En
la Roma Antigua, si eras una chica de origen celta con talento para la
herboristería, tenías todos los boletos para ganarte un gran futuro como
asesina en serie. Bastaba con conseguir los contactos adecuados y un
poco de suerte. Locusta fue una chica con esa suerte.
Aparte
de que se supone que era gala, no sabemos nada de su origen, ni
siquiera su nombre real, pero podemos imaginar que el apodo por el que
pasó a la historia (“locusta” es langosta en latín) es una latinización
burlesca de su nombre original.
Tampoco
sabemos cómo llegó a Roma desde su Galia natal, pero sí que cuando
llegó a mediados del siglo I ya sabía todo lo necesario sobre las
propiedades de las hierbas y los venenos. Seguramente le enseñó otra
mujer de su mismo origen étnico. Entre los galos, como otros pueblos
celtas, las curanderas no eran desconocidas y, como en todas partes, su
técnica y su fama se balanceaban a partes iguales entre la medicina y
la brujería. O hablando más claro: entre los remedios para la tos y los
venenos para maridos cornudos.
Como
era lista y carente de escrúpulos, se dio cuenta de que la parte bruja de
su profesión daba más dinero y pensó que el mejor sitio para ganarse la
vida de esa forma era la capital del imperio y no las provincias, mucho
más mojigatas y faltas de la capacidad que tenía la refinada capital de apreciar el arte de un buen
envenenamiento .
Lo
cierto es que pronto obtuvo bastante fama bajo la sombra de las siete
colinas, porque nos aparece por primera vez en la Historia, en al año
54, citada por Tácito, nada menos, que la considera “una persona
habilidosa” en envenenamientos, aunque poco discreta, porque ya estaba
arrestada y condenada. No sabemos el motivo de su arresto ni cuanto
tiempo llevaba en esa situación. Sin embargo, había sido mantenida en
custodia “como arma del despotismo”.
Hay
que entender, aparte de la fobia de Tácito por cualquier autoritarismo
imperial, que eran los tiempos en que Agripina mandaba sobre Claudio y
las liaba pardas para que su hijito Neronito fuese el sucesor. Así que
se comprende que guardase a una mujer con fama de habilidosa
envenenadora en la buhardilla. Podemos decir que, aunque prisionera, ya
se codeaba con la jet set.
Agripina
le encomendó la tarea de crear un veneno para quitarle los sufrimientos
de la vejez a Claudio y que Roma tuviese un nuevo y joven emperador.
Todos
sabemos que el tartamudo emperador murió poco después por la ingestión
de setas venenosas, seguramente reforzadas con arsénico (se intuye por
los dolores, diarrea y lenta agonía de la víctima). Aunque también
recalcan las fuentes que tuvo que usarse a un médico compinchado para
darle más dosis de veneno con una pluma de avestruz en la garganta,
pretextando que quería provocarle el vómito.
Encontramos
aquí el gran defecto de Locusta en su profesión: miedo a pasarse con la
dosis y que se notara mucho. Lo que denota un carácter muy prudente.
La
prudencia suele ir acompañada de su hermana menor, la discreción, y
en la Roma de Agripina y el nuevo emperador Nerón, era una perfecta arma
de supervivencia.
La
habilidosa y prudente Locusta fue mantenida por el estado y se le
proporcionó casa, sirvientes y animales con los que mejorar sus
habilidades. Ya era una funcionaria de carrera. Aunque custodiada por los
pretorianos.
Había
que recompensar el gasto a los patrones, así que pronto aconteció otro
de sus envenenamientos más sonados y famosos, pese a su prudencia por
evitar que la señalasen: el de Británico, hijo natural de Claudio y
rival manifiesto del nuevo emperador.
A
petición de Nerón lo envenenó de manera imperceptible. Tan
imperceptible que apenas le causó a Británico un ligero mareo. Fue otro
fallo de dosis por demasiada prudencia y si a Nerón había algo que
realmente le molestase, aparte de los críticos musicales, era el exceso
de discreción.
Nos
cuenta Suetonio que mandó traer a Locusta a su presencia y la fustigó
con sus propias manos acusándola a gritos de haber creado una medicina
en vez de un veneno. Una escena histriónica que va con el carácter de
Nerón y que puede haber sido muy cierta. Ella se excuso diciendo que le
había dado una dosis pequeña para apartar las sospechas de él. Algo que a
Nerón le pareció una tontería. Él no tenía necesidad de ser prudente.
Luego, a modo de castigo y prueba, la obligó a preparar otro veneno en
su presencia, y de inmediato.
Locusta
tardó cinco horas en crear un veneno que fulminó a un cerdo tan pronto
le dio un sorbo. Desde luego, se puede decir que Nerón, en el fondo,
tenía una paciencia de santo y lo suyo eran cabreos de un momento
seguidos de una tranquila espera. Mucho más alegre, la despidió de
vuelta a su casa.
Días
después, en un banquete, Británico caía fulminado tras beber un poco de
agua. El satisfecho Nerón se limitó a decir con sorna que el pobre
tenía un ataque de epilepsia y siguió con la fiesta. Fue demasiado
descaro. Las sospechas de envenenamiento corrieron de boca en boca y el
nombre de Locusta mezclado con ellas. Se hizo famosa, a su pesar.
Sabemos
que siguió siendo una empleada bien pagada del joven emperador durante
todo su reinado. Convertida en un instrumento de matar, del estilo que
los americanos llaman “comfort serial killer”, o sea, que mata por la
pasta.
No
sabemos cuántas víctimas causaron sus venenos. Cualquier cifra de las
que aparecen por la red y los libros es hipotética. No hay ninguna
fuente antigua que lo diga. Se habla de cientos, pero es una evidente
exageración. Sí sabemos que le preparó un veneno rápido a Nerón, en una
cápsula de oro, por si le llegaba el momento de suicidarse. Momento en
el que los emperadores y los romanos en general pensaban bastante a
menudo, ya que no eran tiempos donde abundase la seguridad personal.
A
Nerón le llegó ese momento en junio del 68, cuando tuvo que escapar de
Roma y, refugiado en una villa, decidió suicidarse antes de ser cogido
por sus enemigos. Pero, para su desgracia, se había olvidado la cápsula
de Locusta en sus lujosos aposentos del Palatino. Así que, molesto por
no poder morir limpiamente y dejar una bonita imagen, le pidió a uno de
su libertos que le ayudase a cortarse el cuello artísticamente, que a él
le temblaba la mano. Corte que el liberto hizo con evidente gusto,
aunque no sabemos si fue muy estético.
Muerto
Nerón, Locusta se quedó sin protector y no pudo escapar a su fama, que
tanto había intentado evitar. El nuevo emperador Galba, deseoso de
ganarse al pueblo, decidió, según Dión Casio, “que la escoria que había
salido a la superficie en tiempos de Nerón fuese llevada en cadenas a
través de toda la ciudad y luego ejecutada”. En la lista que nos da el
prolijo Dión aparece el nombre de Locusta.
No
sabemos cómo fue ejecutada. Como no era romana, pudo ser de cualquier
manera. Quizá en un espectáculo mortal del Coliseo, una de esas
ejecuciones barrocas con animales hambrientos que tanto agradaban a la
plebe.
Corre
el rumor por la red de que Apuleyo, en su novela El Asno de Oro, cita
que Locusta fue ejecutada mediante el curioso y aparatoso sistema de ser
violada por una jirafa amaestrada y luego despedazada por animales
salvajes. Es una leyenda urbana, totalmente falsa, pues Apuleyo no cita a
Locusta en ningún momento. En su libro solo aparece un cuento,
claramente ficticio, sobre una mujer envenenadora condenada a ser
violada... por un burro, pero muestra hasta dónde ha llegado la fama de
Locusta en nuestros días, convertida ya en un mito “culto” de la maldad
que genera sus propias historias virales.
Lo
que sí es cierto es que el poeta Juvenal, en su primera sátira, la
nombra al hablar de una mujer que envenena a su marido “mejorando a
Locusta”.
Todo
un homenaje literario y un pasaporte para la eternidad otorgado a la
joven celta que un día llegó a Roma dispuesta a demostrar sus talentos
de herboristería brujeril.
Los hombres matan más, está claro, pero alguna mujer también hay y con lo de los venenos...
ResponderEliminar