martes, 28 de enero de 2014

Cinisca, campeona olímpica

Espartana luciendo figura

Nos toca ahora hablar de una princesa espartana, que para un ateniense venía a ser una mujer capaz de retorcer tu pescuezo mientras te parpadea seductoramente. Pero no hagamos caso a los prejuicios atenienses, que consideraban incomprensible la libertad de vida de las espartanas, y centrémonos en esta mujer, que se ha convertido en nuestros tiempos en ídolo del feminismo.


 En la Grecia antigua, donde las mujeres se definían como seres que no han podido nacer hombres; destinados a estar en casa, cardar lana, tejer vestidos y parir ciudadanos en los tiempos muertos, las espartanas eran la excepción a la regla; recibían una preparación física muy parecida a la de los hombres, buscando que fueran madres de varones vigorosos. Para ello se les obligaba a correr, practicar la lucha, el salto y el lanzamiento de jabalina, así como la natación y la equitación. Incluso, para pasmo de los atenienses, existía una prueba oficial de atletismo femenino en las fiestas en honor de Dionisos, que incluía una carrera entre doncellas escogidas, vestidas con túnica por encima de las rodillas y un hombro al descubierto. El horror de los moralistas áticos.


 Pero este desenfreno mujeril no quedaba ahí. Nos cuenta Plutarco en su Vida de Licurgo que "a ellas era a quienes estaba bien el hablar y pensar" y que "en casa mandaban con todo imperio; y que además en los negocios públicos daban dictamen con desembarazo, aun en los de mayor importancia." Frases alucinantes de oír para un ateniense. Por otra parte, las mujeres espartanas podían casarse... ¡¡por amor!!. Dioses del Averno, a nuestros atenienses ya les dan espamos.


Desde luego, Esparta era un mundo aparte en cuestiones femeninas, admirado por los filósofos y odiado por el resto del mundo. En esta ciudad nació Cinisca, de la familia real de los Euripóntidas, hija del rey Arquidamo II, allá por el 440 a.C. Hija de un rey, nada menos, y hermana de otro también, el famoso Agesilao.


Su nombre, a primera vista, significa "muñequita" en griego, pero no van por ahí los tiros si hablamos de una espartana. En realidad está relacionado con una raza de perros lacedemonios, que eran famosos por su bravura y olfato. En fin, que podemos decir que la llamaron con el romántico nombre, para un espartano, de "Sabuesa".


Nuestra sabuesa fue criada como una atleta, según mandaba la norma espartana, además de aprender a leer, escribir y nociones de cálculo para gobernar sus heredades, posiblemente muy extensas. Creció con el orgullo de ser princesa espartana y con un carácter semejante al de su hermano Agesilao, un rey decidido y bravucón, al que Jenofonte, que escribió su biografía, consideraba como el modelo para quienes se esfuercen en la búsqueda del renombre y la nobleza verdaderos. Aunque tengamos en cuenta que Jenofonte trabajó para Agesilao y le debía muchos favores, así que quizá no sea muy neutral en sus apreciaciones.


Podemos imaginar muchas cosas, pero no sabemos más de ella hasta que llegó a los cuarenta y tantos. allá por el año 396 a.C. Fue en ese momento cuando aparece por la puerta de la Historia al participar en la 85ª Olimpiada... ¿Cómo? Dirán los medio entendidos en estos asuntos y gritarán los atenienses, enjaulados en el asombro: ¿Una mujer en las Olimpiadas griegas? Si ni siquiera podían acudir como espectadores. Bueno, permítanme ejercer de gallego y contestar que sí y que no.


Es cierto que las mujeres no podían acudir y menos participar en las competiciones, pero la prohibición era solamente física, o sea, en las competiciones donde no se necesitaba estar presente, como las carreras de carros, cualquier mujer podía enviar un equipo a competir. En teoría, claro, porque en las 84 anteriores olimpiadas ninguna mujer se había atrevido, atada por la costumbre. Pero ninguna era Cinisca.


¿Por qué no se atrevió antes, si era tan decidida? Es muy probable que tuviera intención desde joven, pero hasta el 396 a.C. no se volvió a permitir la participación de los espartanos en las olimpiadas, prohibida desde el 420 a.C., según Tucídides, por culpa de haber roto la tregua de paz olímpica al conquistar la ciudad de Lepreo. Exclusión que los espartanos protestaron diciendo que tomaron la ciudad antes de que les llegase la proclamación de la tregua, pero la protesta no fue aceptada por los jueces olímpicos.


Así que es posible que Cinisca llevase esperando mucho tiempo, desde su juventud, para presentar su equipo. A menos que hagamos caso a Plutarco, que nos dice que la idea de presentarse fue de su hermano Agesilao, resentido con los jueces olímpicos, para demostrar que la victoria olímpica no era una demostración de excelencia y que cualquiera podía ganar, incluso una mujer.


Jenofonte, que conoció personalmente a Agesilao y seguramente a Cinisca, también nos cuenta que Agesilao la animó a participar, con la intención de demostrar que esa prueba determinada era un fiasco, sin mérito alguno, porque ganaba el que enviaba el carro y no el auriga que se jugaba el pellejo.


Pero una cosa es animar y otra ordenar. Nuestra Cinisca, como espartana, elegía por ella misma y parece evidente que quería ganar las olimpiadas, ya sea por consejo interesado de su hermano o sin él.


Para participar en las Olimpiadas, a una mujer le bastaba con ser soltera. Eso implica que Cinisca, ya una mujer entrada en los cuarenta, nunca se casó. Extraño caso entre los espartanos, porque pretendientes debió tener a mares, ya que casarse para los hombres era obligado y no hacerlo traía desprestigio y castigos burlones, como bailar desnudos alrededor del ágora en pleno invierno. Aunque quizá lo explique el hecho de que la homosexualidad femenina estaba tan extendida y a la orden del día como la masculina y que, según el cotilla Plutarco "las señoras más ilustres y respetables amaban a las vírgenes"


En fin, soltera y con dinero, Cinisca envío un carro de caballos con su auriga incorporado a la prueba hípica más prestigiosa, la tethrippon, la carrera de cuadrigas. Un infierno de carrera de 12 vueltas donde podían participar hasta la locura de 60 carros. Aunque es evidente que el número real en la carrera sería menor, a menos que los griegos fuesen amantes de las carnicerías mixtas equinas y humanas.


Desde luego, el carro ganó la competición, que para algo lo enviaba la hermana de un rey espartano e hija de otro, y nuestra Cinisca se convirtió en la primera mujer en ganar una prueba olímpica. Del auriga no sabemos nada, que era un mandado.


Si al final Agesilao buscaba desprestigiar la competición olímpica animando a su hermana a participar, el tiro le salió por la culata. Las Olimpiadas siguieron con su fama habitual y además el ejemplo de Cinisca animaría a otras mujeres espartanas y de otras ciudades a enviar carros a Olimpia. La misma Cinisca volvería a repetir triunfo en 392 a.C., convirtiéndose en la única mujer bicampeona de la antigüedad. Otras espartanas la seguirían y ganarían la corona olímpica, como Timareta y Teodota. Más tarde, la familia real de los ptolomeos de Egipto daría varias campeonas en sucesivas generaciones, como Berenice I, su hija Arsinoe y su nieta Berenice Sira.


En Esparta, nada hace sospechar que les pareciera mal la participación de Cinisca. Al contrario, la alegría por su victoria fue tal que construyeron un templete en su honor, como a los héroes, algo que antes solo habían hecho en honor de algunos reyes.


En Olimpia los honores tampoco fueron pocos. La honraron erigiendo en el templo de Zeus una estatua de bronce de su carro, caballos y el auriga anónimo, además de una de ella misma. En la inscripción de la estatua decía:


"Reyes de Esparta son mi padre y hermano,

Cinisca, victoriosa con un carro de rápidos caballos

ha erigido esta estatua. Me declaro la única mujer

de Grecia que ha ganado esta corona."


 No hay mejor descripción de su carácter.

No sabemos cuándo murió Cinisca, seguramente antes de la olimpiada del 388 a.C, porque pienso que una mujer como ella habría querido ganar su tercera corona olímpica si siguiese viva.


Lo cierto es que nunca sospechó que con el paso del tiempo y el polvo de los siglos se convertiría en un mito del feminismo, citada a mansalva como prueba de la igualdad espartana de sexos y de la capacidad de las mujeres cuando se les permite manifestarla. Basta con que pongan su nombre en la red y vean el resultado.


Aunque creo que Cinisca diría, como espartana de pura sangre, que ahora lo que hay es mucho ateniense camuflado bajo un pico de oro y poca mujer amante de la acción.

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