A sus pies, como siempre, se había montado un gran revuelo... y no era para menos: uno de los demandantes había mandado a sus siervos traer a rastras al Foro a dos jóvenes, a quienes tenía sujetos a los pies del estrado; a su lado, el segundo demandante, con la túnica manchada de sangre, mostraba en alto un balón de cuero mientras gritaba: “¡He aquí la prueba del ominoso delito!”, lo cual era jaleado por el pueblo, reunido alrededor, con ardorosos gritos a favor o en contra. Se notaba que disfrutaban de la indescriptible escena.
El caso es que el Pretor se había ausentado sólo unos minutos, pero por lo visto lo suficiente para que todo el mundo hubiera perdido ya la compostura. Sin embargo, fue aparecer de nuevo ante el pueblo y levantar brevemente la mano, para que se hiciera al punto un expectante silencio.
–He estado consultando de nuevo con los juristas y me reafirmo en lo que os decía hace un momento: los chicos que estaban jugando a la pelota en el Foro no son culpables. Me niego a que se les procese. No daré acción contra ellos, pueden irse tranquilos.
Los jóvenes sonrieron esperanzados, pero al intentar zafarse de los que les sujetaban éstos volvieron a ponerles de rodillas en el suelo, siguiendo una indicación de su amo, el cual se plantó ante el Pretor diciendo:
–¿Cómo puedes decir esto, oh Pretor? ¿En qué cabeza cabe? ¡Éstos fueron los que golpearon con su pelota al barbero, aquí presente!
A lo que el aludido añadió, también indignado y mostrando sus ropas ensangrentadas:
–¡En efecto, oh Pretor! ¡Su balonazo me dio de lleno en la mano con que sujetaba mi navaja, justo cuando afeitaba en la puerta de mi negocio al esclavo de este honorable ciudadano! ¡Si ellos empujaron la pelota que empujó mi mano, sólo ellos son culpables de que yo rebanara el pescuezo al esclavo... y de haber arruinado mi túnica con su sangre!
Los lances del juego llegan hasta hoy en día. |
–¡Y era un esclavo valiosísimo! – insistía el primero.
–¡Y mi túnica también! – apostillaba el segundo.
El Pretor, intentando mantener una actitud paciente -y contenerse, para no mandar a sus guardias escarmentar a aquellos dos descarados–, les respondió despacio:
–Intentad comprender, por favor, aunque entiendo que la interpretación de los juristas, por novedosa, puede resultar chocante: no se puede hacer responsable sin más al que realiza una acción que acaba en daño, pues a veces es el dañado el que ha convertido su acción en peligrosa. En vuestro caso, estos jóvenes estaban jugando a la pelota aquí en el Foro (¿dónde si no?), lo cual es una actividad normal y cívicamente aceptada. No han hecho nada malo. El problema lo habéis causado vosotros: tú, barbero, por afeitar en la calle, donde se suele jugar a la pelota, en vez de en la tienda; y tú, ciudadano, por dejar a tu esclavo para ser afeitado en un sitio donde quizá corriera peligro, pues cualquiera se puede llevar un balonazo fortuito.
–¡Me niego a aceptarlo! ¡No voy a tragarme esas sutilezas de jurista! Según tu interpretación, oh Pretor, si uno sufre un daño por un balonazo aquí en el Foro, ¡no puede hacer responsable al que le golpea! ¡Es una locura, va contra toda lógica! –Y, llevado por la ira, se atrevió a decir: –¡Ya me gustaría verte a ti en mi lugar, oh Pretor, si fueras tú el agredido!
Según dijo esas palabras, un balón pasó a toda velocidad por encima de su cabeza, yendo a golpear al Pretor directamente en la cara, el cual tuvo que apoyarse en su silla para no caer al suelo cuan largo era.
El público gritó horrorizado, los guardias del Pretor desenvainaron sus espadas prestos a aprehender al responsable... hasta que vieron aparecer de entre la gente a un joven esclavo, asustadísimo, quien se arrojó a los pies del estrado balbuciendo:
–¡Perdón-señor-perdón-señor-perdón-señor, ha sido sin querer, perdón-señor-perdón-señor!
Los guardias le rodearon rápidamente y ya estaban levantando sus aceros, cuando el Pretor se incorporó tambaleándose y les ordenó con firmeza:
–¡Deteneos, dejadle ir!– Y mirando elocuentemente a los demandantes, quienes se habían quedado sin palabras, añadió: –No es culpa suya, estamos en el Foro. Le puede pasar a cualquiera.
El dueño del esclavo fallecido, discretamente, hizo a sus hombres indicación de liberar a los jóvenes, quienes arrancaron la pelota de las manos sangrientas del barbero, saludaron aliviados al Pretor y se marcharon corriendo. Después, los dos demandantes saludaron también al Pretor (a regañadientes, eso sí) y se alejaron refunfuñando entre la plebe, que seguía callada, admirada por la magnanimidad y coherencia del Pretor.
* * * * * * *
Al llegar a su casa al final de la jornada, el esclavo favorito del Pretor, Estico, se apresuró a quitarle la toga y ponerle un paño frío en la cara dolorida, mientras le comentaba sonriendo:
–Mi querido amo, esta vez te has pasado de la raya. Teniendo imperium como tienes, pudiendo imponer justicia sin dar mayor explicación a nadie... ¿cómo se te ocurre interrumpir un proceso para venir a encargar a mi joven hijo que te pegue un balonazo en pleno Foro, a la vista de todos?
–Ay, Estico... Los sacrificios que hay que hacer para que el pueblo entienda la Justicia...
Y PARA SABER MÁS:
Ya desde la promulgación de la lex Aquilia (siglo III a. C.), los juristas romanos se esforzaron por superar el concepto arcaico de responsabilidad (basado sin más culpar de un daño al que tenía contacto físico con el dañado), estudiando y desarrollando conceptos jurídicos hoy esenciales como el riesgo, la imprudencia, el caso fortuito, etc. Esta historia está basada en un caso del jurista Fabio Mela (comienzos del Principado), recogido en el Digesto de Justiniano (D.9.2.11.pr.), precisamente para ilustrar la aplicación de la lex Aquilia. Es decir, está recogido todo... menos lo del balonazo al Pretor, obviamente.
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Fuente de la foto de la pelota: http://www.spainfitness.com/deportes/articulo/harpustrum.html
Fuente de las gimnastas: UNESCO-Villa del Casale (Sicilia)
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