viernes, 31 de marzo de 2023

Alejandro, el profeta de la serpiente

 



Siempre ha habido pícaros que han vivido de los dos grandes motores de la humanidad: la esperanza y la estupidez. Tipos que mediante engaños y tácticas de manipulación han vivido de la ignorancia y anhelos de otros. Algunos hasta caen simpáticos, por poner de manifiesto los errores de su tiempo o demostrar las carencias de tipos supuestamente honorables y poderosos. Ustedes juzgarán, tras leer este artículo, a que clase pertenece Alejandro de Abonutico, que se declaró profeta de un dios y muchos se lo creyeron.


Nuestra principal fuente sobre él es Luciano de Samosata, otro griego como Alejandro, pero muy diferente. Fue su principal enemigo y denunciante, un epicúreo al que no pudo engañar; inteligente, vividor, dotado de gran imaginación y aguda ironía. Pese a su rivalidad, la obra que escribió sobre nuestro personaje (Alejandro o el falso profeta) no deja de ser, aparte de una denuncia certera de los profetas de pacotilla, un tributo a sus artes del engaño.

 Nuestro tipo peculiar nació en Paflagonia, una región al norte de Anatolia, allá por los principios del siglo II d.C. La ciudad que vio su nacimiento, Abonutico, era pequeña, agrícola y pobre en comparación con otras muchas de la región, pero Alejandro era un chico de recursos que no se conformaba con una vida tranquila y mediocre de provincias. Sin embargo, en vez de emigrar para siempre en busca de un mejor futuro, será fiel a su ciudad, aunque decidido a cambiarla a su gusto.

Lugar de las andanzas de Alejandro

 En su juventud, vivió de vender sus favores, ya que era de buena presencia, guaperas y con labia melosa, hasta que logró hacerse amante y discípulo de un charlatán embaucador que se las daba de médico por Anatolia y Grecia. A su lado, aprende los trucos básicos de timar a la gente y también a manejar serpientes macedonias, que tenían fama de domesticables.

 No sabemos cuánto tiempo estuvo de “prácticas” con su maestro, pero lo acaba dejando y vuelve a su ciudad natal para hacer fortuna con sus paisanos. Alejandro tenía ya una idea madura para forrarse y no perdió el tiempo.

 Al llegar a su ciudad, se las da de poseído por un dios y anda por las calles lanzando espuma por la boca, gracias a una planta que masticaba en sus falsos arrebatos. La gente lo empieza a ver con cierto respeto, dudando entre si estaban viendo una posesión o un preso de la locura. Como en Abonutico estaban construyendo un templo a Asclepio, dios de la salud, Alejandro empezó a profetizar que nacería pronto un hijo del dios, ya que se lo había dicho en visiones el mismo Asclepio en persona. 

Asclepio, el dios coleguita de Alejandro

Días después, enterró en un arroyo, cerca de los cimientos del templo, un huevo de oca previamente vaciado, en cuyo interior había metido una pequeña serpiente macedonia. Al día siguiente aparece dando gritos y, como nos cuenta Luciano, que lo hace mucho mejor que yo:

Los presentes —a la carrera habían acudido casi todos los habitantes con mujeres, ancianos y niños— se miraban con asombro, hacían suplicas y se postraban de rodillas. El, dejando oír ciertas palabras ininteligibles, que podrían ser de los hebreos o los fenicios, anonadaba a las personas que no entendían lo que decía, excepto una sola cosa, que por todas partes andaban entremezclados Apolo y Asclepio. Después corría al pie del templo que se iba a construir. Acercándose al hoyo y a la fuente del oráculo previamente organizada, metiéndose en el agua, entonaba con voz potente himnos de Asclepio, de Apolo, e invocaba al dios para que viniera con buenos augurios sobre la ciudad.

Después pidió una copa; alguien se la dio, y con un simple deslizamiento tira hacia arriba y saca, con el agua y el barro, el huevo aquel en el que había encerrado al dios, pegado con cera blanca y albayalde por la fisura de la cascara. Y, tomándolo en sus manos, decía que tenía ya a Asclepio. Ellos miraban atentamente lo que sucedía, maravillados sobre todo ante el huevo encontrado en el agua. Acto seguido, rompiéndolo, recogió en el cuenco de la mano al embrión de aquel reptil. Los presentes vieron que se movía y que se enredaba por los dedos; daban gritos, saludaban al dios, se deshacían en felicitaciones a la ciudad y, a boca llena, cada uno se iba atiborrando de oraciones pidiéndole al dios tesoros, riquezas, salud.

Ya se había montado su propio oráculo.

En los días siguientes su fama fue en aumento por toda la región. Para aumentar el misterio,  construyó una cabeza humana para la serpiente y se mostraba con ella en semioscuridad, pero era otra de sus serpientes, ya crecida:

Imagínate una alcoba no con mucha iluminación, sin recibir la luz de plano, y a una multitud de hombres arracimados, alterados y previamente impresionados, movidos por las esperanzas, a los que el asunto les parecía, como es lógico, prodigioso, ya que, en el curso de tan pocos días, de un reptil insignificante se hubiera mostrado una serpiente de semejante tamaño, antropomórfica y domesticada. 

 Además, mediante un mecanismo, la boca de la serpiente se abría y cerraba, mientras un asistente escondido, por un tubito de metal, iba diciendo oráculos como si hablase la propia serpiente. Estos oráculos “autófonos” no se los daban a cualquiera, por supuesto, ya que eran mucho más caros.

Glicón, a lo hippy ibicenco

  En unos meses, toda Anatolia y Grecia sabían de su oráculo y de su serpiente Glicón, hija de Asclepio, porque sus profecías eran calculadamente ambiguas, vagas y abiertas a toda clase de interpretaciones. Alejandro era un genio en soltar oráculos sin decir nada, principalmente sobre temas de salud, que, después de todo, su serpiente era hija del dios de la salud y él sabía algo de medicina, aparte de que montó toda una red de informantes cómplices para asegurarse información sobre sus consultantes, para tener pistas de qué decirles y cómo tratarlos.

 También era un adelantado a su época, pues promocionó todo un merchandising alrededor de la serpiente Glicón: dibujos, grabados de madera, imágenes de oro, reproducciones de plata… dinero, dinerito, mucho dinero.

Me quitan los glicones de las manos, señora

Pronto su fama llegó al rico y poderoso procónsul de Asia, Publio Sisenna Rutiliano. Un hispano de la Bética,  que era tan crédulo como rico. Según Luciano: “podía ver tan solo una piedra ungida o coronada, y caía de bruces al punto, se postraba y aguantaba mucho rato en actitud suplicante, al tiempo que le pedía mercedes.”

En fin, la víctima propiciatoria para Alejandro, que lo cameló con facilidad y le predijo toda clase de bienes, hasta el extremo de que Rutilio, encantado del favor de la serpiente divina, se convirtió en su mayor patrocinador y publicista. Alejandro, por fin, ya tenía un contacto entre la élite del imperio, y lo iba a exprimir a conciencia.

Fue tal la pasión de Rutilio por el profeta y su serpiente Glicón, que se casó con la hija de Alejandro, cuando ya era un sesentón viudo. Por supuesto, fue animado al casamiento por un oráculo, esta vez muy claro, de la serpiente parlanchina.

Gracias a su rico y poderoso yerno, Alejandro empezó a dar oráculos a la aristocracia romana.

Entre ellos, conocemos el dado a Sedacio Severiano, gobernador de la Capadocia y amigo de Rutilio. Le predijo que derrotaría a los partos en su expedición a Armenia y 

regresarás a Roma, y al agua del Tíber luminosa, en las sienes llevando una diadema centelleante” 

El pobre Severiano partió todo confiado con sus legiones a conquistar Armenia y no solo fue derrotado, sino que murió en batalla, se piensa que incluso dos legiones, la IX y la XX desaparecieron con Severiano en el desastre, ya que no se vuelven a citar. Pero Alejandro cambió pronto el oráculo que había dado y pelillos a la mar: “No empujes tú las tropas contra armenios, no es bueno…” 

Otro de sus oráculos más famosos fue el llamado “oráculo de los leones”, del que Sabino Perea Yébenes habla en un gran artículo disponible en las redes, que recomiendo, pese a su largo título: "Guerra y Religión: Luciano, el oráculo de Alejandro de Abonuteico y las derrotas de Sedatio Severiano contra los partos y de Marco Aurelio contra cuados y marcómanos."

Fue el mismísimo emperador Marco Aurelio el que pidió por carta a la serpiente Glicón un oráculo sobre su próxima expedición contra los bárbaros del Danubio, porque Marco Aurelio, como buen filósofo estoico que era, se creía muchas tonterías sobre el destino, entre ellas que los oráculos pueden predecir el futuro.

 Sin cortarse un pelo, la serpiente habladora le contestó al filósofo emperador que arrojara dos leones perfumados al Danubio. Así se hizo:

“pero los leones escaparon nadando a tierra enemiga y los bárbaros los mataron a palos como si fueran algún género extraño de perros o lobos. Y «al momento» sobrevino un enorme desastre sobre los nuestros, murieron de una vez casi veinte mil hombres. Luego siguieron los sucesos de Aquilea, en los que por un tris no se perdió la ciudad. Y frente a lo ocurrido él alegó la famosa justificación de Delfos al oráculo de Creso: el dios había predicho una victoria, sin revelar si de los romanos o de sus enemigos.” 

Yébenes deduce que la cifra de bajas está exagerada por Luciano, pero que derrota sí que hubo, según las fuentes, y que el episodio de los leones estaba representado en la escena XIII de la columna de Marco Aurelio en Roma, hoy ya muy erosionada.

Glicón y Marco Aurelio


El prestigio del oráculo no fue tocado, pese a sus desaciertos, y Alejandro hasta instauró su propia festividad: unos misterios sagrados que duraban tres días y que eran una orgía descarada, con descansos donde se maldecía, como un ritual, a los cristianos y a los epicúreos, que eran los principales enemigos y difamadores del oráculo. Ya saben, los extremos ideológicos se juntan muchas veces en su odio.

 Nos cuenta Luciano que Alejandro incluso lo quiso matar, tras no convencerle de su “magia” cuando pasó por Abonuteico camino de la costa. Primero le atacaron los seguidores de su serpiente, cuando se negó a llamar profeta a Alejandro y casi lo linchan, sino fuera porque Luciano llevaba escolta proporcionada por su amigo, el gobernador de Capadocia. Luego, pese a que Alejandro pidió perdón por los excesos de sus seguidores y quiso camelar a Luciano durante su estancia, lo intentó matar de nuevo cuando dejó la ciudad y llegó a la costa, donde se encontró con unos enviados de Alejandro que, muy amables, le invitaron a seguir viaje en un barco que el profeta le ofrecía como gesto de amistad. Menos mal que el piloto del barco le avisó de que los tipos tenían orden de tirarlo por la borda, pero él se había negado, porque:

 “habiendo observado en los sesenta años de su vida una conducta intachable y digna, no quería, en este momento de su existencia, teniendo mujer e hijos, manchar sus manos con un asesinato, al tiempo que explicaba claramente por qué me había cogido a bordo y las ordenes de Alejandro.” 

Como vemos, el profeta Alejandro no tenía escrúpulos en eliminar a cualquier enemigo o crítico de su negocio después de tratarlo con cariño. Lo que no pensó es que existen gentes honradas en todas partes, unas pocas, pero que te chafan cualquier plan maquiavélico.

 Su mayor triunfo fue cuando consiguió que el cándido emperador Marco Aurelio cambiara el nombre de Abonutico, que pasó a llamarse Ionópolis (la ciudad de la serpiente) y emitir moneda con la charlatana serpiente Glicón por una cara y la solemne cabeza del emperador por la otra. Hoy son piezas codiciadas de coleccionista.

Glicón monetario


Siguió con su oráculo y su serpiente bocachancla, forrándose gracias a la credulidad de la gente, y profetizando que viviría 150 años. Pero, para su desgracia, tampoco acertó esta vez, pues murió antes de los 70, debido a una gangrena en un pie que le acabó llegando hasta la ingle. Cuando murió, se descubrió que Alejandro era calvo y toda su vida había llevado peluca.

 Sus asistentes más cercanos, que bien sabían de qué iba el oráculo y las ganancias que daba, empezaron a discutir por quién era su heredero en el negocio. Pero el senador Rutilio hizo valer su status y prestigio, se proclamó sucesor del  profeta, porque estaba casado con su hija, y todos callaron ante su decisión. No deja de tener su justica poética, porque quizá Rutilio era el único creyente de verdad entre aquellos sinvergüenzas. 

La fama del oráculo de la serpiente Glicón duró por lo menos un siglo más, según las figurillas y monedas encontradas entre el Danubio y el Éufrates. Incluso se daban a Alejandro, reconocido como el nieto de Asclepio, honores religiosos en su ciudad natal.

Pero todavía hay más. En la actual Inebolu, la antigua Ionópolis, existe entre los lugareños la leyenda de una serpiente mágica y parlanchina que vive en los montes cercanos.

Esto es embaucar con éxito duradero, no me digan que no.

No hay comentarios:

Publicar un comentario