jueves, 2 de enero de 2014

Surena, el antepasado de un rey mago


 
Surena, luciendo mostacho




El único pueblo que le plantó cara a los romanos y les hizo sudar bilis durante siglos, sin ser nunca conquistado, merece un personaje en nuestra lista de secundarios. Por otra parte, sin este tipo singular, los Reyes Magos serían una simple pareja, me temo que mal avenida, y la noche de reyes sería mucho más triste.

 Surena era un noble parto de alta alcurnia. Es decir, pertenecía a una de las Cinco Casas, que eran las más nobles familias-clanes entre la aristocracia del Imperio Parto. No voy ahora a hablar de los partos, porque aquí hablamos de personajes y porque hay de sobra donde buscar sobre ellos. Me limito a aclarar que entre los siglos II a. C. y III d. C. dominaron los actuales Irán e Irak (más algún cachito de los alrededores), bajo el gobierno de la dinastía Arsácida, y fueron el enemigo más peligroso de los romanos.

 Surena, pertenecía a la Casa de los Suren, cuyo feudo era el actual Sistán, la región sudeste de Irán. Su nombre no es tal, es un título, que literalmente significa “el héroe” y que llevaba el comandante en jefe del ejército parto. Comandancia que era hereditaria dentro de la Casa Suren y de la que deriva su nombre. Además, el Surena tenía el gran honor de coronar al monarca arsácida.

 Todo esto de las Cinco Casas, coronaciones, nombres exóticos y “héroes” suena un poco a novela fantástica de capa y espada, pero es que a los partos les fascinaba viciosamente el tema épico. Eran guerreros natos, amantes del caballo y el arco, muy temidos por los pueblos de oriente próximo. Aunque lo que más les gustaba era conspirar y matarse entre ellos. Una afición que limitaba bastante su potencial ofensivo.


 Nuestro Surena nació en Armenia el 84 a. C. Nada sabemos de su juventud, ni siquiera sabemos su verdadero nombre, pero es evidente que como miembro de la Casa Suren sería educado para el gobierno, junto a otros miembros de la élite parta. Plutarco, en su Vida de Craso, nos lo describe a los treinta años como un hombre “extremadamente distinguido” entre los partos, al que solo el rey superaba en riqueza y honores, que además era “el de más altura y belleza”, pero la delicadeza de su aspecto y el afeminamiento de su vestimenta (según el prejuicio romano) “no prometía la hombría en que realmente era maestro”. También nos dice que se maquillaba la cara, una costumbre muy extendida entre la aristocracia de oriente próximo y que provocaba la burla de los griegos.

 Para darnos una idea de su riqueza, se cita que cuando iba a la guerra, su guardia personal estaba formada por mil jinetes con armadura, su equipaje lo transportaban 1000 camellos y sus concubinas eran atendidas por 200 carros. En fin, que se hacía notar cuando daba una vuelta.

 Aparece en la Historia por el 55-54 a. C., cuando ya tiene el título de Surena y está sitiando en un lugar llamado Seleucia del Tigris al príncipe Mitrídates, hermano traidor del rey Orodes II. Este rey, como la mayoría de los simpáticos reyes partos, había subido al trono asesinando a su antecesor, su padre Fraates III, con la ayuda de su hermano Mitrídates. Luego Orodes II fue a por el hermano y el pobre estaba ahora sitiado en Seleucia por Surena y su equipaje de 1000 camellos. Es evidente que Orodes II no era un defensor de los valores familiares.

 El sitiado Mitrídates ante la escasez de víveres, se rinde cabizbajo a Surena, el cual se lo entrega al rey Orodes II, que ordena ejecutarlo con la excusa de haberse vendido a los romanos. Libre ya de familiares, el fratricida y parricida Orodes II se sentía feliz y despóticamente satisfecho.

Pero le aparece un romano con ganas de batalla.

El triunviro Craso, el hombre más rico de Roma, se sentía un marginado social. Sus dos compañeros de triunvirato, César y Pompeyo, eran gloriosos generales sometedores de piratas y bárbaros crueles, mientras que él era conocido por explotar a sus conciudadanos romanos, que lo detestaban tanto como admiraban a los otros dos. Así que decidió montarse una campaña para mejorar su imagen y tomó como objetivo el Imperio Parto. Esperaba conseguir más gloria que sus colegas, aumentar todavía más su riqueza y, por soñar que no quede, emular a Alejandro Magno, llegando hasta la India.


 El problema de su estrategia es que la fue anunciando a los cuatro vientos durante un año por todo oriente. Tiempo suficiente para que Orodes II se enterara en su palacio y planease una defensa con mucha antelación.


 Cuando Craso empezó su campaña cruzando el Eufrates, en el 53 a. C., acompañado de 40.000 soldados, los partos ya habían organizado dos ejércitos. Uno de infantería, dirigido por el mismo Orodes II, que se encaminó a montar bulla en la montañosa Armenia, aliada de los romanos, y otro casi exclusivo de caballería, dirigido por Surena, que marchó a enfrentarse a Craso en las amplias llanuras cercanas al Eufrates.

 Surena decidió enfrentarse a los romanos en un terreno propicio a sus arqueros a caballo: la llanura cercana a Carras. Pero antes dejó que los romanos avanzaran cuatro días bajo un ardiente sol hasta llegar hasta sus frescas tropas. Plutarco nos narra con detalle la batalla, donde destaca la maestría de Surena para acosar a los romanos con ataques rápidos y a distancia, que cubrían de flechas sus filas colocadas en cuadro defensivo, formando una inmensa tortuga. Craso, dentro del cuadrado, esperaba que a los partos se les acabasen más pronto que tarde las malditas flechas, pero se olvidó que Surena siempre salía de viaje con 1000 camellos... y bueno, es fácil deducir que un camello puede llevar mucha munición. Así que las flechas continuaron cayendo sobre los legionarios sin acabarse nunca, hora tras hora. La tortuga romana se volvía lentamente un puercoespín cada vez más pequeño.

El hijo de Craso, Lucio, buscó alejar a los jinetes partos con una carga de caballería, pero el resultado fue que su cabeza se mostró a los romanos clavada a una lanza. Abrumado y carente de capacidad de mando, Craso dejó a sus oficiales el marrón, los cuales ordenaron la retirada. Cundió el desorden y los partos se lanzaron al ataque directo, extendiendo la masacre entre los legionarios. Según Plutarco, 20.000 romanos se quedaron en llanura y otros 10.000 fueron hechos prisioneros. El resto escapó como pudo, la mayoría de los que sobrevivieron fueron dirigidos por Casio, el que más tarde se haría amigo de Bruto y... bueno, ya saben.

 Craso y los que quedaban con él, tras un día de huida, llegaron a una colina y fueron rodeados. Estaban cerca de una cordillera montañosa y si la alcanzaban no podrían ser acosados por la caballería parta, pero realmente no estaban para más trotes. Surena no lo sabía y no quería que llegada la noche se pudieran escapar, deseaba hacer prisionero a Craso cuanto antes. Así que se mostró ante los romanos enseñando un arco sin cuerda (símbolo de paz) y pidiendo parlamentar con Craso en espacio abierto y con igual número de escoltas. Los legionarios, cansados y bastante cabreados por su incompetencia, obligaron a Craso a hacerlo. Así que, a su pesar, bajó de la colina a parlamentar con Surena.

 Según Plutarco, fue recibido con aparente honor en la llanura y a una prudente distancia arregló los términos de retirada de sus tropas a cambio de la paz con los partos. Surena, al ver de pie a Craso, dijo “¿Cómo es esto, un general de los romanos viene a pie y nosotros montados?, por lo que mandó que le entregaran un caballo engalanado con oro. Craso se negó pretextando que cada uno acudía según su costumbre, los partos a caballo y los romanos a pie. Surena entonces pidió que el acuerdo fuera firmado por escrito, porque “vosotros, romanos, no soléis recordar vuestros acuerdos”. Craso aceptó entonces el caballo, pero cuando montó en la silla, el lacayo que sujetaba las riendas salió disparado hacia los partos, alejando a Craso de sus hombres. Pareció a los oficiales romanos que era una trampa, como seguramente era, y opusieron resistencia, se montó un melé de cuidado, salieron a relucir las espadas y al final acabó muerto Craso, no se sabe si por un parto, si por propia mano para no ser cogido o porque lo mató uno de los suyos que ya estaba de él hasta los mismísimos.

 Al ver el fin de su general, los soldados de la colina se rindieron. El triunfo de Surena era completo: los estandartes de tres legiones romanas estaban en su poder. Una ofensa terrible para Roma.

 
La cabeza y la mano de Craso fue enviada a Orodes II, que había abandonado su expedición militar a Armenia a cambio de una alianza matrimonial entre su hijo y una hermana del rey armenio. El rey, como todo buen parricida y fratricida, era muy aficionado a las tragedias griegas, y se encontraba en un banquete disfrutando de la representación de Las Bacantes de Eurípides, cuando llega el mensajero con la cabeza de Craso. Entonces el actor principal, convertido en un protoHamlet, cogió la cabeza, la miró con deleite y recitó el verso “Del monte a nuestro techo esta dichosa caza traemos ahora mismo de flecha traspasada”.

La sensibilidad artística de Orodes II se sintió tan colmada por la perfomance shakesperiana con cabeza completa y sanguinolenta, que le regaló al actor un talento de oro.

 Mientras, Surena paseó por oriente próximo al cautivo más parecido a Craso, un tal Gayo Paciano, vestido como mujer, sobre un caballo, precediéndole trompeteros y lictores montados en sus ya famosos camellos. De las varas de los lictores pendían bolsas, y entre las hachas se veían cabezas de romanos. Seguían después rameras de Seleucia entonando canciones insultantes y ridículas contra la cobardía, lujo y riquezas de Craso, “y de este espectáculo gozaron todos”.

 No cabe duda que Surena tenía una vena bromista muy acentuada. Aunque a muchos les pareció más divertido que un tipo con 200 concubinas y 1000 camellos para el equipaje se burlara del gusto de otro por el lujo y la riqueza.

Tras su burla, Surena se preparó para invadir el imperio romano y extender el imperio parto hasta el Mediterraneo. La ocasión era propicia, ya que a Roma apenas le quedaban tropas en Siria, exceptuando los fugados de Carras con Casio, el que más tarde se haría amigo de Bruto y... bueno, ya saben.
 Pero, como dice con británica ironía el catedrático G. Rawlinson en “The Seven Great Monarchies of the ancient eastern world”: los servicios de Surena a su soberano sobrepasaron la medida segura que un súbdito debía rendir a la corona parta. El rey Orodes II, receloso del poder y la fama creciente de Surena, ordenó su ejecución sin pensarlo dos veces. Es lo malo de servir a reyes fratricidas, parricidas y amantes de las tragedias griegas.

Todavía no había cumplido los 33.


 Luego de su ejecución, la invasión del imperio romano fue encomendada al hijo del propio Orodes II, Pacoro, que resultó ser bastante inútil en la tarea de comandar hombres en guerra, perdiendo la vida y de paso casi todo el ejército en lucha contra Casio… sí, ese, el que más tarde se haría amigo de Bruto y... bueno, ya saben.

 Pero la Casa de Suren seguiría siendo grande y aportando más Surenas a los simpáticos monarcas partos. Sobrevivió incluso al imperio parto, para reconvertirse en una de las grandes familias del posterior renacido Imperio Persa. El último miembro de la casa mencionado en las fuentes es un comandante activo en el norte de China durante el siglo IX.

 Pero todavía hay más sobre nuestro Surena. Un concienzudo iranólogo alemán de nombre borrascoso, Ernst Herzfeld, experto en la Casa de Suren como solo puede serlo un alemán, afirmó por los años veinte del siglo pasado que uno de los descendientes de nuestro Surena fue un tal Gondafares I, rey legendario que extendió su poder por el actual Pakistán y Afganistán en el siglo I, aunque Gondofares parece más un título llevado por varios reyes que un nombre, igual que la palabra Surena.

 El imperio del tal Gondofares (o los Gondofares) duró poco, no pasó del siglo I, pero dejó huella en el pueblo por su riqueza y tamaño. La leyenda cristiana rumorea que el apóstol Tomás sirvió como esclavo a Gondofares mientras cristianizaba oriente como quien no quiere la cosa, y en la tribu pastún todavía hoy se considera un apellido de prestigio (Gandapur).

 La leyenda de su nombre pasaría luego al armenio como “Gastafar” y a Europa como “Gaspar”, donde la tradición ortodoxa griega lo convertiría en “Gaspar, rey de Persia”, uno de los tres “magos” que acudieron a Belén para ofrecer presentes al recién nacido Jesús.


 Así que, cuando llegue el día de reyes, recuerden a nuestro Surena, noble, alto y atractivo, vencedor de las legiones romanas, que viajaba con mil camellos y que fue antepasado del rey mago Gaspar, que ahora sabemos que va en camello por tradición familiar.






5 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Me alegro de que te guste, Filomena. Alejandro es un portento.

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  2. BERNARDINO DE CAMPOS dijo...
    Gostei muito. Aprendi uma história magnífica, que termina com a figura de Gaspar, um dos Três Reis Magos, santos de minha devoção.

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  3. Bravo!..Felicitaros por vuestro trabajo y esfuerzo para que la
    Historiae continue :-) y podamos Tod@s conocer y ampliar conocimientos de una manera tan grata...
    Os divulgo

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