Falavio Josefo, el famoso historiador, era un judío de casta sacerdotal, la nobleza de esa comunidad, que vivió en el siglo I d.c.
Fue aquella una época convulsa en Judea, llena de tensiones políticas y religiosas, en la que nuestro hombre destacó por su brillante inteligencia, su flexibilidad ideológica y su innato instinto de tránsfuga.
Por su linaje y posición pertenecía a los saduceos, la rama moderada del judaísmo, aunque durante algún tiempo también coqueteó con los esenios, su corriente más espiritual y apocalíptica, para decantarse al final por los fariseos, grupo integrista judaico cuyo recurso sistemático a la violencia les permitió extenderse hasta controlar la sociedad israelí.
Los zelotes eran, por decirlo así, su rama militar.
Su buena posición y sus múltiples contactos le facilitaron ser designado para acudir a Roma en misión diplomática. Aprovechó su estancia en la urbe para acercarse a la corte imperial, donde estableció toda una serie de nuevas relaciones que habrían de serle muy útiles más adelante. La libertad de las costumbres y el interés por disfrutar de los placeres de este mundo que allí descubrió, tan diferentes a la rigidez y el mesianismo reinantes en su patria, le entusiasmaron, y se convirtió en un completo admirador de la forma de vida romana…
De la forma de vida de la clase alta romana, para ser exactos.
Eso no impidió que, tras regresar a Israel, se uniera a la triunfante Gran Revuelta Judía, llegando a alcanzar el mando militar y el gobierno de toda Galilea.
Muy hábil político, logró mantener su posición en medio del torbellino de luchas intestinas y conspiraciones en las que rápidamente degeneró el movimiento. Por el contrario, su actuación militar cuando las legiones de Vespasiano aparecieron fue, digámoslo así, bastante discreta.
Tras rendirse a los romanos realizó a su lado el resto de la campaña, y recogió lo sucedido en su obra “La Guerra de los Judíos”, principal fuente histórica de este conflicto y un claro intento de justificación personal.
Este último cambio de bando incluyó una pirueta realmente espectacular. Cercado por los romanos junto con cuarenta de sus soldados, estos votaron por unanimidad suicidarse antes de caer en manos del enemigo. Fueron matándose uno a otro hasta que solo quedaron dos: Josefo, el general, y un soldado. Nuestro hombre convenció al otro superviviente de que igual era mejor dejar un poco el tema de matarse y eso, e ir a probar suerte con los romanos, que ya se sabe que hablando se entiende la gente.
El historiador atribuyó todo lo sucedido a la providencia divina, que le protegió durante la masacre, pero desde el mismo instante en que se produjeron los hechos muchos desecharon tanta modestia e insistieron en adjudicarle a él todo el mérito de su extraordinaria fortuna, hasta el punto que esta anécdota ha dado lugar a un conocido juego, o problema, de matemática recreativa.
El enunciado es así:
Eres Flavio Josefo y estás encerrado en una cueva junto a un número X de fanáticos dispuestos a morir antes que rendirse. A ti la idea no te convence demasiado y piensas, más bien, en la manera de pasarte al enemigo, pero si sugieres tal cosa delante de semejante banda de asesinos suicidas no van a dejar de ti un cachito de carne más grande que el del picadillo para albóndigas.
Afortunadamente, el líder puede decidir la forma en que se realizará la matanza. ¿Cómo hacerlo para asegurarte de que, al final, solo quede vivo uno; tú?
Ese, amigo Flavio, es tu problema.
La solución en la próxima entrega.
Una vez más...
ResponderEliminar¡MAGNÍFICO! Genial, fantástico... sniff... me encanta... :)
Ya sabía que te gustaría, David. Si admiras a Maquiavelo, Josefo no debe de quedar muy lejos de tus gustos ;)
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