P: La imagen tradicional del pueblo romano le presenta como un amante del juego, especialmente del azar. ¿Esa imagen se corresponde con la realidad?
Dado egipcio de 24 caras. |
P: A la hora de escribir su obra "Juegos y pasatiempos de la Antigüedad", ¿han encontrado algún caso de ludopatía en la Antigua Roma? ¿Alguien que perdiese todo su patrimonio por su afición al juego?
J. R: Sí, sobre todo en deudas por apuestas en las carreras de caballos. Pero desde muy temprano (siglo IV a. C.) ya aparecen las llamadas leges aleariae que intentan regular no el juego, cosa imposible, sino las apuestas. De hecho se prohibió el juego por dinero, pero del fracaso estrepitoso de éstas medidas habla que constantemente se promulgaban nuevas leyes casi idénticas a la anterior. Lo único que se consiguió fue hacer clandestinos los juegos de dados. Los tribunales no reconocían las deudas de juego, con lo que se recurría a matones profesionales para intentar cobrarlas. Se calcula que en Roma al amanecer aparecían por las calles aproximadamente un millar de cadáveres al año, buena parte de ellos fruto de las broncas tabernarias y por cobro de deudas de juego.
Respecto a casos particulares, no hay muchos con nombre y apellidos pero, se sabe que Calígula trucaba sus dados y obligaba a los senadores ricos a participar en sus banquetes, que invariablemente terminaban con una partida: cada jugada exigía apuesta mínima de cientos de sestercios y el emperador exigía el pago puntual de sus ganancias sin perdonar una moneda. Lo mismo hizo Nerón, en cuyas partidas la apuesta mínima era de hasta 400.000 sestercios en cada tirada. Es cierto eso de que “hecha la ley, hecha la trampa”, porque en una de sus filípicas Ciceron reprocha a Marco Antonio el haber prevaricado liberando a un amigo llamado Licinio Dentícula, condenado por una lex alearia, simplemente por el placer de poder seguir jugando con él.
También tenemos un ejemplo contrario en el que triunfa la buena fortuna. Un ciudadano anónimo de Pompeya quiso proclamar públicamente su buena suerte en un grafiti callejero, en el que decía haber ganado en la vecina ciudad de Nuceria la exorbitante cantidad de 855 denarios y medio: eso equivale a 3.422 sestercios. Si queremos hacernos una idea de cuánto es esto pensemos que en el siglo I d. C. una toga de buena calidad costaba 50 denarios, un calzado elegante unos 150; un maestro de escuela ganaba 180 denarios al año y por un esclavo normal se pagaba entre 500 y 1500.
P: ¿Había juegos típicamente romanos? ¿O se jugaba a lo mismo por todo el Mediterráneo, con independencia de los pueblos y las civilizaciones?
J. R: Se ve claramente un flujo de juegos que vienen de oriente, y desde Mesopotamia o Egipto saltan a Grecia y de ahí a Roma y el resto del mundo conocido. Quizá el único juego original romano es el de la tabula (antepasado del backgammon), ya que la primera noticia que se tiene es en la región de Etruria en el siglo III a. C. Entorno a los años 50 del siglo I d. C. Surge en Roma una variante con 36 casillas que resultó tan popular que casi hizo desaparecer el juego original. Sin embargo, esta moda duró un par de siglos, ya que poco a poco se volvió, en época bizantina, al primitivo tablero de 24 casillas. El resto puede rastrearse su origen en Grecia. Los propios griegos reconocían el origen extranjero (en Lidia o Fenicia) de algunos juegos, pero preferían atribuírselos a Palámedes de Argos, uno de los guerreros participantes en la guerra de Troya: se dice de él que era el más inteligente de todos los griegos, lo que desató los celos del mismísimo Odiseo, que no dejó de practicar hasta lograr ganarle una partida (y de urdir falsos testimonios para procurar su muerte).
C. F: Hay que pensar que el juego es una forma de aprendizaje, tanto mental como social. Desde niños jugamos, aprendemos a socializar con los demás a través del juego. Luego aprendemos a competir, a ser ganadores y perdedores. Todas las civilizaciones establecen sus juegos. Imagina el wari o mancala, el juego de mayor éxito de la historia, jugado en todo el mundo conocido y con más de 200 versiones; es el llamado juego nacional de África y todavía perdura y se practica en torneos internacionales.
P: A tenor de las referencias en las fuentes antiguas, ¿se puede construir una historia del juego en la que se vea qué juegos estaban más en boga en unos momentos u otros? ¿Se puede ver si ciertos juegos fueron evolucionando o cayendo en el olvido?
J. R: Sí, y aquí la arqueología moderna es fundamental. En Egipto los ajuares funerarios nos marcan la moda y el mobiliario habitual: Tutankamón se llevó a la tumba cinco tableros de tres variantes distintas de senet, dos de las cuales desconocemos cómo se jugaban, y también nos ha proporcionado el trompo más antiguo del mundo. La cerámica griega también refleja las actividades cotidianas favoritas del momento: y nos muestra que los niños jugaban con aros y yoyos en el siglo V a. C. Los primeros dados cúbicos aparecieron en Irán no antes de siglo XXX a. C. o encontramos en algunos templos exvotos en forma de peonzas, nueces, etc. En tumbas infantiles se han hallado varios ejemplares de muñecas de madera y marfil, con sus extremidades articuladas y su pequeño ajuar de joyas y menaje de mesa: se supone que también tendrían pequeños vestidos intercambiables.
Demostración de juegos romanos. |
P: En las fuentes antiguas, ¿suele asociarse el juego con el vicio o la vagancia? ¿Tenía mala fama el juego? ¿Qué relaciones tenía el Estado con el juego?
J. R: No siempre fue así. Originalmente el juego surge como un pasatiempo ya que los cazadores y recolectores del neolítico, tal como ocurre en algunas tribus primitivas de la actualidad, apenas necesitan invertir cuatro o cinco horas diarias para proveerse de alimento o abrigo. El exceso de tiempo libre hizo surgir la música, el canto, el baile y el juego. Al principio eran juegos de imitación en el que los niños aprendían la lanzar piedras, dardos, flechas, a correr, a imitar voces de animales…; habilidades útiles para su vida adulta. Luego nacerían los entretenimientos más simples allá por el VI milenio a. C.: canicas, peonzas, tejuelos, etc. Los juegos de tablero, que son netamente abstractos, parecen proceder de ciertos rituales religiosos de adivinación (geomancia) pero parece que enseguida se ensalzaron sus virtudes lúdicas como pasatiempo y actividad social entre los adultos (circa III milenio a. C.), al menos en las clases más privilegiadas.
Los juegos de dados alcanzaron mala fama por culpa de las apuestas, ya que generaban grandes altercados en las tabernas y también ajustes de cuentas por deudas de juego. Parece claro que las apuestas nacen al mismo tiempo que la economía monetaria, en Lidia en los siglos VII y VI a. C. Por ejemplo, en Egipto, cuya economía era de trueque hasta la conquista persa, no parece que se apostase: las egipcias no se quejaban de que sus maridos perdieran el jornal ganado con las tabas, sino que se fueran con los amigotes a una taberna hasta caer ebrios.
Los romanos crearon leyes contra el lujo y la ostentación, para evitar el despilfarro de las riquezas en banquetes y funerales… y también en el juego. Son las leges aleaiae, o leyes contra el juego de las que conocemos multitud de ejemplos. Todo esto no erradica los juegos de azar, ya que existen excepciones o se realizan pequeñas concesiones a la libertad de los ciudadanos. Cosa curiosa, solo se toleraban de forma libre y pública los días de las Saturnales, entre el 17 y el 23 de diciembre. Era una especie de carnaval en que se permitía todo lo contrario que el resto del año: se intercambiaban regalos, los señores servían la mesa a los siervos, y a todos se les dejaba jugar y apostar en público… incluso a los esclavos. Cicerón considera a los jugadores como personas de baja condición, equiparándolos a comediantes y proxenetas, y los llama delincuentes, junto a ladrones y adúlteros. Al menos en Roma se considera la ludopatía como un vicio moral y los ediles estaban facultados para intervenir de oficio en lo relativo a la vigilancia y represión de los juegos de azar, imponiendo severas multas a los jugadores. Los pretores también actuaban por la denuncia de cualquier ciudadano que les informara sobre cualquiera que hubiese ganado en un juego prohibido. La paradoja es que, en realidad, nadie denunciaba estos casos. Imaginemos que en una apuesta el ganador denuncia al deudor: la ley le ampara y el tribunal ordenaría al perdedor cumplir escrupulosamente con el pago pero, a continuación, impondría al denunciante una multa por el cuádruplo de esa misma suma por haberse lucrado con el juego.
Y quizás el retrato mejor del amor de los romanos por el juego es un grafiti en Pompeya donde, a modo de viñeta de comic, se relata la primera bronca tabernaria de la que tenemos noticia:
Jugador 1 – ¡He terminado!
Jugador 2 – No es un tres, es un dos.
Jugador 1 – ¡Tramposo! He sacado un tres. ¡He ganado yo!
Jugador 2 – Perdona, mamón… ¡He ganado yo!
Posadero – ¡Id a reñir fuera!
Reyerta tabernaria grabada en una pared pompeyana. |
P: ¿Había juegos asociados a ciertos colectivos o grupos sociales: infantiles, de soldados, de mujeres…?
J. R: Sí; ciertamente parece que existiera una valoración moral para los juegos que los etiquetaba como apropiados para ciertos colectivos y que, de forma tácita, excluía a los demás. Se fomentaba el juego en los niños, como actividad tanto lúdica como formativa. Los juegos con nueces eran tan típicamente infantiles que la ceremonia del paso de la infancia a la adolescencia se le denominaba nuces relinquere; es decir, “abandonar las nueces”. Ver a un adulto jugando a estos juegos de niños era mal visto y, si lo hacía regularmente, se consideraba síntoma de demencia y chochez… cosa que nadie le reprochó al emperador Octavio Augusto, que jugaba constantemente con sus nietos y otros niños con nueces, canicas, etc. Durante la primera infancia, niños y niñas tenían juegos comunes, pero enseguida divergen: que un niño jugara con muñecas era censurado como síntoma de afeminamiento. Los juegos de tabas se estimaban más apropiados para las mujeres, probablemente porque no implicaban apuestas, ya que había muchos juegos de habilidad y lanzamiento que no siempre requerían puntuación. Los dados se restringían, en lo posible, a los hombres adultos. Aparte del entretenimiento es sí, Ovidio nos cuenta que eran una eficaz herramienta para ligar, ya que se agradaba a la amada si se la dejaba ganar disimuladamente, o se conseguía fugaces y disimuladas caricias al pasarle los dados en mano, o que se alargaban artificialmente las citas amorosas con la excusa de una partida tranquila donde conversar calmadamente.
Paletilla con los orificios de donde se sacaron fichas para jugar |
Con los juegos de tablero no había tanto problema, ya que fomentaban la reflexión a la hora de realizar cada jugada. De hecho, los autores clásicos remontaban sus orígenes a algún guerrero famoso, que los creó para mitigar el aburrimiento durante las treguas militares. Tal es el caso del latrunculi romano o el petteia griego, que simulan batallas incruentas de ejércitos batiéndose uno contra otro sobre el tablero. Como caso paradigmático, en el campamento romano de Petavonium, en Rosinos de Vidriales (Zamora), se han hallado restos de 70 piezas relacionadas con este juego: 10 tableros de ludus latrunculorum; 25 fichas de pasta vítrea de colores, 31 de cerámica y 3 de hueso trabajado. Todo ello está datado entre los siglos II y IV d. C. Si tenemos en cuenta que solamente se ha excavado el 1,2% de su superficie, creo que estamos ante la mayor concentración de piezas de juego de todo el Imperio Romano: podríamos tener la duda de si se está excavando un campamento militar o un casino.
A los muchachos y jóvenes se les impulsaba a practicar juegos de pelota, Tanto individuales como por grupos, como ejercicio gimnástico tonificante, apto también para adultos y ancianos como gimnasia de mantenimiento. Recuérdese las palabras de Juvenal: "orandum est ut sit mens sana in corpore sano". A los soldados se le animaba a jugar al harpastum, un juego de pelota por equipos parecido al rugby donde el fin justifica los medios: la violencia permitida era tal que tenemos noticias de partidos con víctimas mortales. Lo más parecido que podemos encontrar hoy es un partido de gioco del calcio, cuya versión medieval se recrea todos los años en Florencia. Precisamente, se dice que el primer partido internacional de la historia fue de harpastum, entre legionarios romanos y nativos britanos. El resultado fue favorable a los locales; Britania 1, Roma 0.
P: ¿Dónde y cuándo se solía jugar en la Antigua Roma? ¿Existían establecimientos de juego donde la gente iba a jugar y apostar?
J. R: Si hacemos caso a los autores más populares, cualquier lugar y excusa era válida. Los niños corrían por las calles y jugaban con nueces, aros, peonzas y guijarros. Los jóvenes ponían en riesgo a los peatones con sus partidos de pelota en cualquier plaza, etc.
Es sumamente frecuente encontrar dados horadados intencionadamente que, desde nuestro punto de vista moderno, parece que se hiciera con intención de trucarlos: nada más lejos de la realidad. El objetivo era poder llevarlos enhebrados en un cordón para no perderlos y poder jugar en cualquier lugar. Si se hace correctamente el dado no queda desequilibrado y no se altera significativamente la esperanza de obtener cualquier resultado. De hecho, tenemos noticia, por inscripciones y epitafios, de algunos artesanos especializados en fabricar elementos de juego: es el aleator.
Elementos de juego. Museo de Albacete. Foto: Rafael del Pino |
Vemos tableros grabados en el suelo de plazas y edificios públicos, e incluso tableros públicos en parques, jardines y termas donde la gente podía llevar sus fichas y echar la partida con los amigos. En ese sentido, el ocio público es un invento que los romanos llevaron hasta sus últimos extremos: dedicaban la tarde al ocio mientras que la mañana estaba ocupada con asuntos privados (negocio = nec otium = tiempo del “no ocio”).
Seguramente este ocio es algo importado de los griegos, a través de los etruscos y campanos, de su costumbre de cenar recostados y finalizar los banquetes con un symposium: tiempo para oír música, recitar poesía, discutir de filosofía, beber, jugar a los dados y deleitarse con las danzas de encantadoras muchachas… No era extraño terminar con una partida de tabula o de dados, pues el tiempo entre el inicio de la cena y el retirarse a dormir se considera otium privatum; ocio privado donde no se atienden asuntos de ningún tipo y se ejerce en la intimidad de la casa.
Por las excavaciones en las antiguas ciudades vemos la abundancia de establecimientos de comida rápida y esparcimiento. Por la mañana abrían las termas para las mujeres (los hombres iban por la tarde); a partir del mediodía se atestaban las tabernas para tomar un bocado o un vaso de vino a cualquier hora; y por la tarde los prostíbulos recibían a los clientes hasta altas horas de la noche. En una ciudad atestada, con unos alquileres elevadísimos por minúsculas habitaciones, la gente hacia su vida cotidiana en las calles y la taberna era el punto de reunión de los ciudadanos. Si bien la ley perseguía el juego, la picaresca siempre iba tres pasos por delante. Se toleraban todos los juegos que no usasen dados, como inocentes pasatiempos. Sin embargo, los juegos de tablero con dados se disimulaban convenientemente: no se apostaba con dinero sobre la mesa sino que se pactaba de palabra la suma a jugar. Así, en caso de que las autoridades realizaran una inspección sorpresa no se concurría en delito explícito. En realidad, muchas tabernas tenían alguna trastienda o habitación superior donde los clientes podían apostar y beber sin límite a resguardo de miradas indiscretas. El moderno concepto de casino es romano, pues se sabe que varios emperadores aprovechaban los banquetes en palacio para organizar subastas de obras de arte y cargos públicos, también timbas de juego en los que los invitados estaban obligados a participar. Calígula, Nerón, Domiciano, Cómodo, Heliogábalo y algunos otros emperadores aliviaron la bancarrota de las arcas del Estado con las ganancias. Ya se sabe… ¡la banca siempre gana!
Gracias por este artigo.
ResponderEliminarDe nada, Filomena. Gracias a ti por compartir nuestros artículos.
ResponderEliminarDidáctico y muy apacible, un placer de lectura.
ResponderEliminarGracias por tus palabras. Estamos suplicando a Javier Rodríguez que nos conceda más entrevistas porque sus conocimientos y su estilos nos dejan encantan.
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