martes, 5 de junio de 2018

Demetrio de Falero, el de las 360 estatuas




Ya hemos hablado de gente con mucha suerte en la vida, como el afortunado Pomponio. Pero también es hora de hablar de gente que se gana la suerte con su esfuerzo e inteligencia, que desde lo más bajo llegan a lo más alto de su sociedad, que reciben toda clase de agradecimientos, honores y parabienes… pero que acaban muriendo solos, quizá asesinados por un joven rey rencoroso, en una aldea egipcia de nombre desconocido. Como Demetrio de Falero.


 Poco se sabe de su nacimiento, excepto que no fue muy glamuroso.  Algunos decían que había nacido esclavo, como comenta Diogenes Laercio, pero lo único que sabemos es que su padre se llamaba Fanóstrato y que nació en el puerto de Falero, uno de los barrios portuarios de Atenas, alrededor del 350 a.C. Su padre era pobre, quizá esclavo, pero parece más probable que fuese libre y relacionado con la familia de Conón, famoso general ateniense que reconstruyó los muros largos que unían Atenas con su puerto, los cuales habían derribado los espartanos tras la cruenta Guerra del Peloponeso.  

La antigua Atenas  y su periferia. Falero al fondo, junto al mar.

  Su afición por el estudio y sus aptitudes oratorias, junto a su belleza, porque era un guapetón bien plantado, hicieron que el joven Demetrio pronto destacara en la democrática y liberal Atenas. El hermano mayor de Demetrio, Himereo, también tenía gancho entre la gente y se convirtió en un orador demagogo en contra de la dominación macedónica, ya que era el tiempo en que Alejandro hacia turismo conquistador por Asia, mientras su general Antípatro gobernaba Grecia en su ausencia.
  
Pero el joven Demetrio se apartó, en principio, de la política, y prefirió estudiar en el Liceo, como discípulo de Teofrasto, futuro padre de la botánica, y haciendo buenas migas con el comediógrafo Menandro, que sería su amigo toda la vida. El pragmatismo filosófico que se enseñaba en el Liceo sería luego su norma política.

Lo que queda del Liceo de Aristóteles

Alrededor del 325 a.C. aparece en la vida pública, como orador en la asamblea, y en el bando de los oligarcas, contrario al de su hermano Himereo. Pero parece que la relación entre los hermanos siguió siendo buena, pese a la política. Algo realmente insólito, mucho más en Grecia, donde las pasiones políticas eran un modo de vida.

Tras la muerte de Alejandro en 323 a.C, los atenienses intentaron sacarse de encima el yugo macedonio, pero fueron aplastados en una breve guerra por Antípatro, junto con lo que quedaba de su democracia. Antípatro, muy harto de ser el tema estrella de los chistes de los oradores de Atenas, emprendió su caza sistemática. El hermano de nuestro personaje, Himereo, tuvo que huir, pero fue capturado y ejecutado.  Demetrio, pese a ser, en teoría, del partido ganador, tuvo que refugiarse de una posible persecución juntándose a Nicanor, general macedonio, ya que los dirigentes macedonios estaban divididos entre ellos, y nada estaba claro en la política ateniense, excepto que buscarse un buen protector era la mejor salida.
 Este Nicanor lo acercará a Casandro, hijo de Antípatro, que lo pondrá bajo su protección. Casandro acabará llegando a rey de Macedonia, llevándose por delante a quién sea necesario, sin escrúpulos, incluidos la viuda e hijo de Alejandro Magno. Así que, pese a su crueldad, ponerse bajo el ala de Casandro fue una pragmática elección de Demetrio, en consonancia con sus lecciones del Liceo.

Casandro, con esa cara ya lo decía todo

  Casandro vio en el joven de Falero un tipo atractivo, simpático y con buena labia, el chico ideal para dirigir a los volubles atenienses. Así que en 317 a.C. lo colocó como administrador de Atenas. Nuestro Demetrio pasaba a ser el dictador de una teórica democracia.

 Su gobierno será,  según Plutarco:

“Oligárquico en el nombre, pero en realidad monárquico por el poder del Falereo”

 Su gestión tendrá en los escritores del futuro muchos partidarios y también detractores. Pero nadie pudo negar su capacidad de trabajo y sus rasgos de generosidad, como el que habiendo descubierto que el último descendiente de Arístides se ganaba la vida de adivino, interpretando sueños en el ágora, hizo aprobar un decreto para proporcionar una pensión a su familia.

 Realizó un censo y corrigió los excesos en gastos públicos y privados. Por ejemplo, prohibió la coregía, que consistía en la obligación de pagar por parte de los ciudadanos ricos todos los gastos de las obras de teatro de un determinado festival. En principio, había sido un honor, pues el nombre del corego cuyo poeta había triunfado era coronado en el teatro, junto al autor que había patrocinado, y su nombre figuraba en la lista de vencedores.  Además, se levantaba un trípode en su honor en la calle de… los Trípodes, claro. Pero con el paso del tiempo se convirtió en una carga muy onerosa y a finales del siglo IV a.C. el trípode levantado en honor de un corego, como dijo Demetrio, más que su victoria en el concurso, pasaba a ser un recuerdo de su ruina. Así que reemplazó la coregía por una magistratura cuyos gastos asumía el estado. 

Un coro griego de tragedia en plena (y costosa) faena

 También limitó los gastos en funerales y tumbas, que arruinaban a más de una familia, los gastos militares (ya estaba Macedonia para defender a Atenas) y racionalizó las cuentas para no desperdiciar el dinero. Siempre en busca de la medida justa aprendida en el Liceo, huyendo del exceso. 

Para Cicerón, que lo consideró un gran estadista y el último gran orador de Atenas:

“El Estado permanecía decaído y desvaído: el sabio hombre de Falero, Demetrio, logró resucitarlo” 

 Con sus buenas medidas, en Atenas, según Diogenes Laercio:

“aumentó las rentas y la ilustró con edificios, por más que él no era de sangre ilustre”

  Como denota esta frase, sus bajos orígenes lo persiguieron siempre y Demetrio, como todo nuevo rico, tendrá gusto por el lujo y el exceso. 
 Su vida privada será todo lo contrario a su pragmática y aristotélica vida pública: esplendidos banquetes cada noche, suelos perfumados, flores en todas las habitaciones, cocineros de lujo, mujeres y jovencitos de ensueño correteando por los pasillos, pisos de mosaicos (una novedad en la época), mármoles por todas las paredes, estilistas que cuidaban su apariencia, pues le encantaba teñirse de rubio y maquillarse la cara, y una búsqueda constante por parecer agradable y bello a los ojos de los demás. Como nos dice Ateneo:

“quien dio leyes a otros, y quien reguló las vidas de los otros, exhibía en su propia vida el desprecio de toda ley.”

 Demetrio contestaba a los críticos con la frase que nos dejó Diogenes Laercio, y que es todo un resumen de su visión de la vida:

“En casa, honrar a los padres; en la calle, a todos; en la soledad, a sí mismo”

Banquete griego, muy del gusto de Demetrio

  El perfecto estudiante del Liceo era un hedonista en su vida íntima. Pero a la mayoría de los atenienses les cayó bien su desmadre privado y se sintieron contentos bajo su benévolo mandato. Llevados por su tendencia a la adulación y al cariño desmedido de sus héroes, los atenienses le erigieron 360 estatuas en 300 días. Un record de Guinnes, un desmadre de honores.

Pero pasados 10 años, a Atenas llegó una flota de 250 naves dirigida por otro de los muchos “libertadores” que tuvo la ciudad y que abundaban por la Grecia convulsa de aquel tiempo. Otro Demetrio, llamado Poliorcetes (el asediador de ciudades), que decidió que su tocayo de Falero sobraba en la ciudad. 

Demetrio Poliorcetes, de oficio libertador

Demetrio de Falero tuvo que huir a Tebas con lo puesto, mientras sus queridos atenienses, llevados ahora por su tendencia a odiar a sus héroes caídos, lo condenaban a muerte y derribaban a toda prisa 359 de sus estatuas, dejando solo una, en la Acrópolis, porque era terreno sagrado y mejor no enfadar a los dioses. Con el material de las estatuas de bronce hicieron orinales donde “vomitar su odio”, según Diogenes Laercio. Al oírlo, Demetrio, algo enfadado, proclamó:

“¡Podrán derribar mis estatuas, pero no los méritos que ellas premiaron!”

La plácida Tebas acogió a Demetrio otros diez años, aunque todavía se recuperaba de la destrucción del año 335 a.C. por mano de Alejandro, el cual, sensiblero como era, solo había dejado en pie la casa del poeta Píndaro, que le gustaba mucho.
 Estos fueron años que Demetrio dedicó a la escritura de una manera extensiva. Según Diogenes Laercio:

“En la multitud de libros y número de versos excedió a casi todos los peripatéticos de su tiempo, siendo igualmente el más docto y perito de todos.”

Desde luego, trató todos los temas top de los griegos de su tiempo: Historia, politica, retórica, poesía y ensayo filosófico. Tanto se ponía a hablar sobre el matrimonio como se metía a analizar los entresijos de la poesía de Homero. Fueron obras plagadas de vigor retórico y frases realmente ingeniosas, como “las cejas no son parte de poca entidad, pues pueden oscurecer toda la vida del hombre».

 Desgraciadamente, como sucedió con la mayoría de autores griegos, todas sus obras se han perdido por la desidia de los siglos y la pereza de los monjes medievales.


A la muerte de su rey protector, Casandro, en 297 a.C., Demetrio, ya cerca de los sesenta, decidió emigrar a la corte del rey Ptolomeo de Egipto, que era aficionado a la cultura y buscaba que su capital sustituyera a Atenas como centro del saber, por lo que iba recogiendo casi con pala todos los sabios que buscaban cobijo.

Alejandría en sus buenos y tolemaicos tiempos

  Ya viviendo en Egipto, Demetrio siguió escribiendo y se dice que el rey le encargó la revisión de las leyes de su reino. Además de ser uno de los principales impulsores de la creación del Museo y la famosa Biblioteca de Alejandría, que fue construida según el modelo de su querido Liceo de Atenas: un amplio paseo cubierto, un comedor comunal y una organizada colección de volúmenes.

La Biblioteca de Alejandria... en sus buenos y tolemaicos tiempos

 Es muy probable que su cercanía al rey Ptolomeo y su participación en la construcción de la Biblioteca le permitiera enviar a sus conocidos del Liceo copias de las obras de ciencia que se iban juntando en Alejandría.  Desde luego, según Alfonso Reyes (La nave de Demetrio Falereo), el amplio conocimiento de la botánica egipcia de su maestro Teofrasto debe tener un posible origen en Demetrio.

Estatua de Demetrio en la moderna biblioteca de Alejandria

 Pero Demetrio siempre tuvo alma de político y quizá no midió bien su acercamiento al rey Ptolomeo, pues no se cortó en meterse a opinar de asuntos serios y recomendar como sucesor al hijo que el rey había tenido con Eurídice, su primera esposa, en vez de al hijo de Berenice, su segunda esposa… que al final fue el nuevo rey y no se lo perdonó al subir al trono.

 Demetrio fue despojado por el rencoroso rey de todos sus cargos en la corte de Alejandría y exiliado a una aldea perdida del Alto Egipto a la espera de juicio. Allí pasó, en la pobreza y abandono, sus últimos años, lejos del lujo que siempre rodeó su vida. Murió, según se cuenta, mientras dormía, por la picadura de una serpiente, alrededor del año 282 a.C. Aunque Cicerón no se cree el accidente de la serpiente, y yo, pues tampoco, porque los reyes, sobre todo los que se consideran dioses, son muy vengativos con los que opinan que no valen para reinar.

En una aldea egipcia como esta acabó nuestro Demetrio

 En la pobreza nació y murió nuestro Demetrio, pero tuvo la suerte de pasear por el Liceo, gozó una vida sin complejos, gobernó la gran Atenas, le levantaron 360 estatuas, le derribaron 359, fue asesor de un faraón, vio Alejandría en su esplendor y participó en el origen de uno de los mayores centros de cultura de la historia. 
No está mal para un chico pobre de Falero.



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