viernes, 11 de diciembre de 2020

El gladiador y la puta

Alfonso Mañas

1.888 palabras, 10 minutos de lectura


El relieve que decora una lápida del siglo II hallada en Cícico nos muestra un retrato familiar idílico: el difunto, un hombre barbudo ataviado con una toga, aparece en pie, tras su aún imberbe hijo, que está recostado sobre un triclinium, a la cabecera del cual está la madre y esposa, sentada en un sillón, como corresponde a toda matrona respetable. A los pies del triclinium vemos un perrillo, la mascota de la familia, que alza su pata cariñoso hacia el joven.

Hasta ahí todo normal, la típica estampa familiar, reproducida en cientos de otros relieves funerarios de la época.

No obstante, cuando leemos el epitafio grabado bajo el relieve, la lápida deja de ser convencional: Danao es un gladiador y su mujer se llama Heorté, que en griego significa ‘fiesta’, un nombre común entre las prostitutas de la época.

Así, la lápida se ha convertido de pronto en la única que parece documentar la unión entre un gladiador y una prostituta, dando fe de que tuvieron un hijo (de nombre Asclepíades), formando los tres una bonita familia, junto a su perrillo.


Foto 1. Escena de Gladiator (2000). Una prostituta aborda a Máximus a su llegada a Roma como gladiador.

Sabemos que los gladiadores solían tener relaciones con mujeres de clase alta (las cuales sentían una atracción especial por ellos), pero parece que era con mujeres de clase baja, como las prostitutas, con quienes establecían relaciones más duraderas, y que eran estas mujeres las que les daban hijos y con las que, en algunos casos, llegaban a formar familias estables, como la del relieve.

Y es que la clase social determinaba mucho las relaciones en la antigua Roma. Para empezar, un gladiador era considerado un infamis (infame), el nivel social más bajo (similar al de los esclavos), una categoría social deshonrosa que englobaba a actores, gladiadores y prostitutas (entre otros), ocupaciones todas que implicaban la sumisión del cuerpo (y la voluntad) a los deseos de otros, para darles placer. Esos otros (los espectadores, el cliente sexual) controlaban el cuerpo y voluntad del infamis, y tal servilismo era considerado como despreciable por los romanos, y por ello rechazaban a quienes se dedicaban a esos oficios. La muestra más clara de ese rechazo es que el infamis tenía limitados sus derechos, no pudiendo dar testimonio en juicios, casarse, o ser enterrado en cementerios. Igualmente, podía ser apaleado y abusado sexualmente por cualquier ciudadano.

Es evidente por tanto que una mujer de clase alta y un gladiador no tenían fácil establecer una relación duradera, pese a lo cual muchas relaciones de ese tipo prosperaban, como hemos dicho, principalmente por la debilidad que las mujeres de alto status sentían por los gladiadores, y así sabemos que Messalina (esposa del emperador Claudio) tuvo entre sus amantes al mejor gladiador de su tiempo, que la esposa de un senador abandonó a este y a sus hijos para fugarse con un gladiador, o que la esposa de Marco Aurelio concibió a Cómodo en un encuentro sexual con un gladiador (aunque esto último quizá sea solo un rumor).

Al margen de esas relaciones, está claro que los gladiadores se veían abocados a buscar pareja entre las mujeres de su mismo nivel social, mujeres que eran también infames, y entre estas las prostitutas eran el colectivo más numeroso. Ambos grupos (gladiadores y prostitutas) compartían además el lugar de trabajo, ya que las prostitutas solían apostarse en busca de clientes en las arcadas de los anfiteatros y circos (‘arcada’ en latín se dice ‘fornix’, y de ahí viene el verbo ‘fornicar’, pues era al cobijo de esas mismas arcadas donde las prostitutas prestaban su servicio). Así, era fácil que prostitutas y gladiadores se cruzasen en los anfiteatros mismos, y consta que las prostitutas, en sus ratos de descanso, se sentaban en las gradas del anfiteatro a distraerse viendo los combates. Cabe imaginar que en ocasiones se encapricharían de algún gladiador que viesen en la arena, y que luego lo esperarían a la salida del anfiteatro, para felicitarle por su triunfo, lanzándole alguna picardía para tratar de ligárselo, o simplemente para sumar un servicio más ese día.


Foto 2. Escena de Gladiator (2000). La misma prostituta felicita a Máximus cuando sale victorioso del Coliseo.
 
Y los gladiadores desde luego no necesitaban que les insistieran mucho para entrar al trapo, en lo que al sexo se refiere, pues como evidencian muchos de los grafitos escritos por ellos mismos en las paredes de la escuela de gladiadores de Pompeya, su apetito sexual era notable, compitiendo entre ellos por ver quién realizaba más proezas de alcoba. Así, por ejemplo, en esos grafitos un tracio llamado Celadus se proclama “suspiro y gloria de las muchachas”. Igualmente, consta que tras un día de combates, en una orgía organizada por Nerón, un gladiador se hizo célebre por ayuntar con la hija de una noble familia ante los ojos del padre de esta.

Quizá solo era la obligación de estar a la altura del mito que se tenía de ellos de que eran campeones sexuales, o quizá –simplemente– que la mejor manera de celebrar que habías salido vivo de la arena un día más era echar un revolcón.

Fuera como fuese, gladiadores y prostitutas acababan liados, entablaban relaciones que duraban en el tiempo, y al llegar los hijos los gladiadores aceptaban el rol de padres y se hacían cargo de la madre y de las criaturas (como muestra nuestra lápida). Quizá nadie valora tanto la vida en pareja y el tener una familia como aquellos a quienes se les tenía prohibido casarse, y cuyos hijos, nacidos fuera del matrimonio, tenían una consideración social inferior a los hijos de los matrimonios. Pese a todo eso, gladiadores y prostitutas, junto con sus hijos, se esforzaban por reproducir los roles de los matrimonios, de esposo y esposa (coniunx, ‘cónyuge’), como muestra el relieve. Era quizá el anhelo por aspirar a un status que les estaba vetado.

Y ciertamente el amor que les unía y que se profesaban era sincero, a juzgar por lo que dicen los epitafios, como el de nuestra lápida, la cual Heorté y su hijo dedican a Danao en los siguientes términos:

“Heorté, su mujer, y Asclepíades, su hijo, a Danao … en recuerdo”.

Hay otros epitafios más conmovedores, como el de la lápida de un gladiador muerto en Córdoba, en el que la mujer se refiere a su hombre como “su cónyuge pío que lo merece”, y del mismo modo el hijo se refiere al padre como “su padre pío”. En Roma una liberta se refiere a su ‘cónyuge’, un murmillo, como “dulcísimo y que bien lo merece”. Más conmovedor aún, una tal Valeria declara en el epitafio de su hombre, un secutor, que esa era “la primera vez que él le causaba dolor” (al haberse muerto).

En otras ocasiones la mujer señala que ha sido ella la que con su dinero ha pagado la lápida, en amor a su ‘marido’, para que quedase ese recuerdo de él.

En otras ocasiones era al gladiador al que le tocaba enterrar a su compañera, y en ese caso los epitafios muestran que ellos eran también amantes esposos, y así un tracio se refiere a su mujer como “santísima y fidelísima”.

Como vemos, pese a que no estaban casados, y por tanto no podían usar los términos “cónyuge” (coniunx) o “esposa” (uxor), pues legalmente no lo eran, en sus epitafios usan esos términos igualmente, otro intento más por tratar de mostrarse como un matrimonio, como lo que no eran a ojos de la sociedad.


Foto 3. Alfonso Mañas explicando la lápida del gladiador muerto en Córdoba. A la izquierda Manuel Pimentel, presentador y director del documental Escuela de Gladiadores, de Arqueomanía.


Pero como decimos, la lápida de Danao es absolutamente excepcional, pues es la única cuyo relieve muestra al gladiador, la esposa y al hijo, y evidencia que el hijo era lo más importante de la familia, pues es quien está representado en primer plano, en la posición de honor, delante incluso de su padre (el difunto). La escena documenta también el amor que el padre profesaba al hijo, pues Danao reposa su mano derecha sobre el hombro de su hijo, en un abrazo cariñoso. El relieve está adornado con las coronas de las victorias que Danao ganó durante su carrera como gladiador, pero es evidente que el relieve está concebido para mostrar que el mayor triunfo de su vida fue su hijo, y su mujer, el haber formado una familia.

Como vemos, esta lápida testimonia el submundo marginal en el que se desarrollaba la vida cotidiana de los gladiadores, un universo paralelo al de la sociedad convencional, en la que los gladiadores brillaban durante los breves momentos en que luchaban en la arena, admirados por todos, pero de la que eran expulsados tan pronto se apagaban las ovaciones en la grada. Cuando el gladiador volvía a su submundo, la prostituta que le había hecho padre era la mujer con la que vivía la ilusión de llevar una vida normal, como la de aquellos que vibraban con sus triunfos en la grada, y la sonrisa del bastardo de su hijo era lo que le alegraba ese día, que quizá fuese el último de su vida.

La relación entre el gladiador y la prostituta habría sido algo típico de la época, similar a la del torero y la folclórica en la España de los siglos diecinueve y principios del veinte, una relación entre infames, individuos que aunque tolerados por la sociedad convencional de la época (admirados incluso en el caso del gladiador), eran excluidos de dicha sociedad.

En el cine y la televisión estas relaciones entre gladiadores y prostitutas apenas han sido tratadas. En Gladiator (2000) solo se muestra un esbozo, cuando los gladiadores llegan a Roma y un grupo de prostitutas se lanza a ellos durante su camino a la escuela de gladiadores (foto 1), o cuando Máximus sale triunfal del Coliseo y es felicitado por la misma prostituta que le abordó a su llegada a Roma (foto 2). Si bien es apenas un flash, el acierto de ambas escenas es absoluto, y perfectamente podría haber sido así como se iniciase la relación entre Danao y Heorté.

En la nefasta serie Spartacus (2010-2013) se muestran escenas más explícitas, meros encuentros sexuales entre gladiadores y prostitutas, sin tratamiento alguno del trasfondo.

En un contexto actual, salvando las diferencias obvias, ese mismo esquema de relación entre personas que ofrecen un entretenimiento a la sociedad, pero que a la vez son mal vistos por esa sociedad, excluidos de la misma, se trata en profundidad en el film The Wrestler (2008), que narra la relación entre un luchador de wrestling venido a menos (Mickey Rourke) y una stripper (Marisa Tomei). Aunque la acción tiene lugar dieciocho siglos después de la historia de Danao y Heorté, varias de las situaciones, problemas y circunstancias que se exponen creo que habrían sido comunes a ambas parejas.


Foto 4: Escena de The Wrestler (2008). La stripper (Marisa Tomei) conoce al luchador (Mickey Rourke).


El film también nos muestra que poco han cambiado las cosas en nuestro mundo de hoy: nos entretenemos con personas a las que consideramos en cierto punto marginales, por realizar precisamente esos oficios que nos entretienen. Y esas personas, como entonces, pese a la marginalidad y exclusión social en la que les obligan a vivir, tratan de dar a sus vidas una cierta estructura convencional, como la del resto de la sociedad: anhelan tener una familia normal, como la de la gente ‘de bien’.

 

Alfonso Mañas

alfonsomanas1@hotmail.com

Miembro del grupo de investigación CTS-545 (área de Historia del Deporte) de la Universidad de Granada

Consejero Editorial de The International Journal of the History of Sport


PARA SABER MÁS:


La historia completa de Danao (junto a una foto del relieve) aparece en las páginas 213 y siguientes de Gladiadores: el gran espectáculo de Roma (edición 2018). En esta misma obra también hay parte de un capítulo sobre la vida privada y sexual de los gladiadores.

Agradecer a Fernando García Romero, el mayor experto mundial en deporte en la antigua Grecia, el señalarme que el nombre Heorté era común entre las prostitutas de la época. Para saber más sobre las circunstancias concretas que afectaban a los deportes en la parte griega del imperio (Cícico se encuentra en la península de Anatolia), ver los libros de Fernando: