Siempre ha habido pícaros que han
vivido de los dos grandes motores de la humanidad: la esperanza y la estupidez.
Tipos que mediante engaños y tácticas de manipulación han vivido de la
ignorancia y anhelos de otros. Algunos hasta caen simpáticos, por poner de
manifiesto los errores de su tiempo o demostrar las carencias de tipos
supuestamente honorables y poderosos. Ustedes juzgarán, tras leer este
artículo, a que clase pertenece Alejandro de Abonutico, que se declaró profeta
de un dios y muchos se lo creyeron.
Nuestra principal fuente sobre él
es Luciano de Samosata, otro griego como Alejandro, pero muy diferente. Fue su
principal enemigo y denunciante, un epicúreo al que no pudo engañar; inteligente, vividor, dotado de gran imaginación y aguda ironía. Pese a su
rivalidad, la obra que escribió sobre nuestro personaje (Alejandro o el falso
profeta) no deja de ser, aparte de una denuncia certera de los profetas de
pacotilla, un tributo a sus artes del engaño.
Nuestro tipo peculiar nació en Paflagonia, una
región al norte de Anatolia, allá por los principios del siglo II d.C. La ciudad que vio su nacimiento, Abonutico,
era pequeña, agrícola y pobre en comparación con otras muchas de la región,
pero Alejandro era un chico de recursos que no se conformaba con una vida
tranquila y mediocre de provincias. Sin embargo, en vez de emigrar para siempre
en busca de un mejor futuro, será fiel a su ciudad, aunque decidido a cambiarla
a su gusto.
Lugar de las andanzas de Alejandro |
En su juventud, vivió de vender sus favores, ya que era de buena presencia, guaperas y con labia melosa, hasta que logró hacerse amante y discípulo de un charlatán embaucador que se las daba de médico por Anatolia y Grecia. A su lado, aprende los trucos básicos de timar a la gente y también a manejar serpientes macedonias, que tenían fama de domesticables.
No sabemos cuánto tiempo estuvo de “prácticas”
con su maestro, pero lo acaba dejando y vuelve a su ciudad natal para hacer
fortuna con sus paisanos. Alejandro tenía ya una idea madura para forrarse y no
perdió el tiempo.
Al llegar a su ciudad, se las da de poseído
por un dios y anda por las calles lanzando espuma por la boca, gracias a una
planta que masticaba en sus falsos arrebatos. La gente lo empieza a ver con
cierto respeto, dudando entre si estaban viendo una posesión o un preso de la locura.
Como en Abonutico estaban construyendo un templo a Asclepio, dios de la salud,
Alejandro empezó a profetizar que nacería pronto un hijo del dios, ya que se lo
había dicho en visiones el mismo Asclepio en persona.
Asclepio, el dios coleguita de Alejandro |
Días después, enterró en un arroyo, cerca de los cimientos del templo, un huevo de oca previamente vaciado, en cuyo interior había metido una pequeña serpiente macedonia. Al día siguiente aparece dando gritos y, como nos cuenta Luciano, que lo hace mucho mejor que yo:
Los presentes —a la carrera
habían acudido casi todos los habitantes con mujeres, ancianos y niños— se miraban
con asombro, hacían suplicas y se postraban de rodillas. El, dejando oír
ciertas palabras ininteligibles, que podrían ser de los hebreos o los fenicios,
anonadaba a las personas que no entendían lo que decía, excepto una sola cosa,
que por todas partes andaban entremezclados Apolo y Asclepio. Después corría al
pie del templo que se iba a construir. Acercándose al hoyo y a la fuente del
oráculo previamente organizada, metiéndose en el agua, entonaba con voz potente
himnos de Asclepio, de Apolo, e invocaba al dios para que viniera con buenos
augurios sobre la ciudad.
Después pidió una copa; alguien
se la dio, y con un simple deslizamiento tira hacia arriba y saca, con el agua
y el barro, el huevo aquel en el que había encerrado al dios, pegado con cera
blanca y albayalde por la fisura de la cascara. Y, tomándolo en sus manos, decía
que tenía ya a Asclepio. Ellos miraban atentamente lo que sucedía, maravillados
sobre todo ante el huevo encontrado en el agua. Acto seguido, rompiéndolo,
recogió en el cuenco de la mano al embrión de aquel reptil. Los presentes
vieron que se movía y que se enredaba por los dedos; daban gritos, saludaban al
dios, se deshacían en felicitaciones a la ciudad y, a boca llena, cada uno se
iba atiborrando de oraciones pidiéndole al dios tesoros, riquezas, salud.
Ya se había montado su propio oráculo.
En los días siguientes su fama fue en aumento por toda la región. Para
aumentar el misterio, construyó una
cabeza humana para la serpiente y se mostraba con ella en semioscuridad, pero era
otra de sus serpientes, ya crecida:
Imagínate una alcoba no con mucha iluminación, sin recibir la luz de plano, y a una multitud de hombres arracimados, alterados y previamente impresionados, movidos por las esperanzas, a los que el asunto les parecía, como es lógico, prodigioso, ya que, en el curso de tan pocos días, de un reptil insignificante se hubiera mostrado una serpiente de semejante tamaño, antropomórfica y domesticada.
Además, mediante un mecanismo, la boca de la serpiente se abría y cerraba, mientras un asistente escondido, por un tubito de metal, iba diciendo oráculos como si hablase la propia serpiente. Estos oráculos “autófonos” no se los daban a cualquiera, por supuesto, ya que eran mucho más caros.
Glicón, a lo hippy ibicenco |
En unos meses, toda Anatolia y Grecia sabían de su oráculo y de su serpiente Glicón, hija de Asclepio, porque sus profecías eran calculadamente ambiguas, vagas y abiertas a toda clase de interpretaciones. Alejandro era un genio en soltar oráculos sin decir nada, principalmente sobre temas de salud, que, después de todo, su serpiente era hija del dios de la salud y él sabía algo de medicina, aparte de que montó toda una red de informantes cómplices para asegurarse información sobre sus consultantes, para tener pistas de qué decirles y cómo tratarlos.
También era un adelantado a su
época, pues promocionó todo un merchandising alrededor de la serpiente Glicón:
dibujos, grabados de madera, imágenes de
oro, reproducciones de plata… dinero, dinerito, mucho dinero.
Me quitan los glicones de las manos, señora |
Pronto su fama llegó al rico y poderoso procónsul de Asia, Publio Sisenna Rutiliano. Un hispano de la Bética, que era tan crédulo como rico. Según Luciano: “podía ver tan solo una piedra ungida o coronada, y caía de bruces al punto, se postraba y aguantaba mucho rato en actitud suplicante, al tiempo que le pedía mercedes.”
En fin, la víctima propiciatoria para Alejandro, que lo cameló con
facilidad y le predijo toda clase de bienes, hasta el extremo de que Rutilio,
encantado del favor de la serpiente divina, se convirtió en su mayor
patrocinador y publicista. Alejandro, por fin, ya tenía un contacto entre la
élite del imperio, y lo iba a exprimir a conciencia.
Fue tal la pasión de Rutilio por el profeta y su serpiente Glicón, que se
casó con la hija de Alejandro, cuando ya era un sesentón viudo. Por supuesto,
fue animado al casamiento por un oráculo, esta vez muy claro, de la serpiente
parlanchina.
Gracias a su rico y poderoso yerno, Alejandro empezó a dar oráculos a la
aristocracia romana.
Entre ellos, conocemos el dado a Sedacio Severiano, gobernador de la
Capadocia y amigo de Rutilio. Le predijo que derrotaría a los partos en su
expedición a Armenia y
“regresarás a Roma, y al agua del Tíber luminosa, en las sienes
llevando una diadema centelleante”
El pobre Severiano partió todo confiado con
sus legiones a conquistar Armenia y no solo fue derrotado, sino que murió en
batalla, se piensa que incluso dos legiones, la IX y la XX desaparecieron con
Severiano en el desastre, ya que no se vuelven a citar. Pero Alejandro cambió
pronto el oráculo que había dado y pelillos a la mar: “No empujes tú las
tropas contra armenios, no es bueno…”
Otro de sus oráculos más famosos fue el
llamado “oráculo de los leones”, del que Sabino Perea Yébenes habla en un gran
artículo disponible en las redes, que recomiendo, pese a su largo título: "Guerra y Religión: Luciano, el oráculo de Alejandro de Abonuteico y las derrotas
de Sedatio Severiano contra los partos y de Marco Aurelio contra cuados y
marcómanos."
Fue el mismísimo emperador Marco Aurelio el
que pidió por carta a la serpiente Glicón un oráculo sobre su próxima
expedición contra los bárbaros del Danubio, porque Marco Aurelio, como buen
filósofo estoico que era, se creía muchas tonterías sobre el destino, entre
ellas que los oráculos pueden predecir el futuro.
Sin
cortarse un pelo, la serpiente habladora le contestó al filósofo emperador que
arrojara dos leones perfumados al Danubio. Así se hizo:
“pero los leones escaparon nadando a tierra enemiga y los bárbaros los
mataron a palos como si fueran algún género extraño de perros o lobos. Y «al
momento» sobrevino un enorme desastre sobre los nuestros, murieron de una vez
casi veinte mil hombres. Luego siguieron los sucesos de Aquilea, en los que por
un tris no se perdió la ciudad. Y frente a lo ocurrido él alegó la famosa
justificación de Delfos al oráculo de Creso: el dios había predicho una
victoria, sin revelar si de los romanos o de sus enemigos.”
Yébenes deduce que la cifra de bajas está
exagerada por Luciano, pero que derrota sí que hubo, según las fuentes, y que
el episodio de los leones estaba representado en la escena XIII de la columna
de Marco Aurelio en Roma, hoy ya muy erosionada.
Glicón y Marco Aurelio |
El prestigio del oráculo no fue tocado, pese a
sus desaciertos, y Alejandro hasta instauró su propia festividad: unos
misterios sagrados que duraban tres días y que eran una orgía descarada, con
descansos donde se maldecía, como un ritual, a los cristianos y a los epicúreos,
que eran los principales enemigos y difamadores del oráculo. Ya saben, los
extremos ideológicos se juntan muchas veces en su odio.
Nos
cuenta Luciano que Alejandro incluso lo quiso matar, tras no convencerle de su
“magia” cuando pasó por Abonuteico camino de la costa. Primero le atacaron los
seguidores de su serpiente, cuando se negó a llamar profeta a Alejandro y casi
lo linchan, sino fuera porque Luciano llevaba escolta proporcionada por su
amigo, el gobernador de Capadocia. Luego, pese a que Alejandro pidió perdón por
los excesos de sus seguidores y quiso camelar a Luciano durante su estancia, lo intentó
matar de nuevo cuando dejó la ciudad y llegó a la costa, donde se
encontró con unos enviados de Alejandro que, muy amables, le invitaron a seguir
viaje en un barco que el profeta le ofrecía como gesto de amistad. Menos mal
que el piloto del barco le avisó de que los tipos tenían orden de tirarlo por
la borda, pero él se había negado, porque:
“habiendo
observado en los sesenta años de su vida una conducta intachable y digna, no
quería, en este momento de su existencia, teniendo mujer e hijos, manchar sus
manos con un asesinato, al tiempo que explicaba claramente por qué me había
cogido a bordo y las ordenes de Alejandro.”
Como vemos, el profeta Alejandro no tenía
escrúpulos en eliminar a cualquier enemigo o crítico de su negocio después de
tratarlo con cariño. Lo que no pensó es que existen gentes honradas en todas partes,
unas pocas, pero que te chafan cualquier plan maquiavélico.
Su
mayor triunfo fue cuando consiguió que el cándido emperador Marco Aurelio cambiara
el nombre de Abonutico, que pasó a llamarse Ionópolis (la ciudad de la
serpiente) y emitir moneda con la charlatana serpiente Glicón por una cara y la
solemne cabeza del emperador por la otra. Hoy son piezas codiciadas de
coleccionista.
Glicón monetario |
Siguió con su oráculo y su serpiente bocachancla,
forrándose gracias a la credulidad de la gente, y profetizando que viviría 150
años. Pero, para su desgracia, tampoco acertó esta vez, pues murió antes de los
70, debido a una gangrena en un pie que le acabó llegando hasta la ingle. Cuando
murió, se descubrió que Alejandro era calvo y toda su vida había llevado
peluca.
Sus
asistentes más cercanos, que bien sabían de qué iba el oráculo y las ganancias
que daba, empezaron a discutir por quién era su heredero en el negocio. Pero el
senador Rutilio hizo valer su status y prestigio, se proclamó sucesor del profeta, porque estaba casado con su hija, y
todos callaron ante su decisión. No deja de tener su justica poética, porque
quizá Rutilio era el único creyente de verdad entre aquellos sinvergüenzas.
La fama del oráculo de la serpiente Glicón
duró por lo menos un siglo más, según las figurillas y monedas encontradas entre
el Danubio y el Éufrates. Incluso se daban a Alejandro, reconocido como el nieto de Asclepio, honores religiosos en su
ciudad natal.
Pero todavía hay más. En la actual Inebolu, la
antigua Ionópolis, existe entre los lugareños la leyenda de una serpiente
mágica y parlanchina que vive en los montes cercanos.
Esto es embaucar con éxito duradero, no me
digan que no.
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