miércoles, 8 de enero de 2014

Carlos Wagner: "Para Cartago, la guerra era un medio para lograr un fin político; para Roma, la guerra es un fin es sí misma"

La figura de Aníbal siempre ha ejercido una gran atracción no sólo en el mundo académico, sino en el imaginario colectivo. La campaña italiana de este general, en la que tuvo en sus manos la propia supervivencia de Roma, ha sido un tema muy sugerente que durante mucho tiempo ha centrado los estudios en torno a su figura. Sin embargo, en los últimos años, diversos investigadores han vuelto sus ojos hacia etapas más oscuras de la vida de Aníbal y han puesto de relieve una personalidad tan compleja como fascinante. Es el caso de Carlos González Wagner, catedrático de Historia Antigua de la Universidad Complutense y responsable del Centro de Estudios Fenicios y Púnicos.


P: Algunos de sus últimos estudios abordan el periodo posterior a la II Guerra Púnica, en el que Aníbal logra ser elegido sufete, uno de los magistrados de mayor rango en Cartago, parecido al rango de cónsul en Roma. Desde esa posición, acometió una profunda renovación del sistema político y administrativo de la ciudad. ¿En qué consistió su programa?
R: Tito Livio nos informa de que logró que la asamblea del pueblo ratificase una propuesta que limitaba la magistratura judicial a un año, lo que atentaba contra los intereses de una parte de la oligarquía que había hecho del ejercicio del poder una fuente de ingresos.

P: ¿Estos planes pudieron estar motivados por un afán de revancha contra aquellas élites cartaginesas que no le apoyaron debidamente durante su aventura italiana? 
R: Posiblemente algo de eso hubo, pero no creo que fuese su principal motivación. Aunque la facción contraria a los bárquidas torpedease en el senado cartaginés todas las ayudas que este precisaba en su campaña y que estas gentes siguiesen siendo sus enemigos políticos tras la guerra, yo creo que no hubo tanto una estrategia de revancha como una reflexión acerca del futuro de Cartago. Me parece que llegó a la conclusión de que si no acometía una profunda renovación política no iba a ser capaz de acabar con la corrupción, sanear las finanzas públicas y volver a levantar la ciudad, que parece ser lo que se produce según los indicios arqueológicos.

P: El hecho de que pudiese acometer esas reformas tan profundas, ¿implica que Aníbal era apreciado por sus conciudadanos? 
R: La familia bárquida siempre fue muy popular en Cartago. Sin afirmar que la situación exactamente igual -porque de hecho existían muchas diferencias- igual que en Roma existían políticos de corte popular, los bárquidas significaban algo parecido en Cartago. Aunque eran aristócratas de muy larga tradición (sólo hay que ver que su dios tutelar era Melkaart, el mismo dios que Tiro, frente a la advocación de Cartago a Baal Amón), la política que defendían los Barca era “muy del pueblo”. Las empresas marítimas que defendían, a favor del comercio, eran muy apreciadas por la gente de la calle.

P: Pese a las semejanzas del sistema político entre las repúblicas de Roma y Cartago, ¿culturalmente qué diferenciaba a ambos pueblos en su forma de enfocar su rivalidad?
R: La mentalidad es totalmente distinta. Mientras para los cartagineses la guerra es un medio para conseguir un fin político, para los romanos la guerra es un fin en sí misma. Estos últimos no conciben un tratado sin antes derrotar totalmente al enemigo.

Sin embargo, es verdad que políticamente las diferencias no eran tantas. Algunas veces se ha pensado en Aníbal como un príncipe helenístico, pero no es así en absoluto. Se decía que los bárquidas se habían comportado así en la Península Ibérica porque Asdrúbal se había construido un palacio. Eso es una exageración de la historiografía moderna porque aunque Cartago es un reino helenístico su organización no tiene parangón ni con el Egipto lágida ni con el ámbito seleúcida. Es una república con magistraturas que tienen sus paralelos con Roma y el mundo griego. La capacidad que tenía Aníbal de presentar una ley ante el pueblo era la misma que tenía un tribuno de la plebe en Roma.

P: Si Cartago hubiese ganado la guerra, ¿el mundo hubiese sido muy diferente?
R: Bueno, Cartago ejercía la hegemonía en su zona de influencia y gobernaba a través de unos pactos desiguales. De hecho, algunos sospechamos que lo que Atenas hace al frente de la Liga de Delos es copiar lo que puso en práctica Cartago en su momento. Si leemos el primer tratado entre Cartago y Roma se advierte una estructura similar a lo que hizo Atenas después: Cartago tiene la capacidad de hablar en nombre propio y en el de todos sus aliados. Aquel que tiene esa capacidad de alguna manera tiene el control de sus aliados. Ese sería el modelo que quizá se hubiese impuesto, de haber ganado la guerra Cartago. Pero eso es hacer historia ficción.

P: Esto conecta, de alguna manera, con el modus operandi de los fenicios en la Península Ibérica, en donde firmaban acuerdos asimétricos con los pueblos que encontraban a su paso.
R: La historia avanza por muchos factores y uno de ellos es la tecnología. En ese sentido, los fenicios y los púnicos fueron portadores de grandes avances tecnológicos. Pero tampoco podemos engañarnos: no debemos caer el la falacia del modelo europeo etnocéntrico que veía en la colonización un esfuerzo por llevar la civilización al Tercer Mundo.

El sistema colonialista fenicio, como todos los posteriores, se basa en el interés por hacerse con materias primas, lo que conlleva puntos oscuros que no se resaltan por interés o por carencias en las fuentes. Por supuesto hubo avances, pues los fenicios venían de Oriente, la cuna de la civilización. Pero no vienen a regalar nada; importan avances porque los necesitan para establecer sus colonias y explotar los recursos de las zonas donde se establecen. Estos avances acabaron por pasar a la población autóctona, no sin conflictos.


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