Han pasado 55 años desde el estreno de "Espartaco", una de las películas más laureadas de Stanley Kubrick y, quizá, una de las obras de ficción preferidas por los apasionados por la Historia de Roma. Con motivo de esta efeméride hemos solicitado a Gustavo García Vivas, doctor en Historia Antigua por la Universidad de La Laguna y cinéfilo empedernido, que nos hablase de su escena favorita: pasen a los baños privados de Marco Licinio Craso.
Autor: Gustavo García Vivas
Mi momento favorito de "Espartaco" lo constituye el diálogo entre Lawrence Olivier (Craso) y Tony Curtis (Antonino) sobre las “ostras” y los “caracoles” -oysters and snails- en el original inglés de la cinta, en la piscina interior de la domus del primero.
En mi opinión este diálogo, inusual a la par que soberbio, constituye uno de los mejores momentos de una película especialmente pródiga en episodios brillantes. Más allá de mostrarnos las apetencias sexuales, claramente bisexuales en este caso, del magnate romano; la escena está rodada en una atmósfera que la hace especialmente sugerente para el desprevenido espectador que, durante estos dos escasos minutos de metraje, no puede apartar los ojos de lo que allí ocurre. La sensación de intimidad se acentúa por la amplia y transparente cortina situada en primer plano que ocupa toda la pantalla y que convierte el tête à tête entre Curtis y Olivier prácticamente en una pieza de teatro de cámara.
Se trata de una manera, velada y muy brillante, de tratar cinematográficamente la ausencia de tabúes sexuales entre la élite romana, en este caso de la República tardía, desafiando a la siempre temida censura de la época.
Este aparentemente inofensivo pero muy sexual intercambio verbal, esta declaración de intenciones por parte de Craso que su cauto esclavo personal apenas aguanta con monosílabos; fue idea de Dalton Trumbo, figura legendaria de Hollywood, víctima ilustre del macarthismo y genial guionista de la película y causó estupor en Howard Fast, el autor del libro en el que se basa el filme. Desde el punto de vista del historiador, sin embargo, es de agradecer que Trumbo ejemplifique de esta forma, tan sutil y didáctica, las obvias diferencias existentes en comportamientos sexuales entre nosotros y los romanos.
Como dato curioso, esta escena solo pudo verse en nuestro país después de 1975 y puesto que faltaba el sonido original de la secuencia, durante el proceso de restauración de la película tuvo que doblarse de nuevo en su totalidad con un serio problema: Lawrence Olivier había muerto dos años antes, en 1989. Su viuda, Joan Plowright, fue la que comentó al equipo de restauración que recordaba que Anthony Hopkins imitaba a la perfección la voz de su marido. Así, convencieron a Hopkins para que doblase las partes del fallecido Olivier, con un sorprendente resultado.
Concluyendo, en contadas ocasiones se ha plasmado de forma más satisfactoria lo poliédricos que eran los gustos y apetencias sexuales de los hombres y mujeres pertenecientes a los grupos privilegiados de la antigua Roma, o tomando prestada la frase final de un reciente texto de la doctora Jennifer Ingleheart: “Today, Rome offers us a sex-positive and multi-faceted vision of sexual possibilities and permutations that challenges the more famous (…) version of Greek homosexuality” (“Hoy en día, Roma nos ofrece una visión multifacética y desinhibida de las posibilidades sexuales y combinaciones que desafían la conocida (...) homosexualidad griega").
Autor: Gustavo García Vivas
Mi momento favorito de "Espartaco" lo constituye el diálogo entre Lawrence Olivier (Craso) y Tony Curtis (Antonino) sobre las “ostras” y los “caracoles” -oysters and snails- en el original inglés de la cinta, en la piscina interior de la domus del primero.
En mi opinión este diálogo, inusual a la par que soberbio, constituye uno de los mejores momentos de una película especialmente pródiga en episodios brillantes. Más allá de mostrarnos las apetencias sexuales, claramente bisexuales en este caso, del magnate romano; la escena está rodada en una atmósfera que la hace especialmente sugerente para el desprevenido espectador que, durante estos dos escasos minutos de metraje, no puede apartar los ojos de lo que allí ocurre. La sensación de intimidad se acentúa por la amplia y transparente cortina situada en primer plano que ocupa toda la pantalla y que convierte el tête à tête entre Curtis y Olivier prácticamente en una pieza de teatro de cámara.
Se trata de una manera, velada y muy brillante, de tratar cinematográficamente la ausencia de tabúes sexuales entre la élite romana, en este caso de la República tardía, desafiando a la siempre temida censura de la época.
Este aparentemente inofensivo pero muy sexual intercambio verbal, esta declaración de intenciones por parte de Craso que su cauto esclavo personal apenas aguanta con monosílabos; fue idea de Dalton Trumbo, figura legendaria de Hollywood, víctima ilustre del macarthismo y genial guionista de la película y causó estupor en Howard Fast, el autor del libro en el que se basa el filme. Desde el punto de vista del historiador, sin embargo, es de agradecer que Trumbo ejemplifique de esta forma, tan sutil y didáctica, las obvias diferencias existentes en comportamientos sexuales entre nosotros y los romanos.
Escena del baño entre Craso y su esclavo Antonino |
Concluyendo, en contadas ocasiones se ha plasmado de forma más satisfactoria lo poliédricos que eran los gustos y apetencias sexuales de los hombres y mujeres pertenecientes a los grupos privilegiados de la antigua Roma, o tomando prestada la frase final de un reciente texto de la doctora Jennifer Ingleheart: “Today, Rome offers us a sex-positive and multi-faceted vision of sexual possibilities and permutations that challenges the more famous (…) version of Greek homosexuality” (“Hoy en día, Roma nos ofrece una visión multifacética y desinhibida de las posibilidades sexuales y combinaciones que desafían la conocida (...) homosexualidad griega").
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