ejecutados un montón de edificios: termas romanas, un gimnasio,
varios templos, una calle principal con columnata, una gran fuente de
agua caliente... Hierápolis llegó a ser una de las ciudades más
prominentes del imperio. Era tal la riqueza que ostentaba, que por
ejemplo se construyó un teatro solamente para la visita del
emperador Adriano en el año 129.
El teatro para Adriano |
La población debió
alcanzar los 100.000 habitantes y muchos de ellos ricos con dinero
dispuesto a gastarlo en la ciudad y sus lujosas villas. Todo esto
provocó que las empresas dedicadas a la construcción y sus
auxiliares tuvieran grandes oportunidades de negocio y,
probablemente, bastantes pedidos de obras durante estos dos siglos.
Imaginemos solo el dinero que debió de mover la construcción del
teatro para Adriano... ¡Hierápolis vivía en un pelotazo
urbanístico sin fin!
Tal volumen de obra debió
azuzar los ingenios para mejorar la producción. Aquí es donde
aparece nuestro personaje, Marco Aurelio Amiano, "tan hábil
como Dédalo".
Seguiré contando según
lo expuesto por Klaus Grewe en su estupendo artículo "La
maquina romana de serrar piedras", de fácil acceso en la red.
En él podrán leer de forma más detallada sobre las cuestiones
técnicas de la máquina de nuestro personaje.
La tumba de Amiano está
cerca de la entrada a la ciudad y se fecha a mediados del siglo III.
Una época de anarquía y crisis en el imperio, pero sus efectos
todavía no habían llegado a la rica Hierápolis, que seguía
sumergida en sus sueños de riqueza.
Poco sabemos de Amiano,
solo lo que nos dice su tumba:
"Marcus
Aurelius Amianus, ciudadano de Hierápolis, tan hábil como Dédalo
en la elaboración de una máquina movida por una rueda. Ahora
descansa aquí para siempre, en este sarcófago."
Relieve de su maquina |
Está claro que estaba
orgulloso de su invento, pues lo representa en relieve sobre su
sarcófago para que lo viesen todos los viajeros que se acercaban a la ciudad.
Un invento relacionado seguramente con su forma de vivir, que debía
ser una empresa de corte de piedra para las continuas obras que se
hacían en la ciudad. Y no solo piedra, es probable que también
cortase láminas de diferentes y costosos mármoles y otras piedras
de lujo que entusiasmaban a los ricachones del lugar.
Pero más que de su
empresa, Amiano estaba orgulloso de su inventiva. Había conseguido
crear una máquina movida por agua, que podía cortar de forma exacta
(y sin cansarse) dos enormes piedras a la vez. Así podía cumplir de
forma más rápida muchos más pedidos.
Su máquina ha llamado
mucho la atención en las últimas décadas entre los ingenieros y
expertos en historia de la tecnología.
Principalmente porque tiene un elemento mecanico que nadie pensaba hasta ahora que existiese en época romana: el mecanismo biela-manivela. La
transformación de un movimento circular en otro de traslación.
O hablando más claro, convertir el movimiento de circular de una
rueda de molino en el movimiento horizontal necesario para mover
sierras de piedra.
¿Y es tan importante?
Pues sí. Sierras y talleres de cortar piedra había muchos en el
imperio, molinos de agua otros tantos; pero dotados con el mecanismo de
esta máquina muy pocos o solo uno, el de Amiano. Es realmente el
ejemplo más antiguo de una transmisión. Se adelanta en 1000 años a
lo que hasta ahora se creía como los primeros ejemplos de este
mecanismo. Todo un logro que Amiano supo valorar como para ponerlo de
relieve en su tumba.
Reconstrucción de su maquina |
Y poco más. Nada salió
de este invento aparte de una sierra de piedras muy bonita y
compleja.
Ahora sabemos que los
romanos conocían todos los componentes necesarios para crear una
máquina de vapor: el mecanismo de Amiano, la eolípila de Hierón
(generador de vapor), el cilindro y el pistón (en bombas metálicas
de presión), válvulas de retención (en bombas de agua) y
engranajes (en relojes y molinos de agua).
Pero nadie los juntó en
un solo aparato.
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