viernes, 13 de septiembre de 2013

Timoleón, el automático.


 
Siracusa



Hay gente que nace con una misión en la vida. La mayoría la vive en cómodos sueños, unos pocos la intentan llevar a cabo y una cifra infinitesimal la consigue acabar. A estos últimos les llaman afortunados. Si encima su empeño es bendecido de forma automática, ya nada los detiene. Timoleón nació para democratizar el mundo y, pese a los retrasos en su vida, llevó a cabo su misión hasta convertirse en una leyenda.


Todo empezó en la bella Corinto, la ciudad del placer para los griegos, pero para sus habitantes una polis griega más entre muchas, donde pelear con las otras polis por el poder y matarse entre sus vecinos con fraternal y patriótica enemistad, como hacían los helenos en sus buenos tiempos.

 Allí por el 411 a. C. nació Timoleón, en lo que llamaríamos una "buena familia" del lugar. Eran ricos e influyentes. Por lo tanto, tenían que dar ejemplo en las guerras. Así hizo Timoleón, que de joven se hizo famoso por salvar a su hermano Timófanes en una batalla contra la vecina Argos. El aguerrido Timófanes, jefe de la caballería corintia, había sido derribado de su caballo y estaba rodeado por un montón de infantes argivos con malvadas intenciones, cuando su hermano Timoleón se abrió paso a lanzazos entre los enemigos y sacó a su hermano de la primera línea usando su escudo a modo de parachoques.

 Tal hazaña le hizo famoso en Corinto. También a su hermano Timófanes, "temerario" y "de carácter tiránico", según Plutarco. No es sorprendente entonces que Timófanes pidiera la creación de una guardia de 400 mercenarios para que Corinto tuviera un ejército profesional en caso de emergencia y luego pidiese que le nombraran jefe de esta guardia. Lo sorprendente es que los corintios se lo concediesen. 

 Al poco rato, gracias a la guardia para él solito, Timófanes se convirtió en tirano de la ciudad. No cabe duda que los corintios no tenían muchas luces.

 Pero Timoleón, enemigo de los tiranos y malos de película, no estuvo de acuerdo con su hermano y le recriminó su actitud despótica. Varias veces le aconsejó dejar el poder, pero Timófanes le dio largas. Un día acudió de nuevo con varios notables a hablar con él, pero su hermano se enfadó de tanta insistencia y se mofó de sus consejos. Así que Timoleón se apartó, se cubrió la cabeza con su manto... y dejó que los notables sacasen cuchillos como panes de sus túnicas y acuchillasen a su hermano. 

 Según Cornelio Nepote, "este noble acto" en nombre de la libertad no fue aceptado por todos, sobre todo por su madre, que no volvió a dejarlo entrar en casa. Considerado un fratricida por unos y un liberador por otros, se apartó de la vida pública durante más de veinte años.

 
 Pero apareció Sicilia en su vida. Esta isla, llena de tiranos implacables, cartagineses que daban vueltas cabreados y mercenarios revoltosos, estaba en uno de sus típicos conflictos sin mucho sentido. En el 345 a. C., el tirano de Siracusa, Dión, estaba cercado por otro pretendiente a la tiranía, Hicetes. Como Siracusa había sido fundada por Corinto, Hicetes le pidió ayuda, pero en plan de cubrir el trámite con la madre fundadora y quedar bien con ella. Era la costumbre. Realmente, ya había pactado con los cartagineses para que le ayudasen en serio. 

 Sin embargo, Corinto, sin guerras a la vista con los vecinos, decidió actuar por una vez como una madre. El elegido para dirigir una pequeña misión de ayuda fue el único tiranicida que tenían a mano, nuestro ya viejo Timoleón, que pasaba de los cincuenta. Se tomó la misión con optimismo y determinación, como si la esperase toda la vida. Lo cual es muy probable.

 El liberador fratricida llegó con un pequeño ejército de 1000 hombres a las costas sicilianas, al norte de Siracusa, esquivando con engaños a la flota cartaginesa, que le mandó un mensaje diciendo que no hacía falta ayudar a Hicetes, que ya lo hacían ellos y vete ya, hombre, no molestes.

 Al enterarse, Hicetes dejó ya de ser educado y fue a por el pequeño ejército de Timoleón con su ejército de 5000 mercenarios. No quería ninguna ayuda y se lo iba a demostrar. Pero Timoleón, con un ejército cinco veces menor, aprovechó que Hicetes estaba acampando al caer la tarde y lo atacó en plena tarea, provocando el desorden y la huida de sus aguerridos mercenarios. La fama de esta victoria fue tal, que media Sicilia se puso de su parte de la noche a la mañana.

 Dión, sitiado por Hicetes en su castillo de Siracusa, harto de sus antiguos súbditos, aprovechó para entregarle la fortaleza a Timoleón a cambio de salvoconducto a Grecia. Así que, esquivando de nuevo la flota cartaginesa aliada de Hicetes, Timoleón se hizo dueño de la fortaleza de Siracusa, con su gran cantidad de armas, suministros... y sus 2000 mercenarios guardianes. Llegadas las noticias a Corinto, se entusiasmaron con la hazaña de su paisano Timoleón y le enviaron 2000 jinetes de regalo, que volvieron a esquivar a la incompetente flota cartaginesa. Timoleón ya tenía todo un ejército.

 Hicetes, furioso, contrató dos asesinos para matarlo. Sabía que Timoleón iba sin escoltas, dándoselas de liberador tiranicida. Así que sería fácil apiolarlo, o eso pensó. Lo cierto es que Timoleón afirmaba que le protegía Automatia, la diosa de la oportunidad, que actúa según su propio deseo (de ahí lo de automática), favoreciendo a buenos y malos por igual. Gracias a esta diosa, los asesinos fueron descubiertos por pura casualidad, al ser reconocidos por un presente cuando estaban ya muy cerca de Timoleón. Fueron apresados y confesaron todo.

 Hicetes, fuera de sí y ahora con muy mala imagen entre los griegos, buscó un culpable de sus males: se cabreó con el almirante cartaginés y este con él. Fue tal la rabieta del cartaginés que abandonó el puerto de Siracusa y se fue con su flota de vuelta a Cartago. A Hicetes, abandonado por todos, no le quedó más remedio que pactar con Timoleón, el cual fue generoso y le ofreció retirarse en Leontini. 

 
Liberada Siracusa de tiranos y aliada media isla con él, Timoleón se puso a la tarea de liberar ciudadanos y reformar gobiernos, que era lo que más le gustaba. Instauró la democracia en todas la polis aliadas y echó del resto, por la fuerza o mediante trato, a los tiranos que las ocupaban, "teniendo por cosa gloriosa el que los Griegos vieran a los tiranos de la Sicilia vivir en el destierro", según su fan Plutarco. Luego decidió transformar la alicaída economía de la isla, atrayendo con ofertas de tierra y libertad a más de 60.000 griegos. Sicilia resurgió de décadas de guerras civiles y volvió a ser un destino de emigrantes y sinónimo de prosperidad entre los griegos. Sus ciudades volvieron a llenarse de gente y actividad. Pero Timoleón, según Cornelio Nepote, "prefirió ser amado a ser temido" y no asumió ningún poder real, limitándose a participar en las asambleas de Siracusa, donde decidió vivir, y diciendo que todo se lo debía a la pura suerte, a la caprichosa Automatia.

 Sin embargo, todavía faltaba el colofón a su historia. Los cartagineses se habían tomado muy a mal la espantada de su almirante: tuvo que suicidarse y su cuerpo fue crucificado. 

 Pero el enfado cartaginés no fue aplacado. Hervían de rabia porque el puerto de Siracusa había estado en sus manos por una vez en muchos siglos y lo habían perdido por una rabieta. Así que se prepararon para una gran invasión. Se acabó lo de mandar misiones de castigo y flotas pequeñas. Contrataron miles de mercenarios, decenas de miles, construyeron una gran flota de centenares de barcos y hasta movilizaron a la creme de la creme de su ejército: los 3000 hombres de la Banda Sagrada, formada por los hijos de las familias más ricas y nobles de la ciudad. Estaban decididos a arrojar a los griegos de Sicilia de una vez por todas, según los historiadores antiguos.

 La invadieron como un torrente desde el oeste y avanzaron hasta Siracusa. Los griegos se amedrentaron. Los cartagineses parecían una ola que lo inundaba todo, caían las polis como higos maduros a su paso. Timoleón, con su "automático" optimismo, decidió enfrentarse a ellos, pero solo consiguió que se apuntaran 3000 voluntarios siracusanos y otros cuatro mil de su antiguo ejército, de los cuales 1000 lo pensaron mejor y desertaron al salir de la ciudad, porque no querían que sus futuros cuerpos muertos quedasen sin entierro tras la victoria cartaginesa. Era evidente que no había mucha moral en el ambiente. 

 A todos les pareció que Timoleón ya chocheaba de viejo cuando decidió seguir, tercamente, con 5000 infantes y 1000 jinetes contra unos 60.000 cartagineses cabreados. Era pura locura.

 A orillas del río Cremiso se topó con el enemigo. Como siempre, tuvo suerte automática. Los cartagineses estaban cruzando el río y Timoleón no esperó a que lo hicieran. Les atacó con todo lo poco que tenía, aprovechando la oportunidad. Su ataque a los desorganizados cartagineses tuvo éxito al principio, se vieron aplastados contra el río y hechos un lío. Pero eran demasiados. La Banda Sagrada cruzó el río y frenó el avance griego, empujándolos hacia atrás mientras dejaban espacio para que cruzarán más cartagineses. Se olía la primera y definitiva derrota de Timoleón, Sicilia sería toda cartaginesa, volverían los tiranos exiliados, Automatia lo había abandonado en el peor de los días... pero la diosa sonrió y empezó a llover, a torrentes, a mares, como nunca antes en Sicilia. Una tormenta de verano tremenda. El río aumentó de caudal en pocos minutos, arrastró a cientos de asustados cartagineses, el resto huyó por la otra orilla, presos del pánico; el suelo a los pies de la Banda Sagrada se ablandó y convirtió en barro; sus brillantes y pesadas armaduras, sus adornados y grandes escudos, eran golpeteados por una lluvia intensa de cara que nos le dejaba ni ver; empezaron a resbalar sin cesar, a hundirse hasta los tobillos; los griegos volvieron a la carga, confiados en la ayuda divina; el cielo se llenó de relámpagos y truenos, la Banda Sagrada comenzó a retroceder hacia la orilla y, finalmente, a huir por primera vez en su historia. Los que no murieron en la orilla se ahogaron al cruzar el caudaloso Cremiso, que por unas horas se creyó el Amazonas. 


No quedó ni uno de los tres mil. Todos muertos. No había memoria de que en una sola acción hubieran muerto jamás tantos cartagineses. La nobleza de la ciudad borrada del mapa. La mayor y más dura derrota de Cartago hasta la fecha. Nunca más la Banda Sagrada volvería a salir de África. 

Timoleón volvió a Siracusa, donde fue tratado casi como un dios. Desde ese momento, los siracusanos, cuando Timoleón hablaba en la asamblea, aprobaban por unanimidad su opinión sin más discusión, de forma "automática". 

 Perdió la vista, poco a poco y sin aparente causa. Quizá Automatia le exigió tal caprichosa prenda como premio por su ayuda. Pero vivió muchos años más, ciego y respetado como un héroe. Cuando murió, bueno... dejémos que su admirador Plutarco acabe este artículo: 

 "Púsose su monumento en la plaza, y cercándole más adelante con pórticos y edificando palestras, formaron para los jóvenes un gimnasio, que llamaron Timoleoncio: y ellos, disfrutando del gobierno y leyes que les estableció, por largo tiempo vivieron prósperos y felices."

 Como en un cuento de hadas.







No hay comentarios:

Publicar un comentario