lunes, 11 de febrero de 2019

Suetonio Paulino, sofocando rebeldes



 Hay personajes secundarios cuya importancia histórica o fama popular se debe a un solo hecho, pese a tener una biografía plagada de aventuras y peligros en una época de emperadores locos, excéntricos y acomplejados. Gayo Suetonio Paulino es el ejemplo evidente.

 Sabemos que nació a principios del siglo I en Pisaurum, la actual Pésaro. Una colonia romana a orillas del Adriático, fundada en 184 a.C. para extender el control romano sobre la costa opuesta de la bota. Poco más sabemos de su origen. Aunque no parece que tuviera ningún parentesco con el Suetonio escritor, famoso por sus cotilleos sobre los césares, puesto que éste último era de origen africano.

Este no era nuestro Suetonio

 La familia de nuestro Suetonio debió pertenecer a la aristocracia local y seguramente tenía parientes en el Senado romano, donde acabó haciendo carrera durante los peliagudos reinados de Tiberio y Calígula, hasta llegar al cargo de pretor en el año 40. Lo que demuestra que era bastante cauto e inteligente en un tiempo en que las locuras de Calígula estaban en su auge y tener un cargo en la administración romana era jugarse la vida cada día… o cada hora.

Tampoco las visitas regias a la capital podían estar seguras. Ese año visitó Roma el rey de Mauritania, Ptolomeo, que no era un reyezuelo cualquiera. Dos de sus abuelos eran nada menos que Cleopatra y Marco Antonio, por lo que este rey estaba emparentado con la familia Antonia y era primo del futuro emperador Claudio y primo segundo de Calígula. Pero esto último, más que un honor, era señal de desgracia inminente, pues Calígula, como excelente paranoico que era, veía rivales en cualquier pariente cercano o lejano que lo mirase un poco de reojo.
 Así que, cuando un día Ptolomeo tuvo la mala ocurrencia de presentarse en unos juegos gladiatorios vestido de púrpura, el color exclusivo de los reyes, pero también de los emperadores, Calígula aprovechó la supuesta ofensa y mandó ejecutar al pobre Ptolomeo por rebelión. De paso, como quien no quiere la cosa, anexionó Mauritania al imperio. De esta forma murió el último de los reyes de la larga estirpe de los Ptolomeo.

El último Ptolomeo. Ejecutado por su pésimo estilismo 

Por supuesto, tal noticia no sentó bien a los mauritanos, que se rebelaron al poco tiempo dirigidos por Aedemos, un liberto de Ptolomeo, que empezó a matar con alegría romanos por el norte de África. Aquí entra en escena nuestro Paulino Suetonio, que recibió la nueva provincia de Mauritania para pacificar en el año 42 con el cargo de legatus legionis. Todo un regalo envenenado del nuevo emperador Claudio.
 Pero Paulino demostró firmeza y eficacia. Tras meses de duros combates, a golpe de gladio, los romanos vencieron a Aedemos y arrinconaron a los rebeldes en la cordillera del Atlas. Los mauritanos, a pesar de la derrota, no accedieron a la rendición y se trasladaron al otro lado de la cordillera. Paulino no se cortó un pelo y decidió perseguirlos más allá de aquellas montañas. Según nos cuenta Plinio el Viejo:

fue el primer jefe romano que cruzó la cadena del Atlas y avanzó una distancia muchas millas más allá….llegando al río Guir (¿Un afluente del Níger?), a través de desiertos llenos de polvo negro, ocasionalmente rotos por promontorios de roca que parecen que hubieran sido quemados; una región que el calor hacía insoportable, aunque era época de invierno cuando la exploraron.”

Parece que Paulino habló directamente con Plinio, años después, sobre aquella expedición, pues nos da detalles como:

“él nos ha dado la misma información que recibimos de otras fuentes, referidas a la extraordinaria altura de estas montañas (el Atlas) y, al mismo tiempo, ha fijado que todas las zonas a sus pies están cubiertas de denso bosque compuesto de árboles de especies desconocidas hasta ahora.”

Atlas marroquí. Por aquí paseó Paulino.

 Paulino le dio también descripciones a Plinio sobre estos árboles y demuestra ser observador. Su información fue clave a la hora de trazar la ruta idónea para cruzar la cadena montañosa y la situación de los accidentes geográficos. También dejó claro a los romanos que el Sahara ofrecía mucho desierto, demasiado calor y nada que conquistar.

 Por desgracia, no sabemos nada más de Paulino hasta la década de los 50, cuando alcanza el puesto de cónsul. No sabemos si ocupó el cargo cuando todavía vivía Claudio o a principios del reinado de Nerón. Lo único concreto es que en el 58, un cincuentón y ex cónsul Paulino recibe la gobernación de Britania de rebote, tras la muerte en su cargo de Veranio, el gobernador designado.

Britania había sido invadida por Claudio en el año 43 y los romanos llevaban más de quince años de guerra de conquista, más o menos intensa y algo remolona, en plan dos pasitos adelante y un pasito atrás. Cuando llegó Paulino ya dominaban la mayoría de la actual Inglaterra y el nuevo legado decidió continuar la conquista de la isla en dirección a Gales. Demostró en la boscosa Britania la misma eficacia que en la pedregosa Mauritania y en un par de campañas ya dominaba la región y había arrinconado a la resistencia, dirigida por los druidas, en la isla de Mona (Anglesey). Bajo su mando en estas campañas estarían figuras prominentes, para bien o para mal, de las décadas posteriores del imperio, como Petilio Cerealis y Agrícola, que aprendieron a dirigir hombres bajo el buen hacer de Paulino.

Campañas romanas en Britania. Las flechas marrones son las correrías de Paulino en 58-60

 En el año 60 o 61, Paulino lanzó a su ejército a por la isla de Mona, que pese a la resistencia suicida de los druidas fue sometida sin contemplaciones. Parecía que todo iba viento en popa y puede que Paulino pensará en hacer una visita de prueba a la vecina Irlanda, pero llegaron malas noticias del otro lado de la isla. La reina de la poderosa tribu de los Iceni, Boudicca, se había alzado en rebelión al ser maltratada (y sus hijas violadas) por centuriones romanos en un extraño asunto que todavía hoy no está del todo claro. A su rebelión, aparte de su poderosa tribu, se apuntaron los britanos resentidos con la ocupación romana, que no eran pocos, formando una horda de bárbaros cabreados que arrasó la colonia de Camulodunum (Colchester) y practicó con los romanos residentes toda clase de psicopáticas torturas.

Estatua de Boudicca en Westminster. Se la ve crecida.

 En un principio se envió una fuerza bajo la dirección de Petilio Cerealis, pero resultó insuficiente y fue puesta en fuga por los rebeldes, que ya eran una multitud, pues muchos britanos, tras el desmadre sangriento de Camulodunum, descubrieron que los romanos que los sometían se habían vuelto vulnerables y se apuntaron al ejército de Boudicca en gran número.
Paulino, todavía no bien informado del alcance de la rebelión, pero mosqueado por las noticias que llegaban, decidió abandonar Gales con una pequeña escolta y cabalgar hasta Londinium (Londres), que ya de aquella era la capital de la provincia y una floreciente ciudad. Esperaba informarse mejor de lo que pasaba y lo hizo, muy a su pesar.

 Para su asombro, descubrió que los rebeldes, convertidos ya en un ejército de conquista, se encaminaban a Londinium y que no tenía fuerzas para defender la ciudad. Pero no perdió su aplomo. Comprendió que el objetivo principal era derrotar al ejército rebelde cuanto antes, de una forma definitiva, y tenía más posibilidades en campo abierto, incluso si tenía que sacrificar Londinium, pese al golpe de moral y probable carnicería que sería la toma de la ciudad. Quizá tuvo la tentación de juntar tropas y frenar a los rebeldes antes de que llegaran, pero su experiencia le avisaba que sería un desastre. Paulino sabía que lo único acertado era poner por ahora tierra de por medio entre él y Boudicca. Sacrificó la capital de la provincia para ganar la guerra.


Londinium. Cuando todavía se podía aparcar sin problemas.

 Dio la orden de evacuación y salió de vuelta, al galope, a su legión en Gales. Pronto Boudicca llegó con sus fanboys a Londinium, y seguía igual de enfadada con todo lo que oliera a romano, así que los que no lograron huir a tiempo sufrieron el mismo tratamiento de imaginativas y salvajes torturas que los habitantes de Camulodunum.
Mientras el ejército de Boudicca hervía romanos o los empalaba en pinchos, Paulino llegó a Gales y a su legión, la XIV Valeria Victrix, y reunió todo lo que pudo de los alrededores, como destacamentos de la XX Rapax, algunas fuerzas de tropas auxiliares y hasta veteranos ex legionarios que huían de los rebeldes. Todo le valía. También mandó un mensaje pidiendo ayuda a la legión II Augusta, que estaba en el actual Exeter, cerca de Cornualles, pero su legado, Póstumo, se hizo el sueco, pensando que mejor era no moverse de su esquina con tanto rebelde torturando romanos por los campos.

 Así que, Paulino apenas logró reunir unos diez mil hombres, pero se puso en marcha por la calzada principal que cruzaba Britania, buscando un buen lugar donde recibir a los rebeldes, que por fin avanzaban hacia él con confianza en la victoria y superándolo en gran cantidad, quizá 20 a 1. Dión Casio habla de 230.000 rebeldes, pero seguro que exagera, como buen griego, o mezcla a los combatientes y sus familias. A estas alturas, Boudicca, repleta de orgullo sádico, parece que también buscaba una batalla en campo abierto y acabar para siempre con el dominio romano en la isla. Por el camino, destruyó la ciudad de Verulamium, para no perder la costumbre.

 Paulino esperó en un lugar algo elevado, en un desfiladero, con bosques a los lados. Así solo mostraba un frente al enemigo. Todavía hoy no se sabe dónde estaba el lugar, excepto que estaba probablemente a lo largo de la calzada romana de Watling Street, entre Londinium y Viroconium (Wroxeter). Un lugar idóneo para defender con sus escasas fuerzas. 
 Pero a Boudicca le dio igual su posición defensiva. Los romanos parecían tan pocos y temerosos tras sus escudos que ni se molestó en pensar un elaborado ataque. Ordenó lanzarse a la carga, mientras las familias de los rebeldes se ponían a disfrutar del espectáculo desde una línea de carromatos a sus espaldas. Justo lo que más esperaba Paulino.

Calzada de Watling Street. No había conquista sin calzada molona.

 Los rebeldes tenían valentía y arrojo, como buenos celtas, pero la mayoría carecía de experiencia militar. Subieron chillando por la cuesta contra los romanos, que esperaban en silencio, y fueron recibidos por descargas de “pila” que frenaron gran parte de su carga. Pero llegaron hasta los romanos, que aguantaron el choque tras su muralla de escudos. Las cargas de los rebeldes debieron sucederse durante un buen rato, cada vez menos intensas por las bajas crecientes. Los romanos parecían un solo escudo del que salían y entraban centenas de espadas afiladas, pinchando a media altura y de forma casi mecánica. Desmoralizante.

Romanos dando estopa a celtas en Watling Street

Cuando Paulino vio que los celtas empezaban a dudar, ordenó avanzar a los legionarios, mientras su caballería y los auxiliares apoyaban por los flancos acosando a los rebeldes, que retrocedieron ladera abajo, preocupados y cansados, hasta llegar a la llanura; pero allí se atascaron en la línea de carromatos, mientras el muro de legionarios los iba trinchando lentamente, como un rodillo sin compasión. Su gran número era ahora su principal enemigo. Atascados entre la línea romana y los carromatos, el pánico se extendió por su filas y surgió el sálvese quien pueda. Hubo aplastamientos en la línea de carros y desbandada general allí donde se abría un hueco. Los romanos tampoco hicieron prisioneros ni distinguieron entre rebeldes y sus familias. Comenzó entonces una carnicería.
Al final del día, unos 80.000 rebeldes, según cuenta Tacito, habían muerto, por solo 400 romanos.

Boudicca se suicidó con veneno y la rebelión se acabó tan rápido como había empezado. Paulino había conseguido su mayor victoria y salvado una provincia romana en una gran batalla con un ejército mucho menor. El día soñado para cualquier general romano.

Sin embargo, en la victoria Paulino mostraría su lado más oscuro. Sabemos por Tácito:

“Excelente como lo fue en otros aspectos, su política hacia los conquistados fue arrogante y mostró la crueldad de quien estaba vengando errores privados.”

Paulino sofocó los restos de la rebelión y castigó a los britanos de una manera inmisericorde,  incluso para las costumbres de los propios romanos, que no es que fuesen compasivos en ese aspecto. Tanto  se pasó, que Nerón decidió mandar a otro gobernador de carácter más afable con los sometidos y relevó a Paulino.

Nerón con su gatito.

Parece que por este motivo y quizá por celos del emperador a un general triunfante, fue apartado de la primera línea de los mandos y del gobierno durante años. Aunque hubo un Gayo Paulino Suetonio cónsul en el año 66, que pudo ser nuestro Paulino o un hipotético hijo con el mismo nombre.

Tras la muerte de Nerón en el año 68, Tácito nos presenta a Paulino, que debía estar ya cerca de los setenta, en el bando del emperador Otón como uno de sus militares y consejeros en la guerra civil del 68-69. Incluso venció a las fuerzas del emperador rival, Vitelio, cerca de Cremona, cuando invadieron Italia, pero no persiguió a los derrotados. Quizá porque no quería enemistarse demasiado con el bando contrario en una guerra civil que parecía muy incierta.

  Antes de la batalla final de abril del 69 entre las fuerzas de Otón y Vitelio en Bedriaco, el veterano Paulino aconsejó a Otón que no se arriesgara a pelear en un combate que le parecía bastante desventajoso y que era mejor esperar refuerzos. Pero no fue oído y el emperador fue empujado por sus allegados a entablar batalla y acabar de una vez con la guerra civil.
 Como era de esperar, las fuerzas de Otón perdieron el combate y, aunque la guerra no se puede decir que estuviera perdida para Otón, se dejó llevar por el pesimismo típico del romano perdedor, soltó un discurso de despedida a sus hombres, se metió en su tienda y se suicidó con una daga clavada en el corazón. Fue un final muy romano y también muy estúpido. Pero los escritores alabarán en las décadas posteriores su “digno gesto” para acabar con la guerra civil.

Otón, el deprimido

 Paulino fue hecho prisionero por el nuevo emperador Vitelio, pero fue perdonado por su inteligente orden de no perseguir a los derrotados en Cremona y porque reclamó, con total descaro, que había perdido deliberadamente la última batalla para favorecer a Vitelio. Aunque todos sabían que había aconsejado no batallar. Lo más seguro es que Vitelio no quiso castigar a un general muy respetado en el ejército.

Y nada más sabemos de Paulino Suetonio. Lo más probable es que muriera poco después, retirado en su villa de Roma o en su natal Pisaurum. Había vivido, sin morir en el intento, en primera línea política y militar de los reinados de Calígula, Claudio y Nerón. Sobrevivió a una guerra civil en un bando perdedor y pasó por todos los cargos públicos de prestigio. Aplastó dos importantes rebeliones en lugares tan diferentes como Mauritania y Britania. Fue el primer romano que pisó las arenas del Sahara y el que conquistó la isla sagrada de los druidas. Venció a un ejército diez veces superior y disfrutó la confianza y el favor de sus hombres en la mayor de las adversidades. Bajo presión, era cuando más destacaba, pero, por desgracia, en la victoria se dejaba llevar por el deseo de venganza y fue bastante cruel con los vencidos. 
 Pero no dejan de ser características típicas de un guerrero. Porque si hay un paradigma de general romano, ese es nuestro Suetonio Paulino.


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