El emperador Tiberio es uno de los personajes más singulares y contradictorios no solo de la historia de Roma, sino de la historia mundial. Un brillante general que, una vez en el poder, llevó a cabo una
política pacifista de consolidación de fronteras; un republicano convencido que despojó al pueblo de su derecho al voto y consolidó el sistema imperial, dando forma a una monarquía cuyas características, más o menos adaptadas, han llegado hasta nuestros días; un aristócrata orgulloso, perteneciente a una de las familias de más rancio abolengo de Roma, que despojó a los suyos del control de la administración, profesionalizándola; un gobernante honesto bajo cuyo gobierno la corrupción se extendió como una hidra; un administrador austero y juicioso que provocó la primera crisis financiera global, conocida, de la historia; un hombre justo decidido a impartir justicia, como veremos en este episodio, cuyo reinado terminó en una orgía de sangre.
política pacifista de consolidación de fronteras; un republicano convencido que despojó al pueblo de su derecho al voto y consolidó el sistema imperial, dando forma a una monarquía cuyas características, más o menos adaptadas, han llegado hasta nuestros días; un aristócrata orgulloso, perteneciente a una de las familias de más rancio abolengo de Roma, que despojó a los suyos del control de la administración, profesionalizándola; un gobernante honesto bajo cuyo gobierno la corrupción se extendió como una hidra; un administrador austero y juicioso que provocó la primera crisis financiera global, conocida, de la historia; un hombre justo decidido a impartir justicia, como veremos en este episodio, cuyo reinado terminó en una orgía de sangre.
La visión que nos ha llegado sobre él sigue distorsionada por las disparatadas perversiones sexuales que, para desprestigiarlo, inventaron los cronistas pertenecientes a la aristocracia corrupta a la que despojó de parte de sus privilegios. Pero entre tanta desinformación consciente emergen pequeños episodios puntuales, como este y otros relacionados con su incansable labor como juez y, en ocasiones, incluso como detective, que nos permiten vislumbrar la clase de hombre que, en verdad, fue.
Tácito nos lo cuenta así: En aquella misma época (24 d,C.) el pretor Plaucio Silvano, por motivos no determinados, lanzó por una ventana a su esposa Apronia. Al ser llevado ante el César por su suegro, Lucio Apronio, respondió atropelladamente algo así como que, estando él profundamente dormido y, por lo tanto, desprevenido, su esposa se había dado muerte voluntariamente.
Estamos, pues, ante un caso de violencia de género de manual. Uno de los primeros registrados como tal, sin justificaciones ni excusas, en la historia. Y uno de los primeros en encontrar justicia.
Sin demora —nos sigue contando el cronista— se dirigió César a su casa y visitó el dormitorio, en el que eran visibles las señales de que ella se había resistido y había sido empujada.
Silvano era pretor y, por tanto, presidía los tribunales. Eso obliga al césar a ocuparse de este asunto. Tiberio, un hombre ya de edad, se desplaza personalmente al lugar de los hechos para investigar “in situ” y descubrir la verdad. Esto nos demuestra que estamos ante alguien con un gran sentido del deber y la justicia. Aún mayor si pensamos que el acusado es un cargo de gran importancia en la administración y, por consiguiente, hasta entonces persona de su confianza. Uno no puede evitar pensar si hoy en día, en circunstancias similares, la justicia hubiera actuado igual.
Llevó el asunto ante el senado, y cuando eran designados los jueces, Urguliana, abuela de Silvano, envió a su nieto un puñal. Esto se interpretó como si hubiera sido por consejo del príncipe, dada la amistad de Urguliana con Augusta (Livia, la madre de Tiberio).
El césar actúa según la legalidad y lleva a Silvano ante el tribunal de sus pares. En cuando a que el puñal que le envía Urguliana fuera por indicación de Tiberio, eso parece dudoso. Este, como demostró en muchas otras ocasiones, no precisaba de intermediarios para esas cosas. Más probable parece que la abuela, después de intentar parar el caso aprovechando su relación con la madre del emperador sin conseguirlo, hiciera llegar el arma a su nieto para indicarle que, de acuerdo con la tradición romana, debía ahorrar a su familia y a sí mismo la vergüenza de una condena.
El reo, tras intentar herirse con el arma sin conseguirlo, se hizo abrir las venas.
Parece que, al valerosos Silvano, al que no le templó la mano a la hora de lanzar a su mujer al vacío, sí lo hizo a la hora de acabar consigo mismo. Estas cosas pasan.
Más tarde Numantina, su primera esposa, es declarada inocente de la acusación de haberlo vuelto loco con encantamientos y filtros mágicos.
Parece que, para culminar el episodio, la poderosa familia del asesino e indeciso suicida, intentó lavar su imagen inventándose una rocambolesca acusación contra su anterior mujer que, una vez más, fue desestimada.
El hecho de que un gobernante a cargo de un imperio tan inmenso dedique semejante esfuerzo a descubrir la verdad en un asunto que, antes y ahora, muchos hubieran preferido ignorar, nos dice mucho sobre la persona que, realmente, fue Tiberio Julio César, nacido Tiberio Claudio Nerón.
[…] muchos han trasmitido las noticias condicionados por el miedo, por la gratitud, la amistad o la hostilidad […] Muchos acontecimientos que no ocurrieron jamás fueron divulgados como auténticos, mientras que otros que seguramente sucedieron permanecen desconocidos, y prácticamente todos los hechos fueron narrados de un modo diferente a como acaeció realmente.
Dión Casio, 53. 19. 2—4.
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