En una sección de secundarios inolvidables como es esta, no podía faltar uno de los mayores deportista de todos los tiempos. El rey de los circos, el auriga de los récords, el superviviente de la arena y la envidia de los futbolistas modernos... Además, era hispano.
Ya hemos hablado antes de dos "deportistas" de la Antigüedad: Cinisca y Quadronius Verus. Pero el verdadero crack y figura profesional con miles de fans fue Gaius Apuleius Diocles.
Nos ha dejado solo dos textos sobre su vida, escritos en estelas. Bueno, más bien fueron otros los que dejaron mención de él: sus fans y sus hijos. De su figura se ha hablado mucho en libros e internet, la mayoría de las veces con errores, exageraciones o simple ignorancia. Todo lo que se ha dicho y especulado se basa en esos dos textos epigráficos.
Nos ha dejado solo dos textos sobre su vida, escritos en estelas. Bueno, más bien fueron otros los que dejaron mención de él: sus fans y sus hijos. De su figura se ha hablado mucho en libros e internet, la mayoría de las veces con errores, exageraciones o simple ignorancia. Todo lo que se ha dicho y especulado se basa en esos dos textos epigráficos.
El circo de Nerón, en el Vaticano. |
El primer texto estaba (porque
solo queda la copia del texto) en el circo de Nerón, que hoy es una ruina enterrada bajo la
actual basílica del Vaticano. Es una estela que fue levantada por sus
admiradores y que contiene una extensa y aburrida lista de sus estadísticas en
el mundo de las carreras. Seguramente fue levantada cuando se retiró
de competir a la edad de 42 años, pagada por sus fans o facción del circo. Hay
otros ejemplos semejantes, pero el de Diocles es el más extenso y abrumador en datos; y deja
claro que no hubo nadie como él, ni antes ni después. Fue el mejor “agitator”
(auriga) de la historia.
La estela nos dice solo que era lusitano,
nacido en el 104 d.C. Algunos autores afinan hasta decir que era emeritense,
pero no sé de dónde sacan ese dato. Seguramente empezó o corrió alguna vez en
el circo de Mérida, capital de su provincia natal, pero nada sabemos de su
lugar de nacimiento.
Su nombre nos dice más cosas.
Diocles es nombre griego y en la Hispania de los siglos I y II indican un
origen familiar oriental, no precisamente griego, y con bastante probabilidad
esclavo o liberto con escasos recursos. Algo típico entre los aurigas, que
solían salir de las capas más bajas de la sociedad, como los esclavos o los libertos pobres.
Nada más sabemos de su origen y
primeros años. Cualquier cosa dicha es pura especulación. Pero a los 18 años
comienza su carrera como auriga. Una edad normal para empezar, que incluso
puede parecer tardía, pues sabemos de un auriga llamado Crescens, que ganó su
primera carrera con solo 13 años.
Los comienzos de Diocles no debieron ser muy
exitosos, pues tardó dos años en ganar su primera carrera, en el año 124 d. C.
Pero a partir de ahí ya fue un no parar de vencer. Es evidente que esos
primeros años de experiencia los aprovechó bien en aprender y, sobre todo, en
saber cuándo arriesgarse y cuándo no, para evitar los terribles accidentes de
la arena. Esa era la mejor habilidad de un auriga. Porque su trabajo era casi
tan peligroso como ser gladiador. La presión sobre ellos para ganar y la
peligrosidad de las carreras provocaban maniobras arriesgadas y los
consiguientes accidentes, ya sea por choques entre carros o contra el muro, o
que el carro mismo, muy ligero, se rompiera y los caballos arrastrasen al
auriga, que llevaba las riendas sujetas a la cintura para un mejor manejo de
los caballos. En ese caso, pese a que llevaban un cuchillo para romper las
riendas y una especie de corsé de cuero, lo normal era que la arena despellejase al pobre hombre como papel de
lija.
Esta sería la pinta de Diocles en las carreras |
Además, los
remedios solían ser peor que el accidente. Por Plinio el Viejo sabemos que para
las heridas de los aurigas se usaba “estiercol
de jabalí, recogido en primavera y secado... algunos piensan que es más eficaz
si es hervido en vinagre. Los médicos más precavidos lo queman y mezclan las
cenizas con agua; se dice que el emperador Nerón se refrescaba regularmente con
este tónico.” Y luego acabó medio
loco, no me extraña.
Diocles, se salvó
de accidentes y remedios absurdos, y poco a poco empezó a ganar carreras hasta
convertirse en una leyenda, y acabar corriendo en Roma, el ombligo de todas las
carreras.
En aquellos tiempos
y después, como nos cuenta Amiano Marcelino, los romanos “gastan su vida entera en vino, dados, burdeles, fiestas y en los
Juegos. Para tal gente, el Circo Máximo es un templo, un hogar, un lugar de
asamblea, y el foco de todo deseo...
Cuando se acerca el amanecer del aguardado día de las carreras, antes de que
incluso brille el sol, todos se apresuran en masa al estadio como si corrieran
contra los carros que van a ver, muchos van sin dormir debido a la ansiedad
acerca del resultado de sus fanáticos deseos.”
O como dice con
menos retórica Frontón: “El suministro de
grano no es tan efectivo como el entretenimiento para mantener al pueblo
contento.”
En definitiva... si los romanos eran obligados a elegir:
¡El circo antes que el pan!
El pueblo de Roma
vivía entonces para el Circo y adoraba a los aurigas triunfadores. Es evidente
que se anotaban en actas los triunfos y las diferentes posiciones en cada
carrera, al menos hasta la cuarta plaza, pues de otra manera los autores de la estela del
Vaticano no tendrían de dónde sacar los datos y compararlos con otros más
antiguos. Las estadísticas deportivas eran tan famosas como hoy... y Diocles
empezó a romperlas.
En los 24 años que
estuvo activo, participó en 4257 carreras y ganó 1462 veces, ganó prácticamente
una carrera de cada cuatro. En el resto, quedó entre los cuatro primeros (la
mayoría de veces segundo) en 1438 ocasiones. Solo se quedó en vacío en 1351
carreras (esto lo pongo yo, no la estela). Pese a su éxito, no es el mayor vencedor de la historia entre los
aurigas, pues ese título lo tiene Pompeius Musclosus con 3559 victorias, y hay otro auriga, Scorpus, con 2048, pero
nuestro Diocles fue más selectivo en sus victorias. La mayoría de ellas, 1064,
fueron en carreras de un carro por facción (singulares) que enfrentaban a las
mejores figuras de cada uno de los cuatro equipos que competían en el Circo.
Eran las carreras más prestigiosas y con mayores premios en metálico. Ahí sí tiene el récord.
Además, ganó 110 carreras “a pompae”, las primeras
carreras del día, que se disputaban después del desfile inaugural (pompa) y se
consideraban las más importantes. También eran las más suculentas en premios en
metálico.
Porque en cuestión
de dinero, Diocles ganó hasta el hartazgo. Según la estela del Vaticano, se
embolsó en su carrera casi 36 millones de sextercios. Una cifra que pagaría el
suministro de grano a Roma durante un año o la quinta parte del presupuesto
militar anual.
Auriga de los rojos con la palma de la victoria |
Así que Diocles se
retiró multimillonario. Pero sobre todo, se retiró vivo. Ese es su mayor
mérito. Scorpus, por ejemplo, murió en la arena a los 27 años, como también el
Crescens antes dicho que ganó su primera carrera a los 13, pero no pasó de los
22. Aparte de tener suerte, la sangre
fría de Diocles debió ser considerable. No era fácil conducir un carro, por
experto que se fuera, sin cometer un error alguna vez, con unas consecuencias
casi siempre fatales. Además, se debía correr varias veces en cada día de
carreras. Y si no morías del accidente, ya se encargaba el estiércol de jabalí.
Por otra parte, la
estela del Vaticano, también nos nombra a sus caballos, al menos los más famosos.
Porque los romanos también anotaban las victorias de los corceles y los más
célebres hasta tenían el honor de una estatua... o un cargo público, como
Incitato, nombrado cónsul por Calígula, otro fan loco (del todo) por las
carreras.
Calígula e Incitato, una gran amistad. |
Así sabemos que Diocles
hizo “centenarios” en victorias a nueve caballos y “bicentenario” a uno, que,
aunque no nos ponen el nombre, debió de ser uno de los tres con los que en un
año ganó 103 carreras: Abigeio, Lúcido y Pompeyano. También nos cuenta que con
estos tres caballos más Cotyno y Gálata venció 445 veces. No cabe duda que este
quinteto fue su equipo de caballos más querido entre las docenas que debió
conducir. La mayoría de estos caballos eran de origen africano o hispano, y
existía un negocio de cría para el circo muy desarrollado, pues se necesitaban
como unos cinco años para entrenar a un caballo de cuadriga. Ni qué decir que
su precio era desproporcionado. Pero la multitud los seguía en sus hazañas como
a los aurigas, los reconocía de vista y se aprendían hasta su genealogía.
Pero por encima de
Diocles y sus caballos estaba la pasión por el equipo o “factio”, tal como la
profesan los futboleros de hoy. En
tiempos de Diocles había cuatro en Roma y llevaban nombres de colores: azul,
verde, rojo y blanco. No voy hablar aquí de sus orígenes e historia porque
daría para un libro, pero el comportamiento de sus hinchas era semejante al de
los forofos actuales. O sea, se vestían del color de su equipo, alababan a sus
aurigas e insultaban a los rivales. De vez en cuando, también se pegaban entre
ellos en las gradas y por las calles. Era el llamado “furor circensis”. El que
estuviera permitido beber en el Circo ayudaba bastante a este furor.
Diocles, según la
traducción oficial, militó primero en los blancos, luego en los verdes y,
finalmente, desde 131 d.C. hasta su retiro en 146 d.C., en los rojos. Sin
embargo, la segunda estela, de la cual luego hablaremos, solo nos dice que
perteneció a los rojos. Quizá porque es donde alcanzó la fama… o quizá, como
sugirió el padre jesuita Juan Francisco Masdeu, en su monumental obra “Historia
Crítica de España y su Cultura”, las
expresiones "agitavit in factione Alba", "in factione
prassina", quizá no signifiquen que Diocles fuera cambiando de equipo,
sino que corrió siempre con los rojos, tal como dice la estela, y que esas
expresiones querían decir "en [los juegos patrocinados por] la facción
blanca", "verde", etc… Ahí queda la duda jesuítica.
Corriese con quien
corriese, Diocles eligió para su retiro un lugar muy alejado del bullicio del
Circo Máximo y del Circo de Nerón: la tranquila ciudad de Praeneste (actual
Palestrina), no muy lejos de Roma, y donde se encontraba un famoso templo de la
diosa Fortuna. Era una ciudad célebre por sus orfebres y sus residencias de
lujo. Un sitio ideal para jubilarse si tenías tanto dinero como Diocles.
Templo de Fortuna en Praeneste |
De su muerte no se
sabe nada. Se piensa que murió en esa ciudad, rico, descansado y recordando el resoplido de sus caballos. Dejó dos hijos, chico y chica, Cayo Apuleyo Nimfidiano y
Nimfidia, que dedicaron a su padre una estatua (desaparecida) en el templo de
Fortuna, en cuya base se puso la segunda estela que nos ha llegado de Diocles.
Un texto mucho más corto, pero más personal:
“C(AIO) APPVLEIO DIOCLI
AGITATORI PRIMO FACT(IONE)
RVSSAT(O) NATIONE HISPANO
FORTVNAE PRIMIGENIAE
D(onVm) D(edit)
C(aius) APPVLEIVS NYMPHIDIANVS
ET NYMPHYDIA FILII
Que viene a decir: "Presente ofrecido a Fortuna
Primigenia de parte de Cayo Apuleyo Diocles, el primer auriga del equipo rojo,
hispano de nación. Sus hijos Cayo Apuleyo Nimfidiano y Nimfidia”
Que mejor diosa a la que
ofrecer su estatua que la diosa de la suerte, a la que debía tanto.
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