miércoles, 5 de julio de 2017

Asombro y dominación sobre la arena

Postal antigua que representa un pasaje de 'Quo vadis'
Los anfiteatros y circos no sólo eran fuente de entretenimiento para la mísera plebe romana. El pueblo acudía a estos recintos para conocer de primera mano la fuerza y esplendor del Imperio. La Ciudad del Tíber exhibía su poder en la arena, exhibiendo animales exóticos de caprichosas formas y extraños sonidos, capturados en los confines del mundo conocido. Muchos espectadores quedarían asombrados de admirar a pocos metros de distancia (aunque a prudente altura) bestias tan ajenas a su entorno cotidiano que, por no tener, no tenían ni denominación propia. A mayor gloria del editor, las gradas estallarían en risas y exclamaciones cuando surgiesen de los establos toros de Etiopía o camellos indios.


La exhibición de animales ante la plebe romana data de antiguo. Quizá por influencia helénica, los generales romanos empezaron a traer de sus campañas fauna diversa para mostrarla en el foro, el circo u otras zonas populares de la ciudad. La competencia por el favor del pueblo animó a todos aquellos que albergaban ambiciones políticas a distinguirse del resto de rivales, gastando ingentes sumas de dinero por hacerse con más animales y de mayor rareza.

En plena expansión de los dominios de Roma, la mera muestra de trofeos dejó de ser suficiente para destacar. Según explica María Engracia Muñoz-Santos en su estudio "Animales in harena", a lo largo del siglo II y I a. C. se desarrollaron formatos innovadores para sorprender a la población. ¿Por qué no encadenar animales de diversa especie y provocar su enfrentamiento? ¿Cuál será el vencedor: el toro o el elefante; el león o el cocodrilo; el oso o la boa?

Un toro y un oso pelean, azuzados convenientemente por un joven
Las retorcidas muestras de ingenio no quedaron en estas luchas entre animales, llamadas misiones. La sofisticación de los organizadores de juegos llevó a las ventiones, pruebas en las que el hombre -personificando el vigor de Roma- se enfrentaba a la bestia -la barbarie y la naturaleza salvaje que poblaba los confines del mundo-. Es opinable si el ciudadano de a pie accedería a este discurso sobre la misión de Roma de dominar el orbe. Lo que sí es seguro es que disfrutaba con el combate, la emoción de la caza y la exhibición de valentía (que no de hombría, pues aunque pocas también hubo cazadoras en estos espectáculos).

Los animales también fueron utilizados como verdugos para ajusticiar a esclavos, enemigos extranjeros y hombres libres condenados por sacrilegio o asesinato. En una última y morbosa vuelta de tuerca, las bestias fueron actores de dramas en los que los reos de muerte personificaban personajes mitológicos que sucumbían a manos de animales salvajes. Así, una condenada podía ser atada a un toro para ser arrastrada hasta morir, como se suponía que le había ocurrido a la ninfa Alcida.

La utilidad recreativa y la consecución de prestigio por parte de los editores de los juegos parece fuera de toda duda desde el momento en que los espectáculos de fieras se mantuvieron en el tiempo (la última venatio data del año 523). A lo largo de los siglos, decenas de miles de animales fueron sacrificados en los espectáculos. Sólo en la inauguración del Coliseo cazaron 5.000 fieras, o 9.000 según Dion Casio. Semejante práctica llevó a algunas especies a desaparecer de sus hábitat tradicionales.

A pesar de que las carreras de cuádrigas o los gladiadores movían pasiones, la exhibición y caza de animales no debía de ir a la zaga en el corazón romano. "No estamos ante un espectáculo de rango menor", afirma Muñoz-Santos. "Los gladiadores han hecho correr ríos de tinta gracias al cine y las novelas, pero no creo que un espectáculo tuviese más importancia que el otro", afirma.

Relieve representando una venatio tumultuosa
El esfuerzo de gestión que suponían los espectáculos con fieras es un campo que muestra el genio técnico de los romanos. La captura y el transporte de bestias hasta Roma (aunque es casi seguro que juegos de este tipo se celebraron por todo el Imperio) eran actividades que requerían grandes doses de ingenio, según recogen las fuentes primarias utilizadas en "Animales in harena", obra que también explica dónde se mantenían hasta el momento de su participación en los juegos, así como su destino tras el espectáculo.

Pese al trabajo investigador, aún persisten numerosos puntos oscuros en este tema. "Muchas cuestiones no tienen respuesta, porque no existe una documentación al respecto. Especular no creo que sea bueno, así que probablemente nunca sepamos darles respuesta", explica Muñoz-Santos. Con todo, la lectura de su ensayo nos permitirá desacernos de unos cuantos clichés que se han instalado en el imaginario colectivo debido a las películas de romanos. Algún fragmento de la obra también nos ayudará a meternos en la piel de los trabajadores del anfiteatro en el frenesí de un día de juegos; y a asombrarnos como si fuésemos un pillo de la Subura que ve por primera vez en su vida un toro de Etiopía -al que los snobs llamaban rhinoceros- o a un camello indio (que hoy conocemos como jirafa).

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