viernes, 13 de septiembre de 2019

Hiparquia, la cínica





El resumen más amplio que ha sobrevivido sobre la filosofía griega, escrita por un griego antiguo, es “Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres” de Diógenes Laercio. Una obra enciclopédica, en diez libros, que habla sobre las vidas y opiniones de todos los filósofos griegos conocidos. En ella, el detallista Diógenes biografía a 80 hombres… y una sola mujer, Hiparquía.


 Sabemos poco de sus orígenes, excepto que nació a mediados del siglo IV a.C. en una buena familia de Maronea, una ciudad de la costa tracia famosa por su vino y devoción al dios Dionisio. Quizá su familia vivía de la exportación de vino, no lo sabemos, pero sí sabemos que su hermano se llamaba Metrocles y tuvo el suficiente dinero para pagarse la estancia en Atenas y acudir al Liceo, la escuela fundada por Aristóteles y que de aquella dirigía Teofrasto, el padre de la botánica. 

Maronea, hoy en día.

 Estaba un día de clase Teofrasto hablando de sus queridas plantas, ante sus silenciosos y atentos alumnos, en la solemnidad del pórtico del Liceo, cuando Metrocles soltó un pedo descomunal que hizo girar las cabezas y apartarse a los más cercanos, mientras se tapaban la nariz y comentaban su falta de tacto. 
 Tal fue la vergüenza que inundó a Metrocles, que salió corriendo y se encerró en su cuarto. Su pena por haber mancillado con una ventosidad rugiente un templo del saber, ¡el Liceo de Aristóteles nada menos!, lo consumió hasta el punto de querer quitarse la vida dejando de comer. Estaba dispuesto a ello, sumido en plena depresión por culpa de sus desbocadas flatulencias. Sus amigos, desesperados y algo descolocados por el asunto, llamaron a Crates, para que lo convenciera de seguir viviendo. 

 Este Crates era un filósofo cínico, discípulo del famoso Diógenes que vivió en un barril. Pero a diferencia de su maestro, era amable y de buen carácter. También era gracioso y caía bien a la gente, pese a llevar la vida de perro callejero que defendían los cínicos y entrar en las casas sin ser llamado a soltar parrafadas, por lo que recibía el apodo de “el abrepuertas”. 

"Crates", por José de Ribera, 1636. También se podía titular "Mi vecino del segundo" y valdría igual.

 Así que Crates entró a saco en la habitación de Metrocles después de comerse un montón de altramuces y le dijo que no había hecho nada malo, al contrario, echarse pedos es lo más natural del mundo, y al momento levantó una pierna y disparó una ventosidad bien sonora. Metrocles, asombrado, se curó de la depresión con una enorme carcajada y se hizo su fiel discípulo. 

 Poco después, Metrocles se llevó a Crates a Maronea, donde lo conoció Hiparquía. Fue un flechazo al instante. La joven se volvió rebelde, antisistema radical y una cínica devota. Le agradaron tanto las charlas y gracias de Crates que, según Laercio: 

“ninguna ventaja de sus pretendientes, las riquezas, la nobleza ni la hermosura la pudieron apartar de su propósito, pues Crates era todas estas cosas para ella. Aun amenazaba a sus padres que se quitaría la vida si no la casaban con él.” 

 Está claro que la amenaza de quitarse la vida era muy típica de la familia. Pero los padres se preocuparon y pidieron a Crates que quitara a la chica la tontería de la cabeza. Lo intentó, un poco asustado del cariño fanático de aquella joven, pero nada pudo. Hasta que, finalmente, le mostró sus harapos y dijo “este es el esposo y estos sus bienes”. Hiparquía no se echó atrás y “tomando su vestido, andaba con Crates, usando públicamente del matrimonio, y concurriendo ambos a las cenas.” 

Hiparquía y Crates en plan mochilero, fresco de los jardines de la Villa Farnesina, Roma.

 Esto de ir a cenas juntos era toda una manifestación de su libertad y adopción de la filosofía cínica. Pues las mujeres tenían prohibido acudir a las cenas de hombres, a menos que fueran hetairas. Hiparquía, como se diría hoy, atacaba la norma patriarcal y la obligación de apartarse del espacio público y dedicarse a la “economía” (el gobierno de la casa), que la sociedad imponía a la mujer. Mucho más todavía: Nuestra chica se pasaba el día de farra por la calle, discutía con hombres, acompañaba en harapos a su Crates y hasta hacían el amor en público. Lo había abandonado todo para vivir como una “perra” callejera, practicando uno de los preceptos principales de los cínicos: la anaideia (irreverencia, ausencia del sentido del ridículo). 

 Nos queda una anécdota de ella. Crates fue invitado a una cena por Lísimaco, un antiguo oficial de Alejandro Magno que se había construido un reino propio en Tracia. Los cínicos no tenían remilgos en aceptar invitaciones de poderosos. Después de todo, era una cena gratis, y eso para un cínico está por encima de la importancia o fama del anfitrión. Allá él. 

Banquete griego típico: un montón de hombres y una flautista. 

 A la cena, Crates acudió con Hiparquía, como siempre, y su presencia levantó el desprecio de otro invitado filósofo, Teodoro el ateo, de la escuela cirenaica, cuyos miembros proponían el placer como único fin de la vida y llevaban una vida en plan rock&roll desenfrenado, de banquete en banquete y tiro porque me invitan. 

Teodoro afirmó, orgulloso, que nada de lo que hacía era erróneo. Hiparquía, usando un truco de lógica, afirmó que si nada de lo que hacía Teodoro era erróneo, entonces si a Teodoro le daba por pegarse a sí mismo, Hiparquía no haría mal en pegar a Teodoro. 

El cirenaico se molestó por la respuesta y le dijo, cogiéndola de sus harapos, quizá algo borracho, y en tono despreciativo:

“¿Eres la que dejaste la tela y la lanzadera?” (el producto y el aparato del hilado, propios de la mujer y así dando a entender que no sabía tejer como dios manda) 

A lo que Hiparquía respondió: 

«Yo soy, Teodoro: ¿te parece, por ventura, que no hice mejor en dar a las ciencias el tiempo que había de gastar en la tela?» 

 Un zasca en toda regla. Estas y otras muchas cosas se refieren de esta filósofa, nos cuenta Diógenes Laercio, pero no dice más, por desgracia. Ese día se había cansado de escribir. 

 Sí sabemos, gracias a la Suda, que escribió tres libros: Cuestiones sobre Teodoro el ateo (donde lo ponía a parir), Hipótesis Filosóficas y Epiqueremas (una clase de silogismos). 

No nos queda ni un fragmento de ellos. 

 Murió antes que Crates, entorno al 300 a.C., y su viudo y el resto de los filósofos cínicos crearon una fiesta anual en su honor en Atenas, la kinogamia (boda de perros). Algo más que un gesto de agradecimiento, pues era todo un escándalo dedicar una celebración a una mujer. 

Hay que anotar que entre los discípulos de Hiparquía y Crates estuvo Zenón de Citio, el fundador de la escuela estoica, por lo que su influencia se extenderá durante siglos y llegará hasta Roma y sus famosos estoicos. Sí, puede parecer extraño, pero el serio y estoico emperador Marco Aurelio está vinculado a nuestra chica antisistema vestida de harapos. 

 Por último, Hiparquía tuvo el honor de inspirar poemas. Como el de Antípatro de Sidón, poeta griego del siglo II a.C., mencionado por Cicerón, que escribió un epigrama inspirado en Hiparquía, titulado “A las mujeres”: 

Prefiero la versión del blog La Piedra de Sísifo, web que recomiendo.

“Yo, Hiparquía, no seguí las costumbres de mujeres de amplios vestidos, 
 sino la vigorosa vida de los perros. 
 No me gustó el manto sujeto con la fíbula, ni el pie calzado de gruesas suelas 
y mi cinta se olvidó del perfume. 

Voy descalza, con un bastón, un vestido me cubre los miembros 

y tengo la dura tierra en vez de un lecho. 

Soy dueña de mi vida para saber tanto y más que las ménades para cazar.”

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