Una mañana de agosto o septiembre del 480 a.C., un adivino
griego consultó las entrañas de las víctimas sacrificadas a los dioses, en
busca de señales divinas sobre el porvenir, y los dioses, con su indiferencia
habitual, le revelaron que ese mismo día iba a morir. El adivino ya lo suponía,
pero mejor que te lo confirmen desde arriba.