martes, 18 de marzo de 2014

Ventidio Baso, el mulero bitriunfador

Una mula como las de Ventidio


La historia de nuestro personaje de hoy empieza con una carnicería a la que llamaron batalla de Asculum, allá por el 89 a.C
Ventidio fue un niño cogido prisionero con su madre en aquel asalto romano a una ciudad rebelde, que había ofrecido su rendición y en respuesta fue masacrada por Pompeyo Estrabón, el padre del luego famoso Pompeyo, al que acompañaba un joven Cicerón, que fue testigo de la matanza.

Eran los tiempos de la Guerra Social, que enfrentó a los romanos contra sus aliados italianos, que les reclamaban la ciudadanía después de más de 200 años de sometimiento y romanización. Al final se la concedieron a regañadientes, pero no sin antes masacrar a unos cuantos por demasiado quejicas, entre ellos a los que habitaban Asculum, ciudad donde se habían atrevido a linchar a un pretor romano y a toda su escolta por haber ordenado ejecutar a un actor famoso entre el pueblo. Eso pasa por no tomarse en serio el fenómeno fan.

Entre los pocos sobrevivientes de la toma de Asculum estaban Ventidio y su madre, que fueron paseados por Roma en el triunfo de Pompeyo Estrabón.

Después del paseo, abandonado en las aceras de Roma, su infancia y juventud debieron ser un calvario de lucha por la supervivencia entre bandas callejeras, revueltas sociales y empleos precarios. Pero Ventidio resultó ser un chico espabilado y encontró una tarea que le abriría la puerta a mayores metas: se hizo mulero.

Empezó proporcionando mulas y vehículos para el transporte de magistrados que salían de Roma hacia las provincias. De dónde sacó la inversión inicial para su negocio no lo sabemos, pero el cotilla Cicerón hace oídos al rumor de que comenzó como un simple mulero del ejército. Y bueno, todos sabemos que el rumor es una costumbre monstruosa que dice de las personas a sus espaldas cosas absolutamente ciertas.

Ser mulero era un oficio rayando en la infame, según la elitista sociedad de la época, un trabajo indigno que marcaría a nuestro chico para siempre con el mote de “Ventidio Mulio”, tal como lo llama un amigo de Cicerón en una carta. Pero era un trabajo muy provechoso, ya que daba algunos beneficios y ahorrando bien te permitía empezar tu propio negocio. 

Ray Laurence en su estupendo "The Roads of Roman Italy" nos describe a Ventidio como todo un “negotiator”, un empresario que proporcionaba al estado animales de considerable uso, como son las mulas, que también se usaban en agricultura como sustitutos del buey. Si el caballo es ágil, rápido y elegante; la mula es más desgarbada y terca, pero soporta mayor carga, es más resistente y necesita menos alimento. En la mentalidad práctica romana se convirtió en el animal ideal para viajes y transporte.

Su oficio de empresario mulero le permitió una posición medianamente estable, en la que gracias a los contactos que fue haciendo consiguió contratos con la administración y el ejército, aparte de conocer a gente tan interesante y carente de prejuicios sociales como Julio César. Persona que debió impactarle y despertar su instinto de ganancias lo suficiente como para acompañarlo a la Guerra de las Galias, donde sabemos que fue uno de sus protegidos, aunque no lo nombra en sus famosos Comentarios. Quizá porque su trabajo se limitó a la oscura intendencia, en la cual su habilidad para los negocios era ideal para conseguir descuentos y material.

Desde luego, la victoriosa campaña gala acabó siendo un filón para sus negocios privados y se convirtió en un hombre muy rico y, por supuesto, en un devoto cesariano.

En la posterior Guerra Civil contra Pompeyo, que recordemos era el hijo del destructor de su ciudad, Ventidio realizó, según Aulo Gelio, “infatigable y resueltamente muchas misiones” a favor de César, que satisfecho de su proceder le acabaría ascendiendo a lo más alto, dándole el tribunado de la plebe y acceso al Senado.

Tras el asesinato de César, Ventidio supo remar en las aguas turbulentas, consiguiendo la pretura para el año 43 a.C. siempre dando el perfil de persona poco importante, pero necesaria por su habilidades y dinero.

En principio, se puso del bando de Marco Antonio en su primer conflicto con Octavio, ya que lo conocía desde las Galias y la posterior Guerra Civil. Movilizó dos legiones de veteranos de César y una de reclutas en su Piceno natal para apoyar a la maquiavélica Fulvia y el pelele de L. Antonio en su guerra contra Octavio, pero no las movió un metro, según Apiano “en espera de acontecimientos”.

Cuando Octavio consiguió rendir a Fulvia y L. Antonio en Mutina, Ventidio cruzó los Apeninos y le ofreció sus legiones, quedando como amigo.

Tras formarse al poco tiempo el triunvirato de Marco Antonio y Octavio, este saber nadar entre las aguas antonias y octavias le valdría un consulado durante unos meses en 43 a.C.

Semejante honor despertó la sátira siempre atenta del pueblo romano, que según nos cuenta Aulo Gelio, empezó a grafitear por las calles:

¡Acudid todos, augures, arúspices!
Un portento inusitado se acaba de suscitar:
Quien restregaba mulas ha sido nombrado cónsul! 

Se puede decir que Ventidio había llegado a lo máximo de la escala social en Roma, que podía retirarse de las turbulentas aguas de la política y disfrutar de lo conseguido, pero a aquel cincuentón todavía le quedaba capacidad de asombro.

En el 40 a.C. los partos patrocinaron a un oficial pompeyano renegado, de los que tenían a mano como churros, Quinto Labieno, para atacar Asia Menor y poner de los nervios a los romanos. Ese era un territorio dentro de la esfera del triunviro Marco Antonio, pero estaba muy ocupado creando leyenda con Cleopatra. Así que llamó a su viejo conocido Ventidio, lo nombró gobernador de Siria y le dio varias legiones para que se encargara del asunto.

En el 39 a.C, Ventidio arrinconó en el monte Tauro a Labieno, venció a los partos enviados a ayudarlo y luego derrotó e hizo prisioneros a la mayoría de los hombres de Labieno, que fue detenido en su huida y ejecutado. Asunto arreglado.

Por desgracia, al actuar como legado de Marco Antonio, el Senado no confirió honores a Ventidio por sus victorias. Pero él ya estaba pensando en otras cosas. Sabía que los partos buscarían venganza cuanto antes y acuarteló a sus hombres en Siria.

En la primavera del 38 a.C. el príncipe parto Pacoro, al mando de un montón de caballería como solo los partos podían juntar, avanzó hacia Siria a bombo y platillo. 

Ventidio necesitaba tiempo para juntar a su ejército acuartelado en varios sitios, por lo que comunicó a un cabecilla local que pensaba que los partos cruzarían el Éufrates por Zeugma, el lugar acostumbrado de vadeo, y que pensaba llevar a sus hombres allí para cortarle el paso. Ventidio, en lo que es una clara muestra de su astucia y competencia, sabía que el cabecilla local era en realidad un agente parto y que comunicaria a sus jefes el supuesto plan romano. Cosa que hizo al momento

El príncipe Pacoro demostró ser el ingenuo príncipe oriental que se sospechaba, se frotó las manos de contento por la eficacia de su servicio secreto, y luego se pasó cuarenta días buscando otro lugar de vadeo para esquivar a los romanos. Tiempo que aprovechó Ventidio para juntar a sus hombres y vigilar los movimientos del príncipe, arriba y abajo por la orilla opuesta.

Cuando Pacoro encontró un lugar para vadear donde no se mojara demasiado su túnica de seda, se encontró el paso cortado por romanos atrincherados en una colina. Pensó que no era más que un destacamento y lanzó su caballería a la carga colina arriba, de forma épica y gloriosa, pero un pelín suicida. Sobre todo cuando resultó ser todo el ejército romano de Ventidio el que esperaba en la colina.

La derrota parta fue absoluta. La mayor derrota de su caballería hasta el momento. En un día se acabó la invasión de Siria y el príncipe Pacoro se quedó sin cabeza, la cual fue paseada por toda Siria, en venganza de lo que había hecho Surena con la de Craso quince años antes.

Semejante victoria se extendió por todo el imperio y despertó los celos de Marco Antonio, que no había enviado al mulero Ventidio para que se volviera el salvador del imperio frente a las hordas orientales. Eso debía serlo él en los intermedios con Cleopatra.

Así que se presentó en Siria y asumió el mando del ejército de repente, dándole una palmadita en la espalda a Ventidio y hasta otra, mejor vuelve a Roma que yo me encargo de la gloria. Su posterior invasión del Imperio Parto fue tan desastrosa que deshizo todo lo conseguido por Ventidio, pero eso ya es otra historia.

Nuestro Ventidio volvió a Roma, sin resentimiento aparente, pero Octavio aprovechó la ocasión para vacilar a Marco Antonio y consiguió que el senado otorgase a Ventidio un triunfo en recompensa por sus victorias “ex Tauro monte et Partheis” (del monte Tauro y de los partos) el 23 de Noviembre del 38 a.C.

Un triunfo era el mayor premio que podía recibir un romano. En el caso de Ventidio ya había sido paseado como vencido en uno, en su niñez, y ahora en su madurez paseaba como vencedor en otro. Lo nunca visto en Roma: Una persona que había paseado en dos triunfos, un bitriunfador. Además era el primer romano en triunfar sobre los temibles partos... un mulero que había vencido a la mejor caballería de su tiempo.

Seguramente, aquel frío 23 de Noviembre, recibiendo las loas de la multitud por la Via Sacra, Ventidio se acordó de su madre, del odiado Pompeyo padre que lo paseó en triunfo, del Pompeyo hijo contra quien luchó sin descanso, de las mulas mustias que limpió en su juventud, de la simpatía de César que lo llevó a las Galias y de lo absurdo que puede llegar a ser el destino.

Es muy probable que Ventidio muriese poco después de su triunfo, ya que no vuelve a aparecer en la Historia. Pero sabemos por Aulo Gelio que tuvo un funeral público, el último premio para completar la lista de honores que faltaba  al “Ventidio Mulio” del que se reía Cicerón en sus cartas.


















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