Profesor titular de Derecho Romano en la Universidad Complutense de Madrid
Fotograma de la película "Ben Hur" |
– Así que, al enterarme de que él había ganado la carrera del domingo pasado, decidí demandarle. Y aquí estoy, con la demanda– decía, satisfecho, el demandante.
Normalmente, un planteamiento de locos como éste sacaba de sus casillas al Pretor; al público, por el contrario, le encantaba, y hoy también. Pero, sorprendentemente, al Pretor se le veía tranquilo y sonriente, con cierta relajación veraniega. Quizá fueran los festejos de esos días en Roma, o el día soleado que hacía en el Foro; el caso es que escuchaba atentamente al demandante, como si no fuera otro de los casos surrealistas que, cabezonerías del Destino, le acababan cayendo siempre a él.
– Claro, claro... –respondía el Pretor, recostado en su silla curul y escuchando divertido– Y... ¿podrías detallar algo más los hechos, por favor?
– Por supuesto, Pretor, el caso no puede ser más claro –decía el demandante, un rechoncho pero elegante vendedor de caballos, que paseaba bajo el estrado mientras hablaba, seguro de su victoria procesal–. Mi cliente, ahora demandado, vino a mi negocio el otro día, pues deseaba comprar unos caballos. Yo, como sabes, oh Pretor, soy famoso por la calidad del género, mis caballos provienen de...
– Sigue, sigue– le interrumpía el Pretor, evitando así que se fuera por las ramas. Y el demandante, cada vez más inmerso en su propio alegato, proseguía:
– Yo, que soy un comerciante de buena fe, le hice una propuesta muy generosa: que se llevara los caballos para probarlos, sin compromiso; y que si tras probarlos no le gustaban, que podía devolverlos y ya está.
– Y de hecho –terció el Pretor– es lo que hizo, según contabas: probarlos y devolvértelos porque no le gustaban...
– ¡Sí, el muy...! –se paró en seco, alterado, el demandante– Me los devuelve cansados y sudorosos, sí, pero bueno: hasta ahí es normal, supongo, si había que probarlos... ¡Pero luego me entero de que los ha llevado a correr... AL CIRCO! Y no sólo eso, ¡encima me entero de que HA GANADO LA CARRERA!
El demandante se ponía rojo de indignación, sólo de rememorar lo sucedido; el Pretor, por su parte, disimulaba su sonrisa. Y el demandante, poco a poco, iba perdiendo su compostura, levantando los brazos y mirando al público, al que sin duda se había ganado ya a estas alturas:
– ¿¿Cómo puede devolverme los caballos, diciendo que no le han gustado... después de haber ganado con ellos en el Circo?? O sea, que se los lleva gratis, gana un premio, y luego tiene la desfachatez de decirme... ¿¿que no le satisfacen??
Murmullos de comprensión e indignación en el público. Qué escándalo, qué abuso. Sin embargo, el Pretor seguía sospechosamente sonriente.
Mosaico de Piazza Armerina (Sicilia) |
– Qué cosas pasan, ciudadano...
– Sí, Pretor... ¡Pero el caso está bien claro! ¡Te ruego que me des paso al juicio, para que pueda exigirle a ese... a ese...!
El Pretor intentó calmarle, diciendo:
– Demanda si quieres, por supuesto; yo te organizo el juicio y te nombro un juez; el decidirá.
El demandante (y el público), asentían satisfechos; el Pretor había sido coherente con una petición tan razonable.
–...Pero, si quieres mi opinión y evitarte líos procesales, creo que el demandado tiene todo el derecho a devolverte tranquilamente los caballos, a pesar del gran éxito del domingo pasado.
Murmullo de asombro en el público; el vendedor, atónito e indignado, no pudo evitar estallar:
– ¿¿Pero cómo puedes decir eso, Pretor?? ¡¡Has oído mi relato, y... y.... y por tanto tu interpretación va contra toda lógica!!
El Pretor, relajado, pasó por alto la falta de respeto del demandante, y con una indulgente sonrisa, le respondió:
– Bueno, en mi modesta opinión, la faltan ciertos detalles a tu relato, a saber: ese día uno de los corredores, Caius Pulcher, perdió el control de su nuevo carro; no tenía ni idea de cómo manejar el tiro, pero claro: eso le pasa por comprar tecnología griega, en vez de romana... Esos helenos, mucha "bella greba", mucha "larga cabellera", pero nada: está visto que lo suyo son los caballos de madera. Por otro lado Mevius Caelius, el gran favorito, estaba enfermo, así que mandó en su lugar a su cuñado, y así le fue... Fíjate, creo que el cuñado no tenía muy claro si los caballos iban delante o detrás del carro...
Según el Pretor iba desgranando los detalles de la carrera, todo el mundo se iba quedando con la boca abierta. Y el Pretor, tranquilamente, proseguía:
– Para colmo, Ticius Maximus, la estrella de la temporada pasada, corrió borracho; su cuadriga iba haciendo eses... ¡y acabo corriendo en dirección contraria! Lo que me pude reír, por Júpiter...
El demandante no cabía en sí de su asombro. Y entonces el Pretor se levantó con ademán de dejar el asunto zanjado, mientras apostillaba:
– Sí, en efecto estuve el domingo en el Circo viendo las carreras. Soy un aficionado desde infans. Y, la verdad, lo sorprendente no es que el demandado ganara la carrera, con esta tropa indescriptible que tuvo como contrincantes... Lo que me sorprende es que lograra siquiera llegar al final... ¡con esa birria de caballos que le diste para conducir!
Autor: José-Domingo Rodríguez Martín
Y PARA SABER MÁS:
Ya en la Roma antigua se podía aplicar a los contratos la cláusula “Pruébelo y, si no le gusta, le devolvemos su dinero”. Los juristas romanos la denominaban pactum displicentiae.
Y el caso es que esta historia está basada en una reclamación real, relatada por el gran jurista Ulpiano en un fragmento conservado por Justiniano (Dig. 19.5.20 pr). Por desgracia no se ha conservado la solución del caso, pero sí que es seguro que, si se incluía el pactum, la libertad del comprador para decidir si estaba satisfecho o no con la mercancía debía ser absoluta y subjetiva, no dependiendo de datos externos objetivos como por ejemplo la victoria en una carrera.
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