Hay personajes secundarios cuya importancia histórica o fama
popular se debe a un solo hecho, pese a tener una biografía plagada de
aventuras y peligros en una época de emperadores locos, excéntricos y
acomplejados. Gayo Suetonio Paulino es el ejemplo evidente.
Sabemos que nació a
principios del siglo I en Pisaurum, la actual Pésaro. Una colonia romana a
orillas del Adriático, fundada en 184 a.C. para extender el control romano
sobre la costa opuesta de la bota. Poco más sabemos de su origen. Aunque no
parece que tuviera ningún parentesco con el Suetonio escritor, famoso por sus
cotilleos sobre los césares, puesto que éste último era de origen africano.
Este no era nuestro Suetonio |
La familia de nuestro
Suetonio debió pertenecer a la aristocracia local y seguramente tenía parientes
en el Senado romano, donde acabó haciendo carrera durante los peliagudos reinados
de Tiberio y Calígula, hasta llegar al cargo de pretor en el año 40. Lo que
demuestra que era bastante cauto e inteligente en un tiempo en que las locuras
de Calígula estaban en su auge y tener un cargo en la administración romana era
jugarse la vida cada día… o cada hora.
Tampoco las visitas regias a la capital podían estar
seguras. Ese año visitó Roma el rey de Mauritania, Ptolomeo, que no era un
reyezuelo cualquiera. Dos de sus abuelos eran nada menos que Cleopatra y Marco
Antonio, por lo que este rey estaba emparentado con la familia Antonia y era
primo del futuro emperador Claudio y primo segundo de Calígula. Pero esto
último, más que un honor, era señal de desgracia inminente, pues Calígula, como
excelente paranoico que era, veía rivales en cualquier pariente cercano o
lejano que lo mirase un poco de reojo.
Así que, cuando un día Ptolomeo tuvo la mala ocurrencia de presentarse en unos juegos gladiatorios vestido de púrpura, el color exclusivo de los reyes, pero también de los emperadores, Calígula aprovechó la supuesta ofensa y mandó ejecutar al pobre Ptolomeo por rebelión. De paso, como quien no quiere la cosa, anexionó Mauritania al imperio. De esta forma murió el último de los reyes de la larga estirpe de los Ptolomeo.
Así que, cuando un día Ptolomeo tuvo la mala ocurrencia de presentarse en unos juegos gladiatorios vestido de púrpura, el color exclusivo de los reyes, pero también de los emperadores, Calígula aprovechó la supuesta ofensa y mandó ejecutar al pobre Ptolomeo por rebelión. De paso, como quien no quiere la cosa, anexionó Mauritania al imperio. De esta forma murió el último de los reyes de la larga estirpe de los Ptolomeo.
El último Ptolomeo. Ejecutado por su pésimo estilismo |
Por supuesto, tal noticia no sentó bien a los mauritanos,
que se rebelaron al poco tiempo dirigidos por Aedemos, un liberto de Ptolomeo,
que empezó a matar con alegría romanos por el norte de África. Aquí entra en
escena nuestro Paulino Suetonio, que recibió la nueva provincia de Mauritania
para pacificar en el año 42 con el cargo de legatus legionis. Todo un regalo
envenenado del nuevo emperador Claudio.
Pero Paulino demostró
firmeza y eficacia. Tras meses de duros combates, a golpe de gladio, los
romanos vencieron a Aedemos y arrinconaron a los rebeldes en la cordillera del
Atlas. Los mauritanos, a pesar de la derrota, no accedieron a la rendición y se
trasladaron al otro lado de la cordillera. Paulino no se cortó un pelo y
decidió perseguirlos más allá de aquellas montañas. Según nos cuenta Plinio el
Viejo:
“fue el primer jefe
romano que cruzó la cadena del Atlas y avanzó una distancia muchas millas más
allá….llegando al río Guir (¿Un afluente del Níger?), a través de desiertos llenos de polvo negro, ocasionalmente rotos por
promontorios de roca que parecen que hubieran sido quemados; una región que el
calor hacía insoportable, aunque era época de invierno cuando la exploraron.”
Parece que Paulino habló directamente con Plinio, años
después, sobre aquella expedición, pues nos da detalles como:
“él nos ha dado la
misma información que recibimos de otras fuentes, referidas a la extraordinaria
altura de estas montañas (el Atlas) y,
al mismo tiempo, ha fijado que todas las zonas a sus pies están cubiertas de
denso bosque compuesto de árboles de especies desconocidas hasta ahora.”
Atlas marroquí. Por aquí paseó Paulino. |
Por desgracia, no
sabemos nada más de Paulino hasta la década de los 50, cuando alcanza el puesto
de cónsul. No sabemos si ocupó el cargo cuando todavía vivía Claudio o a
principios del reinado de Nerón. Lo único concreto es que en el 58, un
cincuentón y ex cónsul Paulino recibe la gobernación de Britania de rebote,
tras la muerte en su cargo de Veranio, el gobernador designado.
Britania había sido invadida por Claudio en el año 43 y los
romanos llevaban más de quince años de guerra de conquista, más o menos
intensa y algo remolona, en plan dos pasitos adelante y un pasito atrás. Cuando
llegó Paulino ya dominaban la mayoría de la actual Inglaterra y el nuevo legado
decidió continuar la conquista de la isla en dirección a Gales. Demostró en la
boscosa Britania la misma eficacia que en la pedregosa Mauritania y en un par
de campañas ya dominaba la región y había arrinconado a la resistencia,
dirigida por los druidas, en la isla de Mona (Anglesey). Bajo su mando en estas
campañas estarían figuras prominentes, para bien o para mal, de las décadas
posteriores del imperio, como Petilio Cerealis y Agrícola, que aprendieron a
dirigir hombres bajo el buen hacer de Paulino.
Campañas romanas en Britania. Las flechas marrones son las correrías de Paulino en 58-60 |
En el año 60 o 61, Paulino
lanzó a su ejército a por la isla de Mona, que pese a la resistencia suicida de
los druidas fue sometida sin contemplaciones. Parecía que todo iba viento en
popa y puede que Paulino pensará en hacer una visita de prueba a la vecina
Irlanda, pero llegaron malas noticias del otro lado de la isla. La reina de la
poderosa tribu de los Iceni, Boudicca, se había alzado en rebelión al ser
maltratada (y sus hijas violadas) por centuriones romanos en un extraño asunto
que todavía hoy no está del todo claro. A su rebelión, aparte de su poderosa tribu,
se apuntaron los britanos resentidos con la ocupación romana, que no eran
pocos, formando una horda de bárbaros cabreados que arrasó la colonia de
Camulodunum (Colchester) y practicó con los romanos residentes toda clase de psicopáticas
torturas.
Estatua de Boudicca en Westminster. Se la ve crecida. |
En un principio se
envió una fuerza bajo la dirección de Petilio Cerealis, pero resultó
insuficiente y fue puesta en fuga por los rebeldes, que ya eran una multitud,
pues muchos britanos, tras el desmadre sangriento de Camulodunum, descubrieron
que los romanos que los sometían se habían vuelto vulnerables y se apuntaron al
ejército de Boudicca en gran número.
Paulino, todavía no bien informado del alcance de la
rebelión, pero mosqueado por las noticias que llegaban, decidió abandonar Gales
con una pequeña escolta y cabalgar hasta Londinium (Londres), que ya de aquella
era la capital de la provincia y una floreciente ciudad. Esperaba informarse
mejor de lo que pasaba y lo hizo, muy a su pesar.
Para su asombro,
descubrió que los rebeldes, convertidos ya en un ejército de conquista, se
encaminaban a Londinium y que no tenía fuerzas para defender la ciudad. Pero no
perdió su aplomo. Comprendió que el objetivo principal era derrotar al ejército
rebelde cuanto antes, de una forma definitiva, y tenía más posibilidades en
campo abierto, incluso si tenía que sacrificar Londinium, pese al golpe de
moral y probable carnicería que sería la toma de la ciudad. Quizá tuvo la
tentación de juntar tropas y frenar a los rebeldes antes de que llegaran, pero
su experiencia le avisaba que sería un desastre. Paulino sabía que lo único
acertado era poner por ahora tierra de por medio entre él y Boudicca. Sacrificó
la capital de la provincia para ganar la guerra.
Londinium. Cuando todavía se podía aparcar sin problemas. |
Dio la orden de evacuación y salió de vuelta, al galope, a su
legión en Gales. Pronto Boudicca llegó con sus fanboys a Londinium, y seguía
igual de enfadada con todo lo que oliera a romano, así que los que no lograron
huir a tiempo sufrieron el mismo tratamiento de imaginativas y salvajes torturas
que los habitantes de Camulodunum.
Mientras el ejército de Boudicca hervía romanos o los
empalaba en pinchos, Paulino llegó a Gales y a su legión, la XIV Valeria
Victrix, y reunió todo lo que pudo de los alrededores, como destacamentos de la
XX Rapax, algunas fuerzas de tropas auxiliares y hasta veteranos ex legionarios
que huían de los rebeldes. Todo le valía. También mandó un mensaje pidiendo
ayuda a la legión II Augusta, que estaba en el actual Exeter, cerca de Cornualles,
pero su legado, Póstumo, se hizo el sueco, pensando que mejor era no moverse de
su esquina con tanto rebelde torturando romanos por los campos.
Así que, Paulino apenas
logró reunir unos diez mil hombres, pero se puso en marcha por la calzada principal que cruzaba Britania, buscando un buen
lugar donde recibir a los rebeldes, que por fin avanzaban hacia él con
confianza en la victoria y superándolo en gran cantidad, quizá 20 a 1. Dión
Casio habla de 230.000 rebeldes, pero seguro que exagera, como buen griego, o
mezcla a los combatientes y sus familias. A
estas alturas, Boudicca, repleta de orgullo sádico, parece que también buscaba una
batalla en campo abierto y acabar para siempre con el dominio romano en la
isla. Por el camino, destruyó la ciudad de Verulamium, para no perder la
costumbre.
Pero a Boudicca le dio igual su posición defensiva. Los romanos parecían tan pocos y temerosos tras sus escudos que ni se molestó en pensar un elaborado ataque. Ordenó lanzarse a la carga, mientras las familias de los rebeldes se ponían a disfrutar del espectáculo desde una línea de carromatos a sus espaldas. Justo lo que más esperaba Paulino.
Calzada de Watling Street. No había conquista sin calzada molona. |
Los rebeldes tenían valentía y arrojo, como buenos celtas,
pero la mayoría carecía de experiencia militar. Subieron chillando por la
cuesta contra los romanos, que esperaban en silencio, y fueron recibidos por
descargas de “pila” que frenaron gran parte de su carga. Pero llegaron hasta
los romanos, que aguantaron el choque tras su muralla de escudos. Las cargas
de los rebeldes debieron sucederse durante un buen rato, cada vez menos
intensas por las bajas crecientes. Los romanos parecían un solo escudo del que
salían y entraban centenas de espadas afiladas, pinchando a media altura y de
forma casi mecánica. Desmoralizante.
Romanos dando estopa a celtas en Watling Street |
Cuando Paulino vio que los celtas empezaban a dudar, ordenó
avanzar a los legionarios, mientras su caballería y los auxiliares apoyaban por
los flancos acosando a los rebeldes, que retrocedieron ladera abajo,
preocupados y cansados, hasta llegar a la llanura; pero
allí se atascaron en la línea de carromatos, mientras el muro de legionarios
los iba trinchando lentamente, como un rodillo sin compasión. Su gran número
era ahora su principal enemigo. Atascados entre la línea romana y los
carromatos, el pánico se extendió por su filas y surgió el sálvese quien pueda.
Hubo aplastamientos en la línea de carros y desbandada general allí donde se
abría un hueco. Los romanos tampoco hicieron prisioneros ni distinguieron entre
rebeldes y sus familias. Comenzó
entonces una carnicería.
Al final del día, unos 80.000 rebeldes, según cuenta Tacito, habían muerto, por solo 400 romanos.
Boudicca se suicidó con veneno y la rebelión se acabó tan rápido como había empezado. Paulino
había conseguido su mayor victoria y salvado una provincia romana en una gran
batalla con un ejército mucho menor. El día soñado para cualquier general
romano.
Sin embargo, en la victoria Paulino mostraría su lado más
oscuro. Sabemos por Tácito:
“Excelente como lo fue
en otros aspectos, su política hacia los conquistados fue arrogante y mostró la
crueldad de quien estaba vengando errores privados.”
Paulino sofocó los restos de la rebelión y castigó a los
britanos de una manera inmisericorde,
incluso para las costumbres de los propios romanos, que no es que fuesen compasivos en ese aspecto. Tanto se pasó, que Nerón decidió mandar a otro gobernador de
carácter más afable con los sometidos y relevó a Paulino.
Nerón con su gatito. |
Parece que por este motivo y quizá por celos del emperador a
un general triunfante, fue apartado de la primera línea de los mandos y del
gobierno durante años. Aunque hubo un Gayo Paulino Suetonio cónsul en el año
66, que pudo ser nuestro Paulino o un hipotético hijo con el mismo nombre.
Tras la muerte de Nerón en el año 68, Tácito nos presenta a
Paulino, que debía estar ya cerca de los setenta, en el bando del emperador
Otón como uno de sus militares y consejeros en la guerra civil del 68-69. Incluso venció a las fuerzas del emperador rival, Vitelio,
cerca de Cremona, cuando invadieron Italia, pero no persiguió a los derrotados.
Quizá porque no quería enemistarse demasiado con el bando contrario en una
guerra civil que parecía muy incierta.
Como era de esperar,
las fuerzas de Otón perdieron el combate y, aunque la guerra no se puede decir
que estuviera perdida para Otón, se dejó llevar por el pesimismo típico del
romano perdedor, soltó un discurso de despedida a sus hombres, se metió en su
tienda y se suicidó con una daga clavada en el corazón. Fue un final muy romano
y también muy estúpido. Pero los escritores alabarán en las décadas posteriores
su “digno gesto” para acabar con la guerra civil.
Otón, el deprimido |
Paulino fue hecho
prisionero por el nuevo emperador Vitelio, pero fue perdonado por su
inteligente orden de no perseguir a los derrotados en Cremona y porque reclamó,
con total descaro, que había perdido deliberadamente la última batalla para
favorecer a Vitelio. Aunque todos sabían que había aconsejado no batallar. Lo
más seguro es que Vitelio no quiso castigar a un general muy respetado en el
ejército.
Y nada más sabemos de Paulino Suetonio. Lo más probable es
que muriera poco después, retirado en su villa de Roma o en su natal Pisaurum. Había
vivido, sin morir en el intento, en primera línea política y militar de los
reinados de Calígula, Claudio y Nerón. Sobrevivió a una guerra civil en un bando perdedor y pasó por todos los cargos públicos de
prestigio. Aplastó dos importantes rebeliones en lugares tan diferentes como
Mauritania y Britania. Fue el primer romano que pisó las arenas del Sahara y el
que conquistó la isla sagrada de los druidas. Venció a un ejército diez veces
superior y disfrutó la confianza y el favor de sus hombres en la mayor de las
adversidades. Bajo presión, era cuando más destacaba, pero, por desgracia, en
la victoria se dejaba llevar por el deseo de venganza y fue bastante cruel con
los vencidos.
Pero no dejan de ser características típicas de un guerrero.
Porque si hay un paradigma de general romano, ese es nuestro Suetonio Paulino.
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