viernes, 25 de abril de 2014

Elio Galo, por la Arabia Feliz


Por aquí se perdió Elio


Hay gente que dedica su vida a estudiar el mundo que nos rodea, otra gente se dedica a conquistarlo con ejércitos. Nadie se dedicó a ambas cosas a la vez, excepto Elio Galo, prefecto de Egipto, que se fue a conquistar Arabia y también a investigar sus serpientes.

Poco sabemos de su vida más allá del tiempo que ocupó su cargo, entre 26 y 24 a. C. Sabemos que era un miembro de la clase ecuestre romana, una especie de rico sin pedigrí patricio, porque solo un ecuestre podía ser gobernador de Egipto. Era una región que el emperador Augusto y sus sucesores consideraron demasiado estratégica y rica como para dejarla en manos del orgullo de un patricio, que se podía venir arriba con el calor del Nilo y reclamar el imperio. Así que Augusto lo convirtió en un dominio personal de los emperadores, controlado por un delegado de la clase ecuestre con el cargo de prefecto. Una persona con un rango social que le impedía sublevarse sin ser tomado a broma por los altivos patricios.

La clase ecuestre, “ordo equester” en latín, sería el grupo social que Augusto y sus sucesores del Alto Imperio utilizarán como fuente de funcionarios y asistentes para toda clase de asuntos, y que se volverían devotos seguidores del sistema imperial. Los primeros ecuestres en adquirir estas funciones serían los del entorno de Augusto, vencedores de las guerras civiles de mediados del siglo I a. C., como Cornificio.

 Entre ellos debía estar Elio Galo, y Augusto debía tener en mucha estima sus habilidades y su lealtad como para recibir el cargo de prefecto de Egipto. Sabemos que Elio era lo que llamaríamos un intelectual, amigo íntimo del geógrafo Estrabón (nuestra principal fuente sobre él) con una marcada afición a la medicina y farmacia, temática de la que escribió varias obras. Las relativas a venenos serán muy citadas posteriormente por Galeno.

Hay que decir que era enviado a Egipto para sustituir a otro Galo de apellido, Cornelio. Un ecuestre duro y enérgico que había sido el primer prefecto del país del Nilo tras la muerte de Cleopatra; pero que no había podido abstraerse del ambiente faraónico y los calores del lugar, pecando de demasiado orgulloso ante el Senado romano por levantar estatuas de sí mismo en los templos e incluso una inscripción de autoalabanza en las pirámides. Acusado de intento de reinar en Egipto y perdido el apoyo de Augusto, el narcisista Cornelio se suicidó como su orgullo le demandaba. Un mal precedente para nuestro Elio.

Pero la tarea que le encomendó Augusto iba más allá de simplemente gobernar Egipto. Tenía una misión militar francamente difícil: conquistar Arabia.

Tal como suena, con un par de razones romanas bajo su túnica, Augusto ordenó a Elio Galo llegar hasta la “Arabia Felix” y someterla a Roma. Semejante misión era como mandarlo a conquistar el país de Oz, porque de Arabia los romanos sabían muy poco, excepto que por allí llegaba el incienso y otros productos de la lejana India; que su zona sur, el actual Yemen, tenía fama de ser muy rica y poblada, una tierra “felix”; y que los nabateos de Petra, intermediarios con Roma de tan suculento comercio, se estaban forrando a tal nivel que ya no sabían donde meter el oro y empezaban a gastarlo en agujerear sus montañas.

Para la expedición a lo desconocido, Augusto le dio 8500 legionarios romanos, a los que se sumaron 1000 nabateos y 500 judíos enviados por el famoso Herodes. Un número quizá demasiado optimista para la tarea, según nuestros conocimientos actuales, pero que para los romanos de la época bastaba de sobra para llegar hasta Indochina y más allá.

A los 1000 nabateos los dirigía Sileo, alto cargo del reino de Petra, que además iba como guía de la campaña. Una elección que en principio podía parecer correcta, pues los nabateos eran los aliados de Roma que mejor conocían Arabia, pero también eran los que más perderían si los romanos conquistasen las rutas de comercio de la península arábiga y dejasen de utilizarlos como sus intermediarios.

Estrabón acusa directamente a Sileo de ser un topo de su rey, con la misión de hacer fracasar la expedición, y lo culpa claramente de todos los problemas que sucedieron: “actuó traidoramente en todos los asuntos”.
Pero a los traidores no los crea la sospecha o la opinión, los crean los acontecimientos. Y fuese Sileo un traidor encubierto o no, lo cierto es que Elio Galo demostró que se bastaba solo para provocar el desastre.

En primer lugar, quiso construir 80 barcos de guerra para atacar un país desértico y sin flota. Sileo no le aconsejó nada en contra.

Pero pronto Elio se dio cuenta que mejor sería construir una flota de 100 transportes para llevar a su ejército e invadir el territorio. Claro que tardó un poco en darse cuenta y perdió varios meses en la organización de la empresa.

Tampoco se informó bien de las rutas. En verano de 26 a. C. decidió cruzar su ejército en barco desde la costa egipcia del Mar Rojo al puerto de Leuke Kome, al noroeste de Arabia. En teoría, era un trayecto corto por mar, pasando el estrecho Mar Rojo al sur de la península del Sinaí. Pero si hubiera preguntado le hubiesen dicho que nadie lo hacía, prefiriendo cruzar el Sinaí por tierra. El motivo es que los vientos en esa zona o son contrarios o te empujan a una costa escarpada, llena de acantilados y bajíos traicioneros. Sileo no le dijo nada y se limitó a ver.

El ejército de Elio tardó dos semanas en cruzar el estrecho brazo de mar hasta Leuke Kome y perdió varias naves en naufragios, aparte de que sus hombres quedaron exhaustos y muchos enfermos de la dura travesía. Pero nada que no se curase con un tiempo de descanso, pensó nuestro Elio. Ese tiempo duró todo el otoño e invierno del 26 a. C.

En primavera del 25 a.C. los romanos partieron desde Leuke Kome al sur, cruzando el territorio de Aretas, que parece ser un reyezuelo tributario de los nabateos. Tardaron como un mes en cruzar este territorio, guiados por Sileo, que seguramente les hizo dar vueltas y vueltas por las dunas del desierto, mientras le enseñaba a Elio las bonitas serpientes del lugar y las propiedades de sus venenos.

Cuando llegaron a la altura de Yatrib (actual Medina), ya se había entrado en la estación seca y además comenzaban a marchar por territorio hostil. Elio no paró. Siguieron al sur sin descanso, por un desierto todavía más seco, escasos de agua y faltos de alimento, durante 50 días más, “cruzando regiones desposeídas de todo” según su amigo Estrabón, hasta llegar a una ciudad que pudo haber sido la actual Meca.

Durante este tramo de viaje tendrán su primer choque serio con los árabes. Nos cuenta Estrabón que fue una victoria aplastante de los romanos, que solo tuvieron dos bajas frente a las diez mil de los árabes. Aunque quizá el griego exagere un poco a favor de su amigo.

Lo cierto es que no fue el enemigo el problema de los romanos, sino el calor abrasador de la estación seca, el frío terrible de la noche del desierto que entraba en sus tiendas de campaña y les hacía temblar como posesos, la falta continua de agua y la carencia de abastecimientos.

Sileo les llevaba por la ruta de los pozos, que bien conocían los mercaderes nabateos, pero en la estación seca los pozos no proporcionaban suficiente agua a un ejército de miles de hombres, y no digamos alimento. Seguramente Sileo ya lo sabía, por lo que resulta muy sospechoso. Pero Elio estaba encantado con los animalitos que le iba enseñando su amigo nabateo.

Por fin, llegaron al reino de los Rammanitas, que ya por el nombre parecen extraños de otro planeta, pero que se encontraban en el borde del actual Yemen. Así que, por fin, la Arabia Felix, con sus especias, oro y plata estaba a su alcance.

 Se pusieron a sitiar la primera ciudad digna de tal nombre que se encontraron, llamada Marsibia. El sitiar a los romanos les levantó el ánimo, ya que rompía la monotonía de vagar por el desierto y ofrecía posibilidad de botín. Pero a los seis días de asedio, Elio dio orden de dejarlo todo y volver a Egipto. Se acabó, chicos, punto final.

La excusa fue un poco extraña: nos falta agua.

Vale que el agua es muy necesaria, que es difícil conseguirla en Arabia, que los pozos estaban algo secos, que el calor da mucha sed, que el sol molesta, las moscas irritan y tal y pascual... pero llevaban seis meses avanzando con falta de agua y siempre lo habían sobrellevado más o menos bien. Además, estaban cerca de un lugar donde ya no era tan escasa.

Quizá debamos leer a otra fuente y dejar por un momento al parcial Estrabón. Por ejemplo, Dión Casio nos dice que el motivo fue la primera derrota que Elio sufrió contra una partida de árabes. Un motivo más razonable. Pero sigue siendo extraño que una simple derrota llevase a Elio a dejar todo y salir pitando, estando tan cerca de llegar a su objetivo. Sabía que Augusto no se iba a poner contento cuando se lo contara... y al divino Augusto era mejor tenerlo contento.

Puede que Elio temiera que la llegada del invierno obligase a su ejército a permanecer durante meses en la zona. Ya llevaba un año de expedición, había tenido muchas bajas, y los peligros de seguir más tiempo en campaña, en un territorio enemigo que parecía poblado y organizado, pudieron ser una buena excusa para volver.

Puede también que Elio pasase de todo, que estuviera cansado de tanta duna y tantos árabes cabreados. Después de todo, a esas alturas ya tenía todos los apuntes y especímenes necesarios para escribir su gran obra, gracias al bueno de Sileo. La ciencia lo reclamaba, sus amigos intelectuales necesitaban sus noticias... Alejandría es tan bonita en invierno.

El ejército avanzó a la costa y volvió por mar, ya que su flota de transportes había seguido por la costa del Mar Rojo su errático deambular por Arabia, no sin sufrir abundantes naufragios por culpa de los peligrosos arrecifes de la zona.

Tardó solo dos meses en volver a Alejandría, en noviembre del 25 a. C. Sin embargo, el viaje de ida le había llevado más de un año. Quizá entonces Elio se dio cuenta de que la amabilidad de Sileo y su sabios conocimientos de los caminos del desierto podían ser un poco fingidos.

Volvió con la mitad, o quizá menos, de su ejército. Según Estrabón, “el resto lo perdió, no en batalla, sino por causa de enfermedades, fatiga, hambre y malos caminos, porque solo perdió siete hombres en combate.”

Para aumentar su desgracia, al poco de llegar a Egipto, sufrió una invasión de los kusitas, pueblo pendenciero que poblaba el actual Sudán.

Al poco de enterarse Augusto del resultado de la expedición y que Egipto estaba siendo invadido con alegría mientras Elio Galo pasaba el tiempo contando maravillas de su viaje a los sabios de Alejandría, suspiró resignado y ordenó la destitución del prefecto de Egipto.

Al final, su expedición no fue tan baldía. Mostró a los romanos que Arabia no era un sitio fácil para expandir el imperio y que por el momento era mejor que los fieles nabateos se encargasen de controlar sus rutas de acceso.

El nabateo Sileo debió sonreír con alegría al recibir esta noticia. Por desgracia para él, Augusto tuvo clara su culpabilidad en el desastre de la expedición y años más tarde, según nos cuenta el satisfecho Estrabón, “debido a su bribonería en este asunto, y también a otras ofensas, fue decapitado.”
 El divino Augusto no olvidaba.

No sabemos más de nuestro Elio Galo. Desaparece de la historia tan pronto como llegó a ella. Excepto que el médico Galeno tuvo en mucha consideración su obra y lo cita a menudo, como una fuente muy fiable sobre venenos y fármacos. Seguramente es lo que esperaba de la posteridad, que lo citarán los sabios por sus obras científicas... y no por esas tonterías de conquistar países de arena con tribus de nombre raros.

1 comentario:

  1. RESULTA MUY INTERESANTE ESTA EXTRAÑA HISTORIA. ES EVIDENTE QUE ESTE HOMBRE NO ERA UN MILITAR DE RAZA, YA QUE LAS DECISIONES TOMADAS ASÍ LO DEMUESTRAN. ADEMÁS SU AFICION POR LAS CIENCIAS NATURALES PONEN DE MANIFIESTO A UNA PERSONA MÁS INCLINADA POR EL HUMANISMO. COSA BASTANTE POCO COMÚN ENTRE LOS JEFES ROMANOS:

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