martes, 4 de mayo de 2021

Jantipo; el maestro de Aníbal


Una de las citas bélicas más famosas, y la más conocida del general e historiador ateniense Tucídides, es esta: «La guerra no es una cuestión de armas, sino de dinero; porque sin dinero para mantenerlos, de nada sirven los soldados, ni las armas». Líbrenos Zeus de tratar de enmendar la plana al reconocido como padre de la historia, pero la verdad es que las cosas no siempre son así; es más, en muchos casos sucede justo lo contrario. Y pocos ejemplos hay tan claros como las guerras, sobre todo la primera, entre Roma y Cartago. Al iniciarse las hostilidades era evidente que, sin ser Roma una ciudad “pobre”, la riqueza de su rival era muy superior, pero logró compensar con creces esta desventaja gracias a poseer algo de lo que la ciudad africana carecía: abundancia de duros y aguerridos soldados.

Porque aunque al hablar de Cartago a todos nos viene a la cabeza la imagen de los Barça, empezando por el rostro curtido, tuerto y cubierto de cicatrices del más ilustre miembro de esta familia; Aníbal, lo cierto es que a los acomodados ciudadanos de Cartago no les gustaba mucho eso de guerrear. Entendámonos, no es que se tratara de una sociedad pacífica precisamente, al contrario, se había extendido por todo el Mediterráneo Central y Occidental empleando, cuando lo consideraban necesario, la más brutal de las violencias. Lo que no les gustaba era sufrir las incomodidades de la guerra y, en especial, jugarse en ella el pellejo. Así que preferían subcontratar esta desagradable tarea en otros, y nutrían las filas de sus ejércitos con mercenarios.