miércoles, 28 de marzo de 2018

El Coliseo y el Via Crucis de Viernes Santo. Una historia apasionante


Autor: Alfonso Mañas
Miembro del grupo de investigación CTS-545 (área de Historia del Deporte) de la Universidad de Granada

Consejero Editorial de The International Journal of the History of Sport



Como cada año, el Viernes Santo veremos al papa realizando el vía crucis por el Coliseo. Pero ¿cuál es el origen de esta tradición? ¿Por qué la Iglesia Católica celebra una de sus principales devociones en un monumento que, a priori, parece no tener nada que ver con el cristianismo?

Para el que no haya estudiado la cuestión, puede parecer que el Coliseo tiene poco que ver con el cristianismo, pero si nos paramos a analizar las fuentes históricas en profundidad en efecto vemos que el Coliseo tiene ciertamente muy poco que ver con el cristianismo, al menos en los inicios de esta religión, que es el argumento que normalmente se da para esta relación.

Me explico.

La celebración del vía crucis en el Coliseo se ha justificado tradicionalmente en que ese monumento recuerda a los mártires cristianos que murieron allí, y por extensión, a todos los mártires cristianos de todos los tiempos.

Y ¿es eso cierto? ¿Se ajustició a cristianos por motivo de su fe en el Coliseo?

Consultamos las fuentes históricas y solo hay un caso, Almaquio, en el año 392.

Del resto de mártires cristianos ejecutados en la Roma pagana que se pueda pensar, de ningún otro hay evidencias sólidas de que muriese en el Coliseo.


Empezando por los primeros, los ejecutados por Nerón en el contexto del gran incendio de Roma (año 64), tal y como nos dice Tácito, murieron en los jardines de Nerón ‘despedazados por los perros, o clavados a cruces, o quemados vivos para servir de iluminación por la noche’ (por tanto, la escena de la novela 'Quo Vadis', y de las películas homónimas, mostrando a los cristianos martirizados en el Circo Máximo, devorados por leones, es invención de Sienkiewicz).

Las antorchas de Nerón, de Siemiradzki, 1877. Oleo riguroso con lo que dice Tácito, representando a los cristianos como antorchas humanas en los jardines de Nerón.


En 108 Ignacio, obispo de Antioquía, es enviado a Roma para ser juzgado y ejecutado. En el camino escribe (Carta a los Romanos, 5-6) que desea ser echado a las fieras y devorado por ellas, para lograr así la corona del martirio. Nada más sabemos de él cuando llega a Roma, por lo que desconocemos si en efecto fue condenado a ser echado a las fieras. Si lo fue, eso no significa que el lugar de la ejecución fuese necesariamente el Coliseo, pues de hecho era el Circo Máximo el lugar preferido para echar a las fieras a grandes grupos de condenados, por tener su arena mayor capacidad que la del Coliseo (340x100 metros la arena del circo frente a 44x75 metros la del Coliseo).

En el año 393 Jerónimo escribe que Ignacio fue echado a los leones, y por la misma fecha Juan Crisóstomo señala que Ignacio fue devorado en un teatro (θεάτρῳ), término que en los autores que escribían en griego podía referirse tanto al circo como al anfiteatro, por lo que tampoco podemos saber a cuál de estos dos lugares se refería en realidad.

Cabe preguntarse de dónde sacaron Jerónimo y Juan Crisóstomo, casi tres siglos después de los hechos, esa información ¿de fuentes previas fidedignas o fueron simplemente invenciones, en el intento por rellenar las lagunas de la historia? Es imposible saberlo, pero aun aceptando que Ignacio fuese en efecto echado a las fieras, y que el recinto fuese un ‘teatro’ (como dice Juan), la evidencia parece apuntar más al circo máximo que al Coliseo, pues del circo Máximo tenemos numerosos testimonios de condenados echados a las fieras, tales como el episodio de Androcles y el león (c. año 10-14), o los cientos de bárbaros bructos echados a las fieras en 308.

Del resto de persecuciones contra los cristianos realizadas en los siglos II, III y principios del IV no hay una sola fuente que hable de cristianos ejecutados en el Coliseo, salvo el mencionado Almaquio, quien el 1 de enero de 392, encontrándose en las gradas del Coliseo, de algún modo interrumpió el espectáculo (probablemente saltó a la arena) y pidió el final del paganismo y de los combates gladiatorios. El prefecto de la Ciudad, presente en el espectáculo, lo condenó a muerte, siendo inmediatamente ejecutado en la arena por los mismos gladiadores cuyo combate había interrumpido (sobre Almaquio, ver 'Gladiadores. El gran espectáculo de Roma').

¿Pero cómo y dónde murieron entonces los mártires cristianos que según las fuentes murieron en Roma?

La gran mayoría murieron decapitados a golpe de espada, por ser ciudadanos romanos. Estas decapitaciones no se realizaban en edificios de espectáculos (como el Coliseo o el Circo Máximo), pues al ser ciudadanos se les ahorraba la deshonra de hacer de su muerte un espectáculo, permitiéndoseles morir con cierta intimidad, por lo que eran decapitados fuera de la ciudad, junto a alguna de las vías que salían de Roma (comparable a ser fusilado en la cuneta de una carretera en épocas posteriores de la historia); dado que los enterramientos había que hacerlos fuera de la ciudad, matar al reo ahí solucionaba el problema de tener que trasladar al cadáver hasta la fosa, pues normalmente se le enterraba cerca de donde era ajusticiado. Así por ejemplo, San Pablo fue enterrado en la via ostiense (donde hoy se alza la Basílica de San Pablo Extramuros), por lo que probablemente fue decapitado ahí mismo.

Los que no eran ciudadanos romanos eran ejecutados con métodos más penosos, como la crucifixión. Como la crucifixión era un suplicio poco vistoso (la muerte podía tardar días, colgando del madero), esta tampoco tenía lugar en los recintos de espectáculo (e.g. Pedro fue crucificado en el Vaticano, junto a la via cornelia).

Fuera de Roma sí tenemos algunas noticias de cristianos martirizados en anfiteatros (e.g. Blandina en el anfiteatro de Lyon, en 177, o Perpetua y Felicitas en el anfiteatro de Cartago, en 203), pero siempre son la excepción, en la mayoría de casos los mártires morían junto a vías.


El origen de la leyenda

Pero si solo hay evidencia de un cristiano ejecutado en el Coliseo ¿cuál es entonces el origen de la creencia de que los cristianos fueron martirizados ahí?

Como hemos visto, ya en la misma antigüedad comenzaron a escribirse hagiografías (vidas de santos) en las que la imaginación del autor completaba lo que las fuentes originales no detallaban, siendo probablemente las que escribieron Jerónimo y Juan Crisóstomo sobre Ignacio un ejemplo, introduciendo el dato de los leones y el teatro. Teodoreto, en 449, fue un paso más lejos, y se inventó su propio mártir del Coliseo, Telémaco, ficticio personaje que –según Teodoreto– mediante su muerte logró la abolición de la gladiatura. Todo era falso, pero fue tomado como cierto por los cristianos (tampoco había medio de comprobar la verdad, y el principio de autoridad se aceptaba sin problemas).

Pero la gran responsable de que el Coliseo fuese señalado como lugar de inmolación de cristianos fue la Edad Media, durante la cual escribir vidas de santos se convirtió en todo un género literario por sí mismo, en el cual la imaginación no tenía límite, ni debía tenerlo: el objetivo era ganar el mayor número de almas para el Cielo, y si para ello había que inventar para que el relato resultase lo más conmovedor posible, justificada estaba la invención. Así, la historia del martirio de Ignacio quedaba todavía mejor si el ‘teatro’ que citaba Juan Crisóstomo se convertía en el Coliseo, el anfiteatro más famoso, por terrible.

Incluso, siguiendo el ejemplo de Teodoreto, continuaron inventando mártires muertos allí, y así tenemos una larga lista que incluye a Gaudentio (el supuesto arquitecto del Coliseo, muerto por cristiano en el mismo edificio que construyó); Potito; Marino, Martina, etc. hasta hacer un total de casi trescientos nombres.

Al igual que en las novelas de caballerías, tan del gusto de la época, la imaginación se desborda en estas hagiografías medievales, y así leemos, por ejemplo, que de pronto los instrumentos de tortura que están a punto de atormentar al buen cristiano (Potito) salen volando por el aire y se posan sobre el emperador que se encuentra en el palco, ante la mirada de todos los espectadores del Coliseo.

Esos relatos medievales fueron abundantemente representados en pinturas de esa época y posteriores, ayudando así a fijar en el imaginario colectivo la estampa del mártir cristiano en el Coliseo, generalmente devorado por leones.

Iluminación del año 1000 mostrando a Ignacio de Antioquía devorado por leones en lo que parece ser el Coliseo. La leyenda ya completa.


Surge el culto religioso en el Coliseo

Tras la caída del imperio romano los monumentos clásicos, incluido el Coliseo, comenzaron a sufrir el saqueo de los propios romanos, que sacaban de ellos piedras y mármoles para sus construcciones particulares. También quemaban los mármoles para obtener cal. Los papas no fueron menos en aquella época, y con las piedras que extrajeron del Coliseo construyeron el Palazzo Venezia, la Scala Santa, y muchos otros edificios.

Tal y como se quejaba en 1448 un humanista, Poggio Bracciolini, ‘por la estupidez de los romanos, la mayor parte del Coliseo ha sido reducida a cal’.

Y eso es lo que pasó con la fachada sur del edificio. Que conservemos a día de hoy la fachada norte se debe sin embargo, y paradójicamente, a esos mismos papas que por entonces lo depredaban: bajo la fachada norte pasaba (y sigue pasando) la principal vía que comunicaba la ciudad con el palacio Laterano (residencia de los papas hasta 1309), por lo que no podía cortarse con los carros que eran necesarios para cargar las piedras que sacaban del edificio. Por el contrario, la fachada sur daba a la explanada frente al Celio, por lo que era perfecta para amontonar las piedras y cargarlas en los carros, sin estorbar a nadie.

Esa actitud depredadora de los papas hacia el Coliseo probablemente habría continuado, de no ser por la actitud que los peregrinos que visitaban Roma mostraban por el monumento; desde la edad media, los peregrinos tenían la costumbre de ir al Coliseo y recoger como reliquia un puñado de su arena, ‘empapada en la sangre de los mártires’ (como sabían por las hagiografías y por las guías para peregrinos).

La costumbre iba a más en Semana Santa, pues los peregrinos pensaban que ese suelo empapado por la sangre de tantos mártires era el mejor para rememorar el martirio de Cristo esos días (se leían los fragmentos de la Pasión de los Evangelios, se hacía penitencia, etc.).

Esas rememoraciones fueron adquiriendo un auge tremendo, hasta el punto de que en 1381 se dio una parte del Coliseo a la Confraternitá del Santissimo Salvatore ad Sancta Sanctorum, también llamada del Gonfalone (del estandarte), una cofradía, la cual desde entonces se encargó de organizar y dirigir los actos que se celebraban en el Coliseo durante la Semana Santa. El éxito fue tremendo, por lo que en 1490 se dio permiso a la cofradía para realizar ahí representaciones teatralizadas de la Pasión durante Semana Santa. La idea tuvo una acogida sensacional, llegando a reunirse unas 70.000 personas cada año en los actos del Viernes Santo, el día principal.

La cantidad de gente que acudía era tal que en 1519 estimaron necesario construir dentro del Coliseo una pequeña iglesia, Santa Maria della Pietà al Colosseo, para permitir a todos esos peregrinos practicar el culto adecuadamente (eran necesarias misas, confesiones, etc.). La iglesia se encontraba junto a la puerta este de la arena, quedando su fachada en el borde de la arena, mientras que la nave iba ascendiendo por las gradas, sobre la misma zona donde hoy podemos ver la sección reconstruida (incorrectamente) de grada (realizada a mediados del XIX ).
Iglesia de Santa Maria della Pietà al Colosseo tras una estación del via crucis

La representación se celebraba todos los años por Viernes Santo, pero en 1525 alcanzó un coste tal que se decidió que desde entonces se realizaría solo cada cuatro años.

La ceremonia completa, tal y como se realizaba entonces, consistía en una procesión que salía de la iglesia de Santa Lucía del Gonfalone (cerca del puente de Sant’Angelo), descendía más o menos paralela al curso del Tíber, cruzaba el barrio judío, y se dirigía finalmente al Coliseo, dentro del cual se realizaba la representación. Al terminar esta, el actor que interpretaba a Cristo era bajado de la cruz y, haciéndose el muerto, era llevado en andas de vuelta a la iglesia, con los penitentes flagelándose y cantando himnos, siguiendo de nuevo la procesión el mismo trayecto, atravesando otra vez el barrio judío.

Lo de cruzar el barrio judío lo hacían a posta, para increpar a los judíos por haber matado a Cristo, y era uno de los atractivos del acto, por el cual congregaba a tantos fieles. Evidentemente todos los años había altercados al cruzar por ese punto, pero se veía como normal en la Europa de la época (en varios países los judíos tenían prohibido salir a la calle durante Semana Santa, para no provocar). En 1539 se produjeron los mismos disturbios que siempre, pero el papa (Pablo II), harto ya de gastar dinero en la cara representación teatral, prohibió volver a realizarla. Obviamente no dijo que el motivo era el dinero, sino los disturbios con los judíos, para evitar los cuales ponía fin a la representación.


Una corrida de toros y el nacimiento del Vía Crucis



Pese a no haber representaciones, los peregrinos seguían acudiendo como siempre al Coliseo, especialmente por Semana Santa, así que el carácter religioso del monumento iba afianzándose más año tras año. No obstante, los peregrinos, aunque muy devotos, no dejaban de ser personas de carne y hueso, con sus gustos, por lo que en 1671 pensaron en hacer una corrida de toros en la arena del Coliseo, para entretenerse (lo de las corridas de toros en el Coliseo era algo recurrente, ya había habido otras siglos antes, la más famosa en el siglo XIV). El papa puso el grito en el cielo, y para evitar que un suelo que se consideraba en cierto modo santo fuese profanado de esa manera, plantó tres cruces en todo lo alto de la fachada, para que así no se atreviesen a soltar ahí los toros.

El Coliseo de 1671 a 1749, con las tres cruces en lo alto

La jugada le salió bien al papa, no hubo corrida, pero aprendió la lección: tenía que reforzar el status religioso del Coliseo para evitar así profanaciones semejantes. De este modo, en 1720 construyó alrededor de la arena las catorce estaciones del via crucis, para facilitar a los peregrinos la realización de este, especialmente el Viernes Santo, que era cuando más gente se congregaba.

Año 1749: cruz en medio de la arena y estaciones del vía crucis
Pero el problema de la extracción de piedras del Coliseo continuaba, lo que ahora molestaba al papa porque el Coliseo se había convertido en un lugar santo, cuyo expolio no podía tolerar. La solución definitiva llegó en 1749, cuando Benedicto XIV declaró al Coliseo (todo él) iglesia pública dedicada a la memoria de la Pasión de Cristo y de sus mártires. Sustituyó además las tres cruces colocadas en 1671 en todo lo alto por una cruz en el centro de la arena, y también sustituyó las estaciones del via crucis ya existentes por otras nuevas. Finalmente, el papa fundó la Archiconfraternitá degli Amanti di Gesù e di Maria, archicofradía cuya tarea era organizar las procesiones del via crucis que se hacían en el Coliseo.


Todo eso sirvió, principalmente, para salvar al Coliseo, pues supuso el final automático del expolio de sus materiales, pues nadie expoliaba una iglesia.

Contrafuerte del lado este
Pese a que el expolio se había detenido, el estado del Coliseo era ya ruinoso, por lo que fue necesario realizar trabajos de restauración para evitar que se hundiera. En 1806 un terremoto afectó al edificio, y temiendo que los dos extremos del anillo más exterior pudiesen venirse abajo, Pío VII decidió construir el contrafuerte del lado este.

También en 1806, la arena fue excavada parcialmente (el lado oeste), por lo que las estaciones del vía crucis de ese lado fueron desmontadas. La cruz, que estaba en el centro de la arena, no fue tocada.

En 1812 los arqueólogos quisieron estudiar las gradas, por lo que la iglesia de Santa Maria della Pietà al Colosseo, que ocupaba la grada este, fue demolida. El culto fue transferido a una capilla que se montó en un corredor del lado norte del Coliseo, donde continúa a día de hoy y sigue dando culto (celebra misa todos los domingos).

En 1814, terminadas las excavaciones, volvieron a cubrir la arena, instalando de nuevo las estaciones del vía crucis.


La arena como estaba de 1814 a 1874, nótense las estaciones en el borde de la arena y la cruz en el centro
Ante el éxito del contrafuerte del lado este, el papa decidió construir otro en el lado oeste, el cual se terminó en 1826.

Entre 1831-1836 se realizó la reconstrucción del lado sur.


Reconstrucción del lado sur

La Unitá Italiana y la pérdida del Vía Crucis

En 1870 Roma es integrada en el reino de Italia, lo que supone que el papa perdía el control sobre la ciudad. El nuevo gobierno, enemigo del papa, no favorece las costumbres religiosas, por lo que desmonta de la arena la cruz y las estaciones del via crucis. Para que esto no levantase muchas protestas entre los creyentes, que las levantó, se buscó como escusa el autorizar excavaciones arqueológicas en la arena, que en efecto eran necesarias. Por tanto, en 1874 se levantó toda la arena (y con ella la cruz y las estaciones del via crucis, que estaban sobre ella) descubriéndose así el hypogeum del Coliseo, quedando este a la vista (tal y como podemos verlo hoy). Sin las estaciones del via crucis y sin arena, el via crucis del Coliseo dejó de celebrarse.


En 1926 la cruz vuelve a colocarse en el Coliseo, no ya en la arena (porque esta no existía) sino en la primera fila de la grada norte, donde se encuentra hoy. Esa ubicación no es arbitraria, sino que se buscó el lugar más honorable del recinto, ya que en época imperial ahí se encontraba el palco del emperador. Actualmente por ahí es por donde entran los turistas que acceden al Coliseo, por lo que la cruz es lo primero que se encuentran.



La restauración del via crucis

En 1959 Juan XXIII vuelve a celebrar un acto religioso en el Coliseo, reintroduciendo así de nuevo el culto en el monumento.

Fue finalmente en 1965 cuando vuelve a instaurarse la costumbre del via crucis en el Coliseo, presidido en aquella ocasión por el papa Pablo VI, siendo desde entonces retransmitida por la RAI para toda Europa (vía Eurovision). La primera retransmisión a color llegó en 1977, para todo el mundo.

El primer via crucis presidido por Juan Pablo II fue el de 1979, el primero de Benedicto XVI fue el de 2006. El papa Francisco presidió su primer via crucis del Coliseo en 2013.

A lo largo de los siglos el recorrido del via crucis ha sufrido variaciones. Cuando las catorce estaciones estaban marcadas en la arena del Coliseo (de 1720 a 1874), todo el via crucis transcurría dentro de la arena del Coliseo, pero desde que se retomó este en 1965, como ya no hay estaciones físicas que seguir, las estaciones pueden ubicarse libremente, donde lo decide cada papa. En 2017 el papa comenzó en la terraza del templo de Venus y Roma (frente a la fachada oeste del Coliseo), mientras que un grupo reducido partía desde el interior del Coliseo, bordeando la arena. Estación tras estación, ese grupo iba avanzando por el Coliseo hasta salir por la puerta frente al templo de Venus y Roma, terminando junto al papa, que preside todo el acto desde el mismo sitio, y que lo clausura con la bendición final.


Reflexión final

Como hemos visto, si bien no hay apenas evidencia (salvo una, la de Almaquio) de que el Coliseo fuese lugar de martirio para los cristianos, la celebración del via crucis por el papa en el Coliseo está justificada porque, realmente, de no ser por los papas y por el via crucis, el Coliseo no habría llegado a día de hoy. En otras palabras, si bien la elección del lugar no tenía mucho fundamento histórico, no pudo resultar esta más beneficiosa para el edificio.

En cualquier caso, más que por la evidencia histórica constatable del número de mártires que allí murieran, la Iglesia considera hoy al Coliseo como un símbolo general del martirio, y del sufrimiento en el mundo, en todos los lugares y épocas, y no solo la Iglesia, sino también la sociedad en general; por ejemplo, el Coliseo es iluminado cada vez que se conmuta una pena de muerte en el mundo y para protestar contra la pena de muerte.


Otra iniciativa es iluminarlo de rojo en defensa de la libertad religiosa, pudimos verlo así el pasado 24 de febrero, todo un espectáculo.

En definitiva, todo esto no muestra sino el simbolismo espectacular que el Coliseo mantiene a lo largo de los siglos. Pasan los hombres, y lo que simboliza para ellos en cada época, pero siempre se mantiene como un símbolo cautivador.


‘Omnis caesareo cedit labor amphitheatro,
Unum pro cunctis fama loquetur opus.’

‘Toda obra humana cede ante el anfiteatro de césar,
de todas, solo de esta hablará la fama.’

Marcial, 'Liber Spectaculorum', 1.7-8
(compuesto en el año 80, en honor de la inauguración del Coliseo)

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