lunes, 12 de febrero de 2018

Pomponio Atico, el amigo de todos



  
 Hay personas que nacen en un mal momento, en épocas revueltas y llenas de incertidumbre, y es comprensible que sufran las consecuencias y lleven una vida más desgraciada que feliz. 
 Sin embargo, hay otras personas, dotadas de una fortuna especial, que da igual la época en la que nacen, que siempre consiguen vivir a lo grande, respetadas y honradas por todos los bandos de su tiempo. Son personas que sin necesidad de hacer nada, sin cambiar de chaquetas ni traicionar amigos, solo estando presentes con una sonrisa, como un espectador en medio de la obra, sobreviven a todos y encima reciben sus alabanzas.
 Pomponio Ático es su mejor ejemplo.


 Pomponio nació en el 109 a.c. Era un poco mayor que su buen amigo Cicerón y el resto de figuras políticas que harían de las décadas centrales del siglo I a.c. un mundo poco seguro. Pero las sobrevirá a todas.

 Su padre, que se llamaba como él, Quinto Pomponio, era un équite rico, de respetada familia, y dio a su hijo una esmerada educación. El chico, además, resultó tener facilidad para aprender y una estupenda voz y pronunciación, algo muy necesario en una Roma que admiraba a los oradores.  Se podía predecir un brillante futuro político para el chaval. Muchos romanos, ya desde joven, se acercaron a él y se hicieron sus amigos. Entre ellos, Cicerón, de quien se convertiría en asesor y confesor íntimo.

Cicerón, su amigo más pelma

  Su padre murió siendo todavía joven y pronto estalló la guerra civil entre Sila y Mario. Varios de sus conocidos empezaron a ser asesinados en la lucha política y Pomponio decidió que era el mejor momento para irse a Atenas  adedicarse de lleno a sus aficiones”, según su biógrafo y amigo Nepote. Eso sí, antes ayudó a su amigo, el hijo de Mario, dándole dinero para facilitar su huida. Nadie en el bando silano se enteró o no se lo tuvieron en cuenta.

 En Atenas, Pomponio se dedicó a estudiar y conocer su cultura, vivir como un epicúreo hipster, patrocinar las artes y, curiosamente, al oficio de prestamista público. Pero de buen rollo con las autoridades locales, como cuenta Nepote:

 “Cuando el Estado tenía necesidad de tomar dinero prestado a crédito y no encontraba quién se lo prestara en condiciones justas, él intercedía en la operación, de manera que jamás consintió en aceptar un interés excesivo, ni demorar el vencimiento del préstamo más tiempo de lo que se había convenido (para no multiplicar los intereses).” 

 Incluso repartió trigo a las atenienses en momentos de necesidad, como hacían los nobles en Roma. En fin, que Atenas lo adoró, le otorgó honores y hasta le ofreció la ciudadanía. Pero se negó, porque no quería perder la romana. Tampoco aceptó que erigieran estatuas de su figura por las plazas.

 
La Atenas romana, sede del fan club de Pomponio

 Cuando pasó Sila por Atenas, quedó cautivado por las cualidades humanas y la cultura del joven Pomponio y lo tuvo siempre a su lado mientras estuvo en la ciudad. Hasta le rogó que volviera a Roma con él, pero nuestro Pomponio se negó con amabilidad y buenas maneras. El cruel Sila, no solo no se enfadó esta vez, sino que le entregó todos los regalos que había recibido de los atenienses. Empezaba a resultar flipante el don de gentes de Pomponio.


Sila, con su habitual cara de mala leche

 Durante su estancia en Atenas, Pomponio recibió su apodo de Ático, por parte de sus amigos romanos, con quien siguió carteándose de una manera habitual. Principalmente con Cicerón, que no paró de enviarle cartas y contestar las suyas (la mitad de sus cartas conservadas son a Pomponio Ático). En estas cartas, Cicerón se nos muestra sin disimulos, hablando de sus filias, deseos, fobias y opiniones sobre sus contemporáneos. No fueron escritas pensadas en publicarse, pero Pomponio lo haría después de su muerte. Aunque no publicó sus propias cartas, ya que la discreción fue su mayor virtud para sobrevivir a su tiempo. Nunca sabremos, por tanto, que contestó Pomponio a su amigo Cicerón ni, realmente, qué pensaba de sus contemporáneos.

En el año 65 a.C., pensando que Roma había vuelto a la normalidad y quizá un poco aburrido de las peticiones de préstamos de los simpáticos atenienses, Pomponio decidió volver a la capital del mundo. Los atenienses lloraron su marcha y levantaron, esta vez sí, pese a sus quejas, un montón de estatuas en su honor.

 Vuelto a Roma, se instaló en una villa de la colina Quirinal, que pronto, gracias a su don de gentes y contactos, se convirtió en el centro de reuniones de la alta sociedad. Por allí pasaron Lúculo, Hortensio, César, Craso, Pompeyo y su gran amigo Cicerón.


La colina Quirinal, un barrio pijo

 Pomponio editaría la mayoría de obras de Cicerón en vida, pues se convirtió en su editor personal y hasta asesor literario, ya que le sugería posibles temas para sus obras. Como una Geografía, que le pidió como muestra de su sabiduría, pero que el ocupado Cicerón acabó dejando de lado porque, como cuenta en otra carta:

 La verdad es que la “Geografía” que había emprendido es una obra inmensa;…  por Hércules, son cosas difíciles de explicar y monótonas… por cierto, dicho sea entre nosotros, apenas entiendo la milésima parte.”  

 Para algunos historiadores, fue el primer editor profesional de Roma, no solo de Cicerón, sino de otros escritores. Pues sabemos por Nepote que entre sus esclavos…

“se encontraban personas muy ilustradas, muy buenos lectores y gran número de copistas: incluso los mismos esclavos que tenían por oficio escoltarle podían hacer perfectamente ambas cosas.” 

También sabemos que las ediciones que hacía eran altamente apreciadas por su calidad y muy demandadas.

Copistas de Pomponio, escribiendo al dictado

Él mismo se dedicó a escribir de vez en cuando, principalmente una obra sobre los magistrados de Roma, donde fueron ensalzados con su cortesía habitual, como nos sigue contando Nepote:

“No hay ley, ni paz, ni guerra, ni hecho famoso del pueblo romano del que no quede constancia en él.” 

 Pero también sobre genealogías y hazañas de familias ilustres: Los junios, marcelos, escipiones, claudios…. desde sus orígenes hasta sus días, dando todos los detalles sobre los hijos, los padres, los cargos que desempeñaron y cuándo los desempeñaron, con tanta precisión y peloteo general que recibió los agradecimientos y parabienes de todas estas familias. Porque Pomponio siempre sabía quedar bien y, sobre todo, con quién hacerlo.

 Su tío, Quinto Cecilio, tenía fama de huraño y gruñón. Nadie podía soportarlo y vivía como un ermitaño en su villa, apartado de la sociedad. Pero Pomponio, como ya no puede sorprender, se llevaba de maravilla con él, lo visitaba a menudo y gozaba de su simpatía. Así que al morir, su tío lo nombró hijo adoptivo en su testamento y le dejó las tres cuartas partes de sus bienes. Una fortuna de 10 millones de sextercios. Pomponio, ya rico de por sí, se convirtió en uno de los multimillonarios de Roma.

 En el año 58 o 56 a.c., alrededor de los 54 años, se casó, por fin, con una joven llamada Pilia. Por supuesto, pese a la diferencia de edad, tuvieron un feliz y envidiado matrimonio, y una hija, Cecilia, apodada Ática por Cicerón.

 Pero llegaron de nuevo tiempos convulsos para Roma. César y Pompeyo se liaron en guerra. Pomponio Ático, ya con 60 años, se aprovechó de la exención que le permitía su edad, y permaneció sin moverse de Roma. Pese a su amistad con muchos destacados pompeyanos, no tomó bando y no tuvo miedo de quedarse, pues también, claro está, tenía excelentes relaciones con César. Pero todo cuanto necesitaron sus amigos pompeyanos, cuando marcharon de Roma, él se lo dio de sus propios bienes de familia. Pompeyo no se sintió ofendido, sino hasta agradecido. 

 A César, que Pomponio se quedara en Roma sin huir con los pompeyanos, le pareció “agradable” y

“hasta tal punto que, una vez victorioso, cuando exigía impuestos a los ciudadanos particulares por medio de cartas, no le causó a él molestia alguna, y además logró que César perdonara al hijo de su hermana y a Quinto Cicerón el haber estado en el campamento de Pompeyo.”


César, otro coleguita

Tras el asesinato de César y la incertidumbre siguiente, Pomponio Ático siguió siendo el amigo de todos, para asombro de su biógrafo Nepote.

Amigo de Bruto:
“con nadie de su edad tuvo tanta amistad como con este anciano, a quien prefería no sólo a la hora de pedir consejos sino también como compañero en su vida.”

Amigo de Octavio:

“aunque a causa de sus muchas ocupaciones no le fuera posible disfrutar del trato de Ático cuanto él deseaba, no dejó pasar voluntariamente ni un solo día sin escribirle unas letras, ora para preguntarle algo referente a los antiguos tiempos, ora para proponerle alguna cuestión referente a la poesía y a veces bromeando con él para hacer que le escribiera cartas más extensas.”

Amigo de Marco Antonio:
“Ático, a pesar de que le unía una amistad grande e íntima con Cicerón, y de ser muy amigo de Bruto, no sólo no secundó ninguna de las iniciativas de éstos con miras a acabar con Antonio, sino que, por el contrario, protegió a sus familiares en lo que le fue posible cuando éstos huían de Roma, prestándoles toda la ayuda que necesitaron.” 

 Entre ellos a Fulvia, la mujer de Marco Antonio. De la que ya hemos hablado. A la que ayudó acompañándola personalmente en todos los procesos que levantaron contra ella y pagando su nueva villa, ya que nadie le daba crédito y se la iban a quitar por impago.


 Cuando Marco Antonio quedó vencedor y mandó ejecutar a Cicerón, llevado por su carácter iracundo, también empezó a perseguir a los amigos del orador, pero, y creo que ni hace falta decirlo, perdonó a Pomponio Ático. Incluso le escribió una carta personal para que no temiera nada y le proporcionó una escolta.

 No por eso, Pomponio dejó de ayudar a los proscritos partidarios de Bruto y Casio, dando órdenes de que se asistiese a los que se refugiaron en sus posesiones del Épiro. También ayudó a la madre de Bruto, Servilia, abandonada por la sociedad.


 Tan santo y afortunado varón, llamó la atención de Agripa, el todopoderoso amigo de Octavio, que le pidió la mano de su hija. De esta manera, el équite emparentaba con los patricios de más rancio abolengo.


Agripa, el yernísimo

 En la década de los años 30 a.C., Pomponio, como era su costumbre, afianzó su amistad con Octavio y sus amigos en Roma, sin dejar de cartearse con Marco Antonio en su dorado exilio egipcio. Nepote sigue flipando de su increíble doble juego, aceptado por todos:

“cuánta sabiduría y sagacidad se requiere para conservar la amistad y el afecto de aquellos que entre sí eran émulos de las más excelsas hazañas y por añadidura existía entre ellos una encarnizada enemistad”

 Encima, para aumentar su suerte, Pomponio casi nunca estuvo enfermo, gozando de excelente salud hasta los 77 años, en el año 32 a. C., cuando un probable cáncer de colón empezó a minar su salud. Entonces, mandó llamar a su yerno Agripa y otros amigos, les dijo, con total serenidad, que no iba a alimentar más a su enfermedad y dejó de comer. Murió a los cinco días.

 Su entierro fue un acontecimiento social:


“llevado en una pequeña litera, tal y como él lo había pedido, sin ninguna pompa fúnebre, en compañía de todos los hombres de buena familia y de una inmensa muchedumbre popular. Se le sepultó junto a la vía Apia, al lado de la quinta piedra miliar, en el mausoleo de Quinto Cecilio, tío suyo.”

 Así fue la vida de Pomponio Ático, el hombre que hizo todo lo posible por caer bien a todo el mundo, el gran amigo de Cicerón, el espectador en primera fila de las guerras civiles, que pasaron a su lado sin rozarlo; el hombre querido y respetado por todos los bandos, admirado por patricios y plebeyos, artistas y sabios… el hombre que no quiso dejar para la posteridad lo que pensaba realmente.


Quizá ese fuera su gran truco.

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