Los autores antiguos sostenían que la muerte, en algunos casos, no suponía el cese de la vida y, por tanto, era necesario seguir algunos rituales para protegerse de los retornantes malévolos. Estos retornantes, no-muertos parecidos en muchas características a los mitos actuales de los vampiros, eran entes que podían reanimarse por cuatro motivos principales.
En el núcleo del mito de los retornantes se encuentra la creencia, compartida por los griegos y muchas otras culturas, de que el ser humano está compuesto por una parte material, el cuerpo físico, y una o varias partes espirituales que se desprenden del cuerpo tras la muerte y que tienen que recorrer un camino hasta llegar al Más Allá, se llame éste como se llame en la cultura que sea. Este tipo de creencia está asociado con prácticamente todas las culturas y religiones humanas. Y así, el alma, la sombra, o una parte espiritual de las personas puede permanecer en un estado de actividad después de la muerte, rondando el cuerpo muerto y en algunos casos animándolo.
Los hebreos pensaban que el alma de un muerto permanecía un año en el mundo de los vivos. Asimismo, es una constante en el mundo greco-romano la creencia de que los espíritus o sombras de los muertos, como nos cuenta Salustio, permanecen activos durante algún tiempo alrededor de sus tumbas. Además el sustrato cultural y religioso de los griegos antiguos les hacía pensar que la muerte no era necesariamente un estado fijo o inmutable. Al contrario, había casos en los que el estado de muerte podía ser ‘fluido’, y la aparentemente rígida frontera que separaba los muertos de los vivos no resultar nada rígida en realidad.
Comentaba Demócrito que la muerte no es en todos los casos el cese completo de la vida, sino sólo una suspensión, de modo que el alma continúa ligada al cuerpo y puede llegar a reanimarlo. La persistencia de restos espirituales que rondan el lugar de enterramiento de sus antiguos cuerpos está en la base de la creencia romana en manes malignos, larvas y lémures, que si no se aplacan y espantan en las fechas indicadas pueden atacar a los vivos buscando sustento y venganza.
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Asimismo, golpear cosas y hacer ruido espantaba tanto a los lémures romanos como a los vampiros de siglos posteriores. Finalmente, los lémures necesitan sustento físico cuando se manifiestan, son cosas sin vida que roban la vida para sustentar su existencia entre dos mundos, y esta característica la comparten con los retornantes de todas las épocas.
Quizá para los romanos, que tenían ese sustrato espiritual-religioso tan animista en el que los innumerables espíritus que les rodeaban eran básicamente inhumanos (incluso aquéllos que provenían de almas humanas como los manes o las larvas) les era más difícil imaginar que un cuerpo físico se levantara de su tumba. Por el contrario, creían en toda una colección de seres vampíricos del inframundo y restos espirituales de personas malvadas que acumulaban las características que generalmente asociamos con los retornantes y vampiros físicos del mundo griego y cristiano.
En este sentido y tal como comenta Sulosky Weaver, Paul Barber, especialista en folclore histórico, revela que independientemente del periodo histórico o de la localización geográfica, las sociedades pre-industriales desarrollaron formas curiosamente similares de interpretar los fenómenos asociados con la muerte. Así, no es sorprendente que haya paralelismos etnográficos entre culturas históricas como por ejemplo la Europa occidental del siglo XII, la Nueva Inglaterra del siglo XIX y la Grecia de principios del siglo XX, que revelan unas creencias extendidas y subyacentes acerca de los eventos y circunstancias específicas que son capaces de transformar un cadáver en un retornante.
Estos factores se pueden separar en cuatro amplias categorías: predisposición, predestinación, eventos, y ausencia de eventos. Ciertos individuos cuyo comportamiento no sigue el de unas normas sociales dadas (gente considerada difícil, impopular, extraña o mala), están predispuestos a volver como retornantes. Así se establece un nexo de unión entre la vida y/o muerte impropias y la ausencia de descanso en la muerte. San Agustín comenta que Apuleyo afirmaba que las almas de los hombres malvados se transformaban en lémures, y que podían hacer el mal después de muertos (otro paralelismo claro entre los lémures y el mito vampírico).
Otras personas están predestinadas a volver de sus tumbas como no-muertos y no tienen ninguna posibilidad de eludir su destino: hijos ilegítimos, hijos concebidos en determinadas fechas sagradas o nacidos en un día adverso (con malos augurios, que dirían los romanos) y gente nacida con deformidades o anormalidades físicas o psíquicas. Ocasionalmente, el orden del nacimiento es significativo: por ejemplo, los rumanos creían tradicionalmente que el séptimo hijo está siempre destinado a convertirse en retornante tras su muerte.
Además, un conjunto de eventos sin relación entre ellos pueden reactivar un cadáver: los animales en general y los insectos en particular deben alejarse del muerto porque si llegaran a saltar o volar sobre el cuerpo, éste se levantaría de su tumba. Los humanos también están incluidos, ya que si una persona viva pasara por encima de un cadáver tendría el mismo desastroso efecto. Los suicidas (aunque éstos se incluyen también en la primera categoría), las madres muertas en el parto, las víctimas de asesinato, los ahogados, los muertos por las plagas (asociadas en muchos casos con la presencia de retornantes) y las víctimas de maleficios eran todos candidatos muy claros a volver de la tumba, y generalmente sus cuerpos se disponían de una forma especial y diferente a la de los miembros ‘normales’ de la comunidad. El enterrar a los suicidas o reos de muerte en un cruce de caminos tenía por ejemplo la finalidad de confundir al espectro vengador o retornante cuando se levantara de su tumba, y ejemplos similares hemos descrito en la Antigüedad (el cuerpo de la mujer de Merenda).
Finalmente, la ausencia de algunos eventos, o cosas que no se han hecho (o que no se han hecho con propiedad), pueden hacer que una persona regrese de entre los muertos. Por supuesto los cadáveres han de ser enterrados, y cuando no es así, pueden transformarse en retornantes. Asimismo, los individuos que no reciben los ritos de enterramiento apropiados, o que no son enterrados de forma convenientemente profunda pertenecen también a esta categoría. La lógica que hay tras esta creencia es que una persona a la que se ha tratado de forma negligente a la hora de su muerte, volverá para dañar a los vivos.
Otras personas como aquéllos que han muerto demasiado jóvenes o las madres muertas cuyos hijos han sido dejados sin cuidados también retornarán de la tumba. Tertuliano, un autor cristiano que vivió en la provincia de África (160-220 d. C.) cuenta cómo los antiguos griegos tenían convicciones muy similares. Sulosky Weaver apunta que los griegos consideraban potenciales retornantes a los hijos ilegítimos o nacidos en un día de malos auspicios, a los suicidas, a las víctimas de asesinatos, ahogamientos y maldiciones, y en general a cualquiera que no tuviera una muerte apropiada o que no hubiera sido correctamente enterrado.
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