viernes, 6 de octubre de 2017

Lucio Cecidio, escapando de los bárbaros



 Si estás dentro de un fuerte perdido en territorio bárbaro, sitiado por masas de germanos hostiles que acaban de machacar a tres legiones y quieren clavar tu cabeza en una pica, no te asustes mucho, que no hay motivos para preocuparse en serio… si tienes de jefe al veterano Lucio Cecidio.


 Todo empezó con un desastre. En Septiembre del año 9, tres legiones romanas (XVII, XVIII y XIX) son destruidas por completo en el bosque de Teotoburgo, en una de las mayores derrotas de la historia de Roma. Los germanos sublevados, dirigidos por el inteligente y traicionero Arminio, provocaron el abandono de la idea de una Germania romana con germanitos aprendiendo latín y recitando a Virgilio. El imperio retrocedía del Elba al Rin y se daba cuenta de sus límites. 


Centurión currando en Teotoburgo. Se nota que fue un mal día.
                             
 El emperador Augusto sufrió un soponcio al enterarse y una fuerte cefalea tras golpear las puertas a cabezazos mientras chillaba que le devolviesen sus legiones. No quedaba un legionario vivo o libre más allá del Rin y pocos para defender su orilla. Todos temieron una invasión bárbara de la Galia, incluso de Italia. Estalló el pánico en Roma… con razón.

 Mientras tanto, los germanos de Arminio se entretenían sacrificando los prisioneros como ofrenda a sus dioses y tomando los fuertes romanos que quedaban en su territorio, ahora aislados y a su merced, para limpiar todo rastro romano en su tierra. En sus alegres correrías llegaron cerca del Rin y se toparon con el fuerte de Aliso. 

 Aliso no era un fuerte pequeño. Hay todavía mucha discusión sobre su verdadera localización en el río, pero en mi opinión parece que estaba en lo que hoy se llama Haltern, en el estado federal de Renania del Norte-Westafia, en la región de Munster, distrito de Recklinghausen, donde se ha encontrado un importante campamento romano. Era el campamento de la Legión XIX y tenía unas 20 hectáreas de tamaño. Estaba situado a la orilla de un río, el Lippe, afluente del Rin, que servía de ruta de suministros y entrada en Germania. 

 Aparte de campamento legionario y de puerto de suministros, Aliso hacía de puerto de comercio para la Germania interior y sus legiones, que tras Teotoburgo ya solo existían sobre el papiro. 


Situación de Haltern. En el centro del mapa

 Tras la marcha, hacia unos meses, de la legión XIX hacia su nefasto destino, debió mantenerse en el campamento una guarnición de cierto tamaño para guardar el puerto fluvial y los almacenes. Una vexillatio formada por más de una cohorte o varias centurias de la XIX y de diferentes unidades auxiliares. Suficiente para soportar, en principio, los ataques de todo el ejército germano que se les venía encima. Aparte de la población civil que habría en torno a sus murallas, que debía ser considerable en tal centro comercial.


La importancia del campamento se nota en que su guarnición estaba comandada por un praefectus castrorum, el tercer oficial de una legión después del legado y el tribuno laticlavio. La responsabilidad de un praefectus castrorum o prefecto del campamento era cuidar el equipo y dirigir las obras de construcción, pero podía comandar a la legión cuando sus superiores estuvieran ausentes. El puesto era, generalmente, ocupado por veteranos procedentes de las filas de los centuriones, habiendo servido ya como centuriones principales (primus pilus) de una legión, y por lo tanto estaba abierto a los ciudadanos ordinarios, como nuestro Lucio Cecidio.


El puerto de Aliso un día cualquiera.

 Seguramente, a Lucio, el legado de la legión XIX le había encargado quedarse de mando en el campamento mientras se iba de campaña estival. Lucio Cecidio era, por tanto, un veterano oficial, cerca de los cincuenta o con más años, de origen plebeyo e itálico, por su nombre de gens (Cecidia), que había ascendido por méritos y buenas relaciones desde lo más bajo del escalafón militar. A estas alturas de su vida se las sabía todas sobre la milicia... y conocía bien a los germanos. 

 El verano había pasado tranquilo en Aliso. Pero una mañana, a mediados de septiembre del año 9, cuando llegaron a su campamento unos pocos legionarios sudorosos, asustados y con solo lo puesto, que huían de la derrota de Teotoburgo, a unos 100 km, Cecidio supo enseguida lo que tenía que hacer: Mandó que todos, incluidos los civiles, se concentrasen dentro de las murallas, cerró las puertas y se preparó para un largo asedio. Sabía que los germanos no tardarían en llegar. 
 Al poco tiempo, llegaron los primeros bárbaros. Según Frontino: 

“Arminio, jefe de los germanos, sujetó en las lanzas las cabezas de los que había matado, y ordenó que fueran llevados a las fortificaciones del enemigo.” 

 Todo un psicólogo, el joven Arminio. Seguramente, las lanzas mostraban las cabezas clavadas de compañeros muertos en Teotoburgo, para producir el terror y el abandono de cualquier esperanza de ayuda. Quizá una rápida rendición podía salvar vidas, pero la esclavitud era lo más bondadoso que ofrecerían los germanos entre una larga lista de castigos. En el caso de los oficiales, serían sacrificados vivos a sus dioses. Cecidio no estaba dispuesto a ser la ofrenda a un dios melenudo con mala leche. Ordenó resistir.


Imagen bucólica del río Lippe.

 Sobre el asedio de Aliso tenemos los textos de Veleyo Patérculo y Dión Casio, aparte de un par de anécdotas contadas por Frontino. Veleyo estuvo en Germania como oficial por esas fechas y es probable que conociera a Cecidio, pero por desgracia no cuenta mucho, como hace casi siempre. Al menos nos da el nombre de Cecidio (Lucio) y sitúa la acción en Aliso. Dión Casio es más prolijo contando la historia, pero no da nombres. Frontino se limita a contar dos leyendas del asedio. Pero, en conjunto, es suficiente para saber lo que pasó a orillas del Lippe. 

 Los germanos, en “enormes masas”, según Veleyo, atacaron Aliso, dispuestos a tomarlo por la fuerza. Pero resultó ser un campamento muy diferente a los que habían encontrado en su camino de conquistas hacia el Rin. Estaba mucho mejor defendido. Además, para su asombro, según Dión Casio: 

“los romanos emplearon numerosos arqueros, que repelían y destruían a muchos de ellos” 

Los legionarios romanos no eran amantes del arco, al menos como para usarlo en grandes números. Así que debía haber en Aliso un destacamento de una unidad auxiliar de arqueros. No sabemos si montados a caballo o a pie. Pero seguro que de origen oriental, donde abundaban las unidades de arqueros. Quizá fuesen sirios. 


Arquero auxiliar sirio, posando de maravilla.

 Podemos imaginar a grupos de asalto germanos intentando cruzar el foso y subir los muros del campamento, corajudos y resueltos, pero sin aparatos de asedio, mientras una lluvia de flechas caía sobre sus cabezas y los maldecían en arameo. Es difícil aguantar semejante tormento. 

 Tras sufrir las primeras masacres sin resultado. Los germanos decidieron tomárselo con más calma. Aquellos romanos no estaban asustados y se defendían de una manera efectiva y muchos gritaban en un idioma diabólico. No quedaba otra que asediarlos. Después de todo, con todos los civiles allí metidos, eran demasiados para resistir sin que llegase el hambre. 

 Cecidio, conocedor de que en los asedios la psicología lo es todo, durante la siguiente noche llevó a unos prisioneros germanos que había en el fuerte a que vieran el grano y suministros almacenados. Debía ser una cantidad considerable, pues, como ya hemos dicho, Aliso era el campamento principal y centro de suministros de una legión. 

 Luego cortó las manos a los prisioneros y los liberó para que contaran a los germanos que él tampoco se andaba con chiquitas a la hora de cortar en piezas a los enemigos, que el campamento no se iba a morir de hambre y que su asedio iba a durar y durar hasta que sus sucesores inventasen la autobahn.

Germanos cabreados

 Pero los germanos, como teutones de pura cepa, eran tercos y decididos. Dejaron un fuerte contingente vigilando el fuerte y sus rutas de salida al Rin, a la distancia necesaria para no ser sorprendidos por una salida de los defensores, pero lo suficiente cerca para que viesen que seguían al acecho y que esperarían lo que fuera necesario. No tenían prisa. 

 El resto del ejército se dirigió al Rin bajando por el Lippe, porque oyeron el rumor de que un ejército romano, dirigido por el futuro emperador Tiberio, estaba en la otra orilla. Un rumor falso en parte. En la otra orilla del Rin acababa de llegar a toda prisa el legado Nonio Asprenas desde Moguntiacum (Mainz). Tan pronto se enteró del desastre de Teotoburgo, marchó río abajo con las dos legiones que comandaba y únicas que quedaban en el Rin, para recoger a los pocos que llegaban del desastre cruzando el río y, de paso, hacerse notar de los germanos, no fuera que se dieran cuenta de que al otro lado del río no había nada entre ellos y...bueno, la misma Roma. 

 El truco salió bien. Los germanos pensaron que había otro gran ejército romano en la orilla opuesta y no probaron a pasar. Quizá tampoco Arminio tuviera ganas de tentar la suerte después de una victoria tan sonada. Pero el asedio de Aliso siguió su curso. El campamento de una legión era un botín que no se podía dejar atrás.


El campamento de Aliso. Ese día tocaba instrucción.

 La gente de Aliso fue poco a poco consumiendo sus reservas de alimento y esperando el rescate. Pero Asprenas no tenía noticias de ellos y todos en Roma pensaban que no quedaba nadie de los suyos en la otra orilla del Rin. 
 Se considera que para Diciembre, quizá ya Noviembre, la situación debió de ser dura dentro del campamento. Llegaba el frío del norte, empezaban las lluvias y el hambre ya era una realidad cotidiana. Aunque habían empezado con reservas abundantes, se fueron consumiendo rápido debido a la cantidad de gente. Había muchos civiles, mujeres y niños que no podrían aguantar mucho. Los primeros afectados por enfermedades relacionadas con la desnutrición debieron despertar la alarma en el veterano Cecidio. Así que se reunió con los centuriones que estaban a sus órdenes, pues no habría oficiales superiores, para tomar juntos una decisión arriesgada. 

 Nadie iba a venir a rescatarlos. Estaba ya claro. Así que debían romper el cerco por su cuenta antes de que los derrumbaran el hambre y las enfermedades. La otra opción era el suicidio o la esclavitud y muerte en manos de los germanos. 


Puerta reconstruida de Haltern (Aliso). 

 No hubo mucho que pensar. Había que jugársela. Se decidió salir en la primera noche de tormenta hacia el Rin. Bajo la lluvia y los truenos, esperaban que los destacamentos germanos estuvieran poco alertas en su vigilancia. Una marcha en la oscuridad y la tempestad sería la única posibilidad de salvar a la gente. 
 Cecidio y sus centuriones sabían que no lograrían salvar a todos. Pero había una oportunidad para algunos.
 No sabemos qué noche de lluvia y viento salieron los sitiados de Aliso. Los soldados marchaban delante, los civiles detrás, con el poco bagaje que habían decidido salvar. Según Dión Casio: 

“Ahora los soldados eran pocos, los desarmados muchos. Lograron superar los primeros y segundos puestos de avanzada del enemigo, pero cuando llegaron al tercero, fueron descubiertos, por causa de las mujeres y los niños, porque debido a su fatiga y temor, así como a causa de la oscuridad y el frío, se pusieron a llamar a los soldados para que volviesen. Y todos habrían perecido o habrían sido capturados, si los bárbaros no hubieran estado ocupados en apoderarse del botín. Esto permitió una oportunidad de distanciarse a los más fuertes.” 

 Cecidio ordenó que las trompetas tocasen la señal de marcha el “doble de rápida”. En fin, que ya solo quedaba correr a toda prisa y sálvese quien pueda, en medio de la oscuridad, antes de que el resto de los germanos se diera cuenta y cayera sobre ellos. No sabemos si Cecidio dio la orden pensando en lo que luego sucedió o simplemente siguiendo el reglamento. Pero al oír las trompetas en medio de la lluvia y la oscuridad, los germanos se confundieron y pensaron que se acercaba Nonio Asprenas con sus legiones del Rin. Así que pararon de perseguirlos.

Era el momento. Como dice Veleyo : 

“Vieron su oportunidad, y con la espada ganaron su camino de regreso a sus amigos.” 

Los hombres de Cecidio marchando en la noche

 Los soldados y los civiles más resistentes huyeron a toda prisa, abriéndose paso por la noche en las tinieblas del valle del Lippe hasta llegar al Rin, donde Nonio Asprenas acabó recibiendo la noticia de que había romanos pidiendo ayuda en la otra orilla, algunos maldiciendo en arameo, y mandó a buscarlos de inmediato. 


 No sabemos cuántos se salvaron tras esa marcha desesperada. Pero al menos una buena parte de la guarnición de Aliso y algunos de sus civiles lograron volver al imperio. Su gesta se hizo pronto famosa en una Roma deseosa de buenas noticias de la frontera y quedó grabada en la olvidadiza mente de la opinión pública, como para ser citada por los historiadores posteriores. 

Pugios encontrados en Aliso

 Nada más nos cuenta la historia sobre el veterano Lucio Cecidio. Aunque no hay que ser un lince para deducir que fue recompensado con toda clase de honores por el emperador Augusto y debió tener un agradable retiro en una ciudad italiana, contando sus batallitas al calor de los braseros en la taberna local. Bien se lo merecía. 

 Hoy de Aliso solo queda una parte del foso exterior, que ha sido reconstruido por los arqueólogos. Pero en el mismo lugar donde estaba el campamento de la legión XIX se ha levantado el Museo Romano de Westfalia (LWL Römermuseum), que conserva los hallazgos encontrados en las excavaciones, que han sido bastantes, como una fosa con 24 soldados, seguramente muertos durante el asedio. Pero, sobre todo, armas, cerámica intacta y tesorillos enterrados de monedas. 


Museo de Haltern

 Lo que demuestra el rápido abandono del campamento, sin nada pesado encima, de aquellos sitiados que se abrieron camino al Rin tocando las trompetas por en medio de los enemigos, bajo la lluvia y truenos de una noche de tempestad… y se salvaron. 











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