Las conversaciones entre los conocedores de la Antigüedad suelen estar repletas de lamentos tras el estreno de cualquier ‘película de romanos’. En el coro de suspiros nunca falta algún optimista irredento que intenta ver la parte positiva. “Al menos, la obra llamará la atención sobre este periodo histórico y, quién sabe, quizá despierte alguna vocación por conocerlo y estudiarlo”, argumenta.
Probablemente ‘El sangriento Imperio Romano’ -título que ya desprendía de por sí un tufillo sospechoso- no será una excepción.
A pesar de tratarse de un documental, el peso de la dramatización de la vida de Cómodo es tan importante que casi podríamos hablar de un peplum en el que el ritmo de las escenas viene marcado por las explicaciones de estudiosos y gente del ámbito académico.
El estilo visual del biopic se coloca en la estela de ‘Gladiator’. De hecho, parte del utillaje y de los decorados parecen reaprovechados de los sobrantes de la cinta de Ridley Scott. El aliento épico viene realzado por la voz en off (en la versión original) de Sean Bean, el intérprete de
La intención de adoptar una vestimenta cinematográfica no es mala de por sí, pues las películas pueden ser un intrumento pedagógico. Sin embargo ‘El sangriento Imperio Romano’, la escasez de medios hace dolorosamente evidentes las diferencias artísticas con las obras que le sirven de inspiración. Ni las escenas tienen pulso narrativo ni los decorados logran alzarse por encima del nivel de telenovela.
El documental tiene un inusitado éxito a la hora de imitar a las películas actuales en la fidelidad histórica de sus ambientes. Los vestidos femeninos de fantasía tienen su réplica en atuendos masculinos con poco tino. Hay incluso quien asegura que el equipo de rodaje se nutrió de equipamiento militar de diversas producciones cinematográficas ambientadas en distintas épocas. A la vista del resultado, todo podría ser…
Cómodo con coraza, sentado en el trono de Conan |
En el apartado divulgativo, sobresalen las intervenciones de Jerry Toner. Lamentablemente, el resto de invitados tiene escaso pretigio. Por la pantalla desfilan jovencísimos profesores adjuntos procedentes de oscuras universidades norteamericanas. También algún presunto estudioso, más conocidos por su faceta de novelista de misterio que por sus ensayos. Con tal plantel, no es de extrañar que el relato muchas veces asuma como verídica la versión transmitida por las fuentes clásicas, claramente tendenciosas. La desgana parece apoderarse incluso de los traductores al castellano, que llegan a confundir Commodus con comunists para hacer decir al locutor que “Lucila tenía a su alcance recursos que ni los comunistas (¡¡¡!!!) sabían que existían”.
Entre fallo y fallo, las expectativas de la audiencia crítica acaban naufragando, como naufragan también los aciertos (escasos, pero los hay) de un documental sobre una figura que daba para mucho más. Habrá que confiar en que, al menos, sirva para despertar alguna vocación.
Eddard Stark, no Robert Stark. Luego quejaos de la falta de documentación de los demás...
ResponderEliminarGracias por la anónima puntualización.
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