Doctor en Historia Antigua y reputado divulgador, Robert C. Knapp, es un apasionado de la cultura romana, a la que ha dedicado numerosas obras. Sus primeros trabajos versaron, de hecho, sobre la huella de esta civilización en la Península Ibérica. En 2011, publicó "Los olvidados de Roma", un ensayo sobre la mentalidad de las capas bajas de la sociedad romana, que ya comentamos en este blog en su momento.
P: Su obra puede resultar sorprendente para aquellos que tienen la visión de que el Imperio Romano fue una época de prosperidad, ya que muestra las dificultades en las que vivía la gente corriente. ¿Estamos deslumbrados quizá por la visión que nos transmitían las élites romanas?
R: Decir deslumbrados es decir quizá demasiado, pero hay dos aspectos a tener en cuenta. El primero es que la información que tenemos proviene de los ricos, que establecen qué debe quedar registrado para la posteridad, lo importante, etc. El segundo es que el estilo de vida de los ricos y famosos siempre fascina. Como afirmaba un estudioso, los historiadores antiguos querían creer de alguna manera que si ellos hubieran vivido en aquellos tiempos, ellos hubieran sido como las élites. Así que el impulso para escribir acerca de cómo vivían los romanos en realidad se transforma en cómo vivían los romanos ricos, que es más divertido para los que escribían y más atractivo para los lectores.
P: Es fácil sentir simpatía por la gente corriente que describe en su libro. Compartimos con ellos muchos puntos de vista, aunque también nos separan de ellos muchas cosas (es un shock la justificación de Cicerón de la violación de una actriz). ¿Cree que esas diferencias son culturales o radican de la situación material en la que vivían?
R: Las diferencias son culturales. Estamos convencidos de nuestra moral social “superior” y tendemos a pensar que somos en cierta forma mejores a los antiguos en estas cuestiones. Puede que ahora sólo reparemos en los pobres cuando sufren llamativamente, pero al menos hemos desarrollado cierta mala conciencia al respecto. Resulta difícil a la moderna (o posmoderna) clase media occidental meterse en la mente de las capas bajas preindustriales, por lo que habitualmente no hacemos el esfuerzo de intentarlo. Un ejemplo excelente de este hecho es la actitud hacia el papel social de la mujer. Nos negamos a creer que las mujeres de la era preindustrial podían encontrar la plenitud en sus roles, que nos parecen muy restrictivos desde nuestro punto de vista. Pero si nos empeñamos en imponer nuestros valores a aquellas mujeres nunca las entenderemos.
P: Sorprende que no hubiese más crisis sociales en Roma, a pesar de que la gente corriente y las élites parecían vivir en mundos ajenos. ¿Cómo explica esa estabilidad?
R: La estabilidad en una sociedad proviene de que toda la población asuma la ideología dominante. En el caso del mundo antiguo, la gran mayoría de la gente –ricos, pobres, esclavos, libres, mujeres…- asumía como válido un sistema estratificado y jerárquico. Cada uno, pese a ciertas reticencias, sabía cuál era su lugar y actuaba como se esperaba de él. Sin ideologías alternativas, la gente simplemente se dejaba llevar, lo que no significaba que no hubiese descontento. Simplemente, el sistema estaba tan interiorizado por todos que resultaba muy estable.
P: En las últimas décadas, numerosos estudios se centran en las mujeres, los esclavos y la gente corriente. ¿Piensa que un mayor conocimiento de estos grupos puede cambiar de alguna manera la narración de la Historia?
R: No es ninguna sorpresa que las élites masculinas ven la Historia desde su perspectiva. No es bueno ni malo, sino simplemente la naturaleza humana. Pero esa perspectiva menosprecia la importancia de otros grupos. Así que, sí, enfocar mejor a las mujeres, los esclavos y la gente corriente ayuda a rectificar la imagen en la que el centro es la élite masculina. Amplía la Historia para dar cabida a una parte más amplia de la Humanidad y la hace más correcta y realista.
P: Desde el punto de vista de un lector actual del primer mundo, la vida del romano de a pie parece bastante horrible. Pero dejando a un lado su situación política y material, ¿cree que tenemos algo que envidiarle?
R: No, no lo creo. El ser humano se adapta. Incluso los que viven en terribles condiciones no se rinden ni esperan deprimidos la muerte. Salen adelante. Una parte de esta estrategia se basa en la ayuda mutua. Así que un romano corriente que vivía en la pobreza probablemente estaría encantado con su padre o su madre, por la ayuda que le prestaría su familia más cercana para salir adelante y por sus pequeños éxitos. Podemos envidiar el amor que sentiría esa persona hacia su madre y su estupenda comida, por los hermanos que siempre estaban ahí cuando los necesitaba, etc. Pero sería una falacia pensar que si estuviésemos en su situación seríamos tan felices como esa persona. No, hemos comprendido que los humanos son capaces de adaptarse y ser “felices” en circunstancias difíciles, pero hay que erradicar esas circunstancias. No concibo una forma de felicidad en la pobreza al estilo del “buen salvaje”.
P: ¿Cuál de los grupos que toca en su libro (esclavos, pobres, legionarios, gladiadores, forajidos…) le resultó más difícil de estudiar? ¿Tuvo que dejar alguno fuera por no tener suficiente información?
R: No hubo un colectivo más difícil que el resto. Cada uno supuso un reto. Los forajidos fueron los más divertidos porque suponían el revisionismo más extremo. La verdad es que los libertos fueron también una experiencia muy entretenida por la incomprensión con que los retrataban los prejuicios de la élite y por la dificultad de ponerse en el lugar de una grupo que no existe en la sociedad actual. Por otro lado, no recuerdo haber dejado de lado ningún grupo del que quisiese escribir.
P: ¿Qué conclusiones de su estudio le sorprendieron más?
R: Aquellas relativas a los forajidos y los libertos. El capítulo de los legionarios me sorprendió por la cantidad de información que me reportó, que fue mucha más de la que creía que lograría.
P: El uso de obras de ficción, como “El asno de oro”, para fundamentar su estudio ha suscitado polémica. ¿Por qué se decidió a utilizarlas?
R: Opino firmemente que la ficción ambientada en un contexto real (nada de vampiros, extraterrestres y esas cosas) debe crear un contexto real reconocible para el lector. Una fábula que sucediese en un ambiente irreconocible no tendría sentido. Una obra de ficción ubicada en un mundo absurdo, tampoco. El reto consiste en encontrar qué elementos del contexto de ficción son “reales”. Esa labor puede y debe ser realizada.
P: ¿Puede avanzarnos algo de su actual proyecto, centrado en los olvidados del Cristianismo?
R: La ortodoxia cristina se formó del siglo II d. C. en adelante. Antes, es decir, en el periodo previo a la muerte del último pariente masculino de Jesús, era una “religión” diferente. En pocas palabras, la práctica filosófica de la gente con educación tomó el control de la nueva secta y la encorsetó en categorías aceptables y entendibles para su propio marco. Es decir, los primeros “conversos” de la nueva secta eran gente corriente que ni filosofaba ni tenía preparación filosófica; eran personas que se esforzaban por llegar a un entendimiento con un universo impredecible que podía traicionar (y de hecho lo hacía) sus intereses en cualquier momento.
Tanto los judíos de a pie como los politeístas corrientes tenían las mismas preocupaciones cotidianas y utilizaban técnicas muy parecidas para descubrir y controlar el elemento sobrenatural que parecía entrometerse constantemente en sus vidas. Con Jesús –con su vida, sus enseñanzas, su muerte y su presunta resurrección- todos ellos aparentemente encontraron un nuevo sentido a su vida, ya que se les prometía una solución inmediata y radical a sus problemas: el fin del mundo que conocían y la herencia de los cielos para los justos. Yo hago un perfil de las vidas y las esperanzas de ambos grupos (judíos y politeístas) para mostrar que la solución de Jesús y su propuesta social –un grupo sólidamente unido de personas con una mentalidad muy similar que esperase el fin de los días- atrajo a los dos colectivos, pese a que tanto a uno como a otro les planteaba serias divergencias con respecto a su religiosidad anterior.
P: ¿Esta nueva aproximación a la Antigüedad desde un ángulo diferente le ha mostrado que la gente corriente de diversas civilizaciones compartía una realidad parecida?
R: Creo que las sociedades preindustriales eran muy parecidas en sus respuestas sociales. Las diferencias sociales eran probablemente iguales: un 1% de la gente controlaba la gran mayoría de recursos, mientras el 99% restante trabajaba para vivir.
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