jueves, 26 de noviembre de 2015

El primer ordenador del mundo

Por Javier Rodríguez

El primer ordenador del que se tiene constancia arqueológica se fabricó probablemente en la antigua Grecia. Compuesto de numerosas ruedas dentadas de bronce, la conocida como máquina de Anticitera servía como calendario perpetuo y predecía los movimientos de los cuerpos celestes. El naufragio de la nave en la que era transportada, quizá a Roma en el siglo II-I a. C., lo preservó en el fondo del mar hasta que fue rescatado por unos buscadores de esponjas en 1901. El minucioso estudio de los engranajes ha permitido hacerse una idea muy precisa del conocimiento científico de aquella época.


Como explicamos en un post anterior, probablemente la máquina de Anticitera estaba compuesta por tres mecanismos que seguían tradiciones muy diferentes en el estudio del firmamento. Así, el calendario está calculado conde una forma muy anticuada para su época, seguramente basado en tablas astronómicas y métodos matemáticos de origen babilónico.

Los engranajes que replican el movimiento de la luna siguen, por el contrario, la teoría más moderna del momento, elaborada por la escuela de Rodas. Este hecho contrasta vivamente con el cálculo de los eclipses, realizado de forma tan tosca que no se ajusta con exactitud a los eclipses reales, si bien el margen de error no excedería de un par de días, a lo sumo.

Un detalle que desconcierta a los investigadores es que no están registrados todos los eclipses posibles sino que se han omitido ciertos eclipses, bien porque son de escasa importancia (parciales de escasa cuantía), bien porque no serían visibles en el área mediterránea. Todo parece indicar que deliberadamente se despreciaron aquellos eclipses solares que eran visibles en el hemisferio sur, lo cual indica un conocimiento extraordinariamente avanzado del mundo y de los complicados mecanismos geométricos de un eclipse.

Otro detalle desconcertante es que se ha calculado a qué hora se produciría cada eclipse. Este notabilísimo esfuerzo de cálculo probablemente era “recompensado” con grandes errores horarios. No obstante, la aplicación de un cálculo sistemático nos indica que algunos científicos de ese momento ya usaban un modelo matemático para elaborar una teoría de los movimientos orbitales de la Luna, el Sol y los planetas, lo que supone un avance muy grande sobre nuestro conocimiento de la ciencia antigua.

Si, desde el punto de vista científico, el hallazgo de la máquina de Anticitera es todo un acontecimiento, no lo es menos la constatación del nivel técnico de los artesanos de la época. Hasta ahora no había noticia de máquinas de engranajes hasta la aparición del molino hidráulico en el siglo I a. C., que funcionaba con grandes ruedas de madera mecánicamente muy simples. Los primeros relojes de con engranajes surgen en torno al siglo X d. C... En este contexto, el descubrimiento de la máquina de Anticitera adelanta varios siglos el uso y construcción de diminutos engranajes de precisión. El mecanismo contiene ejemplos de miniaturización y de dominio de la teoría mecánica que pensábamos que no se alcanzaron hasta el siglo III d. C., con los autómatas que creaba Hierón de Alejandría.

Reproducción de los engranajes internos de la máquina, tal como se cree que era

El carácter extraordinario de esta máquina ha llevado a algunos a atribuirla a Arquímedes. Estas teorías son tan poco convincentes como injustas para los otros genios de la Antigüedad, ya que por ejemplo el diseño de los engranajes se basa en las teorías de Hiparco de Nicea, quien a su vez es probable que las heredase de sus maestros y las perfeccionase. Es muy probable que nunca sepamos el nombre del artífice de esta maravilla de la mecánica cuyo valor, tanto económico como científico, debió de ser inmenso en la Antigüedad. Paradójicamente, su traslado a otras latitudes, proceso por el cual probablemente se había embarcado en el pecio que naufragó, reduciría mucho su utilidad práctica ya que, por ejemplo, la capacidad de predecir eclipses se vería muy mermada al alejarla del sitio donde fue diseñada y fabricada. No hay que olvidar que cuando se producen estos fenómenos sólo suelen ser visibles en partes muy determinadas del globo.

Ciertas teorías apuntan a que la máquina, junto a las obras de arte que la acompañaban en el pecio hundido, fuesen el botín de guerra de algún militar romano. Es cierto que era probable que aparatos como el de Anticitera terminaran sus días en casa de algún rico coleccionista como objeto de decoración y para epatar a las visitas por su valor artístico y monetario. Pensemos en la famosa escultura del Atlas Farnesio que se encuentra en el museo arqueológico de Nápoles: representa a Atlas sosteniendo una bola del firmamento con sus estrellas y constelaciones grabadas. Se trata de una copia de época romana del original de bronce griego. Pues bien, investigaciones recientes han demostrado que el globo celeste refleja la posición correcta de las estrellas hacia el s. III a. C. Es decir, que es plausible que se trate del globo original que elaboró Eratóstenes de Cirene con su catálogo de estrellas y que, ya obsoleto un siglo más tarde, se usara para adornar la estatua de Atlas de la que se hizo la copia en mármol. De igual forma los inventos de Arquímedes e Hieron cayeron en el olvido apenas unos años después de sus respectivas muertes. Esta singular amortización de objetos científicos nos puede sorprender hoy y nos demuestra que los antiguos carecían de nuestra actual visión de “progreso constante" de la Humanidad.

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