lunes, 21 de octubre de 2013

Fulvia, la madrina

Fulvia, muy numismática


 Hay mujeres ambiciosas que nacen en un mundo dominado por los hombres y les da francamente igual, porque los acaban dominando como si fueran monos amaestrados. Fulvia es un buen ejemplo de tales mujeres. Podía hacer de un hombre un necio o un genio. Nunca perdonaré a los guionistas de la serie “Roma” que la olvidaran como personaje. Quizá no se atrevieron a retratarla.

 Fulvia Flaca Bambula nació a finales de la década de los 80 o principios de los 70 del revuelto siglo I a. C., famoso en la historia de Roma por sus guerras civiles, conquistas exageradas de territorios y tumultos urbanos cotidianos. Unos años estupendos para vivir si eres ambicioso y tienes menos escrúpulos que un tiburón en una piscina. Fulvia era de esa clase de personas.
Pertenecía a una familia senatorial, los Flaco, pero su padre no destacó mucho en el Senado debido a su tartamudez o vacilación al hablar, de ahí que le llamaran Flaco Bambulo (del griego bambulein, “tartamudear”). Un defecto que a su hija no hacía ninguna gracia que le recordaran y que costaría la cabeza a Cicerón. Pero vayamos por partes, que Fulvia tiene mucha miga.

 Aparece en la Historia en 62 a. C. Era nieta de cayo Graco, el héroe casi mítico del partido popular, por lo que la influencia de su prestigio era muy solicitada entre los políticos de ese bando. Se casa con Clodio Pulcro, un aristócrata del partido popular, el partido de César, que empezaba a tener mucha influencia en las masas plebeyas. Pero tal como nos dice Valerio Máximo “Clodio Pulcro tenía el favor de la plebe, pero este hombre duro llegó a estar obsesionado con Fulvia, y su gloria pasó a estar bajo el mando de una mujer”. Vamos, que eran uña y carne, decidían en común e iban a todas partes juntos, algo que sonaba extraño en la sociedad romana.
 Clodio alcanzó gran influencia y ocupó varios cargos públicos, aunque realmente su poder se concentraba en el dominio de las bandas de la calle y en su capacidad de hacer daño con sus matones a todo rival de las ideas del partido popular. Pues en aquellas décadas peligrosas, política y mafia formaban un matrimonio de conveniencia aceptado como un mal inevitable.

Pero todo capo mafioso tiene un rival en el negocio. El rival callejero de Clodio era Milón, cuya banda se partía la cara en las calles con la banda de Clodio. Hasta que el 18 de enero del 52 a. C., en una pelea a las afueras de la ciudad, en la vía Apia, construída por los antepasados de Clodio, la banda de Milón venció a la de Clodio y de pasó se lo llevó por delante, acuchillado a conciencia y acabando de esta manera afilada con su carrera de mafioso demagogo.
 Quizá Fulvia amaba a Clodio de verdad, porque la desconsolada viuda paseó el cuerpo de su marido por las calles sublevando a la plebe, que, conmovida por su estampa y por la muerte de su “héroe”, formó una turbamulta imparable que recogió el cuerpo de Clodio y lo incineró frente al Senado. De paso, como sobraban antorchas y mucho cabreo, también quemó el edificio. 
 Con tanta muestra de cariño popular, no se tardó mucho en llevar a juicio al poderoso Milón: La condena fue el exilio y la confiscación de sus bienes.

 Fulvia, como viuda de Clodio y madre de sus hijos, pasó a controlar a los matones de su difunto marido y también heredó su influencia sobre la plebe. Era, por tanto, una viuda muy atractiva para los políticos emergentes, y podía escoger marido entre ellos. Bueno, seamos corteses y digamos que podía escoger al hombre que quisiera escogerla. Cosa que hizo muy pronto. El año siguiente ya estaba casada con Curio Escribón, menos aristocrático que Clodio pero mucho más rico. Con el apoyo de las bandas de la madrina Fulvia, Curio fue elegido tribuno de la plebe para el 50 a. C. y se convirtió en una figura principal del partido de César.
 Empezada la guerra civil entre César y Pompeyo, Curio buscó la gloria en África, dispuesto a acabar con los pompeyanos allí refugiados. Seguramente empujado por Fulvia, que pensó que pronto tendría a un general victorioso como marido. Pero al poco de desembarcar, el impetuoso Curio Escribón se las tuvo que ver con el ejército del rey Juba I de Numidia, aliado de Pompeyo, que lo acabó derrotando y matando en batalla en el 49 a. C. La apuesta por Curio había fallado.

 Viuda de nuevo, mucho más rica, madrina de bandas mafiosas e igual de influyente que antes sobre la plebe, Fulvia volvió a cotizarse entre los cesarianos. Ahora podía elegir una figura importante, fuerte y destacada, que no la dejara viuda a las primeras de cambio. Esperó un tiempo y escogió al ambicioso y glamuroso Marco Antonio, de aquella ya el segundo de César. Se casaron en el 47 a. C. para regocijo de la plebe. Cicerón, siempre malicioso al hablar de Marco Antonio, sugiere en sus Filípicas que se casó con ella solo por su dinero. ¿Y qué importa?, pensarían ambos. Ahora eran la pareja con más influencia política de Roma.

 Tal como nos dice Plutarco en su Vida de Marco Antonio: “Era una mujer que deseaba gobernar sobre gobernadores y mandar sobre comandantes”. Sugiere incluso, con maliciosa ironía griega, que Cleopatra le estaba en deuda por acostumbrar a Marco Antonio a seguir las órdenes de una mujer.
 Le dio dos hijos, Julio Antonio y Marco Antonio Antilo, con lo que sumando los tres de Clodio y uno de Curio ya eran cinco criaturitas que cuidar (aunque no sabemos si vivían todos). Por lo que sus bandas callejeras empezaron a dar estopa y confiscar bienes a los sospechosos de pompeyanos con loable dedicación.

 Al vencer César la guerra civil, Fulvia se imagina ya una de las figuras más importantes de Roma junto a su marido. Poco después, el asesinato de César, más que apenar su corazón, le provoca mayor regocijo, porque ahora es su marido el que se convierte en el personaje más influyente. 
 El Senado aprueba que confirmará todas las leyes planeadas por César, pero es Marco Antonio el que tiene la posesión de los papeles de César. Por lo que, junto a Fulvia, tiene el poder de “mostrar” papeles cesarianos en apoyo de cualquier ley. Se vuelven los amos del cotarro.

 Pero el Senado se opone con fuerza a su influencia, con Cicerón a la cabeza. Entonces Antonio rompe con el Senado y se pone en campaña contra Bruto, el asesino de César y en ese momento gobernador de Galia Cisalpina. 
 El Senado lo declaró proscrito y se montó otra guerra civil. No voy a contar la guerra que ocurre a continuación entre los senatoriales y las legiones de Marco Antonio, pero la palman en batalla los dos cónsules y surge Octavio, el heredero legal de César, como contrapeso a Antonio, apoyado por Cicerón y las legiones cesarianas.
 Durante este tiempo Fulvia siempre estuvo favoreciendo la causa de su marido en Roma y alimentando un odio terrible contra Cicerón, que llegó en una de sus discursos contra Antonio a hablar del padre de Fulvia en estos términos “...un tipo de nombre Bambulo, era un hombre de los que no se tiene en cuenta. Nadie podría ser más bajo de lo que él era, un hombre que tenía su apellido como una especie de insulto, derivado de las dudas de su discurso y la impasibilidad de su entendimiento”.

 Sin embargo, Marco Antonio y Octavio, que en el fondo tenían intereses parecidos, llegaron muy pronto a un acuerdo para compartir el poder.
 En el 43 a. C. formaron el llamado segundo triunvirato con otro general romano, Lépido, que pintaba poco, pero servía de contrapeso entre los dos. La hija que Fulvia había tenido con Clodio, llamada Clodia, se casó con Octavio para sellar la alianza.

 Esto dejaba a los senadores opuestos a Antonio a merced de su cólera y la de su mujer. No tuvieron piedad con ellos. Fulvia se aplicó mucho en la tarea. Apiano nos cuenta que había un tal Rufus, que tenía una bonita mansión cerca de la casa de Fulvia y no se la quiso vender cuando se lo sugirió tiempo antes. Ahora Rufus se la quiso regalar, pero la rencorosa Fulvia envió a sus matones y lo ejecutaron. Cuando llevaron la cabeza de Rufus a Marco Antonio este dijo que no lo conocía de nada y que se la llevaran a su mujer, que debía ser un asunto suyo. Fulvia colgó la cabeza de Rufus delante de la mansión que no le quiso vender. Desde luego, tenía un sentido del humor muy negro.
 Como era previsible, Cicerón fue ejecutado y su cabeza llevada a Antonio, que parece que lo de ver cabezas cortadas le ponía mucho. Dión Casio nos cuenta que Fulvia estaba presente; insultó a la cabeza como si estuviera viva, le sacó la lengua que tanto había hablado contra ella y se la atravesó con su aguja del pelo. Esta vez sobran comentarios.

 En el 42 a. C. Antonio y Octavio se fueron al Este, a luchar contra los asesinos de César. En Roma quedó el hermano de Antonio, Lucio, como cónsul, junto a un tal Servilio. Pero pronto los romanos llamaron a ese año el de los cónsules Fulvia y Lucio. Más bien el año de Fulvia sola, porque manejó como un pelele al hermano de su marido y gobernó la ciudad como si fuera su cortijo. Nada se hacía en Roma sin su consentimiento. Por fin era la ama de Roma. Sus sueños de gloria cumplidos. Incluso una ciudad de Frigia, Eumenea, cambió su nombre por el de Fulvia y acuñó monedas con su helénico perfil. Fue la primera mujer no mitológica en ser cara de una moneda. Si su querido Clodio pudiera levantar la cabeza para verlo...

 Pero le duró poco. En el 41 a. C. volvió Octavio vencedor de los asesinos de César, notó el malestar político y social contra Fulvia y decidió actuar. Se divorció de Clodia y acusó a Fulvia de querer hacerse con el poder. La respuesta de Fulvia fue ordenar al pelele Lucio que juntase ocho legiones en Italia y declarase la guerra a Octavio. Ya tenemos armada la guerra civil otra vez. Apiano culpa directamente a Fulvia de ser la causante.
 La habilidad de Lucio comandando tropas fue un desastre de récord guinness y sus legiones acabaron sitiadas en Perusia. Sabemos que durante el asedio los honderos de Octavio escribieron insultos en sus balas contra Fulvia, no contra Lucio. Dando a entender que hasta la tropa de a pie sabía quien era el verdadero enemigo. El mismo Octavio, como nos cuenta Marcial, escribió un epigrama satírico contra Fulvia, con frases tan poéticas como estas:

“Como Antonio se folla a Glaphyra
Fulvia ha organizado este castigo para mí:
que me folle a ella también.”

 En febrero del 40 a. C. Lucio tuvo que rendirse antes de morir de hambre y Fulvia escapó a toda prisa a Grecia con sus hijos. En Atenas se encontró con su marido, que le mostró su enfado por haber actuado por libre, sin ni siquiera avisarle de lo que hacía en Roma. Luego se embarcó cabreado hacia Italia para ocuparse de Octavio.

 Fulvia, herida en su orgullo desmedido, triste y apartada del poder, viajó hasta Sición de retiro temporal, porque no se encontraba bien. Allí murió ese mismo año, de una enfermedad desconocida. ¿Quizá envenenada? No seamos mal pensados, digamos que el stress le pasó factura. Tenía alrededor de 40 años.

 Su muerte permitió la reconciliación entre Octavio y Antonio, ya que este último “culpó a Fulvia de todos los cargos contra él”, como nos dice Plutarco.
Ay, cómo son los hombres. Seguramente, liarse poco después con la maquiavélica Cleopatra debió de ser un alivio para Marco Antonio.


5 comentarios:

  1. En mi próxima novela le doy vida de nuevo, en los muros de Perugia, en las calles del foro, con su aguja del pelo clavada en la lengua de Cicierón... Como declamó sarcástico Octavio, "gracias Fulvia por enseñarle a Antonio a obedecer a una mujer"

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  2. Un personaje así venía con una novela debajo del brazo, ¿verdad, Gabriel? Las andanzas de Fulvia parecen la obra de la mente calenturienta de un novelista.

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