lunes, 6 de mayo de 2024

Félix, el hermanísimo

 

 

 Si tu hermano es el secretario del emperador y maneja los hilos de la administración, está claro que te puede colocar en puestos donde llevar una buena vida, sin rendir cuentas a nadie, por muy travieso que te comportes en tu trato con el mundo. Félix, liberto imperial del emperador Claudio y hermanísimo de otro liberto más famoso, aprovechó la ocasión y acabó hasta saliendo en la Biblia.


 En tiempos del emperador Claudio (41-54), aunque ya con precedentes desde Augusto, la administración del imperio se reorganiza y acaba en manos de los libertos imperiales, para desprecio de los senadores y sus historiadores más afines, los cuales levantaron las manos al cielo y nos dejaron textos donde ponían a caldo a los libertos, porque para su mentalidad era un escándalo dejar la administración del imperio a ex esclavos y, sobre todo, tener que rebajarse a tratar con ellos. Pero es un proceso lógico, porque el emperador podía fiarse más de sus libertos y tratarlos de una manera más jerárquica que a un senador y posible rival. Por otra parte, los libertos dependían del favor de su antiguo amo, por lo que buscaban siempre agradarlo y solían ser más aplicados en su trabajo que un orgulloso patricio.


Claudio, imperial a tope.

 El lado siniestro de este sistema es que Claudio se dejaba influir por sus libertos, personajes ambiciosos que tenían su propios intereses, como ya lo dejó claro Suetonio: “Sujeto a éstos, como ya he dicho, y a sus esposas, se comportó no como un príncipe, sino como un sirviente” 

   Además los puestos elevados de la administración estaban bien remunerados y los libertos gozaban de un poder económico que muchos libres no podían ni soñar, lo que provocaba mucha envidia. Después de todo, aunque legalmente un liberto era una persona libre, se le consideraba socialmente en un grado intermedio entre la esclavitud y la ciudadanía.

 Pero, ajeno al escándalo, el emperador Claudio centralizó la administración en cinco oficinas que puso en manos de libertos. Todas tenían un esquema parecido y las dirigía un secretario, un liberto que era responsable de la oficina. Una de las oficinas era a rationibus, la de las finanzas. Tenía bajo su cargo tanto las finanzas públicas como las privadas del emperador, que ya se confundían un poco. Era la encargada de reconocer los impuestos pagados y de calcular la paga de las legiones, tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra. También realizaba los balances para que quedaran equilibrados, por lo tanto se encargaba de organizar los excedentes de unas provincias para otras provincias que eran deficitarias. En fin, era la oficina que manejaba la pasta del imperio, la más importante.

A su cargo estaba Palas (o Palante), que había sido esclavo de confianza de la madre del emperador, Antonia, que le había dado la libertad en su testamento. Fue Palas el que había llevado el mensaje al emperador Tiberio en el que se acusaba a Sejano de traición. 
 Luego había ido ascendiendo al servicio de Claudio hasta ser uno de sus principales asistentes y el principal de todos a partir de su boda con Agripina (año 49), a la que Palas apoyó para que fuera la nueva esposa de Claudio tras la desafortunada y algo atolondrada Mesalina.

 Y aquí, por fin, aparece nuestro hombre, Félix, el hermanísimo de Palas, que también fue esclavo de Antonia y liberado en su testamento. Si Palas era trabajador, ambicioso y manipulador, con más oscuros que claros en su currículum, Félix era un lienzo negro. No había por dónde cogerlo. Un granuja que si no fuera por su hermano no hubiera llegado ni a catador de venenos.
  Tácito, con su habitual maestría en describir a las personas en pocas palabras, lo definió como una persona que “no actuaba con una moderación semejante a la de su hermano.”

 En el año 52, estaba chupando sueldo como comandante en un destacamento de infantería, que no conocemos, pero poco después, por el aumento de poder de su hermano, consiguió un puesto mayor: Fue nombrado prefecto de Samaria, lugar donde había fuerte resistencia a la ocupación romana. 
 Desde luego, no era un gran regalo y está claro que Palas quería tener lejos a su hermano y ocupado con un avispero.

Jerusalén en tiempos de Félix

 En Samaria, Felix pronto entró en conflicto con el prefecto de Galilea, Cumano, y casi fueron a la guerra por una disputa entre samaritanos y judíos, que se atacaban unos a otros, y según Tácito: “se tendían emboscadas, y de vez en cuando trababan verdaderos combates, cuyos despojos y botín entregaban a los gobernadores.”  

 Tuvo que intervenir el Procónsul de Siria, porque Félix y Cumano ya empezaban a usar sus propias tropas para darse leña y empezaban a morir romanos, y eso era intolerable. El gobernador impuso la paz y decidió castigar a los culpables, pero Félix quedó al margen. No se salvó Cumano, que fue condenado a muerte por meterse con el hermanísimo.

El Sumo Sacerdote de Jerusalén, Jonatán, vio que era mejor apoyar al hermanísimo y sugirió al emperador resolver el asunto dándole a Felix también el gobierno de Galilea y Judea. Cosa que se hizo al momento con la intervención de Palas, que para algo están los hermanos. 

 El confiado Sumo Sacerdote Jonatán se dio cuenta muy pronto del error cometido. Félix, convertido ya en el gobernador de todo el actual Israel, se enamoró de la princesa judía Drusila, hermana del rey Antipas II y mujer del rey Azizo de Emesa, que tuvo que divorciarse y entregarle a su mujer. 

  Luego se encargó de extender un reino de terror sobre la región, como mejor medida para apaciguar los ánimos de los revoltosos judíos. Sabemos por Josefo que a todo el que pretendiera dar discursitos mesiánicos, lo ordenaba matar, junto a sus seguidores, bajo la acusación de ladrones, y así hubo una “innumerable muchedumbre de ladrones y encubridores, a los cuales todos ahorcó.” 

     Por otra parte, hacía uso de los sicarii, asesinos profesionales, para resolver sus asuntos… llamemos personales. Entre ellos, se dice que matar al Sumo Sacerdote Jonatán, que había empezado a quejarse de su gobierno. 

 Otro de sus episodios más conocidos que nos cuenta Josefo, fue resolver una disputa surgida en Cesarea entre judíos  y sirios, que se llevaban fatal y se atacaban por las calles por cualquier tontería.

 “Entonces Félix mandó por pregón, bajo pena de la vida, que los que eran culpables y revoltosos se saliesen al momento de la ciudad; y habiendo muchos que no le obedeciesen, envió sus soldados para que los matasen y les robaron también todos sus bienes”.

 En fin, que era de los que arreglan las cosas matando lo que haga falta y, de paso, llevándose el dinero de los muertos.


Cesarea, víctima del humor de Félix

 Por supuesto, en caso de que tuvieras cierta riqueza, aceptaba sobornos para evitar masacres y mejorar sentencias. Es por esta vía que Félix aparece en la Biblia. En los Hechos de los Apóstoles se nos cuenta que, en alrededor del año 57, Pablo de Tarso fue acusado de patrocinar una violación de la Ley y de haber profanado la santidad del Templo introduciendo en él a gentiles. 

 En el fondo, a los romanos los asuntos religiosos de los judíos les traían al pairo, pero habían ocurridos alborotos públicos en Jerusalén y los judíos influyentes estaban hartos de aquel cristiano fanático, que antes había sido de los suyos. Así que fue arrestado y enviado a Cesarea, para ser juzgado por Félix.

“Algunos días después, viniendo Félix con Drusila su mujer, que era judía, llamó a Pablo, y le oyó acerca de la fe en Jesucristo. Pero al disertar Pablo acerca de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix se espantó, y dijo: Ahora vete; pero cuando tenga oportunidad te llamaré. Esperaba también con esto, que Pablo le diera dinero.”  


Félix flipando con Pablo
 

 No nos extraña que el pecador Félix se espantara al escuchar a Pablo y que lo apartara de su vista. Es que debió ser una escena absurda que aquel tipo se pusiera a discursearle sobre la justicia divina y el juicio final,  lo que faltaba por escuchar al liberto cínico y pecador. Pero lo retuvo a la espera de sentencia, porque sabía que Pablo era ciudadano romano, de familia rica y tenía dinero. Era cuestión de esperar a que se ablandara y prefiriera pagar por su libertad en vez de esperar la justicia divina que tanto predicaba.

 Pero Pablo, como buen converso, no se ablandó y decidió esperar la justicia divina en vez de soltar la pasta. Dos años después, en el 58, seguía prisionero y Félix seguía a lo suyo, ejecutando, confiscando, aceptando sobornos y haciendo de Judea su cortijo. Según Josefo, la provincia era un reino de anarquía, donde hasta las familias que ocupaban los altos sacerdocios estaban en guerra con los sacerdotes menores. Hecho que para un judío tradicional era signo de caos absoluto y castigo divino, pero también un ejemplo de la retorcida manera de gobernar de Félix, oponiendo unos contra otros y sacando tajada de todos.

 Sin embargo, en Roma capital las cosas habían cambiado. Nerón había sucedido a Claudio en el 54. En principio, una buena noticia para Félix, porque su hermano tenía el favor de la madre del nuevo emperador, Agripina. Pero con el paso de los años la influencia de Palas fue decreciendo, ya que Agripina y el nuevo círculo de consejeros del emperador no querían competencia.


Agripina con su niño queridísimo

 Esto provocó que ya fuese difícil acallar las quejas de los habitantes de Cesarea, que se la tenían jurada a Félix desde que masacró a buena parte de sus vecinos. Nerón, por fin, se dignó a escucharlos, y poco después nuestro Félix fue llamado a Roma a dar cuentas.

 Sin embargo, Palas todavía tenía la suficiente influencia para que Félix fuese absuelto de cualquier cargo. Pero su fortuna se acabó desde ese momento. No se vuelve a mencionar a Félix en ningún destino ni puesto. Algo normal, porque su hermano perdió pronto su poder en la corte. 

 Palas fue acusado de conspirar contra Nerón junto a Fausto Sila, el marido de la hija de Claudio, Antonia. El famoso filósofo Séneca representó en el juicio a Palas y gracias a su defensa fue absuelto. Pero el viejo liberto ya no tenía nada que hacer en la corte. Se retiró a su villa a vivir como un jubilado. 

 Aunque por poco tiempo. No mucho más tarde, en el año 62, Palas fue envenenado por órdenes de Nerón, que de aquella estaba eliminando a todos los que habían sido aliados de su queridísima madre.

 Félix también se había retirado tras su absolución, a su villa de Pola. A disfrutar de las ganancias de una vida sin escrúpulos con su mujer Drusila y su hijo Antonio. No sabemos cuándo murió, puede que al mismo tiempo que su hermano y por la misma forma, porque Nerón no era de los que dejaban cabos sueltos sin envenenar. 

 Sí sabemos, por Josefo, que su mujer y su hijo murieron en la erupción del Vesubio que se llevó por delante Pompeya y Herculano en el año 79. 

 Para el escritor judío debió de ser un castigo divino muy justo. Pero a nosotros nos manifiesta que su mujer siguió manteniendo una buena posición social y la suficiente riqueza como para tener una villa en la región más lujosa de Italia. 

 Si está claro que no hay nada como tener un cuñado en el gobierno y un marido corrupto para enriquecerse… y que fallezca pronto.

 

 

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