En la Historia, detrás de un gran
hombre suele haber una mujer que paga las facturas. El ejemplo más evidente
es Terencia, esposa de Cicerón hasta que la celosa economía se cruzó entre
ambos.
Terencia nació en el 98 a.C., en una familia
rica de la gens Terencia y con pedigrí
mayor que la de Cicerón. No se puede saber a ciencia cierta si estaba
emparentada con el patricio M. Terencio Varrón, al que Cicerón conocía y que
tenía propiedades cerca de su localidad natal. Realmente, de su familia solo
sabemos que tuvo una hermanastra que fue vestal, por lo que su madre se casó
con otro hombre diferente a su padre. Quizá porque éste murió siendo ella muy joven, ya que nunca es
mencionado en las cartas de Cicerón. Sí sabemos, por lo que nos dice Susan
Treggiari en su “Terentia, Tullia and Publilia. The Women of Cicero's Family”, que
probablemente su padre se llamaba Marco de nombre de pila, porque se ha
encontrado una inscripción en honor de un grupo de
terencio-tulios, que se consideran libertos de Cicerón y Terencia. Los libertos
terencios del grupo llevan el nombre Marco, que debe derivar del padre de
Terencia, según la costumbre romana de llevar el nombre de su ex amo.
Lo cierto es que, el tal Marco debió morir cuando Terencia era una niña
o jovencita, por lo que la huérfana Terencia tuvo una importante herencia a
mano, que debió hacerla muy deseable a los jóvenes casaderos. Entre ellos, el prometedor Cicerón, que
cuando se casó con ella en el 80.a.C ya era un joven abogado con fama. La dote
de Terencia le vino muy bien de ayuda.
Tuvieron dos hijos, Tulia y el
joven Cicerón, con una diferencia entre ellos de 13 años. Algo muy extraño en
Roma. Quizá la pareja tenía problemas de fertilidad, como los tendrá su hija.
Pero Terencia no será solo la
mujer que aporte hijos y una dote para la carrera de Cicerón. También será la
responsable de dirigir los asuntos de la familia y llevar sus propiedades de
forma independiente, a través de su liberto Filótimo. No solo dirigirá la
economía familiar mientras su marido se ocupa de la política y salvar a Roma de
conspiradores, sino que participa activamente en asuntos políticos, a través
de su red de conocidas y amigas, mujeres de otros políticos como ella, ambiciosas
y enérgicas, que en su tiempo tejieron toda una red de influencia femenina. Una
influencia que sorprendió y molestó a historiadores posteriores, como Plutarco,
que considera a Cicerón un calzonazos dominado por el fuerte carácter de su
mujer:
“no era encogida ni cobarde por carácter,
sino mujer ambiciosa, y que, como dice el mismo Cicerón, más tomaba parte en
los cuidados políticos del marido que éste en los negocios domésticos”
Según Plutarco, fue ella y su
cuñado Quinto, los que animaron a Cicerón para castigar duramente a los
conjurados de Catilina (63 a.C.); el
historiador griego también la culpa de la rivalidad entre Cicerón y el
ambicioso Clodio, antes aliados, por sus celos de la hermana de este último, la
bella Clodia. Pues dice que Terencia obligó a su marido a no defender a Clodio
y acusarlo públicamente cuando fue descubierto disfrazado de mujer en la casa
del Pontífice Máximo, Julio César, en una ceremonia solo para mujeres. Esta rivalidad provocaría en poco tiempo,
tras la elección de Clodio como tribuno de la plebe, el exilio de Cicerón (58
a.C.) y poco después el derribo de su casa en Roma por los partidarios de
Clodio, que luego además compró el solar en subasta. Desde luego, Clodio era un tipo que no se andaba con
tonterías a la hora de vengarse.
Terencia y sus hijos, que no habían ido con Cicerón al exilio, tuvieron que refugiarse en la casa de las Vestales, donde vivía su hermanastra. Pero Terencia no se iba a apartar de la vida pública. Se vistió de luto, a su hija Tulia también, y ambas se pusieron a visitar las casas de sus amigos en la ciudad, pidiendo apoyo para el regreso de Cicerón y levantando la compasión de la plebe.
Clodia, una chica con un hermano peligroso |
Terencia y sus hijos, que no habían ido con Cicerón al exilio, tuvieron que refugiarse en la casa de las Vestales, donde vivía su hermanastra. Pero Terencia no se iba a apartar de la vida pública. Se vistió de luto, a su hija Tulia también, y ambas se pusieron a visitar las casas de sus amigos en la ciudad, pidiendo apoyo para el regreso de Cicerón y levantando la compasión de la plebe.
El mismo Cicerón parece más
deprimido y dependiente de ella en su exilio:
"¡Qué caída!, ¡Qué desastre! ¿Qué puedo decir? ¿Debería pedir que
vinieras, mujer con débil salud y roto espíritu? ¿Debería frenarme de
pedírtelo? ¿Qué soy yo sin ti, entonces? Creo que el mejor curso es este: Si
hay alguna esperanza de mi restauración, haz lo necesario para promoverla y
empuja el asunto: pero si, como temo, no hay esperanza, ruega venir a mí por
cualquier medio en tu poder. Ten por seguro esto, que si te tengo a mi lado no
pensaré en que lo tengo todo perdido."
Fue en esta época cuando Terencia
padeció el momento más peligroso de su vida, cuando una turba de partidarios de
Clodio la arrastró desde las puertas del templo de Vesta al Banco Valerio,
donde fue expuesta e insultada, quizá también físicamente. Ella no se lo dijo a
Cicerón, que se enteró por la carta de un amigo.
"Porque un amable amigo nuestro, Publio Valerio, me dijo en una carta que no pude leer sin lágrimas violentas, cómo te arrastraron del templo de Vesta al Banco Valerio. ¡Para pensar en ello, querida, mi amor! ¡tú, de quién solían buscar ayuda! ¡Qué tú, mi Terencia, ahora debas estar así acosada, así postrada en lágrimas y angustia humillante!"
"Porque un amable amigo nuestro, Publio Valerio, me dijo en una carta que no pude leer sin lágrimas violentas, cómo te arrastraron del templo de Vesta al Banco Valerio. ¡Para pensar en ello, querida, mi amor! ¡tú, de quién solían buscar ayuda! ¡Qué tú, mi Terencia, ahora debas estar así acosada, así postrada en lágrimas y angustia humillante!"
Cicerón volvería a Roma el 57
a.C., en gran parte gracias al apoyo conseguido por su mujer.
Terencia también medió, junto a
Pomponio, en arreglar las diferencias que había en el matrimonio de la hermana
de Pomponio y Quinto, el hermano de Cicerón, que se llevaban fatal, y una de
sus discusiones había asombrado a Cicerón lo suficiente como para citarla en
una carta. Lo que indica que tales escenas no eran normales dentro de su propio matrimonio.
Porque Cicerón y Terencia se llevaron bien, pese a las acusaciones de mujer dominante y capadora de Plutarco. Terencia siempre lo apoyó en sus asuntos y él le dejó total libertad para llevar y manejar la economía familiar a través del liberto Filótimo, que no era poca.
Porque Cicerón y Terencia se llevaron bien, pese a las acusaciones de mujer dominante y capadora de Plutarco. Terencia siempre lo apoyó en sus asuntos y él le dejó total libertad para llevar y manejar la economía familiar a través del liberto Filótimo, que no era poca.
En el 51 a. C., cuando Cicerón partió para su proconsulado en Cilicia, Tulia no estaba casada, y necesitaba un tercer marido, pues ya llevaba dos, y sin hijos. Según Treggiari , en su “Terentia, Tullia and Publilia. The Women of Cicero's Family”, hay más información sobre los matrimonios de Tulia que de cualquier otro matrimonio romano, gracias a las cartas de Cicerón sobre el asunto.
Hasta ese momento Tulia había servido a su padre como un medio de conseguir apoyos, algo típico en las élites romanas, pero en este tercer matrimonio Terencia y quizá Tulia misma son las que eligen el marido, Dolabela, un cesariano de toda la vida. Cicerón no podía buscar candidato, ocupado y alejado en Cilicia, así que Terencia fue fundamental en la búsqueda. Cicerón escribe que permitió a su esposa tomar la decisión sin su aprobación, pues una hija no podía casarse sin la aprobación (patria potestas) de su padre. Su confianza en ella era total. Por otra parte, Dolabela era un partido interesante, aunque no parece agradar a Cicerón, porque con él se buscaban un apoyo en el bando cesariano si las cosas entre Pompeyo y César empeoraban, como así fue.
Tulia discurseando ante su padre Cicerón, según una lámina del XVIII |
Empezada la guerra civil, Cicerón se fue con Pompeyo a Grecia y Terencia se volvió a quedar sola en Roma. Después de Pomponio Ático, Terencia es la persona a la que más se dirigen las cartas que se han conservado de Cicerón, y también la más nombrada. Muchas de ellas son de la época de este segundo exilio de Cicerón, en el año 48-47 a.C. siguiendo a las tropas de Pompeyo. En ellas se ve como Terencia aboga por su marido en Roma, como había hecho en el exilio anterior.
Cicerón en plena faena en el Senado |
Pero la confianza entre ambos ya no es la misma y se va deteriorando en esas fechas a pasos de gigante. Hay un estupendo artículo de Jo Marie Claassen (Documents of a crumbling marriage: the case of Cicero and Terentia), donde se analiza la crisis de su matrimonio. Vemos en sus cartas a Pomponio de estos años que Cicerón se queja cada vez más de la situación económica de su familia, de que el liberto de su mujer Filótimo, que hasta ese momento había llevado sus cuentas durante 30 años, resulta que es un ladrón, de que Terencia está obstructiva y negligente, que duda de que en su testamento ella favorezca como debe a sus hijos… en fin, las cartas a ella son cada vez más distantes y breves, y las que escribe a Pomponio más llenas de quejas sobre la situación económica familiar, de la cual él nunca tiene la culpa, pese a que siempre, a lo largo de su vida, ha gastado sin ningún control para luego pedir dinero a Terencia. Quizá todo se deba a que su mujer se niega ya a dar más cheques sin hacer preguntas a su famoso marido.
Todo lleva a que el 1 de
octubre del año 47 a.c. escriba su última carta a su mujer, dándole órdenes
como a un lacayo acerca de que prepare la casa para unos invitados. Luego nada
más.
Así se acaba un matrimonio
de más de 30 años.
El vil metal, la gran causa de divorcios en Roma y hoy en día |
El divorcio parece que fue de mutuo acuerdo y amigable, con la intermediación de Pomponio. Aunque en cartas posteriores Cicerón se queje de que Terencia quiere influir en su testamento mucho más de lo que él quiso en el de ella.
Encima Dolabela resulta ser un yerno libertino, que maltrataba a
su hija, pero que Cicerón sigue necesitando como aliado. Aunque al final, en el
46 a.c. se pacta el divorcio. Es más probable que las recobradas buenas
relaciones entre Cicerón y César ya no hicieran necesario a Cicerón el apoyo
del abusador Dolabela, que, por cierto, se negó a devolver la dote. Pero, para
desgracia, de Terencia y Cicerón, su hija Tulia moriría poco después, en el 45
a.C., al dar a luz a su segundo hijo de Dolabela (el primero había muerto
prematuramente en 50 a.c.).
No hay más menciones a Terencia en la correspondencia de Cicerón.
No parece que se vieran mucho tras el divorcio, quizá solo en el entierro de
Tulia. Tampoco sabemos la reacción de Terencia a la ejecución de Cicerón
en el año 43 a.c. Aunque no hacen falta pruebas para saber que se alegró del
suicidio de Dolabela ese mismo año, tras ser declarado enemigo público por
saquear la provincia de Asia y matar a su procónsul. Un angelito, vamos.
Al poco tiempo de
divorciarse, Cicerón se volvió a casar, por motivos económicos más que otra
cosa, con una joven rica que no lo hizo feliz pero sí alimentó sus bolsillos, siempre
vacíos. Acabaría divorciándose al poco tiempo. Sabemos que Terencia también lo
hizo dos veces más, según Jerónimo de Estridón, la primera con Salustio, el famoso historiador, y luego con
el general y escritor Mesala Corvino. Pero Jerónimo escribió en el siglo IV y
nadie más lo confirma. Sí sabemos, gracias a Plinio el Viejo, cuando habla
sobre gente longeva, que murió muy anciana, a los 102 años. En el año 4 d.C.
La Historia Natural de Plinio, que menciona a Terencia como recordwoman de longevidad |
Su famoso ex marido llevaba muerto casi
cincuenta años. Así que, se puede decir con garantías, que Terencia fue la
última de su generación y se llevó a la tumba infinidad de secretos sobre los
grandes personajes de la crisis republicana, con los que trató a menudo en su casa, como invitados
de su marido.
Terencia se considera el ejemplo de patricia romana
de finales de la república. Mientras en privado se comportaba como una matrona
ejemplar, llevando la casa, la economía familiar y el cuidado de los hijos, en
público mostraba rasgos que la hubieran avergonzado y tachado de poco femenina
décadas antes; como participar en la defensa de los intereses políticos de su
marido y de forma activa en los asuntos de su vida pública, hasta sufrir
riesgos personales.
Porque, tal como reconoce su crítico Plutarco, el gran humanista y un gran misógino, nuestra Terencia “no era encogida y cobarde por carácter.”
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