A
todos nos suena Esquilo, uno de los tres clásicos dramaturgos
griegos, junto a Sófocles y Eurípides. Pero Esquilo tuvo un hermano más famoso que él en su época, un héroe de guerra, al que le debe
hasta la vida... y nosotros que podamos leer lo poco que nos queda de
sus obras.
Ameinias y sus dos hermanos, el famoso Esquilo y un tal Cinegiro, eran hijos del
eleusino Euforión, un eupátrida, que viene a ser lo más parecido a
un aristócrata de cuna en la democrática Atenas. Así que debemos
entender que Euforión era rico, seguramente más de la media al ser
de Eleusis, centro de peregrinación de toda Grecia y lugar donde
abundaba el dinero en el siglo VI a.C.,que le vio nacer a él y a sus
hijos.
Santuario de Eleusis, en sus buenos tiempos |
Sin
embargo, Heródoto nos dice que su hijo Ameinias era de Pallene, rica
zona agrícola cercana a Atenas, y Plutarco en su Vida de Temístocles
nos dice que era de Decelia, zona fronteriza con Beocia, 22 km al
noreste de Atenas. En fin, puede ser que la familia de Euforión
tuviera tierras por todo el Atica para repartir entre sus hijos. Pero
fuese de donde fuese, Ameinias era un ateniense de los pies a la
cabeza.
De
niños (por el 510 a.C.) debieron ver como la tiranía de los hijos
de Pisístrato era barrida por los revolucionarios de Clístenes, que
instauraron la democracia en Atenas y su territorio. No sabemos de
qué bando era su padre Euforión, pero parece que el cambio de gobierno no tuvo mucha
repercusión en su buena vida.
Nada
sabemos de su juventud, pero fue cómoda, viendo el nivel de su
familia. Su hermano Esquilo tenía tiempo de sobra para dedicarse a
practicar versos en ese nuevo arte llamado teatro, su otro hermano
Cinegiro parece que tiraba por la vida militar o algo semejante,
viendo como acabaría luego, y él, bueno... no era el hermano mayor,
pero parece que le tocó llevar los negocios de la familia, lo cual
implicaba, ya fuese en Eleusis o Pallene, controlar los olivares,
higueras, viñedos y campos de cereal que daban suculentas rentas en
aquellos tiempos a los eupátridas como él, sobre todo los poéticos olivares.
Así
pasaban la vida, hasta que empezaron a llegar noticias del Este. Los
jonios se habían rebelado a los persas y tras una larga guerra
fueron aplastados en 494 a.C. Aunque Atenas los ayudó sin mucho
disimulo, parece que ninguno de los hermanos tuvo participación,
quizá el belicoso Cinegiro se paseó por Jonia dando lanzazos, pero
lo cierto es que el Gran Rey persa tomó nota de la ayuda dada por
los atenienses a los rebeldes y fijó su diana en Atenas.
Y este Gran Rey no era un Gran Rey cualquiera de Persia, sino Darío, experto en aplastar rebeliones, conquistar territorios y no perdonar una ofensa a su ego mayúsculo. Así que cuando tuvo un poco de tiempo entre tanto sometimiento, allá por el 490 a.C., envió una flota con ejército adjunto para vengarse de Atenas, la ciudad que se había atrevido a apoyar a unos rebeldes de su grandeza.
Sin mucha prisa, la flota persa llegó a la playa de Maratón, 40 km al Este de Atenas, y empezó a desembarcar su ejército a ritmo muy persa, o sea, mirando el paisaje y haciendo descansos para charlar de Zoroastro y los últimos cotilleos del harén. Tiempo que aprovecharon los atenienses para juntar su ejército de hoplitas e ir a por ellos.
Atenienses a por todas en Maratón |
Todo
el mundo sabe lo que pasó en Maratón: Los atenienses dieron una
paliza a los persas. Pero pocos saben que los tres hermanos
estuvieron en la batalla, en la primera línea, y que, tras lo que
los griegos llamaban "la ley de las manos" (el combate sin
piedad), persiguieron a los persas hasta sus naves, y que Cinegiro
fue uno de los héroes más recordados al intentar que no partiese
una de ellas. Claro que héroe póstumo, como suelen serlo la
mayoría.
Dejemos
que lo cuente Heródoto:
"Cinegiro, el hijo de Euforión,
mientras sujetaba el adorno de la popa de una nave, le cortaron la
mano con un hacha y cayó; y muchos otros atenienses de valor también
fueron muertos."
Bueno, quizá suena un poco seco, pero Heródoto pudo hablar
seguramente con veteranos de la batalla y es probable que pasara así,
un hachazo y adiós, y no deja de ser meritorio intentar frenar una
trirreme con las manos. Se nota que Cinegiro era aguerrido, aparte de
un poco temerario e impulsivo.
Claro
que si lo quieren leer en tono más épico y ver cómo la leyenda
había modificado el asunto unos siglos después, tenemos el párrafo
de Justino:
"El mérito de
Cinegiro, soldado ateniense, que encuentra alabanza en los
historiadores: porque, después de haber matado gran número en la
batalla, y habiendo perseguido al enemigo hasta sus naves, sujetó un
barco lleno de gente con su mano derecha, no dejándolo ir hasta que
perdió la mano, y entonces lo sujetó con la izquierda, y habiendo
perdido también esta mano, sujetó el barco con los dientes. Tan
valiente fue su espíritu, que ni cansado de matar tantos ni
descorazonado por perder las manos, dejó de pelear hasta el final,
mutilado como estaba, con sus dientes, como una bestia salvaje."
Así
tiene mucho más color y épica. No hay nada como dejar que fluya el
río de la leyenda. En unos siglos Cinegiro pasó de perder una mano
a perder las dos y liarse a dentelladas.
Cinegiro ganando la gloria |
Con un
héroe así en la familia, está claro que Ameinias y Esquilo no
podían fallar en la siguiente ocasión. Se esperaba de ellos lo
mejor y también se esperaba que Darío vengase la derrota pronto.
Pero el Gran Rey se lío sometiendo la enésima rebelión en Egipto y
acabó muriendo, seguramente muy estresado, en el 484 a.C. Así que
le tocó la venganza a Jerjes, su querido hijo.
Jerjes era un poco megalómano, lo cual se comprende si has sido educado desde pequeñito para que todo el mundo te obedezca como un dios en la tierra. Así que le disculpamos que tendiese a hacer las cosas despilfarrando a tutiplén y, en vez de vengarse de Atenas, una simple ciudad, decidiese invadir toda Grecia con una flota y un ejército nunca vistos.
De todas partes de Asia vinieron gentes a conquistar Grecia con el viaje pagado, por mar y por tierra, aquel largo verano del 480 a.C. Nadie se opuso al paso de Jerjes, exceptuando el pequeño retraso que le produjeron unos espartanos suicidas en las Termópilas, a los cuales Jerjes concedió que acabasen heroicamente acribillados.
Finalmente, el ejército del Gran Rey llegó a Atenas y la incendió, vengando la ofensa a su padre. Ahora solo quedaba el detalle de vencer a la flota griega que hacía burlas desde la isla de Salamina. Para eso Jerjes tenía su flota de centenares de naves fenicias y de Asia Menor. El Gran Rey puso su trono en un alto de la costa y se acomodó para ver la batalla rodeado de abanicos y cortesanos.
Salamina desde muy arriba |
Entre
los barcos de enfrente, había un trirreme dirigido por nuestro
Ameinias. Como ciudadano rico, era capitán y armador de una nave y
su equipamiento, incluido los salarios de la tripulación, la cual
debía estar formada por gente conocida de sus tierras de Pallene,
Eleusis o de donde fuera. Nos cuenta Barry Strauss en su libro "La
Batalla de Salamina" que Ameinias estaba situado en el extremo
occidental de la flota griega y que fue el que atacó el primero de
todos.
Nos podemos imaginar a sus remeros, que al ser paisanos lo conocían bien, poco sorprendidos cuando les dieron la orden de bogar a ritmo de batalla sin esperar a los demás barcos. Ameinias era impulsivo como su hermano Cinegiro, se veía que la iba a montar, que se olía a la legua, así que a sujetar los remos, concentración y esfuerzo. Tan pronto como dio la orden, a cincuenta paladas por minuto, el trirreme de Ameinias pasó de 0 a 9 nudos y se lanzó sobre la flota persa.
La batalla de Salamina fue una enorme victoria griega. Durante una mañana y buena parte de la tarde, la enorme flota persa, con poco espacio de maniobra entre la isla y el continente, fue machacada y hundida sin piedad, para pasmo de Jerjes sentado en su trono, que no daba crédito a lo que veía, sobre todo las hazañas de Ameinias y su trirreme.
Jerjes, contemplando el inicio de la batalla |
De aquí para allá, a golpes de espolón y abordando como piratas, los hombres de Ameinias cazaban y hundían naves enemigas como si fueran barquitos de papel. El mar frente a Salamina se convirtió en un remolino de barcos, donde los trirremes griegos se movían a su gusto contra las menos maniobrables y faltas de espacio naves fenicias, que chocaban entre sí o directamente se empujaban a la costa.
Viendo el percal, el almirante persa, Arimenes, uno de los numerosos
hermanastros de Jerjes, decidió atacar a aquella bestia marina que
le estaba hundiendo la flota y aproximó su barco para abordarlo.
Pero más bien lo abordaron a él y recibió un lanzazo del propio
Ameinias y otro de uno de sus hombres, Socles, que lo enviaron
directo al más allá zoroastriano. Tal como cuenta Plutarco en su
vida de Temístocles:
"cuando
Ariamenes intentó abordarlos, ambos corrieron a él con sus picas y
lo arrojaron al mar."
Imaginamos que Jerjes en su trono costero empezó a cabrearse en serio.
Jerjes, flipando en su trono |
La
fiesta de hundimientos y abordajes continuaba y Ameinias puso su
objetivo en el barco de la reina de Caria, Artemisia I (no confundir con la segunda). Una presa
suculenta, pues Atenas había dado orden y ofrecido una recompensa de
10.000 dracmas al capitán que la hiciera prisionera, ya que su
democrático gobierno consideraba, según Herodoto, "intolerable
que una mujer hiciera una expedición contra Atenas".
Pero
la reina fue lo suficiente lista como para ordenar que su barco
clavara el espolón en el de su aliado Damasitimo, que debió
sorprenderse bastante. Al ver como el barco de Artemisia atacaba a un
barco persa, Ameinias pensó que era un barco griego y apartó su
trirreme en busca de otra presa. Lo que ya no sabemos es la cara que
puso Damasitimo mientras se hundía en las cálidas aguas del Egeo.
Ameinias en plena faena |
La
batalla continuó, convertida en un montón de duelos navales donde
los griegos ganaban de calle, cuando, en algún momento de la tarde,
nuestro heroe Ameinias perdió una mano. Seguramente en un abordaje o
quizá como su hermano Cinegiro, intentando sujetar una presa del
tamaño de un trirreme, pese a la mala experiencia familiar.
Debió ser un momento duro, pero el aguerrido Ameinias y su poseída tripulación no dejaron de perseguir naves enemigas hasta caer la tarde. Jerjes, en su trono de la costa, después de ordenar ejecuciones de capitanes cobardes, despotricar sobre la inutilidad bélica de los barcos fenicios y ciscarse en la madre de todos los griegos, se levantó sin decir nada y dio por concluida la batalla donde había visto perder toda su flota.
Al
día siguiente dijo que volvía a Persia, que ya no le gustaba salir
de invasión, y dejó la campaña en manos de otro de su numerosos
hermanastros... que también acabaría muerto por los griegos, pero
eso es otra historia.
Vista actual del lugar de la batalla |
Días
más tarde, cuando Jerjes ya había hecho las maletas y vuelto a
Persia, los griegos juzgaron a Ameinias como el más valiente de la
batalla, según Diodoro Sículo, por haber dado muerte al almirante
persa. Aunque, para cabreo de los atenienses, decidieron también que
entre los estados aliados, el más valiente había sido la isla de
Egina y no la ciudad de Atenas, que era la que había llevado todo el
peso de la batalla. Parece que los espartanos estaban detrás de esta
decisión, para humillar el crecido orgullo de los atenienses. Y así
comienza la famosa rivalidad entre Atenas y Esparta que tanto daría
que hablar después.
Ameinias, por su parte, se convirtió en un héroe para los
atenienses. La guerra contra los persas prosiguió su curso en los
años siguientes con gran éxito para los griegos, pero el manco
Ameinias ya no estaba de servicio.
Pudo disfrutar de las victorias en
el teatro de su hermano Esquilo, que marcialmente no parece haber
destacado tanto como sus dos hermanos, pero en literatura se llevaba
todos los elogios y premios.
Tragedia de Esquilo... con media entrada |
Hasta que un día, en una de sus obras,
parece que habló demasiado de los Misterios Eleusinos. Estos
misterios eran un ritual secreto que se hacía en Eleusis en honor de
la diosa Deméter y que otorgaban la inmortalidad a los
celebrantes... bajo pena de muerte si decían una palabra. Esquilo
parece que dijo alguna y fue perseguido por el público enfurecido hasta refugiarse en el altar
de Dionisio. Luego fue acusado ante el tribunal del Areópago. Lo cual en Atenas significaba que
habías metido la pata hasta el fondo y tu vida estaba en peligro. No
parece que el motivo religioso fuera el desencadenante principal del
juicio, pues Esquilo había dado muestras en sus obras de no ser muy
amante de la democracia que tanto amaban sus paisanos, pero valió
como excusa. A Sócrates le pasaría algo semejante unas décadas más
tarde.
Colina del Areópago |
Sin
embargo Esquilo tuvo más suerte que el filósofo. Según cuenta
Claudio Eliano, la gente ya estaba con las piedras en las manos,
esperando la condena a lapidación de Esquilo, cuando se presentó
Ameinias ante la multitud, puso cara de estar cabreado, mostró el
muñón de su brazo y ya poco tuvo que decir para que su hermano
fuera absuelto y las piedras tiradas al suelo. Tal era el prestigio
que tenía entre los atenienses.
No sabemos cuando murió Ameinias. Su hermano Esquilo murió por el 455-456 a.C. Es probable que al ser el menor de los tres hermanos muriera más tarde. Seguro que le dio tiempo a ver como la ciudad por la que había perdido un hermano y una mano se convertía en una gran potencia mediterránea y puede que hasta le cayera simpático el hijo de su conocido Jantipo, un tal Pericles, que parecía tener estilo a la hora de controlar a sus democráticos paisanos.
Monumento de Salamina |
Aunque también
podemos pensar que en sus últimos años fuese el típico viejete
"maratonómaco" (veterano de Maratón), sentado en un
pórtico del ágora, en conversación con sus panda de colegas
decrépitos, siempre despreciativo hacia la juventud de su tiempo,
tan falta de bemoles y decadente. Figura típica de la cual Aristófanes
se burla con simpatía en sus obras.
Quizá
pensó el personaje pensando en Ameinias.
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