jueves, 14 de marzo de 2013

Petronio Fortunato, 50 años de mili

Foro de Cillium (República Tunecina)

 Hace casi un par de milenios, por el año 230, en un lugar del norte de África llamado Cillium, era muy habitual ver a un anciano serio, de unos ochenta años, aunque por su aspecto podía tener cien o doscientos, sentado a la sombra cobijadora de un pórtico, en el pequeño pero digno foro de la ciudad.

 Los reclutas locales, formarían ante sus ojos en la plaza, esperando el comienzo de su viaje hasta sus legiones de destino y un futuro incierto, repleto de guardias, marchas y combates. 

 Mientras esperaban, ponían cara de asombro, quizá algo burlona, y se preguntaban quién era aquel viejo que se pasaba el día con mirada ausente, como sumergido en recuerdos secretos. Nosotros sabemos que se llamaba Petronio Fortunato. 

 Como pasa a menudo con los secundarios, ningún texto cita a Petronio. Solo una piedra. En concreto, la inscripción CIL VIII.217 / ILS 2658 es la que nos habla de este fascinante personaje. Es una inscripción funeraria que el mismo Petronio, con ochenta años cumplidos, y su esposa Claudia Marcia, mandaron levantar en honor de su único hijo, M. Petronio, muerto a los 35 años mientras ocupaba el cargo de centurión. Aunque es en honor de su vástago, realmente es una biografía en datos concisos de la vida del padre; es su esquela tanto como la de su hijo, escrita por él antes de morir, como si no se fiase de que, después de muerto, le fuesen a levantar la suya.

 Lo que cuenta en esas pocas líneas asombró seguramente a sus contemporaneos como hoy asombra a los historiadores.

 No nos cuenta su infancia. Ningún romano lo hacía, para ellos, a diferencia de Rilke, la infancia no era ninguna patria. Su vida comenzaba como ciudadanos. Así que la biografía de Petronio empieza por el año 172, cuando con alrededor de 18 años se alistó en el ejército en su lugar de origen, posiblemente la actual Tunicia, porque su cognomen es típico de allí, según la pequeña biografía que le escribió J.M. Lassere. 

 Desde África fue enviado a la Legio I Itálica, destacada en Mesia, hoy Bulgaria, seguramente porque el emperador Marco Aurelio andaba preparando una de esas expediciones contra los bárbaros que le inspiraban tanta filosofía en sus noches de insomnio.

 Fue un buen viaje de comienzo de mili que sería toda una profecía de su futuro. Pero no nos adelantemos. 

 En las brumas de Mesia, Petronio pasó cuatro años haciendo guardias y jugándose la vida contra los melenudos excitados del otro lado del Danubio. Debía tener dotes para la escritura y el cálculo, pues ascendió pronto a librarius, una especie de auxiliar administrativo. Y en los tres años siguientes recorrió la escala de rangos menores: tesserarius, optio y signifer, hasta finalmente llegar a centurión por suffragium de la tropa. O sea, fue elegido por votación de los propios soldados. Un modo de ascenso legal pero que se realizaba en casos excepcionales, como al acabar una batalla donde la palmó el anterior centurión. Bien pudo haber sido su caso.

 En resumen, Petronio en cuatro años de mili había llegado al tope de la suboficialidad. Debía ser un tipo de cualidades notables, respetado por sus oficiales y también por los soldados. Además, la guerra casi continua debió ser una buena ayuda para ascender rápido.

 Como era costumbre que al llegar a centurión te mandasen a otra legión, a nuestro Petronio lo enviaron a la VI Ferrata, en Siria. Comenzaba así su peregrinación de centurión por todo el Imperio. Porque si hay alguien que tenga el record de viajes por el imperio romano ese es Petronio Fortunato; más que el emperador Adriano, que se las daba de viajero errante y sensible vagabundo, pero que no gastó ni la mitad de calcetines que nuestro Petronio pateando calzadas de aquí para allá de campamento en campamento. 

Porque preparen los ojos y tengan paciencia, he aquí las legiones en donde estuvo destinado nuestro personaje después de los cuatro años en la I Itálica:

en la VI Ferrata y la III Gallica en Siria 

en la I Minerva y XXX Ulpia en Germania 

en la VI Victrix y en la II Augusta en Britania 

en la I Adiutrix y X Gemina en Pannonia 

en la III Cyrenaica en Arabia. 

en la XV Apollinaris en Capadocia. 

en la II Parthica en Italia. 


Trece legiones. Y quizá se olvidó citar alguna, que ya iba viejo. En todas estuvo destinado con rango de centurión. No recibió más ascensos. Quizá por falta de enchufes o porque fue el típico suboficial de tropa, sin ambición más allá de su puesto. 

 Pero sí que recibió honores. En la estela, cita que en una “expeditionem parthicam” recibió la corona mural, aparte de torques y faleras. Al no ser más extenso, los historiadores todavía debaten en cual expedición oriental de finales del siglo II y principios del III anduvo Petronio peleando por su vida. Puede que estuviera en todas. Desde luego, el haber ganado un corona mural, que se daba a los que tomaban murallas en un asalto, nos demuestra que Petronio era de los centuriones que daba ejemplo a sus hombres. 

 Honores aparte, lo realmente asombroso es que no se licenció con dinero y posición social al llegar a cuarentón, como hacía la mayoría de centuriones que no ascendían más en la carrera, sino que siguió en el ejército hasta más de los sesenta años. De legión en legión por el imperio, hasta licenciarse y acabar volviendo a su África natal, tras casi cincuenta años de viaje, allá por el año 220. 

No es un caso único, pues el historiador Birley ha descubierto 18 centuriones que sirvieron durante más de cuarenta años, pero no deja de ser excepcional.

 En lo que es el único y number one es en el gasto de sandalias, porque no se conoce otro centurión que haya estado en tantos lugares del imperio y, seguramente, en tantas guerras. Pues peleó en las campañas del Danubio de Marco Aurelio, probablemente contra los frisones mientras estuvo en la I Minervia, luego en la guerra civil del 192-193, en la “expeditionem parthicam” que nombra con orgullo en su estela, y contra los caledonios cuando estuvo en Eboracum, con la VI Victrix, allá por el 202-205. Luego estuvo en oriente, dando caña de nuevo, tanto en la III Cyrenaica como en la XV Apollinaris. Su último destino parece que fue tranquilo, pues con sesenta años ya cumplidos parece que buscó reposo en la I Adiutrix y su tranquilo campamento de Pannonia, sumergido entre nieblas y tedios. 

 Al licenciarse, en el 218, con posición económica alta y dejando algunos contactos en las legiones, es muy probable que enchufara a su hijo en el ejército, entrando ya con el rango de centurión. Por la estela sabemos que su hijo empezaba a seguir la vida de su padre, pues antes de su temprana muerte, en 230, ya había estado en Germania y Britania. 

 Es difícil imaginar el golpe que supuso a Petronio la muerte de su único hijo. Había dado su vida al ejército, en destinos nada suaves que le llevaron a un batallar casi constante. Es probable que no tuviera pareja estable hasta bien entrado en la cuarentena, cuando nació un hijo que, seguramente, ya no esperaba; no tuvo residencia fija hasta tener más de sesenta años, cuando volvió a una tierra donde ya nadie le recordaba y donde no debía quedar nadie de su juventud. Pensando en el futuro de su hijo, lo colocó en un buen puesto en las legiones, donde no pasaría por los malos momentos que él pasó al principio de su carrera. Pero el destino se lo quitó al llegar a la ancianidad. 

Ya no le quedaba nada por lo que luchar ni ningún sitio a donde ir. 

Levantó una piedra en honor de su hijo para contarnos, en unas líneas someras, casi telegráficas, su increíble historia a través de todo el imperio. Después de todo, con unas cuantas palabras bastan para dejar constancia. Luego se limitó a sentarse a la sombra del pórtico, a ver pasar el tiempo y esperar la muerte que tantas veces había logrado esquivar. Porque en la vida nada retorna, pero todo se parece.

 Nosotros, aunque sepamos ahora su historia, somos igual que la fila de jóvenes reclutas en medio de la plaza.

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