jueves, 28 de junio de 2018

Año 33, la primera crisis financiera global de la historia


Las cosas valen lo que alguien está dispuesto a pagar por ellas.

Publio Siro, Roma, siglo I a.C. 

Siempre me ha extrañado que en las clases de historia no enseñen cosas como la “Burbuja de los Tulipanes” holandesa, la quiebra de la Compañía del Misisipi francesa, la diferencia entre un imperio clásico y uno capitalista o que la costumbre de nuestros europeos gobernantes austrias de no pagar sus deudas fue la verdadera causa de la ruina del imperio español. Porque si la gente las conociera quizás no haría cosas como hipotecarse hasta las cejas para comprar una vivienda confiando en que podrá venderla luego, sin más arte ni ciencia, por un valor muy superior ya que “el ladrillo siempre sube” o invertir todos sus ahorros en el Fórum Filatélico sin ver que era una evidentísima estafa piramidal. Pero supongo que si no se hace es, justamente, para que sigamos cayendo una y otra vez en las mismas viejas, viejísimas, trampas. Iguales desde la primera crisis financiera, la que os voy a contar, hasta la que, se supone, acabamos de pasar, sin olvidarnos de la que se está gestando ahora mismo.
El 33 d.C. es, según la tradición cristiana, el año de la muerte de Jesucristo. Si así fue no es de extrañar que su trágico final pasara desapercibido, porque el mundo estaba inmerso en la primera (que conozcamos) crisis económica global de la historia. Esta crisis no estuvo motivada por guerras u otras catástrofes, sino que se produjo en medio de un prolongado periodo de paz, seguridad y prosperidad. Sus causas fueron las propias deficiencias del sistema económico y financiero, y sus consecuencias, globales, afectaron a todo el imperio. 

martes, 5 de junio de 2018

Demetrio de Falero, el de las 360 estatuas




Ya hemos hablado de gente con mucha suerte en la vida, como el afortunado Pomponio. Pero también es hora de hablar de gente que se gana la suerte con su esfuerzo e inteligencia, que desde lo más bajo llegan a lo más alto de su sociedad, que reciben toda clase de agradecimientos, honores y parabienes… pero que acaban muriendo solos, quizá asesinados por un joven rey rencoroso, en una aldea egipcia de nombre desconocido. Como Demetrio de Falero.