viernes, 13 de septiembre de 2024

Paulo Fabio Máximo, Lugo todavía lo recuerda

 



Cualquier romano suspiraba por conquistar territorios bárbaros para ganar gloria y, sobre todo, encender la envidia de sus paisanos. Al fin y al cabo, la máxima recompensa en la sociedad romana era conseguir que el Senado te aprobase un triunfo por las calles de Roma. Pero tal premio no se conseguía sometiendo bárbaros con buenas palabras, sino batallando, saqueando y esclavizando pueblos enteros. Tareas a las que los romanos de buena familia siempre se apuntaban con dedicación digna de elogio. Pero el problema era que luego había que asegurar el control de los territorios conquistados, organizar su administración, finanzas e integración de los indígenas sobrevivientes en la civilización. Esta tarea ya no era tan atractiva para el romano medio y siempre hacía falta gente como nuestro Fabio.

 Paulo Fabio Máximo no era un cualquiera por su nacimiento. Pertenecía a una de las Familias Mayores, que en Roma era como decir el club selecto de las familias patricias. No sólo era miembro de la aristocracia, sino uno de sus máximos representantes y guía de conducta para las demás, junto a los Claudios, Emilios, Valerios y Cornelios. Algunos añaden también a los Quintilios, pero quizá estamos volviéndonos demasiado inclusivos.

Los Fabios, dentro de su modestia patricia, decían ser descendientes de Hércules y que, si no fuera porque le echaron una mano, Rómulo lo tendría crudo para fundar la ciudad. Tenían piso en Roma desde el primer día, incluso antes.


La banda de Rómulo. Por ahí ya había varios Fabios

Con estos antecedentes, es normal que su padre Quinto, como la mayoría de sus antepasados, llegase al cargo de cónsul, en el año 45 a.C., justo cuando Paulo acababa de cumplir un año. Desde luego, ser cónsul en esas fechas implica que su padre Quinto, aparte de un orgulloso Fabio, era un devoto y poderoso partidario de César, al que Julio mismo le concedió el honor de un triunfo por su actividad en Hispania, donde había sido su legado. Por desgracia, Quinto moriría en el cargo, el último día de ese año. 

 Pero su familia seguiría con su buena estrella y en los años venideros, en la juventud de Paulo, apoyaría al heredero legal de César, el joven Octavio, antes que al bravucón Marco Antonio. Cuando Octavio se convirtió en Augusto César y primer emperador romano, Paulo ya estaba en su círculo íntimo, el consilium principis, y entró por la puerta grande en la carrera administrativa, pues alrededor de los 23 años ya era cuestor. En los años siguientes, siempre a la vera de Augusto, Paulo se convirtió en un indispensable consejero de la cabeza de la administración romana. Además, se casó con Marcia, sobrina del emperador. Boda que, no se puede negar, ayudó mucho a su carrera.

 En torno al 25 a.c., tras la supuesta conquista del norte hispano, sabemos por la epigrafía encontrada, que se creó una provincia llamada Transduriana, que englobaba los nuevos territorios y todo el noroeste de la península. 


División de Hispania del 25 al 15 a.C., más o menos

 Pero la situación no estaba tan calmada como el emperador pensaba en su despacho del Palatino y los pueblos de la cornisa cantábrica siguieron dando problemas, matando romanos con molesta insistencia durante varios años más; hasta que se envió a Agripa, el encargado de resolver los flecos molestos y liquidar a todo bárbaro irreverente con mano dura. Trabajo que realizó en la cornisa cantábrica hasta casi el genocidio. 

 Finalmente, Augusto volvió a la península, alrededor del 15 a.C., para reorganizar de nuevo el territorio. Decidió suprimir la provincia norteña y añadir sus territorios a la provincia tarraconense. En ese viaje, también se fundaron las ciudades de Lugo, Braga y  Astorga, para completar la organización de esos nuevos territorios. Parece ser que el encargado de fundarlas fue nuestro Paulo, que se puso con ganas a levantar las ciudades, repartir territorios y encumbrar nuevos líderes locales que fuesen fieles a Roma.


 

Murallas de Lugo en el siglo IV. Limpitas y blanquitas.

Esta es la historia oficial hasta ahora. Pero surgen dudas desde que se encontró en la isla griega de Pafos, una estatua dedicada por Paulo a su mujer, alrededor del 15 a.C. Por las fechas que debía estar en Hispania. Claro que la inscripción de Pafos pudo haber sido hecha en el curso de una de las visitas que, como miembros de la clase dirigente romana, Fabio y su mujer Marcia harían en la parte griega del imperio y seguramente en su tour pasaron por el famoso templo de Afrodita en Pafos.

 Pero cierto es que realmente no sabemos nada de Paulo en estos años. Se supone que participó en la fundación de las las ciudades del noroeste hispano por visitas posteriores de Paulo, que luego contaremos, pero no se conoce con certeza. El único dato cierto de Paulo por estas fechas se encontró a 3000 km del noroeste hispano.


Ruinas del Agora de Pafos. Con su teatro griego de rigor.


Si sabemos que fue cónsul en el 11 a.C., como era su obligación y la de su padre y otros tropocientos antepasados. Luego próconsul de Asia, la provincia más distinguida y una clara muestra de su cercanía a  Augusto. Allí sabemos que en el año 9 a.C. hubo un concurso provincial para tratar de encontrar una manera única y antes no vista de honrar al emperador. Tarea difícil, porque Augusto había sido adulado hasta el momento con toda clase de honores.

 Por supuesto, el procónsul Paulo presentó la propuesta que sería ganadora, que para algo era el gobernador y pariente político de Augusto. Su propuesta fue crear un nuevo calendario para la provincia de Asia que empezase el 23 septiembre, cumpleaños del emperador. Desde aquella, los almanaques de la provincia se hicieron más complicados al tener una doble datación, pero Augusto se sintió mucho más honrado, que era lo que importaba.


Había que hacer mucha pelota al emperador 

 Por el 4 a.C y hasta el 1 a.C Paulo fue enviado como gobernador a la provincia Tarraconense, que después de la de Asia era la provincia más prestigiosa. Fue en esta época cuando está confirmado que visitó el noroeste peninsular en un viaje de inspección. En esos años, se habrían grabado las tres inscripciones en honor de Augusto en Lucus Augusti (Lugo), en las que Paulo aparece mencionado como legatus Caesaris. También fue honrado en esos años en Semelhe, cerca de Bracara Augusta (Braga) con un altar circular que celebraba su natalicio y en el que los bracaraugustanos aparecen como devotos dedicantes, ¿Un viaje de inspección para ver cómo andaban las ciudades que había fundado? Es posible. Aunque también es posible que realizara la gira habitual de los gobernadores por su provincia y de paso pulir los últimos flecos de la organización de la zona. Pero si los lucenses y bracarenses consideran a Paulo su fundador, no se lo voy a negar.


Augusto y Paulo en la Plaza Mayor de Lugo


Con tal curriculum administrativo antes de cumplir los cincuenta, al llegar el año uno, Paulo ya tenía poco que hacer, aparte de estar a la vera de Augusto. Parece que no se movió de Roma y está demostrado que se dedicó al mecenazgo, costumbre habitual del círculo augusteo, porque fue elogiado por Horacio y Ovidio, que alabaron, entre otros, su destreza con el idioma y su capacidad oratoria y hasta poética. Pero hay que coger estas alabanzas con pinzas, porque tanto Horacio como Ovidio eran unos cínicos aduladores. Décadas más tarde, Juvenal tenía el recuerdo de que Paulo había sido un protector de la literatura.


Horacio, por Di Chirico.

 Aparte de dedicarse a las artes, Paulo perteneció al colegio sacerdotal de los Fratres Arvales. el más prestigioso de Roma, que remontaba su origen al mismísimo Rómulo. Otro cargo más que denota su importancia en la sociedad romana.

 Sin embargo, la carrera de Paulo tuvo un final desgraciado y su muerte está cubierta de sombras. Según Tácito, en el verano del año 14 d. C. el emperador Augusto, acompañado únicamente por Paulo, lo que indica su profundo lazo con el emperador, se desplazó en secreto a la isla de Planasia para visitar a Agripa Póstumo, su único nieto vivo, al que había desterrado a esa isla siete años antes por motivos que los historiadores todavía siguen debatiendo, quizá una conspiración. Augusto, que ya se veía a las puertas de la muerte, buscaba la reconciliación entre ambos. Pero a la vuelta del viaje, Paulo se lo contó a Marcia, su mujer. La cual no se mantuvo callada y se lo contó a quien menos debía, a Livia, la esposa de Augusto, que consideraba a Agripa Póstumo un rival de su hijo Tiberio en la sucesión del imperio. La indiscreción llegó a oídos del emperador, que tuvo que sufrir el enfado de su mujer y se sintió traicionado por su fiel amigo. Cortó su larga relación de amistad.


Livia, la emperatriz. No perdonaba una.

 Curiosamente, Paulo murió unos días después. En en su funeral, Marcia se acusó de ser la causa de la muerte de su marido. Puede que por suicidio al perder el favor imperial y ganarse el odio de la poderosa Livia.

 Quizá la historia no sea más que un chisme, pero quién sabe.

Aunque se le ha olvidado en Roma, en una esquina de la periferia del imperio el recuerdo de Paulo Fabio Máximo sigue todavía muy vivo, dos milenios después. En una de las ciudades que fundó, Lugo, su estatua, junto con la de Augusto, adornan su plaza mayor. Se hace cada año una fiesta romana, el Arde Lucus, en la que su personaje es clave en las representaciones y tiene dedicada una avenida principal. Hasta la mascota del equipo de baloncesto local lleva su nombre latino, Maximus.


El león Maximus, mascota del Breogán.

Quién se lo iba a decir al gran patricio Paulo, que estuvo por allí solo unos días, ordenando lindes.

 

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