martes, 30 de abril de 2019

Calipo, el platónico malvado





 Hay gente que, por muy buenas influencias que tengan de su entorno, son malvados de solemnidad y todo un ejemplo de traición, codicia y falta de escrúpulos. Da igual que estén rodeados de gente con ideales y buenas intenciones, porque, con la misma ligereza que otros soplan pompas de jabón, ellos disfrutan haciendo el mal en el mundo.
 Calipo es el ejemplo de manual.

 Todo empezó con Platón, como muchas cosas. Estaba el filósofo paseando por Megara,  cuando en 388 a.C. recibió la llamada de Dionisio, el tirano de Siracusa, que según Plutarco,“era de los tiranos más perversos”. Pero era un tirano que quería tener a filósofos y artistas famosos a su lado, para darse fama de culto y protector de las artes mientras maquinaba sus alegres perversiones.
 Pese a la fama del autor de la invitación, Platón aceptó, porque quería poner en práctica sus ideas sobre el rey filósofo y el buen gobierno. Si conseguía que Dionisio siguiera sus directrices, Siracusa sería gobernada por el Bien, en mayúscula.

Imperio de Dionisio en su máximo esplendor

Como siempre, Platón pecó de idealista. Al cuarentón y experimentado Dionisio las ideas sobre el Bien y demás tonterías filosóficas le traían al pairo. Sabía que para ser tirano, hay que ser práctico y carente de misericordia. El resto, no eran más que virtudes tontas y muy peligrosas para permanecer en el puesto. Así que se cansó pronto de los discursos de Platón, cuyos sermones idealistas, con toques moralistas, lo aburrían hasta el asco, así que mandó al filósofo de vuelta a Grecia. Cuenta la leyenda que incluso lo vendió como esclavo y tuvieron que comprarlo sus amigos.

 Pero en Siracusa, Platón se hizo amigo (hay rumores de que algo más) de Dión, persona poderosa en la ciudad, cuñado y también yerno del tirano Dionisio. Este Dión, a diferencia de su cuñado tirano, se volvió platónico convencido y lamentó mucho la marcha del filósofo.

 Con el paso del tiempo, Platón fundó su famosa Academia en Atenas y su estancia en Siracusa se volvió un mal recuerdo. Pero en 367 a.C. muere Dionisio y lo sucede su hijo, del mismo nombre. Entonces Dión, que no ha perdido el contacto con su querido Platón, convence a su sobrino de que llame de vuelta al filósofo y cuenta a éste, por carta, que Dionisio II no es igual que su padre, que el chaval promete y tiene cualidades para ser el rey filósofo ejemplar.

Platón, con su cara más alegre

 Platón, idealista empedernido, pica el anzuelo otra vez y vuelve a Siracusa. Allí descubre que Dión tenía razón, en parte, ya que el nuevo Dionisio no es igual a su padre: es más gilipollas. 
 Pero el chaval coge cariño al filósofo ateniense y lo tiene a su lado como si fuera un adorno prestigioso, sin hacer puñetero caso a sus consejos. Poco después, Dionisio II se enfada con su serio, idealista y aburrido tío Dión y lo manda al exilio, con la excusa de que conspira con los cartagineses. Platón, que ya tiene sesenta años, enfadado por el exilio de Dión y harto de tanto desprecio, se va con la promesa dada al tirano de que volverá a Siracusa en el futuro.

Aquí aparece, por fin, nuestro malvado Calipo. Según Plutarco, nuestra fuente principal:

"Tenía Dion un amigo en Atenas llamado Calipo, del que decía Platón que, no por gustar de la doctrina, sino por la iniciación y por ciertas amistades vulgares, se le había hecho conocido y familiar.”

 Tan familiar, que Plutarco también nos dice que Dión habitaba la casa de Calipo. Por lo que nos aparece como el joven rico ateniense, que va a la Academia como si fuera a un club social de moda; el típico alumno al que Platón soporta porque paga las cuentas, y que se hace amigo del siracusano Dión porque se iniciaron a la vez en los misterios de Eleusis (un rito religioso muy ateniense) y comparten amistades “vulgares”, que para Platón serían otros jóvenes con tan poco interés por la filosofía como él.


Academia de Platón. El que falta a clase es Calipo, seguro.

 En 361 a.C., Dionisio II llama de nuevo a Platón a su lado, reclama su promesa incumplida de volver y le jura que ha cambiado, que ahora es todo un gobernante filosófico y amante del Bien, que sí, de verdad, que no miente, palabrita de tirano con conciencia.
 Platón vuelve de nuevo a Siracusa, más pensando en convencer a Dionisio II de que perdone a su tío Dión y lo deje volver que en las buenas intenciones del tirano.

 Al principio, Dionisio II trata al filósofo con amabilidad y se hace el culto e interesado, pero pronto se aburre del trascendente discurso del filósofo, que está siempre con la matraca del Bien y las Ideas. También se cansa de sus continuas peticiones de perdonar a su tío Dión. Llega un momento en que lo encarcela de harto que lo tiene. 
Los miembros de la Academia y otros amigos del mundo intelectual griego, asombrados por el arresto de su maestro, juntan un rescate para que Dionisio II libere a Platón y deje que se marche. El tirano acepta el rico ofrecimiento y Platón se larga de Siracusa para siempre, amargado y cansado de dictadores caprichosos.

A llegar a Grecia, se encuentra con Dión, que está enfadadísimo con su sobrino por lo que ha hecho y está juntando un ejército, con ayuda de Calipo, para invadir Siracusa y echar al tirano. Platón le da su apoyo moral pero pasa de más aventuras.

 Dión y Calipo juntan a 800 mercenarios en la isla de Zacinto “todos hombres acreditados en muchos y grandes combates”,  según Plutarcoy se embarcan a Sicilia.
 Al llegar, en pocos días aumentan su ejército con aportes de varias ciudades con cuentas pendientes con Dionisio II y se dirigen a Siracusa. En esos momentos, el tirano estaba en el sur de Italia con una flota, asediando Rhegium, y tardó en enterarse de la invasión. Cuando volvió por mar, Siracusa ya estaba ocupada por Dión y los suyos, que habían entrado en la ciudad:

“yendo el primero vistosamente armado, y a su lado de una parte su hermano Mégacles, y de la otra Calipo el Ateniense, con coronas sobre la cabeza.” 

Pero Dionisio II ocupó la ciudadela de Siracusa, que no había sido tomada por Dión, aunque viendo que era imposible recuperar la ciudad, se fue al exilio en Italia, dejando a su hijo Apolócrates al mando de la ciudadela, como una amenaza a los siracusanos.

La Siracusa de Dionisio y su cuñado Dión

A los pocos días, los siracusanos, que según Plutarco:

“intentando levantarse repentinamente como de una larga enfermedad de la tiranía, y manejarse intempestivamente como los pueblos que tenían el hábito de la libertad, se hicieron a sí mismos gran daño, y aborrecieron a Dión porque, como un buen médico, quería mantener la ciudad en un arreglo esmerado y sobrio.”

 En fin, que en una acalorada asamblea, aprobaron echar al liberador que días antes habían recibido con flores. Dión, como buen platónico, aceptó la decisión legal y se fue al exilio en la cercana Leontinos, con Calipo y su tropa mercenaria. Estos problemas y la marcha de la tropa animaron a Apolócrates a asaltar Siracusa desde la ciudadela con la guarnición de bárbaros que comandaba. Más que un asalto, fue un saqueo salvaje con nocturnidad y alevosía, que provocó el terror entre los ciudadanos y muchas muertes. Luego se volvieron a la ciudadela con el botín.
Los siracusanos, asustados, se lo pensaron mejor y llamaron de vuelta a Dión y Calipo. Los dos amigos volvieron con sus mercenarios y asediaron duramente a Apolócrates, el cual tuvo que  abandonar la ciudadela por mar y regresar con su padre. Era el año 357 a.C.

Dión en una moneda. Es evidente que le copiaba la barba a su maestro.

 Dión, el platónico ejemplar, había liberado otra vez la ciudad, y ahora por completo. Era un héroe sin oposición interna. Así que se convirtió, a ojos de todos, en el nuevo tirano de Siracusa. ¿Se cumpliría ahora el sueño del rey filósofo de Platón?
Pues va a ser que no. Platón no tuvo en cuenta en su teoría que, las personas, aunque conozcan el Bien y lo que es justo, incluso lo estudien y mediten con interés, no van a elegirlo sin más. A muchos, practicar lo injusto y malvado les supone una motivación. No son malos por ignorar el Bien, sino porque les aburre.
 Así era Calipo, que, tras el triunfo de Dión, se vio como el segundo al mando y no le gustó, según Plutarco:

“Habiendo perecido en la guerra los principales y mejores amigos de Dión… vio que el pueblo de Siracusa había quedado sin caudillo, y que los soldados de Dión principalmente le atendían y respetaban, con lo que Calipo, el más malvado de los hombres, vino a concebir la esperanza de que la Sicilia había de ser el premio de la muerte de su huésped.”

El fiel amigo, que había ofrecido su casa de Atenas y su amistad a Dión, que se había iniciado con él en los misterios de Eleusis y entrado triunfante en Siracusa a su vera, decidió que era más divertido conspirar en su contra. 
 En los siguientes meses puso en práctica un complicado plan, por el cual extendió rumores, como que Dión, hallándose sin hijos, estaba en ánimo de llamar a Apolócrates, el hijo de Dionisio II, y declararle su sucesor. Mientras, denunciaba ante Dión continuamente algunos de estos rumores, que verdaderamente se habían esparcido, o los había inventado él, y adquirió tal crédito ante su amigo, que a las claras hablaba contra Dión a los que quería, permitiéndolo éste, para que no se le ocultase ninguno de los descontentos.
 Así pudo conocer a enemigos internos de Dión o descontentos con su política, sin parecer sospechoso a su amigo, y ganárselos a su causa. Si alguno denunciaba a Dión las intenciones de Calipo, el filosófico gobernante ni se inquietaba, suponiendo que Calipo no hacía más que lo que él le había mandado.

Pero la mujer y la hermana de Dión sospecharon que el ateniense tramaba en verdad lo que simulaba. Así que, Calipo, al enterarse de sus sospechas, se presentó ante ellas muy afligido, según Plutarco, “y con lágrimas dijo que les daría las seguridades que quisiesen.”.

Le obligaron a hacer el gran juramento en el templo de las diosas Deméter y Proserpina. Allí fue Calipo, sin dudarlo, y con una antorcha encendida en la mano y aguantando la risa, juró frente a la estatua de la diosa Deméter que no buscaba ningún mal contra su buen amigo Dión. Las mujeres suspiraron aliviadas y se volvieron a casa. Así es el poder de la religión sobre los crédulos.

La diosa Deméter, no le caía bien Calipo.

 Tal fue la burla de Calipo al juramento, que poco después escogió los días festivos de la diosa  para matar a Dión, como cuenta escandalizado Plutarco: “pareciéndole que no era bastante impío con la diosa y con su festividad si en otro momento mataba a su iniciado.” 

El idealista Dión fue degollado en un banquete por su gran y platónico amigo, que guardó la espada asesina como recuerdo del trágico momento. Después de todo, Calipo tenía un rinconcito sentimental.
A la hermana y mujer acusicas las encarceló en una oscura mazmorra. Era el año 354 a.c. El gobierno de Dión había durado tres años.

Así Calipo, con la ayuda de sus mercenarios y unos cuantos traidores, se hizo tirano de la rica Siracusa. Por supuesto, de los ideales de Platón sobre el buen gobernante, no quiso ni hablar. A Calipo la dialéctica que gustaba practicar era la militar, el arte del dialogo se lo dejaba a su espada y su mundo de las ideas giraba alrededor del saqueo. Por lo que empezó a atacar a otras ciudades vecinas con alegría furiosa. Fueron tiempos de continua actividad bélica y tiránica con su banda de mercenarios.

Mercenarios de Calipo en su jornada laboral

 Pero la juerga duró solo once meses. Calipo fue expulsado de Siracusa. Hay dudas sobre cómo fue el asunto. Según Plutarco, el pueblo se rebeló mientras estaba atacando Catana. Según Diodoro Sículo, Hiparino, otro hijo de Dionisio II, atacó la ciudad con una flota y Calipo tuvo que huir con sus mercenarios. Según Polieno, Hiparino atacó por tierra mientras Calipo estaba fuera con su ejército.

 Bueno, en verdad da un poco igual. A Calipo le rompieron su malvado sueño tiránico en el mejor momento. Pero no se vino abajo. Todavía tenía su banda de mercenarios. Decidió tomar una ciudad para seguir siendo el malvado tirano de algún lado. Atacó Mesana, pero no pudo con sus defensas y perdió muchos hombres. Entre ellos, los más fieles, los que le habían ayudado a matar a Dión.
 Con menos soldados, era una amenaza menor, un grupito molesto de mercenarios encabezados por un platónico sin ideales. Así que ninguna ciudad de Sicilia quiso recibirlo. Por lo que cruzó el estrecho hasta Italia, a ver si había más suerte. Pero allí, según Plutarco

 “pasándolo miserablemente, y no pudiendo pagar a las tropas asalariadas, fue muerto por Léptines y Polisperconte, que usaron casualmente de la misma espada con la que dicen haberlo sido Dion.”

Eso pasa por guardar espadas asesinas de recuerdo. 

Así acabó la vida del peculiar Calipo, alumno de Platón, conspirador, traidor, tirano, impío ante los dioses y asesino de su mejor amigo. Prueba concluyente de que estudiar en las mejores academias no es garantía de nada.


1 comentario:

  1. Acabo de leer "El asesinato de Platón" de Marcos Chicot (900 páginas, ahí es nada), que narra toda la vida de Calipo y de Dion. Aunque está novelada, por supuesto, los hechos históricos son ciertos. Chicot habla de Calipo, no como un ser intrínsecamente malvado y traidor, sino como alguien que se va deslizando, primero hacia la avaricia y luego hacia el poder y la maldad. El libro es muy interesante, y tu blog me ha gustado.
    Saludos

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