“Sólo un año”, suspiraba el Pretor. “Sólo un año encargado de la administración de Justicia en Roma y luego, a proseguir tu carrera política: te presentas a las elecciones a Cónsul y, tras una brillante campaña militar, vuelves a Roma y te incorporas con honores al Senado. Es sólo un año...”. El caso es que en principio había parecido una buena idea.
Médico atendiendo a un paciente (¿fingido?) |
La idea de pasar un año administrando Justicia, en Roma, tranquilamente. La idea de un año por fin sin batallas con los britanos, sin marchas, sin polvo ni sudor, sin comida de rancho. Escuchando cada mañana a los ciudadanos para decidir en cada caso si pueden llevar a juicio sus pretensiones, trabajando con los juristas para ofrecer en el Edicto nuevas soluciones procesales para los inusitados litigios que surgirán a diario, en esta gran Roma en expansión, que acoge tantos pueblos y costumbres nuevas. Un año, en fin, llevando la paz y la convivencia a tus conciudadanos...
Y unas narices. En días como hoy, al contemplar la escena surrealista que se desarrollaba a los pies de su estrado en el Foro, el Pretor sospechaba que el año se le iba a hacer muy, muy largo...
–¿Cuántas veces, dices?– preguntó al demandante, con paciencia infinita, apoyando los codos en las rodillas y la cara en las manos, sin preocuparse (¿para qué?) de adoptar una postura más acorde con el imperium de su cargo –Perdona, ¿puedes repetirme tu petición, liberto Minax, que creo no haberte entendido?
–¡1.232 veces, oh Pretor!– respondió Minax, airado, señalando al hombre que yacía a su lado –¡Mi antiguo amo, aquí presente!
Y el Pretor, cansado, al mirar de nuevo al hombre que estaba al lado del demandante –que yacía en una gran cama instalada por sus esclavos (¡en mitad del Foro!), arropado hasta las cejas y negándose con obstinación a soltar la colcha–, se descubrió pensando que qué buena comida la del rancho y que qué tierno despertarse con los gritos del centurión.
–Y tú, ¿qué tienes que alegar, M. Fulvio? –preguntó el Pretor al demandado yaciente. Empezaba a echar de menos hasta a los britanos. Si en el fondo no eran mala gente.
– ¡El Derecho me asiste!– respondió el demandado dignamente (hasta donde su situación lo permitía, claro), y por un momento sacó su brazo para señalar al cielo, como poniendo a Júpiter por testigo. Pero rápidamente se dio cuenta de su error, lo metió corriendo otra vez bajo las mantas y se puso a toser como lo hacen los niños que no quieren ir al ludus –¡Yo dí la libertad a Minax y ahora –M. Fulvio se detuvo, acordándose de toser un par de veces más– como liberto mío, me lo debe!
“Los britanos, con sus bigotes y sus coletas... Gente simpática, sí”.
– ¡Mi vecino (cof, cof) –proseguía el yaciente– también liberó a su esclavo (cof, cof), que como actor profesional que es y hombre agradecido, ahora vuelve siempre a casa de su ex-dueño para amenizarle las fiestas gratis, como establece la costumbre y el officium!
Y recordó concluir, más bajito: –(Cof, cof...)
“Qué graciosos, los compañeros, cuando te escondían las sandalias justo antes del toque de formación...”
–¡Pues tu vecino también va a acabar ante este tribunal, ya lo verás! – respondía, fuera de sí, el liberto demandante –¡Su antiguo amo, tu vecino, es un aprovechado! ¡Un muermo de toda la vida que, desde que liberó a su esclavo y sólo para amortizar que los actores ahora le iban a salir gratis, le ha dado de repente por organizar orgías diarias para todos los vecinos!
–¡Y son pocas! – gritó alguien de entre el público, provocando el asentimiento y el jolgorio general.
“Y ese clima britano, tan... tan... tan insospechado, tan variopinto...”
–¡Pero lo tuyo es peor, oh ex-amo! –proseguía el demandante, dirigiéndose al demandado, el cual sólo asomaba la cara y la punta de los dedos aferrados la colcha, mientras se esforzaba por mantener un semblante absurdamente digno –Lo tuyo es peor... ¡Como yo soy médico y no sabes cómo amortizarme, te has puesto malo aposta 1.232 veces este mismo año!
Risas generales, aplausos en el público. Y era sólo el primer caso de la mañana.
Si hasta la cocina tradicional de los britanos no era tan mala, pensaba el Pretor.
Y PARA SABER MÁS: El relato está inspirado en un texto del jurista Juliano (s. II d.C.), donde habla de la gratitud debida por los libertos a sus antiguos amos o “patronos” (Dig. 38.1.27), poniendo límites a este deber de gratitud. Y como ejemplo de uso abusivo por parte del patrono de este deber de gratitud, dice Juliano precisamente que si el antiguo esclavo es actor o médico “no es lícito que el patrono, para disfrutar de los servicios de su liberto, esté siempre haciendo fiestas... o poniéndose enfermo”.
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