Esta vez hablaremos de un hombre curioso, muy poco conocido, que representa al grupo de jóvenes que surge a la sombra de Octavio tras la muerte de César y se convierten en sus generales y consejeros. Son una nueva generación de romanos, por edad y origen, que acabarán con las guerras civiles y aceptarán el nuevo modelo de estado con su amigo emperador a la cabeza. Un amigo tan enrollado que te dejaba montar en elefante.
La gens Cornificia es de origen oscuro. Según cuenta Cicerón en su cartas a la familia, provenían de Rhegium, en la punta de la bota italiana. Probablemente, por el significado de su nombre ("hacedores de cuernos"), los primeros Cornificios eran mercaderes relacionados con este material. En las monedas y en Dión Casio aparecen como "Cornuficios", sin la eufónica "i" en vez de la "u" delatora, lo que apoya la suposición.
Durante mucho tiempo fueron nobles de segunda, de los que se sentaban en el Senado para hacer bulto. Pero la familia se hace conocida y entra en la alta nobleza en el siglo I a. C. cuando Quinto Cornificio consiguió la magistratura de pretor. Este Quinto era amigo de Cicerón y un famoso retórico, al que cita a menudo en sus cartas. Quizá sea el padre o seguramente el tío, de nuestro Lucio. Desde luego sí que es el padre de otro Quinto Cornificio, retórico afamado como su padre y probable primo de Lucio.
Así que nuestro Lucio, gracias a sus parientes, pudo ya relacionarse desde niño con jóvenes de la alta nobleza, como Cayo Octavio, pariente mimado de César, que no hacía distingos entre nobles de alcurnia y tipos de origen oscuro, aceptando entre sus amistades a gente como el futuro almirante Agripa, sin ningún pedigrí aristocrático, o nobles segundones como Mecenas.
Lucio debió de sentirse a gusto entre ellos. No eran tan pedantes y altaneros como los jóvenes de las grandes familias, que le recordaban siempre su oscuro origen, y tampoco le exigían aplicarse en progresar en la vida política, como los pesados de su tío y primo.
Disfrutaba de la juventud sin ambiciones, en la banda del joven mimado Octavio, cuando jubilan prematuramente a César mediante el método de las puñaladas. Entonces, como bien saben, el joven mimado Octavio se convierte en político ambicioso y decide plantar cara, por igual, a los asesinos y seguidores de su pariente, dispuesto a ser su único heredero. A partir de este momento, toda la banda de jóvenes que se consideran sus amigos se verán arrastrados de un modo u otro por su ambición. Entre ellos, Lucio.
Quizá porque su tío y primo eran famosos oradores, y algo se le tenía que haber pegado, Lucio fue el encargado de acusar oficialmente a Bruto del asesinato de César frente al tribunal que juzgó a los conspiradores de los idus de marzo, como nos cuenta Plutarco en su vida de Bruto. Para eso lo hicieron tribuno de la plebe en 43 a. C.
En fin, ya sabemos como acabó el asunto de Bruto: nos lo contó muy bien Shakespeare.
En los años siguientes, parece que Cornificio se encargó, junto con Agripa, de crear una flota naval para Octavio e ir ascendiendo en la carrera de los cargos políticos. Mientras, su primo Quinto, gobernador de África, la palmaba en batalla por oponerse al triunvirato de Octavio, Lépido y Marco Antonio.
En 39 a. C., Octavio decide acabar con el último hijo de Pompeyo, Sexto, que se las daba de amo de Sicilia y de dueño de una flota que amenazaba los suministros de Roma. Reunió su marina nuevecita y la lanzó contra la isla, dirigida por Agripa y nuestro Lucio. Pero sus flotas sufrieron varios reveses a manos de los aguerridos piratas de Sexto y, aunque Lucio destacó por apresar a un almirante enemigo en una batalla naval, Octavio tuvo que replantearse con más paciencia la campaña. Era evidente que sus amigos eran corajudos, pero no precisamente unos magos de la estrategia.
En el 36 a. C. decidió volver al ataque. Con Agripa al mando, esta vez su flota consiguió, por fin, poner en retirada a la flota de Sexto y sus piratas. Octavio, que esperaba con Lucio y su ejército en la punta de la bota italiana para cruzar el estrecho hasta Sicilia, no esperó más y decidió atravesar el mar cuanto antes hasta Taormina, pensando que el enemigo estaba en retirada total. Pero no era así. La flota enemiga apareció justo al caer la noche, cuando el ejército octaviano estaba en pleno lío del desembarco. Además, ahora el ejército de Sexto la acompañaba por tierra.
Atacados a la vez en tierra y mar, los octavianos sufrieron terriblemente. En la costa, Lucio defendió la zona de desembarco a duras penas de los ataques de Sexto y consiguió montar unas fortificaciones rudimentarias. Jugó a su favor la llegada de la noche y el desconocimiento por parte del enemigo del número real de octavianos desembarcados. No se atrevieron a un ataque frontal y se limitaron a acosarlos.
En el mar, la catástrofe fue absoluta. Octavio se salvó de milagro, cruzando de barco en barco en medio de la lucha, confuso y desesperado, hasta que una galera lo llevó de vuelta a Italia con los pelos de punta y los ojos como platos, mientras perdía su flota y los pocos náufragos que llegaron a la costa eran recogidos por los hombres de Lucio. Nunca la vida del futuro Augusto estuvo tan comprometida ni lo estará después. Ese día, Sexto Pompeyo pudo haber cambiado la Historia. Pero la suerte es como una mala amiga, que te acompaña de compras pero nunca está cuando la necesitas de verdad.
Al llegar la mañana. Lucio Cornificio se había convertido en el general de un ejército desorganizado, compuesto de legionarios medio dormidos de cansancio y marineros todavía mojados.
Durante varios días aguantó el acoso del ejército de Sexto y el bloqueo de su flota. Por suerte y a saber cómo, un mensajero de Octavio cruzó el bloqueo y avisó de que Agripa había desembarcado en otra parte de la isla y que avanzaba para salvarlo. Pero Lucio pensó que la buena noticia no lo era tanto y llegaba tarde. Su ejército heterogéneo estaba ya al límite de fuerzas y Agripa había desembarcado demasiado lejos.
Pero en el paquete de ideas arrugadas que llamamos cerebro se iluminó una idea para Lucio: si las tropas de Agripa no van a llegar a tiempo, iremos nosotros a su encuentro. Con un par. Así que organizó como pudo a sus hombres, les dijo qué se apostaban -o morir mañana o jugarse la vida hoy- y salieron al ataque, tierra adentro, todos a una, abriéndose paso como posesos.
El ejército de Sexto, tomado por sorpresa, los acosó con su infantería ligera, mientras se ponía a perseguirlos. Pero Lucio no estaba dispuesto a pararse en ningún momento. Sus hombres caían bajo las flechas y jabalinas enemigas, pero seguían avanzando en el orden que producía la desesperación, confiando en la buena estrella de su comandante. No les quedaba otra.
Si la marcha ya era una locura, el camino elegido fue el infierno: las llanuras de lava del Etna. Lucio pensó que Sexto no tendría narices de seguirlo por ahí. Desde luego, Sexto no estaba tan loco para meter a su ejército en pleno sol de agosto por un terreno lunar, polvoriento, áspero como una lija, lleno de quebradas, gargantas afiladas y fumarolas que ascendían del Averno. Se limitó a hostigarlo con su caballería ligera, esperando que palmaran de sed y calor.
Pero los hombres de Lucio cruzaron por ese infierno durante una semana; sin pausa, sedientos y hambrientos hasta el tuétano, con los sandalias roídas por el terreno y los pies sangrantes, hasta que salieron por el otro lado y se encontraron con las asombradas tropas de Agripa, que dudaron si eran vivos o fantasmas.
Sexto fue finalmente vencido y la hazaña de las llanuras del Etna otorgó a Lucio Cornificio el consulado del año 35 a. C.
Es muy posible que el sol siciliano y el polvo del volcán afectasen a Lucio el resto de su vida. Porque decidió que, a partir de ese momento, pasearía por Roma en elefante.
Tal cual.
Si invitabas a Lucio a una cena, ya sabías que había que hacer sitio al elefante. Si no, declinaba la invitación y se iba con su amigo orejudo a otra parte. Nadie se atrevió a denunciar semejante "fricada". Lucio, después de todo, era uno de los íntimos del nuevo Augusto, el cual no sabemos qué pensó de tal extravagancia, pero se la permitió, y más de una vez se vio al "elefante de Cornificio" barritando por el Palatino a la hora de sobremesa.
La figura de Lucio sobre su elefante, paseando por el Quirinal, el Foro, el Campo de Marte y otros sitios famosos de Roma, meneando la trompa con patricia solemnidad, dejó un recuerdo notable en la sociedad romana. Los historiadores posteriores lo citan más por este capricho que por su hazaña del Etna, o por haber construido el imponente templo del Aventino.
No sabemos bien cuando murió Lucio, seguramente a finales del I a. C., pero el recuerdo de su elefante, sobresaliendo de la multitud en la hora punta del foro, sobrevivió durante siglos.
¿Pero acaso nadie se dio cuenta de que era lógico que un Cornificio pasease en el animal con mayores "cuernos"?
La gens Cornificia es de origen oscuro. Según cuenta Cicerón en su cartas a la familia, provenían de Rhegium, en la punta de la bota italiana. Probablemente, por el significado de su nombre ("hacedores de cuernos"), los primeros Cornificios eran mercaderes relacionados con este material. En las monedas y en Dión Casio aparecen como "Cornuficios", sin la eufónica "i" en vez de la "u" delatora, lo que apoya la suposición.
Durante mucho tiempo fueron nobles de segunda, de los que se sentaban en el Senado para hacer bulto. Pero la familia se hace conocida y entra en la alta nobleza en el siglo I a. C. cuando Quinto Cornificio consiguió la magistratura de pretor. Este Quinto era amigo de Cicerón y un famoso retórico, al que cita a menudo en sus cartas. Quizá sea el padre o seguramente el tío, de nuestro Lucio. Desde luego sí que es el padre de otro Quinto Cornificio, retórico afamado como su padre y probable primo de Lucio.
Así que nuestro Lucio, gracias a sus parientes, pudo ya relacionarse desde niño con jóvenes de la alta nobleza, como Cayo Octavio, pariente mimado de César, que no hacía distingos entre nobles de alcurnia y tipos de origen oscuro, aceptando entre sus amistades a gente como el futuro almirante Agripa, sin ningún pedigrí aristocrático, o nobles segundones como Mecenas.
Lucio debió de sentirse a gusto entre ellos. No eran tan pedantes y altaneros como los jóvenes de las grandes familias, que le recordaban siempre su oscuro origen, y tampoco le exigían aplicarse en progresar en la vida política, como los pesados de su tío y primo.
Disfrutaba de la juventud sin ambiciones, en la banda del joven mimado Octavio, cuando jubilan prematuramente a César mediante el método de las puñaladas. Entonces, como bien saben, el joven mimado Octavio se convierte en político ambicioso y decide plantar cara, por igual, a los asesinos y seguidores de su pariente, dispuesto a ser su único heredero. A partir de este momento, toda la banda de jóvenes que se consideran sus amigos se verán arrastrados de un modo u otro por su ambición. Entre ellos, Lucio.
Quizá porque su tío y primo eran famosos oradores, y algo se le tenía que haber pegado, Lucio fue el encargado de acusar oficialmente a Bruto del asesinato de César frente al tribunal que juzgó a los conspiradores de los idus de marzo, como nos cuenta Plutarco en su vida de Bruto. Para eso lo hicieron tribuno de la plebe en 43 a. C.
En fin, ya sabemos como acabó el asunto de Bruto: nos lo contó muy bien Shakespeare.
En los años siguientes, parece que Cornificio se encargó, junto con Agripa, de crear una flota naval para Octavio e ir ascendiendo en la carrera de los cargos políticos. Mientras, su primo Quinto, gobernador de África, la palmaba en batalla por oponerse al triunvirato de Octavio, Lépido y Marco Antonio.
En 39 a. C., Octavio decide acabar con el último hijo de Pompeyo, Sexto, que se las daba de amo de Sicilia y de dueño de una flota que amenazaba los suministros de Roma. Reunió su marina nuevecita y la lanzó contra la isla, dirigida por Agripa y nuestro Lucio. Pero sus flotas sufrieron varios reveses a manos de los aguerridos piratas de Sexto y, aunque Lucio destacó por apresar a un almirante enemigo en una batalla naval, Octavio tuvo que replantearse con más paciencia la campaña. Era evidente que sus amigos eran corajudos, pero no precisamente unos magos de la estrategia.
En el 36 a. C. decidió volver al ataque. Con Agripa al mando, esta vez su flota consiguió, por fin, poner en retirada a la flota de Sexto y sus piratas. Octavio, que esperaba con Lucio y su ejército en la punta de la bota italiana para cruzar el estrecho hasta Sicilia, no esperó más y decidió atravesar el mar cuanto antes hasta Taormina, pensando que el enemigo estaba en retirada total. Pero no era así. La flota enemiga apareció justo al caer la noche, cuando el ejército octaviano estaba en pleno lío del desembarco. Además, ahora el ejército de Sexto la acompañaba por tierra.
Atacados a la vez en tierra y mar, los octavianos sufrieron terriblemente. En la costa, Lucio defendió la zona de desembarco a duras penas de los ataques de Sexto y consiguió montar unas fortificaciones rudimentarias. Jugó a su favor la llegada de la noche y el desconocimiento por parte del enemigo del número real de octavianos desembarcados. No se atrevieron a un ataque frontal y se limitaron a acosarlos.
En el mar, la catástrofe fue absoluta. Octavio se salvó de milagro, cruzando de barco en barco en medio de la lucha, confuso y desesperado, hasta que una galera lo llevó de vuelta a Italia con los pelos de punta y los ojos como platos, mientras perdía su flota y los pocos náufragos que llegaron a la costa eran recogidos por los hombres de Lucio. Nunca la vida del futuro Augusto estuvo tan comprometida ni lo estará después. Ese día, Sexto Pompeyo pudo haber cambiado la Historia. Pero la suerte es como una mala amiga, que te acompaña de compras pero nunca está cuando la necesitas de verdad.
Al llegar la mañana. Lucio Cornificio se había convertido en el general de un ejército desorganizado, compuesto de legionarios medio dormidos de cansancio y marineros todavía mojados.
Durante varios días aguantó el acoso del ejército de Sexto y el bloqueo de su flota. Por suerte y a saber cómo, un mensajero de Octavio cruzó el bloqueo y avisó de que Agripa había desembarcado en otra parte de la isla y que avanzaba para salvarlo. Pero Lucio pensó que la buena noticia no lo era tanto y llegaba tarde. Su ejército heterogéneo estaba ya al límite de fuerzas y Agripa había desembarcado demasiado lejos.
Pero en el paquete de ideas arrugadas que llamamos cerebro se iluminó una idea para Lucio: si las tropas de Agripa no van a llegar a tiempo, iremos nosotros a su encuentro. Con un par. Así que organizó como pudo a sus hombres, les dijo qué se apostaban -o morir mañana o jugarse la vida hoy- y salieron al ataque, tierra adentro, todos a una, abriéndose paso como posesos.
El ejército de Sexto, tomado por sorpresa, los acosó con su infantería ligera, mientras se ponía a perseguirlos. Pero Lucio no estaba dispuesto a pararse en ningún momento. Sus hombres caían bajo las flechas y jabalinas enemigas, pero seguían avanzando en el orden que producía la desesperación, confiando en la buena estrella de su comandante. No les quedaba otra.
Si la marcha ya era una locura, el camino elegido fue el infierno: las llanuras de lava del Etna. Lucio pensó que Sexto no tendría narices de seguirlo por ahí. Desde luego, Sexto no estaba tan loco para meter a su ejército en pleno sol de agosto por un terreno lunar, polvoriento, áspero como una lija, lleno de quebradas, gargantas afiladas y fumarolas que ascendían del Averno. Se limitó a hostigarlo con su caballería ligera, esperando que palmaran de sed y calor.
Pero los hombres de Lucio cruzaron por ese infierno durante una semana; sin pausa, sedientos y hambrientos hasta el tuétano, con los sandalias roídas por el terreno y los pies sangrantes, hasta que salieron por el otro lado y se encontraron con las asombradas tropas de Agripa, que dudaron si eran vivos o fantasmas.
Sexto fue finalmente vencido y la hazaña de las llanuras del Etna otorgó a Lucio Cornificio el consulado del año 35 a. C.
Es muy posible que el sol siciliano y el polvo del volcán afectasen a Lucio el resto de su vida. Porque decidió que, a partir de ese momento, pasearía por Roma en elefante.
Tal cual.
Si invitabas a Lucio a una cena, ya sabías que había que hacer sitio al elefante. Si no, declinaba la invitación y se iba con su amigo orejudo a otra parte. Nadie se atrevió a denunciar semejante "fricada". Lucio, después de todo, era uno de los íntimos del nuevo Augusto, el cual no sabemos qué pensó de tal extravagancia, pero se la permitió, y más de una vez se vio al "elefante de Cornificio" barritando por el Palatino a la hora de sobremesa.
La figura de Lucio sobre su elefante, paseando por el Quirinal, el Foro, el Campo de Marte y otros sitios famosos de Roma, meneando la trompa con patricia solemnidad, dejó un recuerdo notable en la sociedad romana. Los historiadores posteriores lo citan más por este capricho que por su hazaña del Etna, o por haber construido el imponente templo del Aventino.
No sabemos bien cuando murió Lucio, seguramente a finales del I a. C., pero el recuerdo de su elefante, sobresaliendo de la multitud en la hora punta del foro, sobrevivió durante siglos.
¿Pero acaso nadie se dio cuenta de que era lógico que un Cornificio pasease en el animal con mayores "cuernos"?
¡Genial!
ResponderEliminarMe he sentido en una taberna de la Subura bebiendo mulsum entre veteranos de Agripa