martes, 20 de octubre de 2015

El edicto no se cambia, y punto


Autor: José-Domingo Rodríguez Martín 
Profesor titular de Derecho Romano en la Universidad Complutense de Madrid 


–Pero, mi querido Pretor, si el pueblo de Roma te ha dado el poder de modificar tu Edicto cuando quieras, ¡hazlo!

–Amigo Quinto Mucio, insigne jurista: a principio de año publiqué el Edicto, como hacen todos los pretores. Así los romanos saben qué juicios hay a su disposición durante este año, qué contratos están protegidos por el Derecho de Roma y cuáles no. ¡No voy a modificar mis palabras sobre la marcha!


El Pretor y su jurista asesor, amigos de toda la vida, estaban discutiendo en lo alto del estrado, entre un juicio y otro. Y no se daban cuenta de que el público, que como siempre había acudido en masa a disfrutar con los juicios de la mañana, seguía la discusión con expectación.

–Pero Pretor, antes o después la vida cotidiana te va a obligar a ser flexible con las normas. En estos tiempos modernos todo cambia mucho, con tanto extranjero negociando con nuestros ciudadanos en cada puerto...

–¡Estoy de los ciudadanos y sus extranjeros hasta las... ánforas! – respondió el Pretor a su amigo. ­–Les das un Edicto, todo clarito, para que sepan qué contratos hacer y cuales no... Y ellos van y se lanzan a negociar con cualquier egipcio que les ofrece dos dracmas de más, aunque el contrato no esté protegido en el Edicto. ¡Y luego, todos a quejarse aquí al Foro! Como el litigante de antes: que si "el otro Pretor sí lo cambiaba", que si "somos los carcas del Mare nostrum", que si... ¿Para eso me trabajo yo un Edicto como debe ser, tradicional y respetuoso con el Derecho de nuestros antepasados?

–No, si en lo de los antepasados lo has clavado –le respondió su amigo, sonriente–. Los mismos que pagaban con vacas porque no conocían la moneda, ¿no?

–¡Que el Edicto no se modifica, por Júpiter!– cortó el Pretor, entrando al trapo– Los ciudadanos tienen que tener seguridad jurídica al contratar, no voy a cambiar la norma según el caso. Y punto.

Consciente de repente de que todo el público les miraba, el Pretor zanjó la discusión levantándose y afirmando en alta voz, para que le oyera bien todo el mundo:

–¡EL DERECHO DE ROMA ES EL QUE ES, Y DEBE APLICARSE TAL CUAL!

Quinto Mucio acompañó con respeto el dramático gesto, levantándose a su vez. Pero no sin decirle a su amigo al oído: ­– Pero mira que eres cabezón...

Entre tanto, acababan de llegar los siguientes litigantes. Dos ciudadanos con toga, más un tercer hombre atado con cadenas. A una seña del Pretor, uno de los dos ciudadanos dijo:

- ¡Oh, Pretor! Te pido que devuelvas la libertad a mi amigo Cayo, aquí presente cargado de cadenas. Ha sido vendido hoy en el mercado de esclavos... ¡pero es un ciudadano libre, y por tanto la venta es nula! ¡Debe devolvérsele la libertad, hecho que yo reivindico!

El comprador del supuesto esclavo, rojo de indignación, respondió a gritos:
Reconstrucción del edicto. Museo della Civilità (Roma).

- ¡¡Pero si me lo has vendido tú, estafador!! ¡Te he dado un buen puñado de sestercios por el esclavo... y ahora me dices que es un hombre libre! ¡No es justo!

Ticio, con sonrisa malévola, le respondió: –No quiero detalles. Sabes bien que el Derecho de Roma prohíbe que un ciudadano libre pueda ser vendido como esclavo. La venta es nula. Es así desde nuestros antepasados... –Y añadió, mirando hacia el estrado– ¿No es así, oh Pretor?

El Pretor le devolvió la mirada muy serio, respondiendo lentamente: –Así es, en efecto...

Ticio miró de reojo a Cayo, quien sonreía también satisfecho bajo sus cadenas, con obvia complicidad. Sin duda pensaba en repartirse con él la mencionada bolsa de sestercios, una vez liberado. Toda una jugada. Y un gusto, estos pretores tan tradicionales.

El público, callado, contemplaba expectante lo que pasaba bajo el estrado. Ticio, consciente de ello, se giró de cara al público y señalando al cielo exclamó triunfante: –¡EL DERECHO DE ROMA ES EL QUE ES, Y DEBE APLICARSE TAL CUAL!

Y se volvió, sonriendo desafiante al Pretor... para ver horrorizado que éste se bajaba del estrado y, a un centímetro de su cara, se ponía a gritar:

–¿¿Pero quién te crees que eres, Ticio?? ¿¿TE RÍES DEL PRETOR??

Ticio, horrorizado, se encogía intentando justificarse: –Pero, Magistrado, si tú mismo acabas de decir...

–¡¡BASTA!!– El Pretor clavó sus ojos iracundos en el demandante y su amigo, y exclamó: –¡Por el imperium que el pueblo de Roma me ha concedido, decreto desde hoy que todo ciudadano que se deje vender como esclavo, con la intención dolosa de anular la venta y repartirse el precio, deberá ser castigado! Hágase la justicia: ¡Declaro la venta VÁLIDA!

El público estalló en aplausos, para asombro de Ticio y horror de Cayo. El Pretor añadió:

– ¡Y PARA QUE CONSTE DECLARO...! – pero se interrumpió, al darse cuenta de repente de lo que iba a decir. Y mirando furibundo a su amigo Quinto Mucio, que seguía arriba en el estrado teatralmente firme, mirando al infinito pero reteniendo descaradamente una sonrisa guasona, concluyó más bajito: – Declaro modificado mi Edicto.

Y PARA SABER MÁS:

Este relato está inspirado en una norma que realmente estaba en el Edicto del Pretor (Título XXXI, § 182). Se introdujo, quizá ya en la época del jurista Quinto Mucio Escévola (s. I a. C.) para atajar este tipo de estafas, pues por increíble que pueda parecer, se había generalizado el engaño de que un ciudadano se dejara vender como esclavo para, una vez recobrada la libertad por considerarse nula la venta, repartirse el precio con el "vendedor".

Fuentes jurídicas latinas sobre el tema:

Reconstrucción del Edicto por O. Lenel (1927), pág. 387.
Libro 40 del Digesto de Justiniano, y en concreto:
D. 40,12,14,pr.-1
D. 40,12,18 pr. D. 40,12,23 pr.

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