El Xallas, desembocando en el fin del mundo |
A veces, mientras se trabaja en el campo, aparecen tesoros en forma de piedra. A muchos los apartan por desconocimiento y luego se sigue con la dura tarea agrícola. Otros, encontrados por personas más curiosas que laboriosas, son recogidos del suelo y, con este simple gesto, logran descubrirnos historias olvidadas. Allá por el 2005, un rapaz gallego, más curioso que laborioso, se agachó a ver que había encontrado y descubrió a un legionario romano.
El rapaz avisó a su abuelo de que había encontrado cerca del río una piedra extraña, partida en dos. Su abuelo, persona de campo pero ilustrada, pronto se dio cuenta de que aquellos pedazos de piedra tenían signos y que debían ser antiguos. Como era el típico abuelo manitas, de los que ya quedan pocos, junto los dos trozos con una grapa de hierro y pintó de negro los signos, para verlos mejor. Descubrió que eran letras y sonaba a latín. Como buen ciudadano, avisó a la universidad más cercana: la de Santiago de Compostela. Así fue como Q. Julio Aquino volvió del olvido.
Podría haber sido un hallazgo más, de entre tantos fortuitos, de una estela romana. Pero el lugar donde se encontró no era, en principio, el más esperado para encontrar la lápida de un legionario: en el municipio de Santa Comba, cerca del aislado cabo de Finisterre, donde se oye al sol hundirse en el mar, y por donde fluye el río Xallas, que va a desembocar frente al famoso cabo de una manera violenta y única, descendiendo en cascada sobre la ría de Ézaro.
Además el legionario Q. Julio Aquino estaba enterrado con su mujer Tiberia Claudia Urbana - ambos muertos alrededor de los 35 años- y la estela había sido levantada por su padre, el veterano T. Julio Floro, de la legión X. Todos típicos nombres romanos de origen italiano y realmente extraños para la Gallaecia del siglo I, fecha en que se data la estela, y mucho más extraños para una comarca cercana a Finisterre... ¿o no?
En principio, sí, pero investigando que te investiga los arqueólogos Acuña Castroviejo y Gorgoso López ("Unha nova inscrición dun militar da Legio X Gemina: a estela de Mallón de Cicere", Gallaecia nº 25) llegaron a descubrir que ese lugar apartado no lo era tanto hace 2000 años. Al contrario, por allí vivían y pasaban muchos romanos.
Se han encontrado en el municipio de Santa Comba otras estelas funerarias, muchas con nombres indígenas, pero otras con nombres romanos y tan exóticos como Creticus (¿un liberto griego?). Su número es semejante al de otros lugares relevantes de la Galicia romana, como Iria Flavia, A Coruña y Santiago. Pero el municipio de Santa Comba parece que era tan rural en aquella época como lo es ahora, exceptuando varios castros y la actual villa de Brandomil, a 4 kilómetros de la estela de Aquino, que en origen pudo ser la pequeña mansión Grandimirum citada en una vía romana secundaria.
Así que... ¿Por qué iban allí a vivir legionarios y civiles romanos?
Pues porque había algo que a los humanos siempre les provoca un deseo irrefrenable de poseerlo y a los más coquetos el llevarlo encima: oro.
Los restos de pequeñas minas por la zona son abundantes, sobre todo en la parte norte del municipio, donde también se han encontrado la mayoría de estelas. El valle del río Xallas estaba trenzado de filones muy cercanos a la superficie, cuyo descubrimiento debió de causar inmensa alegría a los funcionarios romanos del tesoro imperial. No eran Las Médulas, pero sí un pequeño dorado más fácil de explotar. Bastaba con enviar legionarios.
Aquel lugar apartado fue concentrando, durante el siglo I, ingenieros, administrativos y soldados para construir las minas y realizar las infraestructuras necesarias. El deseo de oro alimentaba la vida. Surgieron gritos, órdenes, campamentos militares, calzadas, barracones, almacenes, hornos, fundiciones, ladridos y suspiros en medio del fin del mundo.
Todo eso lo proporcionó la Legión X Gémina.
Esta legión parece que estaba especializada, como se diría hoy, en "infraestructuras del territorio". Participó en la conquista del Noroeste hispano (29-19 a. C.) y luego fue asentada en Petavonium (Rosinos de Vidriales, Zamora). Pero sabemos que había destacamentos de ella esparcidos por todo el norte y buena parte de la península, realizando trabajos de construcción de vías, minas, puentes y tareas de control de indígenas. Se han encontrado estelas de legionarios de la X legión en muchas partes, tanto zonas urbanas como rurales. Es evidente que eran los manitas del imperio en Hispania durante el siglo I. Allí donde había que hacer algo, allí mandaban un destacamento de la X legión. A uno de ellos le tocó ir cerca del fin del mundo.
Es probable que Floro, el padre de Julio Aquino, perteneciera a ese destacamento destinado a las minas de Santa Comba y acabase, tras su retiro, asentándose en un castro cercano o en la mansión de Brandomil. No era un lugar de clima apetecible, las nieblas son espesas como sábanas, no había mucha diversión, la gente no era tan civilizada como en Italia; pero se había hecho viejo, tenía pareja, no estaba para viajes de vuelta y, además, no se comía mal y algunos colegas también se quedaban para seguir las partidas de dados.
Su hijo, nuestro Aquino, alistado en la misma legión que su padre y destinado al mismo sitio (típico enchufe legionario), se casó con una italiana de origen, probablemente una liberta, que a saber cómo acabó llegando por aquellos parajes. Quizá Aquino se la trajo de Petavonium cuando estuvo haciendo la instrucción o simplemente llegó por allí poseída por la fiebre del oro y vio que los brazos de un fornido legionario eran más apetecibles.
Pasados los años, entre guardias, nieblas y arrumacos, una enfermedad o un más improbable accidente debió de matarlos a ambos para desgracia de su padre, que los enterró cerca del río, a la sombra del humo oscuro que salía de las minas que había ayudado a construir.
Su legión X dejó una Hispania ya pacificada en el año 63, con destino a Panonia, otro territorio virgen donde levantar calzadas, excavar minas, construir puentes y administrar más indígenas. Pero los veteranos retirados en Hispania, como el padre de Aquino, siguieron con su tarea, echando partidas de dados y romanizando a su manera, sin darse cuenta, un territorio que acabaría hablando mejor latín que su jerga legionaria, o velando hijos en lugares perdidos en el mapa, cerca del cabo del fin del mundo, donde un río desemboca en cascada y se oye al sol hundirse en el agua.
El rapaz avisó a su abuelo de que había encontrado cerca del río una piedra extraña, partida en dos. Su abuelo, persona de campo pero ilustrada, pronto se dio cuenta de que aquellos pedazos de piedra tenían signos y que debían ser antiguos. Como era el típico abuelo manitas, de los que ya quedan pocos, junto los dos trozos con una grapa de hierro y pintó de negro los signos, para verlos mejor. Descubrió que eran letras y sonaba a latín. Como buen ciudadano, avisó a la universidad más cercana: la de Santiago de Compostela. Así fue como Q. Julio Aquino volvió del olvido.
Podría haber sido un hallazgo más, de entre tantos fortuitos, de una estela romana. Pero el lugar donde se encontró no era, en principio, el más esperado para encontrar la lápida de un legionario: en el municipio de Santa Comba, cerca del aislado cabo de Finisterre, donde se oye al sol hundirse en el mar, y por donde fluye el río Xallas, que va a desembocar frente al famoso cabo de una manera violenta y única, descendiendo en cascada sobre la ría de Ézaro.
Además el legionario Q. Julio Aquino estaba enterrado con su mujer Tiberia Claudia Urbana - ambos muertos alrededor de los 35 años- y la estela había sido levantada por su padre, el veterano T. Julio Floro, de la legión X. Todos típicos nombres romanos de origen italiano y realmente extraños para la Gallaecia del siglo I, fecha en que se data la estela, y mucho más extraños para una comarca cercana a Finisterre... ¿o no?
En principio, sí, pero investigando que te investiga los arqueólogos Acuña Castroviejo y Gorgoso López ("Unha nova inscrición dun militar da Legio X Gemina: a estela de Mallón de Cicere", Gallaecia nº 25) llegaron a descubrir que ese lugar apartado no lo era tanto hace 2000 años. Al contrario, por allí vivían y pasaban muchos romanos.
Se han encontrado en el municipio de Santa Comba otras estelas funerarias, muchas con nombres indígenas, pero otras con nombres romanos y tan exóticos como Creticus (¿un liberto griego?). Su número es semejante al de otros lugares relevantes de la Galicia romana, como Iria Flavia, A Coruña y Santiago. Pero el municipio de Santa Comba parece que era tan rural en aquella época como lo es ahora, exceptuando varios castros y la actual villa de Brandomil, a 4 kilómetros de la estela de Aquino, que en origen pudo ser la pequeña mansión Grandimirum citada en una vía romana secundaria.
Así que... ¿Por qué iban allí a vivir legionarios y civiles romanos?
Pues porque había algo que a los humanos siempre les provoca un deseo irrefrenable de poseerlo y a los más coquetos el llevarlo encima: oro.
Los restos de pequeñas minas por la zona son abundantes, sobre todo en la parte norte del municipio, donde también se han encontrado la mayoría de estelas. El valle del río Xallas estaba trenzado de filones muy cercanos a la superficie, cuyo descubrimiento debió de causar inmensa alegría a los funcionarios romanos del tesoro imperial. No eran Las Médulas, pero sí un pequeño dorado más fácil de explotar. Bastaba con enviar legionarios.
Aquel lugar apartado fue concentrando, durante el siglo I, ingenieros, administrativos y soldados para construir las minas y realizar las infraestructuras necesarias. El deseo de oro alimentaba la vida. Surgieron gritos, órdenes, campamentos militares, calzadas, barracones, almacenes, hornos, fundiciones, ladridos y suspiros en medio del fin del mundo.
Todo eso lo proporcionó la Legión X Gémina.
Esta legión parece que estaba especializada, como se diría hoy, en "infraestructuras del territorio". Participó en la conquista del Noroeste hispano (29-19 a. C.) y luego fue asentada en Petavonium (Rosinos de Vidriales, Zamora). Pero sabemos que había destacamentos de ella esparcidos por todo el norte y buena parte de la península, realizando trabajos de construcción de vías, minas, puentes y tareas de control de indígenas. Se han encontrado estelas de legionarios de la X legión en muchas partes, tanto zonas urbanas como rurales. Es evidente que eran los manitas del imperio en Hispania durante el siglo I. Allí donde había que hacer algo, allí mandaban un destacamento de la X legión. A uno de ellos le tocó ir cerca del fin del mundo.
Es probable que Floro, el padre de Julio Aquino, perteneciera a ese destacamento destinado a las minas de Santa Comba y acabase, tras su retiro, asentándose en un castro cercano o en la mansión de Brandomil. No era un lugar de clima apetecible, las nieblas son espesas como sábanas, no había mucha diversión, la gente no era tan civilizada como en Italia; pero se había hecho viejo, tenía pareja, no estaba para viajes de vuelta y, además, no se comía mal y algunos colegas también se quedaban para seguir las partidas de dados.
Su hijo, nuestro Aquino, alistado en la misma legión que su padre y destinado al mismo sitio (típico enchufe legionario), se casó con una italiana de origen, probablemente una liberta, que a saber cómo acabó llegando por aquellos parajes. Quizá Aquino se la trajo de Petavonium cuando estuvo haciendo la instrucción o simplemente llegó por allí poseída por la fiebre del oro y vio que los brazos de un fornido legionario eran más apetecibles.
Pasados los años, entre guardias, nieblas y arrumacos, una enfermedad o un más improbable accidente debió de matarlos a ambos para desgracia de su padre, que los enterró cerca del río, a la sombra del humo oscuro que salía de las minas que había ayudado a construir.
Su legión X dejó una Hispania ya pacificada en el año 63, con destino a Panonia, otro territorio virgen donde levantar calzadas, excavar minas, construir puentes y administrar más indígenas. Pero los veteranos retirados en Hispania, como el padre de Aquino, siguieron con su tarea, echando partidas de dados y romanizando a su manera, sin darse cuenta, un territorio que acabaría hablando mejor latín que su jerga legionaria, o velando hijos en lugares perdidos en el mapa, cerca del cabo del fin del mundo, donde un río desemboca en cascada y se oye al sol hundirse en el agua.
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