miércoles, 8 de octubre de 2014

Fatales aguas fecales

Autor: José-Domingo Rodríguez Martín


Aquella mañana estaba todo el barrio revolucionado, y no era para menos, pues no todos los días podía verse un espectáculo así: por medio de la sucia calle avanzaba, precedido por los imponentes lictores que le abrían paso entre puestos, carros y animales, ¡ni más ni menos que el Pretor!



Pero es que, además, junto a él caminaba un elegante ciudadano que llamaba la atención no tanto por su porte digno como por su toga blanca... toda sucia y maloliente, coloreada de manchas marrones y amarillas. Si a ello le añadimos que tras ellos se había desplazado también la masa de gente que diariamente disfrutaba de las intervenciones del Pretor en el Foro, no era de extrañar que toda la sencilla gente del barrio se hubiese arremolinado también alrededor de la comitiva para enterarse de qué sucedía.

Al fin, el grupo se detuvo ante la puerta de un edificio alto de tres pisos. El ciudadano de la toga sucia señaló a la ventana más alta y dijo al Pretor:

–¡Fue desde esa ventana, oh magistrado! Me dirigía a un simposio con selectas amistades, cuando desde allá arriba me cayó encima el apestoso contenido de algún orinal... ¡Fíjate, oh Pretor, en qué estado me ha dejado la túnica! ¡Y es de paño de Alejandría!

–Entiendo, ciudadano –respondió el Pretor– pero no acabo de entender por qué me has hecho venir aquí, ¿no podías haber denunciado al responsable, para que yo autorizara el correspondiente juicio en el Foro?

–Ése es el problema, Pretor –respondió el ciudadano, furibundo– En la casa hay un montón de personas: el propietario, su inquilino, la mujer de éste, la cuñada de ésta, el hijo mayor del primero, dos esclavos, una vecina y tres o cuatro personas más.... ¡Que sé yo! –el ciudadano gesticulaba, desesperado­– El caso es que cada uno cuenta una historia a cual más peregrina, todos y cada uno para justificarse y “demostrar“ que no estaba justo en ese momento en el piso o cerca de la ventana... ¡El caso es que alguien ha lanzado esta porquería desde ese piso, pero yo no puedo traerte al culpable, Pretor! ¡Por eso necesito tu ayuda! ¡Al menos puedo aportarte testigos y la prueba del delito! –añadió, acercándose más para mostrar la repugnante toga al Pretor.

–¡Vale, vale! Me hago cargo, ciudadano –el Pretor se echaba atrás haciendo circular el aire con las manos, para después añadir: –Pero me temo que en este caso no puedo ampararte, lo siento.

–¿¿Cómo?? ¡Si varias personas han visto que las sustancias cayeron desde esa casa! ¡Alguno de los que esté arriba tendrá que ser el responsable, Pretor!

–Por supuesto, pero escucha, noble ciudadano –comenzó a explicar el Pretor–: como garante de la Justicia en Roma no puedo sancionar a un ciudadano si no es como consecuencia de sus propios actos. Y en estos casos es imposible saber quién es.

En el silencio absoluto de la calle, se oyó un murmullo de aprobación ante la mesura y racionalidad del Pretor.

Las calles podían ser peligrosas... por lo que salía por las ventanas
–Eso quiere decir, ciudadano ­–prosiguió– que la responsabilidad debe ser, como dicen los juristas, subjetiva, es decir: personal y consciente; y no objetiva, o lo que es lo mismo, que un sujeto tenga que pagar por encontrarse relacionado circunstancialmente con una situación, independientemente de su participación efectiva en la misma...

Y todos en la calle asintieron admirando el alarde de conocimiento técnico-jurídico del Pretor.

–Además, ciudadano, el pueblo de Roma debe dar ejemplo a los pueblos incorporados al Imperio con un modelo de justicia impartido sólo a responsables demostrados, con prueba efectiva de sus actos cometidos...

Y todos en la calle asintieron ante la trascendente perspectiva socio-jurídica del Pretor.

–Pues, ¿qué sería de la auctoritas de los juristas, del prestigio de los Pretores, del ascendiente moral de Ius Romanum, si nosotros hiciéramos que los no directamente responsables fueran...?

De repente, en medio de su apasionado discurso, un asqueroso torrente de orines, heces y tropezones varios no identificados se precipitó desde la ventana sobre la cabeza del Pretor.

El pueblo contuvo la respiración, horrorizado. Y el Pretor, mirando incrédulo el mejunje chorrear por su túnica y retirando restos varios de su cara, miró hacia arriba y, algo inusual en él, rompió a gritar:

–¡¡¡Por los vástagos bastardos de todos los dioses y por las Erinias del Averno!!! ¡Juro por mi imperium que modificaré mi Edicto para que, da igual quién haya tirado esto, todo el que habite esa pútrida casa de irresponsables, incívicos y contaminadores paguen por esto! ¡¡¡Y bastante que no les hago comerse sus gónadas para después diseccionarles y metérselas por el primer esfínter que les localice!!!!

Y todos en la calle asintieron gravemente valorando la precisión terminológica y la riqueza léxica del Pretor.

Y PARA SABER MÁS:
El Edicto del Pretor incluyó, en efecto, una rúbrica para hacer responsables a los habitantes de las casas por lo “vertido o arrojado” desde las ventanas (Dig.9.3.1pr). Se procuraba así que los habitantes de las casas vigilaran a los que en ella estaban, y por otra parte se garantizaba la indemnización al pobre ciudadano que recibiera sobre sí los "sólidos o líquidos". Se establecía así un principio de responsabilidad no por los actos propios, sino por los ajenos.

Gráficamente advertía Juvenal en su Sátira III (268-277) que un viandante en Roma era afortunado si lo único que le caía en la cabeza era el contenido de los orinales, pues la gente acostumbraba a lanzar incluso objetos rotos o inútiles desde las ventanas. “No acudas paseando a una cena sin hacer antes testamento”, decía.

Pero esta solución jurídica pervivió a lo largo de los siglos: tanto la responsabilidad objetiva como la culpa por no vigilar a los que comenten daño son principios jurídicos romanos que siguen aplicándose hoy en día.

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Fuente de las imágenes:http://karakter.de/#/projects-post/ryse/

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